La penúltima verdad

 

Josep Maria Esquirol vuelve con La penúltima bondad, un ensayo que es poesía y mística.

 

La penúltima bondad. Ensayo sobre la vida humana.

Josep Maria Esquirol

Editorial Acantilado, Barcelona, 2018, 185 páginas.

 

La penúltima bondad es un ensayo que aspira a ser también una penúltima verdad. Si el contenido del libro se centra en desvelar la esencia de la vida humana, en su trasfondo late todo el tiempo la búsqueda del sentido de la vida, de un sentido final que la desborda. La temática es filosófica, pero la argumentación es poética y la inspiración última mística y religiosa.

Tras La resistencia íntima, Premio Nacional de Ensayo 2016, insiste Josep Maria Esquirol en un pensamiento dedicado a indagar los pliegues de la persona humana, que, de hecho, constituyen su entresijo ético, pero que, debido al extravío de la humanidad, no llegan a poder dirigir su quehacer político, aunque están llamados a hacerlo. Así pues, Esquirol se propone buscar, una vez más en la larga tradición del pensamiento cristiano, cómo transformar los valores políticos desde los éticos.

Dos tipos de lectores pueden adivinarse: los que queden encandilados con la idea envolvente, que es una idea de trascendencia, y quienes simplemente disfruten de muchos de sus análisis sobre la persona humana, por la fuerza poética que en muchos momentos destila. Esos destellos poéticos nos llegan cargados a menudo de rico contenido, con análisis que profundizan en vertientes éticas que siempre viene bien seguir puliendo: la importancia de la generosidad, de la fraternidad, de la bondad.

Aunque no se compartan los presupuestos en los que Esquirol se basa, se puede empezar, continuar y acabar su lectura, llevado, cuando no por la intriga de comprobar cómo evoluciona su argumentación poético-filosófica, sí, con alta probabilidad, arrastrado por muchos de sus sabrosos análisis y de su personal interpretación de los textos de otros autores. De esta manera, asistimos, por ejemplo, a una propuesta de corrección del texto nietzscheano Así habló Zaratustra, para volver más fértil la confrontación entre Francisco de Asís (El mendigo voluntario) y el pensamiento de Nietzsche. La humildad del franciscano, que es capaz de hablar con las fieras, haría que palideciera la presunta superioridad del superhombre que vive en las cumbres.

La búsqueda del sentido de la vida no se hace ya desde la añoranza del paraíso perdido o desde la ensoñación de un cielo que, cuando solo fuera eternidad, sería eterno tedio, sino presintiendo que, tras el misterio que envuelve la vida humana, al final pueda hallarse “algún tipo de ternura, de calidez, de abrazo”.

Alcanzado un punto de la argumentación inestable que atraviesa todo el ensayo, el autor se pregunta: “¿Es todo esto solo voluntarismo literario?”. Y responde: “No lo parece. No hay nada más vivo que el pensamiento y el amor. Nada más vivo. Nada más verdadero”. Sin duda, pero algún lector le responderá: sí, podría decirse que la fuerza que nos integra y que nos une a los demás (el amor) y ese lugar donde los sentidos, los deseos y las ideas pueden conjugarse (el pensamiento) define lo más esencial de lo que somos, no lo único, pero sí elementos constitutivos absolutamente necesarios; aun así, queda por explicar bien cómo desde esas características enraizadas en la persona humana se constituye el sujeto político y, en concreto, la sociedad política.

Esquirol avanza en parte apoyado en enfoques que toma de Deleuze, Sartre, Adorno, Heidegger, Nietzsche o Spinoza, textos en los que su timbre se muestra muy contemporáneo, y, todavía con mucha más sintonía, echa mano de tesis compartidas con Ricoeur, Lévinas, Henry, Simone Weil y Gregorio de Nisa, entre otros. Su apuesta parece, en el fondo, dirigirse a la revalorización de los más depurados valores cristianos, desde una estética franciscana, donde la humildad como apertura fraterna, frente al orgullo y la soberbia, se nos presenta en el centro de las virtudes. La apuesta de nuestro profesor de filosofía de la Universidad de Barcelona, aunque con toda evidencia se acoge a una milenaria tradición donde sí hay una última verdad, se presenta también como un enfoque novedoso, reconociendo que al ser humano le es consustancial vivir en la “penultimidad”, porque el paraíso perfecto o la verdad absoluta, modelos de una incorrecta interpretación bíblica según él, resultan ser inhumanos y no representan la religiosidad más genuina. Las puertas de nuestra vida ulterior no se entrevén en un misterio incógnito por desvelar sino en el mismo misterio que ya nos constituye. El pliegue intencional de la mismidad de nuestra conciencia que nos aleja del animal y el hecho de su necesaria apertura amorosa son un misterio, que no se resuelve mediante el conocimiento científico sino que solo adquiere claridad reconociendo en la humana naturaleza su contextura de desamparo y, por tanto, su esencial tendencia al amparo.

Ideas que convencen a quien ya esté convencido, porque todo ese edificio de valores, cuando se descubre que se sustentan en un elemento ineludible (la existencia de Dios), pueden derrumbarse de inmediato y de golpe con la mera duda de “¿y si Dios no existiera?”. Por eso, al lado de la filosofía atea contemporánea, que trabaja sin esa rémora religiosa, una filosofía creyente, pero consciente de este peligro de inconsistencia, late en ciertos existencialismos, personalismos, hermenéuticas y fenomenologías, a la búsqueda de una construcción que, necesitada de Dios, lo encuentre no solo más allá sino sobre todo disuelto, casi disimulado, en el tuétano de lo genuinamente más humano.

La filosofía no te resuelve problemas, lector, te los complica, para que seas tú quien  pongas orden racional en ello. En este sentido, La penúltima bondad contribuye a afinar los argumentos en los que nos debatimos en nuestras penúltimas verdades.

 

Silverio Sánchez Corredera

La Nueva España, Cultura, Suplemento de LNE, jueves 22 de noviembre de 2018