Escritos literarios 25     El aforismo, arte del pensamiento

 

 
El aforismo, arte del pensamiento
 
José Ramón González nos regala en «Pensar por lo breve» un profundo estudio sobre el cruce de filosofía y poema en una amplia panorámica de la última aforística española.
                                    
Pensar por lo breve. Aforística española de entresiglos. Antología [1980-2012]
José Ramón González, Ediciones Trea, Gijón, 2013,  341 páginas.
 
Este libro, al recorrerlo de arriba abajo o al degustarlo a saltos de capricho, nos regala una selección de cincuenta aforistas españoles, algunos de ellos literatos o filósofos bien conocidos, como Castilla del PinoEdmundo de OrySánchez FerlosioEugenio Trías,ArgullolAndrés Trapiello o Fernando Menéndez, a quien va dedicado el libro.
Disfrutamos, eso es seguro, de una colección de más de tres mil aforismos escogidos desde la óptica de quien, profesor de literatura española en la Universidad de Valladolid, se consagra como un comentador y compilador de aforismos de primera magnitud. Las dudas se despejan al leer la introducción, un intenso estudio que tiene en cuenta la aforística española del siglo XX, aunque la selección se centra en lo editado en los últimos treinta años. Como era de esperar en un análisis serio, no pierde de vista que el marco general se proyecta en una profunda tradición histórica, donde el hontanar de las sentencias breves y doctrinales nos llevaría a Juan de la Cruz, Quevedo, Gracián, CicerónHipócrates, y a tantos otros, y donde el ramaje que despliega nos pondría en contacto lo mismo con NietzscheMachadoPessoaWilde o Tagore, esto es, con los filósofos que son poetas y con los poetas que filosofan.
El estudio sobre el aforismo se teje partiendo de su misma complejidad: no es fácil conocer qué normas fijan este género. José Ramón González no nos hurta las dificultades, porque, en primer lugar, hay una cierta distancia entre el aforismo clásico y el moderno: aquel basado más en una autoridad social y este, por el contrario, en una mirada subjetiva; y, además, su boscoso contorno, como vegetación exuberante, define sus fronteras borrándolas al tiempo que las entrecruza, en la proximidad de otros géneros breves como el epigrama, apotegma, máxima, sentencia, proverbio, refrán, haiku, greguería y muchos más. Esta dispersión y «confusión» no es óbice para que puedan mantenerse criterios suficientes para una taxonomía. Al final, parece que queda claro, como en la reflexión de San Agustín sobre el tiempo: «Si no me lo preguntan sé qué es, pero si me lo preguntan no lo sé», porque, al ensayar una aproximación solvente, siendo fino historiador de la literatura española, el problema no se resuelve con una explicación «rigorosa», sino más bien con el reconocimiento de una identidad hecha de mixturas y de desplazamientos.
¿El aforismo moderno?: una sutileza lacónica, discontinua, singular, fragmentaria, en contexto, instalada en la provisionalidad, que aspira a una evidencia personal aunque sea frágil... son características no exclusivas. El aforismo es un pensamiento abierto (semánticamente) que cierra (sintácticamente), y paradójicamente es también un pensamiento cerrado (en su mensaje) que abre (otros matices libres).
Seguramente por esta gran apertura del aforismo moderno, leerlos es seguramente una de las tareas intelectuales menos transitivas. Cada uno debe hacerlo a su manera. Algunos nos los apropiamos, los reconocemos como pensamientos propios, pero seguro que son distintos para cada lector; otros no puedo admitirlos totalmente y me apetecería matizarlos y aun los hay que me empujan a negarlos con rotundidad. Algunos  me son simpáticos y otros ajenos a los sentidos por los que circulo. Más que un cruce de verdades, parecería una verdadera coincidencia sobre paisajes compartidos. Fruto, seguramente, de la multiplicación de distintas morales vigentes y paralelas, a partir del siglo XIX, es mi impresión.

Es esta otra vertiente del pensar, para descansar de lo ampuloso y argumental, basada en una narrativa construida de instantes, a mitad de camino entre la voz poética y la reflexión filosófica, cuya utilidad es infinitamente abierta. Sirve para mantenerse beligerante en la vida si estimo que «No me pienso morir hasta el último momento» o como recetario para mantenerse en forma: «Desde que he adelgazado el yo, estoy más ágil», o como resumen certero de ciertos antagonismos políticos: «Contra los fatuos no valen los necios», o para asumir la frustración: «El fracaso íntimo de la literatura; nunca es lo que queríamos decir», o para resaltar lo inadvertido: «Más reprimido que el sexo se halla la imaginación», o para señalar un problema filosófico: «¡Qué paradoja que en la eternidad no hay tiempo!», o para invitar a todos: «El pensamiento fragmentario no necesita de escuelas, academias o cátedras: es un pensamiento a la intemperie», o para poder pesar la propia alma: «Para conocer el grado de miseria que ha alcanzado un hombre, basta con saber de qué materia están hechos sus sueños», o para que lo oscuro cotidiano pueda ser dicho poéticamente con más claridad: «En el corazón, florecen laberintos».
 
SSC
16 de mayo de 2013

Publicado en: «El aforismo, arte del pensamiento». La Nueva España, Suplemento Cultura nº 1009, pág. 1,  Oviedo, jueves,  16 de mayo de 2013.