Escritos literarios 36. Fernando Menéndez y sus Salpicaduras

 

Salpicaduras, de Fernando Menéndez

 

 

 

Salpicaduras

Fernando Menéndez

Ediciones Trea, Gijón, noviembre 2013,  46 páginas.

 

Salpicaduras es el reciente libro de aforismos de Fernando Menéndez. La trayectoria de este poeta asturiano, reconocido nacional e internacionalmente sobre todo como aforista y en el género del haikú, hiende ya un surco de trescientos cincuenta y un manuscritos diferentes, de ellos dieciocho en formato de libro. En las páginas de La Nueva España ya hemos fijado en él nuestra mirada, con ocasión de En la oquedad de tu nombre (2006), Hilos sueltos (2008) y Última Rosa (2010).

 

Fernando Menéndez destaca como un poeta de estructura lingüística breve y condensada, con un juego de conceptos peculiar en el interior de cada aforismo. Si tuviera que resumir cuál es el principal contenido estético de su obra, primero señalaría el esquema literario en que se mueve, oscilante, entre la partícula y la onda, como si se tratara de una poesía cuántica. Y en ese esquema, hay un tema recurrente que colorea su verbo poético: la nihilidad de las cosas, del yo, del vivir. Pero una vez desplegada esta onda nihilista, su decir se vuelve de pronto partícula, y entonces surge la humana pasión por la belleza, que es el asidero para andar por el mundo, para no caer en aquel exclusivo amenazante vacío. En todo caso, de la negación nihilista y de la afirmación de la belleza creo yo que penden el resto de sus temas: la muerte, el amor, la religión, la estafa moral, la corrupción económica, la política, el compromiso y las contradicciones del vivir.

 

Salpicaduras está compuesto de cerca de trescientos versos que «salpican» de tres maneras: bien tachando imposturas, bien formando el mosaico de nuestra poquedad, bien iluminando con fulgor zonas no muy bien conocidas. Por eso, contiene tres partes que se titulan: Tachaduras, Teselas y Llamaradas.

 

Fijémonos, por ejemplo, en esta salpicadura: «Nada está en blanco salvo la belleza». Adivinamos que no entendemos bien categorialmente lo que se expresa ahí, pero sentimos qué se nos está comunicando. En eso consiste la poesía. No en un decir convencional o usual (práctico o pragmático o técnico o científico) sino en utilizar el lenguaje con otra finalidad: como escalera que nos desvía, aunque sea momentáneamente, del prosaísmo de lo fáctico y que se abre a otros sentidos, solo posibles, que no sabemos exactamente cuáles son, pero que los deseamos o presentimos... de tal modo que, al desearlos y presentirlos, es como si tuvieran la virtud no de alejarnos irrealistamente (idealizadoramente) de las cosas cotidianas sino que son la misma raíz que nos hace comprender mejor el mismo suelo que estamos pisando, con su prosaísmo, porque lo ilumina de alguna nueva manera. Fernando Menéndez, en uno de esos aforismos en que reflexiona sobre su propio trabajo, lo dice así: «Un aforismo puede perforar un silencio». Porque la poesía no es enemiga de la prosa, sino su esforzada camarada que quiere a toda costa arrojar algo de luz, de otra manera. Y se pone a buscar con las palabras entre los sentidos posibles. Fernando es un maestro en construir escaleras perforadoras, con diminutas palabras, que nos llevan a sentidos desconocidos, pero que enseguida pasamos a reconocerlos como nuestros, como conformando el mosaico vital en el que vivimos.

 

Si leemos «Mires a donde mires, rumores y brumas», la sentencia nos resulta clara para esos momentos de cálido escepticismo o de patente decepción. Pero si consideramos también «El hombre, un sopor de la naturaleza», las sensaciones se profundizan. Y siguen por este camino al leer: «Detrás de toda verdad se encuentra la verdad de la contingencia». Hay aquí una deriva nihilista. Pero si «Mires a donde mires, rumores y brumas» se conjuga con «La existencia como un andamiaje  de malentendidos» y con «El hombre con su vida de identidades huidizas», entonces se abre un leve ángulo con otro sentido, como si ahora se tratara, además, de una invitación a la firmeza (contra las "identidades huidizas") o a la sencillez (contra el "andamiaje de malentendidos"). Los sentidos se expanden, porque como en vasos comunicantes su fuerza individual no funciona en clausura.

 

Cuando su poesía va a lo que ya está demasiado claro, a esa pesantez que oprime, Fernando procede a abatirlo hasta el extremo, y lo aplasta despiadadamente. ¿Cómo lo hace? Toma un concepto, por ejemplo el de «política», y, en el mismo sentido popular de quien dice «la política da asco», pasa a desentrañar las fibras de ese asco. Al cabo de unas pocas andanadas, el concepto queda redefinido: abatido a sus condiciones reales y a sus verdaderas prácticas. Así vemos: «El oficio cotidiano del político no es la verdad sino la reverencia» y «En toda política se oculta otra política», las cuales enlazan, unidas en lo que tienen de falsario, con que «Las mentiras políticas exigen tecnocracia y burocracia», y con «El estado no teme al pueblo sino a los políticos» para llegar, en definitiva, a: «Cuídate del canalla refinado y político», donde el adjetivo «político» se ha consagrado ya con un significado abyecto, el mismo que tenía en la voz popular, pero ahora redefinido con ese su verdadero nuevo significado.

 

Pero dejémoslo ya, no sea que tengamos que darle la razón a Fernando cuando escribe que «Todos cargamos con una pesadumbre utópica».

 

SSC

 

 

Aparecido en:

La Nueva España, Suplemento Cultura nº 1028, pág. 3,  Oviedo, jueves,  28 de noviembre de 2013. [Artículo sobre Salpicaduras, de Fernando Menéndez. «Prólogo» de Silverio Sánchez Corredera, Ediciones Trea, Gijón, noviembre 2013, 46 páginas] 

 

 

Etiquetas: Fernando Menéndez. Aforismo. Poesía.