Cuando el lenguaje busca el mínimo decir
Fernando Menéndez vuelve al haiku y ahora
el discurrir de la Naturaleza se funde con el fluir propio
Ecos
Fernando Menéndez
Prólogo de Tomás Sánchez Santiago,
Editorial Difácil, 94 páginas, 10 €
¿Qué es lo que hace un poeta cuando consigue cuajar un poemario?
No es sólo que el juego de los afectos, al conmoverle, le lleven a fluir hacia la superficie del papel, para mostrarse. Es también un andar perdido y una búsqueda de sí y de poner nombre al enigma de lo que le sucede.
No hay en la poesía finalidad práctica, menos aún utilitaria. Su lenguaje no rinde cuentas con el exterior, con el mundo. Se trata de un buceo hacia dentro, hacia el mundo interior. Por esta vía, Fernando Menéndez encuentra las verdades mínimas de la vida, experimentadas, pero resulta que las descubre ayudado por el lenguaje de la naturaleza.
¿Cómo el ser humano se entreteje con la naturaleza? Es preciso recurrir a alguna ayuda, a alguna técnica poética.
Así que Fernando en Ecos empieza por escoger la sintaxis. Vemos un escandido de cinco/siete/cinco, un ritmo con el que el haiku hace dialogar a sus tres versos. Pero el ritmo no es sólo su métrica, es también una cadencia que surge de una sensibilidad oriental, devenida universal, donde su verso mínimo, de querencia zen, aspira a borrar todo lo superfluo de la existencia.
Bien sabemos que la sintaxis no es más que un traje. Así que ha de haber una materia poética, una semántica, pero no regida por los diccionarios, quiero decir, por las fotos fijas que el lenguaje maneja. Y aquí es donde lo poético de la poesía se la juega. Todos hemos comprobado que no sirve un traje de retórica ni de ripios ni una colección de palabras adornadas.
Ante este reto, ¿qué ha hecho Fernando Menéndez, en su enésimo poemario?, un autor traducido al francés, italiano, inglés y rumano, y con varios premios nacionales e internacionales por sus aforismos y por su obra completa.
Nuestro compositor de haikus persigue encontrar el sentido del lugar existencial donde se halla. El prologuista de este poemario, Tomás Sánchez Santiago, lo ha visto claramente: se trata de "Un mundo donde se filtran de principio a fin dos ejes en fluencia continua que convergen en ósmosis. (...). Esos dos ejes son el mundo natural y el cuerpo (...), algo parecido a una unidad orgánica".
La práctica totalidad de los setenta y seis haikus encajan con este entrelazamiento entre el discurrir de la naturaleza y los sentidos con los que el cuerpo se encuentra, por eso: "llega la tarde/las sombras de la noche/son golondrinas".
Y no es casual que el lenguaje elegido esté plagado de lugares simbólicos: de atardeceres, de noches, de lunas, de otoños..., al igual que de pájaros, de nubes y de sueños. Lugares ni de júbilo ni de alegría de vivir, sino de retroceso hacia lo elemental, tal vez de lenta despedida de la vida, pero no triste sino del simple reencontrarse con lo originario. Y eso, no teniendo aún esencia de concepto, se expresa con intuiciones preconceptuales.
Consciente o inconscientemente el poeta ha sabido regresar a experiencias primordiales, aquellas que habitan lo onírico o la mente de los niños aún sin lengua formal. Ahí donde se halla el lenguaje en su función de encontrar sentidos que están haciéndose.
En estos poemas comprimidos, el exterior físico se constituye en parte natural del interior psíquico. Y no porque se fuerce la confusión de los dos mundos, sino porque no se hallan separados, no aún o no durante el instante poético: "cuando te pienso/a la orilla del mar/me vuelvo ocle".
El amor que fluye en estos versos, en la orilla de lo erótico, apunta a un eros en el momento de su aparición, un eros primigenio: "tus labios húmedos/besan a las estrellas/todas las noches". O este otro: "cuando te alejas/me siento dolorido/como la lluvia". Relación amorosa sin imperiosidad genital y donde las sensaciones no han separado aún el bien del mal: "es tu mirada/una nube de sueños/y de mosquitos".
Un poemario que es una despedida: "todo se acaba/me dices contemplando/pasar las nubes". Y es una despedida convertida en un saber atento a lo que no cambia, a lo que se repite sin tragedia alguna ni aun sin drama: "comienza otoño/los últimos vencejos/dicen lo mismo". Y es la búsqueda de un último lugar existencial tranquilo: "me gustaría/dormir en tu silencio/y ser un búho". Una búsqueda de no sufrimiento, a través de entrelazar las emociones humanas con la lógica de la naturaleza y dejarla, de este modo, transformada: “aunque te fueras/las nubes son de flores/y el sol de nieve".
La retirada hacia la naturaleza metabolizada interiormente es total porque el poeta desaparece y queda la poesía sola, simbolizada en luna: “no tengo nada/ni pluma ni cuaderno/solo la luna”.
De este modo, ser poeta, definitivamente, más que hablar de uno mismo, consiste en encontrar palabras que puedan florecer: “toda palabra/que nace en la pobreza/se vuelve flor".
Silverio Sánchez Corredera
«Cuando el lenguaje busca el mínimo decir», La Nueva España, Cultura, Suplemento de La Nueva España, nº 1522, 12 de junio, 2025, p. 2 [Reseña de Ecos, de Fernando Menéndez, Difácil, 2025, 94 páginas]
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