GUSTAVO BUENO EN LA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA

 

Aproximación a la teoría de quien acaba de irse y su confrontación con otros grandes

 

 

Publicado en:

La Nueva España, Cultura nº 1146, jueves 6 de octubre de 2016, págs. 6 y 7.

 

http://www.lne.es/suscriptor/cultura/2016/10/06/gustavo-bueno-historia-filosofia/1993621.html

 

 

Hace ya décadas que mis alumnos de educación secundaria han venido rindiendo cuentas, en Ética y Filosofía, de las doctrinas de Gustavo Bueno (1924-2016). Yo organizaba la mayor parte de los contenidos en torno a sus teorías, por eso era el filósofo que más impronta tenía en el temario. Pocos exámenes había en que no apareciera… Solían sorprenderse cuando les decía que vivía cerca, en Oviedo, y que podríamos incluso ir a conocerle en persona. ¡Eso ya no sería posible ahora!

 

No me engaño, mi objetivo de convertirlos en incipientes filósofos —y no en ramplones divagadores: ingenuos, pánfilos, subjetivistas, diletantes— prendía visiblemente en algunos pero no en la mayoría, envueltos en su reduccionismo académico, pues una vez la asignatura aprobada: misión cumplida. Pero como desconozco cuáles son los concretos procesos de maduración de esos futuros ciudadanos, me consuelo pensando que en general sí constataron, eso sí, que no todos los conceptos valen por igual, y que eso les habrá vacunado críticamente de algún modo…

 

Iba yo pensando de esta guisa, cuando una de mis exalumnas me aborda en la calle, os aseguro que esto a veces sucede, queriendo saber si Gustavo Bueno entraría alguna vez en los exámenes de la PAU, como sucede con Platón o Kant. Le pregunté que si quería una respuesta corta o larga y ella me respondió que esta vez no le importaba que fuera un poco larga, parecía intrigarle de verdad aquel asunto —en realidad esperaba a una amiga.

 

—Recuerda que los filósofos se dedican —le dije— a reconstruir lo mejor que pueden Ideas. Toman los conceptos del lenguaje común o de las categorías científicas de su tiempo y con ellos perfilan Ideas que puedan servirnos para trazar mapas, lo más amplios y fiables posibles, donde movernos con más soltura. Así que, la importancia para que un filósofo pase a formar parte de los manuales de Historia de la filosofía vendrá dada, para empezar, por el conjunto de Ideas que haya conseguido moldear consistentemente.

 

—Ya, pero si todos los que hay se dedican a eso, no todos entrarán en los libros que tenemos que estudiar —protestó enseguida.

 

—De acuerdo, siempre y cuando hayan contribuido con similar contundencia. Las ideas de Materia, Dios, Ciencia y Cultura, por citarte cuatro que ahora mismo se me ocurren, muy pocos en el siglo XX las han reconstruido al nivel que alcanzó Gustavo Bueno. Y si seguimos elevando el nivel de exigencia y buscamos quién ha sido capaz de disponer un sistema general que mantenga trabadas unas ideas con otras, a lo mejor nos tenemos que quedar tan solo con tres o cuatro.

 

—He estado mirando en Internet, y aunque tiene muchos seguidores en muchos países de habla hispana, está poco traducido a otros idiomas… Así que, profe, ¡ya me dirás dónde está esa importancia!

 

—Tienes razón, si no llegara a traspasar las fronteras de su propia lengua, no sería tan importante como anuncio, pero tienes que tener en cuenta que los ritmos de transformación profunda de las ideas no funcionan medidos en años sino en décadas y siglos. De momento, nos toca a los castellanoparlantes gestionar bien esta herencia. Lo tiene un poco difícil, primero porque ha tenido enemigos interiores que probablemente harán lo posible por esquivarle y, segundo, porque la cultura hispanohablante, muy importante en extensión, está atravesada de circunstancias políticas e históricas especialmente problemáticas… ¡No tienes más que mirar lo estratégicamente unidos que estamos los españoles, para empezar! Y la estabilidad de este tipo de plataformas puede influir mucho en su proyección internacional, en su ritmo…

 

—Me estoy perdiendo un poco, y no veo a Gustavo Bueno en la PAU que podrían tener que hacer quizá mis hermanos pequeños, dentro de unos cuantos años…

 

—Ya, en el tema del ritmo de los tiempos no sé muy bien cómo será, pero no puedo dejar de defender la rica mina de ideas que es su filosofía. Mira, por ejemplo, la idea de Materia. No es simplemente que el Espíritu quede reconstruido en su sistema en términos de materia, es que va más allá del materialismo basado en las sensaciones y más allá del positivismo científico que cree llegar al fondo de la cuestión con su “estamos hechos de células y todo es química”. Su idea de materia se mide con Marx, Hegel, Kant, Hume, Spinoza, Descartes, Santo Tomás, Averroes, Plotino, Aristóteles, Platón y Demócrito…, que son los que pueden marcar la pauta. Ahora tendríamos que ver si es Husserl o  Russel o Wittgenstein u Ortega o Merleau-Ponty o Popper o Foucault o Deleuze o Habermas o Bunge o Ferrater Mora o Rorty o Badiou… o Gustavo Bueno, quien tiene capacidad —y en qué medida cada uno de ellos—, de seguir desarrollando con utilidad en el espacio gnoseológico las ideas y sistemas que nos han venido ayudando hasta la fecha.

 

—Menuda romería. Creo que me voy ya.

 

—Tienes razón, se me ha ido la mano. Es el desfase entre la filosofía mundana y la académica. Pero podemos entendernos sin demasiados academicismos. Lo último, para que puedas ir rumiándolo por tu cuenta: todos podemos preguntarnos “¿Qué es la realidad?”, menuda preguntita —¿y a quién le importa, en realidad?, pensaba seguramente mi alumna—. Pues bien, Gustavo Bueno traduce la idea de Realidad por la idea de Materia, y trata de mostrar que con este paso ya se clarifican algunas cosas muy importantes. Y para avanzar en las cuestiones que inmediatamente salen al paso, distingue entre la materia ontológico general (M) y la materia ontológico especial (Mi). La materia general no la conocemos más que negativamente y sirve para descartar que sea espíritu, pues el espíritu, independiente de la materia, debería ser demostrado, y no se ve cómo; y sirve también para afirmar que no tenemos un conocimiento absoluto de la materia, sino solo relativo. Y precisamente es este conocimiento relativo en lo que consiste la materia ontológico especial (Mi), que se nos presenta como cuerpos físicos —M1 o materia-1: estrellas, músculos, células, átomos…—, o como estados psíquicos materiales —M2 o materia-2: dolor, envidia, entusiasmo, sentimiento de venganza, datos memorizados…— o como estructuras reales ni físicas ni meramente psíquicas, objetividades abstractas y existentes materialmente —M3 o materia-3: las distancias, la figuras geométricas como ideas objetivas esenciales (idea de triángulo, etc.), los números, las “leyes” que objetivamente regulan nuestras conductas etológicas o sociales, la “igualdad” de dos círculos dados iguales, aunque pueda percibirlos en M2 como desiguales a causa de alguna ley perceptiva…

 

—¡Uhm!... Me cuesta reconocer que lo abstracto exista como una cosa físicamente concreta.

 

—Bueno, ¡ya!, te entiendo… Estos géneros de materialidad puedo separarlos mentalmente, pero de hecho siempre funcionan entrelazados. La realidad de un color se nos da por la intervención de M1 (esta onda concreta de radiación luminosa) y de M2 (la vivencia que mi cuerpo vivo, mi espíritu, hace de esa onda, traduciéndola en el verde de tu vestido); pero si te digo que a tu espalda se te acerca la amiga que estás esperando, M2 es tu amiga que viene emocionada, con sus sesenta kilos de M1, y M3 es la concreta relación geométrica entre tú y ella. Así que, como ya se me hace tarde, otro día me contarás qué le has sacado a todo esto, cuando nuestras realidades M1 vuelvan a encontrarse. A no ser que… ¿Crees en los “espíritus”? —vi que ponía cara de escéptica— ¡Bien! Yo tampoco. Hasta pronto, si el hado nos es propicio.

 

Y se giró hacia su amiga, ¿Qué tal M2? —fue el saludo.

 

Silverio Sánchez Corredera