Escritos literarios 11 La sombra de Hegel

 

LA SOMBRA DE HEGEL
                                                          
Hay autores que marcan una impronta, una inflexión a partir de la cual estamos obligados a mantener otra mirada, porque introducen algún elemento del que ya no podemos prescindir. Una de las radiaciones que llega hasta nosotros viene de la sombra de Hegel. Pero mentar al autor del idealismo absoluto significa introducir el problema de la farragosidad de la filosofía.
Algunos filósofos han tenido fama de oscuros —recordemos como paradigma a Heráclito y sus enigmáticas sentencias y más recientemente a Heidegger— Éstos pretenden posiblemente provocar una reflexión que contenga a la vez el lado de la evidencia más elemental junto con el hueco profundo de lo que de ello desconocemos.
Otros se han esforzado en señalar que «la claridad es la cortesía del filósofo» —como se empeñaba en proclamar Ortega— Quizás por ello Bergson decía de nuestro don José que como periodista era genial pero como filósofo mediocre.
Autores hay que han preferido el aforismo, el apotegma certero y breve, como Marco Aurelio, Pascal o Nietzsche. Se trata, entonces, de ir moldeando idea a idea, para disponerlas en un muestrario, listas para usar.
Unos terceros eligen el pequeño ensayo o las reflexiones hechas para leer de un leve tirón, sin cansar, como se lee una carta. Así Montaigne, Feijoo o Russell. Pretenden sobre todo ser convincentes en temas que están en la calle.
Hay quienes eligen el diálogo —el divino Platón, Berkeley, Galileo son ejemplos— o quienes se inclinan por un estilo coloquial tomando al lector como interlocutor —Epicuro, Agustín de Hipona, Maquiavelo, Kierkegaard o Savater.
Pero hay filósofos que son muy pesados, ilegibles, casi incomprensibles. La cosa debió empezar seriamente con el modo peripatético de dar sus clases el del Liceo, con aquellos apuntes que eran esquemas para lecciones a desarrollar, de los que sin duda sí debía estar claro lo analizado en vivo pero ya no tanto lo que quedaba escrito. Quizás Alejandro concibió nítidamente su magna conquista gracias a las potentes conexiones de ideas que le mostró su admirado Aristóteles.
La dificultad para comprender se acrecienta, normalmente, cuando esas mentes atípicas se esfuerzan por construir eso que se llama un sistema, es decir, un ensamblaje coherente del conjunto de las ideas que de otro modo quedarían dispersas: unas vertiendo sobre la estética, otras sobre la ética, sobre la política, sobre la ontología, la teodicea o la teoría del conocimiento… Los filósofos sistemáticos pretenden mostrar que todos estos campos pueden concebirse engranados. Así Platón y Aristóteles y luego Tomás de Aquino, Spinoza, Leibniz, Hume, Kant, un cierto Wittgenstein y en nuestros días Gustavo Bueno.
Pero si ha habido un filósofo que ha extremado como ninguno ciertos rasgos, ése ha sido Hegel. Todos los elementos de su filosofía están llamados a integrarse en un sistema y si para ello es preciso crear un lenguaje nuevo, unas significaciones hechas a escala propia, ¡sea, pues, de ese modo! Si todo lo real es racional, entonces ha de hacerse para que la razón exprese sin limitaciones qué es lo real. Si no se entiende con facilidad, estúdiese su significado más que pretender comprenderlo con una simple lectura. Los que intentan de veras estudiar a Hegel se ven regalados con un cúmulo de ejemplos, ellos, sí, más claros, sacados fundamentalmente de la historia. Quien tiene un ejemplo que poner da a entender que las ideas significan también algo concreto. Al lado de las ideas abstractas no podemos negar que en Hegel abundan los ejemplos.
Schopenhauer, cuya filosofía quedó arrumbada a la sombra de la de Hegel, no podía soportarle ni como persona ni como filósofo. Don Arturo sostenía que quien se había elevado a la categoría de Filósofo oficial, «era un charlatán de estrechas miras, insípido, nauseabundo e ignorante». Popper, subido a la misma opinión, lo tacha de intelectual irresponsable, que da comienzo a la magia de las palabras altisonantes y a la jerigonza.  Pero, si detrás de todo el sistema de ideas hegeliano no hubiera más que un lenguaraz altisonante ¿estaríamos ahora utilizando los conceptos, por ejemplo, de dialéctica, de Espíritu objetivo o de Estado desde la perspectiva en que él los situó? Foucault ya advirtió que siempre estamos consiguiendo desembarazarnos de Hegel —de su idealismo, he creído entender yo— pero de nuevo volvemos a caer en la red de sus ideas, que contienen un largo poder, una profunda inercia.
Estos días y en este año 2007 –coincidiendo con el bicentenario de la publicación de laFenomenología del Espíritu— algunos especialistas y estudiosos están intentando esclarecer esa difícil y contemporánea filosofía, desde Alemania, Argentina, Chile, Madrid y Oviedo —entre otros lugares— Los días 7, 28, 29 y 30 de mayo, en el Aula Magna de la Universidad y en el Auditorio Príncipe Felipe de la capital asturiana, hemos tenido la ocasión de desvelar algún enigma escondido tras la oscura y potente semántica hegeliana, de la mano de Duque, Hidalgo, Herranz, Urbina, Escudero y Álvarez González.
Félix Duque, venido de Madrid, nos introdujo, el pasado 7 de mayo, en la relativización extrema que sufre el sujeto individual al ser engullido por el Espíritu absoluto. La subjetividad individual humana queda tan triturada que ha de cambiarse la concepción que de ella teníamos si hemos de querer recuperarla.
Alberto Hidalgo nos mostró una de las líneas más potentes de recuperación del Hegel fenomenológico, en cuanto un verdadero iniciador de la Sociología del conocimiento, en la forma de una sociología de la cultura, y en la medida en que habría sido el primero que de modo claro trató de explicar los procesos culturales desde sus contextos determinantes.
Fernando Pérez Herranz, de la Universidad de Alicante, nos llevó al terreno donde la filosofía y la ciencia comparten una estrecha frontera, justo el lugar donde pretendió moverse Hegel y justo la frontera que Hegel quiso superar. Con Herranz aprendimos que el Espíritu es un hueso (el cráneo), pero un hueso que habla, y que su semántica no se extrae únicamente de la sintaxis, como en la máquina de Turing, sino de su conexión con el mundo, trabados como están ambos en el concepto, porque en definitiva el cerebro y el mundo material son Espíritu.
Después vino Ricardo Sánchez Ortiz de Urbina, catedrático emérito, a llenar de ricas lecturas y matices finos la complejidad hegeliana y a iluminarnos con  unos claros trazos sobre el modo de desenredar toda la madeja fenomenológica hegeliana desde una inversión entre el lugar que habrían de ocupar la conciencia y la autoconciencia. Al permutar los lugares respectivos de la conciencia y la autoconciencia, desde una fenomenología actualizada, estima Urbina que se aclara cierta confusión que encontramos en el teutón.  La herencia hegeliana se transforma en la ideología del humanismo, pero sin olvidar que Hegel es un habilísimo desenmascarador de tipos humanos (el intelectual, el alma bella, etc.), senda que recorrerán a su manera después Marx, Nietzsche y Freud.
Santiago González Escudero nos mostró la incidencia que el espíritu de la tragedia griega habría arrojado sobre la dialéctica fenomenológica hegeliana. Hegel no estaba improvisando cuando hablaba del movimiento histórico del Espíritu, porque lo había aprendido en Homero, en Platón y en Aristóteles y de manera muy singular en todo lo que representaba la tragedia griega como expresión real de un espíritu encarnado, el espíritu del pueblo griego.
Finalmente Álvarez González, venido de la Autónoma madrileña, desentrañó con precisión de cirujano el concepto de subjetividad hegeliana. Ésta no es ya la del sujeto trascendental kantiano ni la del mero sujeto empírico: la autoconciencia del hombre no se construye mirando hacia un adentro sino siempre en otra autoconciencia y a través del desarrollo ininterrumpido de un concepto que deja ya de tener caracteres subjetivos para contener el impulso universal del despliegue de la vida, que es la del Espíritu. El Espíritu es la única existencia definitiva. Dios convertido en Espíritu en desarrollo.
La dramatización de todo este engranaje de ideas,  una pocas de las cuales he rememorado torpemente, hay que agradecerlo al Espíritu objetivo de la Sociedad Asturiana de Filosofía y a los participantes que allí concurrieron, que como espíritus libres y elegidos de los dioses disfrutaron de aquellas sinuosidades dialécticas y fueron descubriendo el sentido vivo que las atravesaba.

                                                                                                         
SSC
7 de junio de 2007

Publicado en: «La sombra de Hegel)», La Nueva España, Suplemento Cultura nº 770, pág. VI,  Oviedo, jueves, 7 de junio de 2007.