HANNAH ARENDT

 

(Hannover, 14 de octubre de 1906- Nueva York, 4 de diciembre de 1975)

 

Este inmediato sábado, 14 de octubre, se celebra

el centenario del nacimiento de Hannah Arendt.

           

 

I. La joven judía Hannah Arendt

 

Podemos imaginarnos una joven alemana, judía, que estudia filosofía, teología y filología clásica en algunas de las más prestigiosas universidades alemanas en los años veinte del pasado siglo y que se forma bajo la tutela de los grandes popes de la filosofía alemana, Husserl, Heidegger y Karl Jaspers. Se doctora a los veinticuatro años y cuando a los veintisiete anda dando sus primeros pasos hacia una tranquila vida intelectual es detenida por los nazis en 1933 y consigue huir a París. Esta convulsión en el curso «natural» de su existencia va a suponer el comienzo de una nueva vida: sin este punto de inflexión, paradójicamente, la Hannah Arendt que hoy conocemos no existiría: su vida se definirá a partir de estos acontecimientos, no sólo por su condición de «paria» -el apelativo que ella prefiere, en lugar de exiliada- sino porque dedicará el resto de su vida a comprender esta tragedia del siglo XX que le tocó de lleno. Morirá bastante joven a los 69 años, después de haber dejado una obra original y polémica, no menos que su misma biografía, llena de matices, entre la coherencia de su acción intelectual y la paradoja, paradoja sólo aparente -vista desde el futuro- de sus amores jóvenes con su maestro Heidegger, con quien después de su fase pro-nazi seguirá manteniendo correspondencia y una tensa amistad.

 

           

II. Hannah Arendt, la escritora germano-norteamericana

 

Después de los años de resistencia en Francia, pasa a residir en EEUU en 1941; allí vivirá hasta su muerte. Tanto en Europa como en América no cejará en su activismo político. Dedicada a la defensa de la causa judía, a la denuncia del genocidio y al estudio del antisemitismo de su época, puede decirse que la vida de Hannah Arendt, profesora de filosofía política en las Universidades de Princeton, Chicago y Nueva York, la dedicó íntegramente a comprender y explicar aquel acontecimiento que cambió el rumbo de Europa y que afectó al mundo en su conjunto: el nazismo y el holocausto. ¿Cómo pasó aquello, cómo fue posible que pasara?

 

De este modo, toda su obra se concentra en torno a una temática: ¿qué es el totalitarismo? y ¿cuáles son sus causas? La respuesta a este tema central no la da sólo en Los orígenes del totalitarismo, su obra maestra de 1951, sino que se contagia al resto de su producción, porque en La condición humana (1958) tratará de buscar la respuesta del totalitarismo a través de un estudio histórico y antropológico, conectando el fenómeno de la génesis cultural con sus causas profundas; y después en Sobre la revolución (1965) volverá, de algún modo, a la misma «obsesión», tratando ahora de entender las diferencias entre la revolución americana –de parte de la cual se alinea- y las revoluciones francesa y comunistas, como causas directas del modelo americano y europeo; su pro-americanismo no empecerá que en Crisis de la República (1972) arremeta contra los males de su patria adoptiva, en la que se encuentran también fuertes amenazas totalitarias, tras las guerras de Vietnam y Corea, tras el macartismo y el Watergate; en su obra póstuma e inacabada La vida del espíritu (1978) retoma sin cesar el tema, en otra de sus aristas.

 

III. Los recovecos del totalitarismo

 

Quien se ha convertido, probablemente, en la máxima especialista en el fenómeno del totalitarismo se niega a conceder que se trate de un mero paréntesis anómalo, de una excepción muy particular o de una patología inusual, es más bien una de las formas habituales de política.

 

El totalitarismo nos lleva de inmediato a pensar en la Alemania nazi y en personajes como Adolf Eichmann, juzgado en Jerusalén (Eichmann in Jerusalem, 1965). Este dirigente nacionalsocialista no es, para Arendt, un ser demoníaco o monstruoso sino del montón, de la masa y su característica no es la brutalidad ni el atraso, sino su aislamiento y su falta de relaciones sociales. Este nazi que obedecía afanosamente las órdenes de Hitler no tenía capacidad de pensar ni voluntad independiente, aunque en el proceso fuera capaz de recitar máximas morales, porque había renunciado a ser persona y a su carácter ético; de aquí que, en opinión de Arendt, de lo que se trata es de aprender cómo el juicio que sigue al pensamiento puede servir de guía en el mundo.

 

Después del nazismo, Alemania cayó en una profunda desorientación moral surgida de la confusión entre la verdad y la realidad. El programa de desnazificación se vuelve casi imposible; casi todos habían tenido carnet del partido, unos convencidos, otros transigiendo, otros amenazados y otros como infiltrados antinazis. Los que se adhirieron al nazismo a la fuerza pasaron del reconocimiento de la presión inicial a buscar una exigible convicción interior, y de esta consecuencia acabaron sacando la conclusión de que había sido su misma conciencia la que les había engañado. Eran más bien marionetas en un drama, del que en definitiva no acaban de hacerse responsables individualmente en ningún grado, según nos relata Arendt en Tiempos presentes (Gedisa, 2002).

 

El nazismo supuso una corriente ideológica sin ningún apoyo en la tradición, éste es su distintivo peculiar; sin embargo el nazismo no es la única forma de totalitarismo, porque el comunismo ruso también es otro modo totalitario. Por supuesto, la izquierda marxista no le perdonará que no establezca diferencias. Del mismo modo que en las décadas de mediados del siglo XX, la gente que en Europa se la denomina «reaccionaria» es la que tiene simpatía por Norteamérica, mientras que una pose antiamericana es la mejor manera de hacerse el liberal, criticar al comunismo real de totalitario suponía hacerle el juego a la derecha; sin embargo, Arendt no querrá quedar prisionera en estos maniqueísmos, porque, el totalitarismo consiste, en definitiva, en que todo se presenta como político: desde lo jurídico y económico hasta lo pedagógico y científico, en el sentido de que todas las cosas se tornan exclusivamente públicas, a costa de destruir la vida privada y de abocar a un individualismo gregario.

 

IV. Finalidad del pensamiento de Hannah Arendt

 

Tras del estudio de las raíces del totalitarismo –del que aquí sólo despuntan unos someros apuntes- y tras de todos los demás temas relacionados con el signo de la política actual, la segregación y el racismo, la violencia, la guerra, la desobediencia civil… Arendt está trazando unas líneas de teoría política, que pretenden proyectarse como una vía alternativa a los males de nuestro tiempo, todavía sin recorrer.  Entre la izquierda y la derecha clásicas ve la filósofa germano-americana una vía que ha de trazarse, no tanto buscando el centro cuanto un descentramiento de la cuestión. «Los problemas centrales del mundo son hoy cómo  organizar políticamente las sociedades de masas y cómo integrar políticamente el poder técnico» («Europa y América. Sueño y pesadilla», Tiempos presentes, pág. 89). El poder político sigue interpretándose como un «juicio de Dios» en el que quien mejor maneje la violencia tiene la razón.; sin embargo, estas doctrinas, comprensibles en parte para el siglo XIX de Marx, han quedado, parece, refutadas; pero no porque hayan pasado de moda sus usos, sino porque el modo cómo se ha gestado históricamente el quehacer político ha conducido a un siglo XX más conformado por sus guerras que por el parlamentarismo o la democracia. De ahí que este esquema haya de ser superado. ¿Cómo? Aquí entra la utopía proyectada por Arendt.

 

Los valores fundamentales han de ser la libertad, la igualdad concebida desde la libertad y la acción. Este es el concepto novedoso que Arendt nos presenta, a través del cual diseña su modelo liberador: la acción. La condición humana alberga tres estratos: la labor, el trabajo y la acción. El animal laborans se mueveen función de sus mismas necesidades de escala animal; en la Antigüedad eran los esclavos quienes se ocupaban de esta obligada e ingrata tarea. El homo faber, propiamente el trabajador que no se limita a las tareas de supervivencia biológica, se halla implicado en el desarrollo de un mundo técnico, que se vuelve el paradigma de la edad moderna. Estas dos dimensiones han dejado continuamente depreciada la dimensión que es la que propiamente define al ser humano: la acción. En una sociedad que está dejando de ser cada vez más una sociedad de clases para hacerse una sociedad de masas no procede cambiar simplemente unos medios por otros, atrapados en el esquema medios-fines, en el que se tiende a justificar siempre los medios una vez puestos los fines. Se trata de que sea la «acción asociativa» la principal impulsora de la vida política; por encima de la parcialidad de los partidos políticos, más allá de las cegueras o engaños de los movimientos de masas organizados sólo como mera opinión pública, la política se revitalizará y encontrará el esquema de la igualdad, además de en el escrupulosos respeto de los derechos jurídicos, en la participación asociativa. La acción organizada social, que arrancando de puntos espontáneos y de intereses concretos, se configura como institución político-moral, en el seno de la sociedad, es la fórmula para la despolitización de la sociedad de masas. 

 

Pero este sujeto que se asocia ha de permanecer independiente y libre. La pauta del propio yo es la pauta moral definitiva, y no las normas o leyes objetivas cayendo verticales sobre el sujeto, porque la moral es, desde Sócrates, un asunto de conciencia y ésta una cuestión particular. Y porque se rehuya absolutamente la acción gregaria no se consiente, por ello, el individualismo, muy al contrario, la acción ha de ser siempre asociativa. Por otra parte, de nada sirve para el propósito de intervenir en política, finalmente, un sujeto que se vuelve incapaz de generar sus propios juicios. No hay tantas buenas y malas causas morales como buenas o malas maneras de asociarse y de hacer política. Las asociaciones ideologizadas, en el sentido clásico de los partidos políticos, acaban siendo malas maneras; las asociaciones donde las personas tienen pensamiento independiente y mantienen su libertad son las maneras a perseguir. Estos modos asociativos han formado parte de la vida política americana, en contraposición al modo de hacer política de los europeos, el lugar donde sí han sido posibles los totalitarismos. Y no es que EEUU sea inmune, porque también en él se dan algunos de sus síntomas, sino que su modelo de revolución, el valor de la libertad tan afianzada en su Constitución y el haber propiciado una vida asociativa bastante rica ha hecho que se haya situado políticamente al frente del mundo. Lo que no quiere decir que Arendt sea ciega a todas las corrupciones del sistema americano, y de ahí su Crisis de la República.

 

V. ¿Qué nos queda hoy de Hannah Arendt? Crítica a sus ideas

 

La respuesta ha de depender del posicionamiento político de cada cual. Mucho quedará para un espíritu eminentemente liberal y progresista, menos, para quien no admita como pertinente algunos de los protagonistas que entran en liza en su filosofía política: un subjetivismo desmesurado, hijo de su postura religiosa; la demonización de los partidos políticos como si las «asociaciones» de personas «activas» pudieran dejar de ser «partidos» y pudieran dejar de ser «políticos». Podría decirse que el esquema teórico que está en su fundamento, que diferencia entre lo perverso de la mecánica política (medios-fines) y lo prístino de la política moral (acción asociativa), no se sostiene no porque no se den esos fenómenos distintos sino porque no es viable hacer esa separación distante como si de dos cosas separables se tratara; ambas van unidas y ciertamente la mecánica medios-fines es tan humana como cualquier otro modo de resolver los problemas de la vida política que acucian al hombre libre y con afán de igualdad.

            Nos quedan los análisis de una cronista de su tiempo genial. Nos quedan análisis aplicados muy finos, difíciles de mejorar, en los temas que dominó. Nos quedan muchas doctrinas de su teoría política fecundas. Es verdad que sus ideas provocan, a menudo, fascinación e irritación a un mismo tiempo. Quien quiera conocer a la persona que hay tras este personaje histórico dispone ahora de una reciente reedición de una muy buena biografía, la de Elisabeth Young-Bruehl: Hannah Arendt. Una biografía (Paidós, 2006).

 

 

SSC

12 de octubre de 2006

 

 

Publicado en: «Hannah Arendt, anatomía del totalitarismo», La Nueva España, Suplemento Cultura nº 736, pág. I y II, Oviedo, jueves, 12 de octubre de 2006.

 

Publicado después en Eikasía, nº 9, marzo de 2006:

http://www.revistadefilosofia.com/921.pdf