Pueblos y naciones

 

Las opciones para decidir sobre la unidad de España[

 

Silverio Sánchez Corredera

Doctor en Filosofía

 

 

 

Los valores políticos, los éticos y los morales están llamados a entenderse, en cuanto pueden. Los tres planos se construyen habitualmente entretejidos, y dada su trascendencia no es solo cuestión de reconocer entramados teóricos sino de prevenirse contra la práctica de la confusión, que puede traer la ruina.

 

Nación, Estado-nación, es un concepto político, y define la relación entre una sociedad civil y los poderes legítimos constituidos. Cuando, además, se trata de una democracia, el poder institucional dimana del pueblo ciudadano, que políticamente es una nación soberana. El mapamundi está conformado por unos doscientos estados, cada uno con su color correspondiente y con su constitución. En principio, estos colores no están llamados a mezclarse.

 

Pueblo es un concepto moral, que no ha de confundirse, por muy correlativo que sea, con el concepto ético de Humanidad. Los pueblos están coloreados también, cada uno, con colores propios, pero, en un mundo de perennes interrelaciones, su lógica interna construye continuas mixturas y absorciones, porque las gentes emigran, se instalan y tienen hijos y mezclan sus costumbres a ritmos a veces lentos a veces rápidos. Una persona de Sierra Morena de sangre germana que emigra a Sabadell puede desarrollar sentimientos de identidad diversos y puede declararse guarromanense, jiennense, andaluz, ibero, germano, sabadellense, catalán, español, hispano, europeo, cristiano..., a la vez o en parte. Además, puede ideológicamente ser nacionalista o soberanista, federalista o centralista... Eso le sitúa en determinados escenarios morales, algunos necesariamente conectados con la política.

 

El término Nación es en algún sentido equívoco, porque se usa como Estado-nación y también como nación étnica o "pueblo". En el primer caso tenemos un concepto político moderno y en el segundo se trata de un sujeto moral, que, claro está, se halla involucrado en actividades políticas.

 

Los estados también se absorben o se confederan o se fraccionan, como mutatis mutandis sucede con los pueblos, pero sería burdo confundir la lógica política con la lógica moral; si bien, es habitual su enmarañamiento. Un pueblo, cuando ya se ha superado la pura sociedad natural, es siempre algo multicolor, por el ritmo del cruce de las etnias o del barajado de las costumbres y creencias. Ahora bien, uno de sus colores puede sobresalir en un contexto dado, sobre todo si es un contexto de conflicto de intereses. Entonces, la realidad moral de pertenencia a un pueblo ("yo soy español" o "yo soy catalán"), al coaligarse con fines políticos (integradores o secesionistas) puede adquirir un peso propio. Y la categoría moral "pueblo" sabe mudarse funcionalmente en categoría política, por cuanto es a través de aquella como se quiere obtener un cambio político en la estructura del Estado. No es muy extraño, después de todo, puesto que históricamente los estados-nación proceden de otros modos de estado que se han construido sobre la base de un pueblo hegemónico determinado o de un conjunto de pueblos unidos al estructurarse en torno a una administración de poder.

 

Se nos representa entonces el problema de la legitimidad. La legitimidad la entenderemos en términos de ejercicio de libertades y de igualdades en el contexto de normas comunes. Si se coarta la libertad o se niega la igualdad o se incumplen las normas, entonces la legitimidad se corrompe. Pero es preciso saber si se trata de libertades, de igualdades y de normas morales o políticas. Porque aunque se influyen con fuerza entre sí, caer en el trampantojo conceptual acaba potenciando la confusión de partida.

 

Pongamos que sean estas las opciones a tomar para decidir si la máxima legitimidad se halla en los pueblos o en las naciones: A) La unidad de España es un principio político superior que no debe exponerse nunca a discusión y referéndum, por ser indivisible e indisoluble. B) La unidad de España se define por la unidad de sus pueblos (o nacionalidades), por tanto, si uno de esos pueblos pide la secesión debería resolverse mediante referéndum vinculante: la ruptura del todo la define una parte. C) La unidad de España es un  principio político superior que solo puede ser históricamente reinterpretada por la nación soberana (equivalente al pueblo español), en referéndum. D) La unidad de España depende de la nación soberana pero también se define por la unidad de sus  pueblos, de manera que si una de las regiones propugna la secesión, el conjunto de la nación española (mediante sus instituciones políticas) tiene la potestad de consultar a la parte potencialmente secesionista y, si procediera, decidir mediante referéndum del conjunto del Estado si se modifica o no la constitución.

 

La opción A (Unidad esencial) contempla solo un escenario político y se sustrae a todo debate moral: está basada en la indivisibilidad e indisolubilidad de la unidad política; de este modo, protege al máximo la unidad teórica, pero, al comprimir las libertades morales, puede conducir a un Estado cada vez peor vertebrado. La opción B (Unidad en libertad) aspira a igualar los ideales morales con los derechos políticos: la unidad política no tiene sentido sin la total libertad de los pueblos; con ello sacrifica la igualdad política legal establecida, y arrastra de este modo una consustancial contradicción, porque sucederá que un posible Estado naciente nunca reconocerá políticamente el derecho de ser dividido por una de sus partes. (No entramos en el supuesto de la confederación, porque no es el caso de partida). En la opción C (Unidad soberana) cualquier problema secesionista se soluciona solo desde el conjunto de la nación soberana. La opción D (Unidad soberana en libertad) se parece mucho a la anterior pero establece dos momentos de decisión, uno de carácter consultivo regional (de fuertes componentes morales) y otro decisivo y global (de estructura eminentemente política), de modo que se abre mayor interactividad social (posibilitando más libertad): respeta en cuanto puede la libertad y la igualdad, tanto morales como políticas; supone negarle a la parte secesionista todas las libertades que reclama, pero se hará en nombre de las libertades de todos y de la igualdad de la norma de partida.

 

España tiene, junto al paro, su otro grave problema endémico: la vertebración. ¿Intentar la opción, plausible por posible y realista, que hemos llamado "Unidad soberana en libertad" no ayudaría, si no a solucionar el problema de la vertebración de España, sí, al menos, a despejarlo de falsos problemas? Ha de llegar la hora de no tener miedo al miedo. Ha de llegar la hora en la que un pueblo pueda saberse soberanamente maduro y se atreva legítimamente a decidir sobre su unión o desunión.

 



[i] Publicado en La Nueva España, Tribuna; martes, 19 de enero de 2016, pág. 34.

 

http://www.lne.es/opinion/2016/01/19/pueblos-naciones/1870361.html

 

 

 

 

 

 

 

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