Escritos literarios 37. Fernando Menéndez convoca a Rotkho, Shostakovich y Cicerón en sus aforismos

 

 

Fernando Menéndez convoca a Rotkho, Shostakovich y Cicerón en sus aforismos

                                                                      

 

 

La reflexión y la fulguración  de «Artificios» nacen inspiradas en la pintura, la música y la prosa filosófica

 

Artificios

Fernando Menéndez

Editorial Trea, Gijón, 2014, 79 páginas

 

Fernando Menéndez, de obra poética dilatada e indagadora, ha dedicado su última andadura al aforismo. «Artificios» cierra, seguramente, un ciclo aforístico, tras «Biblioteca interior», «Dunas», «Hilos sueltos»,  «Tira líneas» y «Salpicaduras», este último traducido al italiano en 2014, y por el que obtiene la Mención de Honor en el Premio Internacional «Torino in Sintesi» per l´Aforisma. Y no olvidamos que en 2012 su obra completa es galardonada en los Premios Literarios Naji Naaman por la Cultura Libre (Líbano).

En «Artificios» el arte ―pintura, música, prosa y verso― sostiene una batalla contra la opresión política. Rotkho, Shostakovich y Cicerón representan los paradigmas artísticos en lucha, contra tres dictaduras, trasunto del poder político: de modelo capitalista o comunista o romano. ¿Con qué armas?

«Multa Paucis» o «decir mucho en pocas palabras», dedicado a Cicerón, sigue el rastro de «Pintadas» y «Graffitis», filosofía de las paredes en aforismos, donde lo grosero se eleva a verdad poética: «En política los hijos de puta son incontables» o «La política es la meretriz de las promesas»; en «Multa Paucis» se conserva parte de esta lucha contestataria, de lenguaje culto y popular muy entrelazados, pero se intensifica la intención reflexiva: «El político, un fracaso de la inteligencia del hombre».

Las dos partes dedicadas a la música (Shostakovich) y a la pintura (Rotkho) introducen una novedad formal: varios aforismos se agrupan bajo un título, de manera que sin perder su esencia individual, pues cada aforismo sigue siendo autónomo, entran en un enigmático diálogo en torno a una obra de arte concreta. Pero si con Shostakovich las vetas de crítica social siguen patentes ―«El dictador roba el sueño de la imaginación sonora»―, con Rotkho la intención política queda oculta y se remite difusamente al hecho de que «Un cuadro es la conciencia de un tiempo», para concentrarse en la elemental lucha del ser humano por la existencia ―«Los colores son los pigmentos de nuestras dolencias»―, que, aunque solo sea, alcanzan el sentido que imprime la belleza: «El arte es creación de espacios perdurables», siempre en equilibrio inestable, pues «El arte no está para siempre».

De este modo, ante el lienzo de Rotkho titulado «Azul y rojo», por ejemplo, brotan nueve versos que son nueve mónadas de sentido dispersas cuya sintonía se toma del objeto ante el que se inspiran. Y nos movemos a golpes de razón o de emoción, bajo la reflexión o la fulguración, desde estratos de subjetividad independientes. Pero, al constatar que las esquinas del alma están incomunicadas, que la eidética y la estética nacen en hontanares distintos, sucede como si, con todo, quedaran unidas por una suerte de traducción de la una en la otra: «Nada hay de cierto en la belleza», o «La forma velada del pensamiento»...

Si el estilo de Fernando Menéndez viene caracterizándose desde hace décadas por el ideal ciceroniano del «multa paucis», por la condensación y el aquilatamiento máximo del sentido del lenguaje, consiguiendo en ese esfuerzo brotes inesperados de nuevos sentidos, como alambique que destila una nueva esencia, a veces borrando evidencias semánticas establecidas, otras veces haciendo surgir ambigüedades inquietantes, ahora, en «Bajo lienzos de Rotkho», además de esta característica de sus versos, se entrevén distintos planos de la mirada poética, que serían una de las claves de esa dialéctica desordenada de las emociones en las que entran sus aforismos arracimados. Puede observarse cómo el filósofo poeta a veces repara en el mismo objeto artístico en cuanto objeto ―cuadro, lienzo, textura, museo― como cuando dice: «El drama de lo claro y lo oscuro en la paleta» o «Los lenguajes primigenios de los pigmentos»... Pero la actitud se traslada otras veces a la perspectiva del creador: «Pintando estamos dentro de nuestra realidad fluida» o «Pintar aquello que nos excede nos hace ser más tangibles»... para oscilar enseguida hacia las emociones del espectador: «El color y la luz difusa de inaccesible soledad» o «El punto de fuga encuentra la vaguada del sentimiento»... Y en el trenzado de lo que fulgura en la actividad, la receptividad y las texturas ―en cuya trama aparece el esfuerzo final de la urdimbre del poeta, como un «artificio», como un deambular necesario entre el hacer del técnico y el del artista  que, perdidos el uno en el otro, tratan de encontrarse a través de la comprensión de su propia obra― es donde se enclavan esos aforismos que tratan de construir una teoría estética en paralelo con el sentir poético mismo: «La obra de arte, un acontecimiento del ser poético»..., donde las conclusiones son siempre provisionales porque «La intención de la pintura es cubrir cualquier convicción».

El poema lírico nace ya en Arquíloco y en Safo como expresión del arte selectivo de aquellos juegos de palabras que brotan enteramente próximos al aleteo de las emociones mismas. Desde entonces, lo mismo poetas que filósofos, han buscado expresarse en el arte abreviado ya del aforismo o ya del poema conciso: Unamuno o Machado, Heráclito o Montaigne o Quevedo o Oscar Wilde o Pessoa o Cioran. De esta tradición brotan hoy en España múltiples voces, como atestigua la colección de cincuenta poetas españoles que José Ramón González recoge en «Pensar por lo breve» (Trea, 2013), una de cuyas consecuencias es «L´Aforisma in Spagna. Tredici scrittori di aforismi contemporanei» (Genesi Editrice, Torino, 2014), que Fabrizio Caramagna traduce, selecciona y presenta.  

Como una invitación a reflexionar poéticamente oímos al lado de Fernando, por ejemplo, a Manuel Neila: «Escribir como se hable; es decir, aproximar el tiempo de la escritura al tiempo de los latidos». O meditamos con Mario Pérez Antolín: «¿Qué tendrá el prestigio, que una sola falta lo arruina y mil méritos no lo alcanzan» («La más cruel de las certezas», Baile del Sol Ediciones, 2013). Y siempre original e imprescindible: Fernando Menéndez, en quien «La vita non ha argomenti ma momenti» y además «Mortale e comico: due parole sinonime», traducido por Caramagna.

A modo de conclusión: cuando la filosofía reflexiona desde el arte, todo dogmatismo se trastoca...

SSC

 

Publicado en: «La Nueva España, Tribuna, pág. 32, Oviedo, jueves,  5 de marzo de 2015». 

 

Etiquetas: Fernando Menéndez. Aforismo. Cicerón. Shostakovich. Rotkho. Fabrizio Caramagna. José Ramón González. 

 

 

 

 

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