Escritos literarios 38. Albert Camus y el Absurdo

 

 

 

 Albert Camus y el Absurdo

 

El pensamiento que trasciende al escritor: Las aportaciones del existencialismo peculiar, el compromiso político y la filosofía del absurdo

 

 

 

Albert Camus no fue un simple mito pasajero celebrado por multitudes, llegó más lejos: fue uno de los escritores realmente más leídos. Millares de jóvenes quedaron deslumbrados con El Extranjero o conmovidos con La peste o vieron en La caída su mejor novela, según opiniones, aunque era tarea bien difícil: ¡las dos precedentes rayaban la perfección!

En su centenario seguimos considerando excepcionales sus novelas, punzante su dramaturgia y lúcidos sus ensayos. De estilo ágil, directo y elegante; destaca su enorme capacidad para componer frases certeras, con fulgurantes tesis o afinadas síntesis en unas pocas y simples palabras.

 

Camus, Sartre y Simone de Beauvoir fueron los intelectuales por excelencia de la mitad del siglo XX y, desde ellos, millones fraguaron sus posiciones ideológicas, sobre todo en relación al existencialismo y a la política internacional: a la guerra fría. ¿Hasta dónde había de defenderse el comunismo y cómo ello se conciliaba con la libertad?

 

En la polémica de Sartre y Camus, pudimos considerar que la moral se construía más desde los imperativos políticos, y nos alineábamos entonces con el autor de El ser y la nada. Pero si la opción política no debía transgredir los valores éticos, nos colocábamos del lado de Camus. En 1957, después de haber recibido el Premio Nobel de Literatura, Albert confesará que si tuviera que elegir entre la justicia y su madre, salvaría a su madre. Seguramente porque su madre era más de carne y hueso que la justicia, por mucho que creyera en esta.

Defendió que los mejores novelistas habían sido novelistas filósofos ―y apunta una lista abierta: Sade, Balzac, Melville, Stendhal, Dostoievski, Proust, Malraux, Kafka―. Deberíamos añadirle a él en este inventario.

 

Su pensamiento se trazó más pendiente de la carne («Aunque humillada, la carne es mi única certidumbre. Solo puedo vivir de ella»), a la manera de Unamuno, que del concepto abstruso; sobre el tema de la carne, de la «chair», no pretendió la profundidad de Merleau-Ponty, pero no porque caminara distante de él. Camus se movió por los linderos donde la literatura y la filosofía confunden sus fronteras, en el fondo ¿existentes?, y por ello se entendió muy bien con Cervantes, Shakespeare, Goethe, Kierkegaard y Nietzsche. No solo circuló entre la creación artística y los conceptos, sino que consciente de esta transición la defendió doctrinalmente: «El filósofo, aunque sea Kant, es creador. Tiene sus personajes, sus símbolos y su acción secreta. Tiene sus desenlaces. La novela tiene su lógica, sus razonamientos, su intuición y sus postulados. Tiene también sus exigencias de claridad», dice en El mito de Sísifo, su cumbre ensayística.

 

¿Qué nos ha aportado, entonces, como filósofo? Decir que un existencialismo peculiar (existencialismo que nunca llegó a asumir), sería cortedad. Camus es el gran filósofo de lo Absurdo. Pero nos equivocaríamos si lo tradujéramos como filosofía irracional. Su defensa de la absurdidad nace de llevar al límite la exigencia de claridad conceptual.

 

Una buena manera de entender mejor su pensamiento sería, en la analogía del árbol, comprobando que su rama sale directamente de Nietzsche. En El mito de Sísifo podemos constatarlo: «todo el drama está en elegir entre la vida eterna o la eterna vivacidad», siguiendo así el dilema que había planteado Nietzsche. El filósofo francoargelino, cuya primera obra fue curiosamente Rebelión en Asturias, representa la herencia de una actitud antropológica nueva, iniciada por el alemán del rotundo bigote, y trenzada de un ateísmo liberador, frente a creencias atemorizantes. Nihilismo que implica una nueva apología del hombre. A través de una variante del superhombre: el «hombre absurdo», que asume su falta de sentido y su nihilidad, no para anonadarse, sino para afirmarse en su finitud sin buscar una salida desesperada: no vale el suicidio ni una vuelta forzada a la trascendencia. Se trata de alcanzar la pura afirmación de sí mismo, de nuestra individualidad solitaria y solidaria, a través de una vida de acción (de placeres o de saberes: hay siempre dos alternativas), y guiado de una actitud capaz de no enredarse en la diferencia entre apariencia y realidad, pues la vida ha de conducirse más como un teatro que como cualquier otra cosa. No hay sentido trascendente, ni inmanente, pero la vida puede colmarse de interés. Y el modo más pleno es el que conduce a la creación, a las ideas o al arte.

 

¿Hay moral después de Dios? Sí, la moral de la libertad sin metafísica y la ética de una conciencia lúcida. No vale todo, porque nuestra libertad puede pretender lo mejor, porque nuestro entendimiento ve claro qué no hay que hacer y porque nuestra sensibilidad aspira a ser creadora. Y toda creación es liberadora. Empieza por no admitir ni amo ni dios. Se trata de una ética en continua dialéctica no solo con la política sino también con la estética.

 

En una perspectiva histórica amplia, a Camus lo encontramos donde dejamos al San Agustín de Las confesiones y al Pascal que «apuesta» por el cielo, pero hijo del siglo XXdios no sirve ya como respuesta. En lugar de dios, tenemos el Absurdo. El Absurdo y, por cierto, hoy, al ministro Wert, amenazando a la filosofía.

 

SSC

 

Publicado en:

La Nueva España, Suplemento Cultura nº 1025, pág. 2-3,  Oviedo, jueves,  7 de noviembre de 2013.

 

[Artículo sobre A. Camus, en el centenario de su nacimiento, dentro del especial dedicado a él de este número de Cultura]

 

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