Cuando la economía política miente
En «El capitalismo no existe», Juan Ponte analiza las prácticas discursivas engañosas del liberalismo y del neoliberalismo
El capitalismo no existe. Necroteología del mercado
Juan Ponte
Ediciones Trea, 330 páginas
¿Es el neoliberalismo una versión actualizada del liberalismo clásico? ¿Los conceptos de capitalismo y de mercado «libre» son compatibles? ¿Es el capitalismo el mejor modelo para el mejor mercado? No, un no rotundo es la respuesta a estas cuestiones, según los análisis de Juan González Ponte.
Bajo el título provocador de «el capitalismo no existe», la reflexión del joven filósofo se confronta con las interpretaciones establecidas del significado de «capitalismo». La verdadera estructura económica mundial en marcha no se corresponde con lo que la gran mayoría de las ideologías le atribuyen y, muy fundamentalmente, con el hecho de que estemos ante un mercado «libre».
A través de 330 páginas, en seis densos capítulos, busca apuntalar la verdad de su tesis, sí, pero además rastrea hasta reconocer la procedencia de las tramas implicadas. Para ello recurre a un cuádruple anclaje: las principales teorías de la economía política, determinados paradigmas de filosofía teológica, la historia de los tres últimos siglos y la confrontación entre diferentes enfoques de filosofía política, esto, como no podía ser menos, necesariamente atravesado por la lucha ideológica. El número de referencias en las que se apoya a un ritmo sin descanso es siempre intenso, y avanzamos en la argumentación de la mano de cientos de autores de muy variada procedencia, una buena parte vivos —decenas de nombres actualísimos—. No podían faltar los clásicos, Adam Smith, Ludwig von Mises, Friedrich Hayek, ni tampoco Karl Marx o Antonio Gramsci. Determinadas tesis de Platón, Hobbes, Spinoza, Leibniz o Bentham se retoman argumentalmente y algunas de las filosofías anticapitalistas de nuestro presente resuenan con asiduidad, como Althusser, Deleuze, Foucault o Rancière, junto a algunos autores españoles, como Gustavo Bueno, con sus agudos análisis en tantos temas; no en vano, Ponte se ha formado en el contexto de la escuela del materialismo filosófico en Oviedo.
¿En qué sentido «el capitalismo no existe»? Las prácticas capitalistas no se identifican con el libre mercado, su propósito es el monopolio o los oligopolios. Los intereses capitalistas no buscan neutralizar la intervención de los estados, al contrario, persiguen controlar a los estados y ponerlos a su servicio. Y viceversa, los gobiernos acostumbran estar alineados con los intereses del capital corporativo mundial. Porque, además, el mercado no es viable si no es a través del armazón institucional que promueven los estados, esgrime Ponte y apunta que Hayek mismo lo establece: «la mano invisible de la competencia necesita de la mano visible de la ley». La ideología que rezuma del capitalismo no es, paradójicamente, compatible con el liberalismo clásico del siglo XVIII. ¿Cómo es esto? Smith busca preservar un espacio libre del intervencionismo del estado —en el contexto de las economías del siglo dieciocho, dependientes de las monarquías absolutas europeas— y lo hace bajo el ideal de armonía social, que incluye entre sus principios morales tanto la fraternidad como una mayor igualdad social.
Mientras tanto, los análisis retrospectivos históricos y de la plena actualidad indican que el capitalismo se desarrolla merced a la esclavitud masiva, la explotación intensiva de la mano de obra y del resto de formas de sometimiento de los cuerpos y de las almas, que toman el nombre de racismo, sexismo, capacitismo... donde se inscriben las estrategias de poder de la biopolítica que, entre otros, estudió Foucault.
La ideología que subyace, y se oculta, tras el llamado «capitalismo» se conjuga mejor con el neoliberalismo (con el pensamiento de von Mises, Hayek y seguidores). El trasfondo moral justificativo se remite, de nuevo, a la idea de «libertad», sin embargo esa libertad no es lo que aparenta ser. Y de manera absolutamente clara, la idea de igualdad ya no solo pierde peso sino que se repele como un mal económico fundamental. De modo que el difícil contrapeso teórico entre la libertad y la igualdad, se plantea ahora directamente como una disyunción exclusiva y, así, la libertad exigiría negar la igualdad. En palabras de Hayek: «La pasión de la igualdad hace vana la esperanza de libertad».
La clave para interpretar adecuadamente las distintas ideologías está en la idea de igualdad, en los niveles de igualdad que resultan deseables. Sobre esa idea de fondo —y no tanto sobre la idea de libertad, que el neoliberalismo retoma como bandera absoluta—, se constata que el capitalismo no hubiera sido posible —ni lo es en la actualidad— sin el extractivismo, sin la explotación de recursos irrefrenable, incluidas las vidas humanas y sin la protección de los imperialismos en curso.
El argumento fuerte del neoliberalismo viene a ser que «el capitalismo es inevitable» (von Mises) y que ondea la mejor de las banderas, la libertad, pues un ciudadano libre es «el verdadero soberano, un ciudadano consumidor que emite su voto al comprar». Tenemos estos valores o el caos. Pero Juan Ponte no cree inevitable la injusta desigualdad sin control —la injusticia es graduable— ni tampoco envidiable la sola libertad del consumidor. Desde el «republicanismo» social, las dinámicas alternativas pueden hacer frente al modelo vigente, para prevenir guerras, reducir miserias, legislar eficientemente las desigualdades... Y, en suma, los gobiernos, sin una energía procedente de los movimientos sociales emancipadores, tenderán a ser controlados —todavía más— por el capitalismo.
Silverio Sánchez Corredera