El lado orgiástico del alma

 

David Hernández de la Fuente desvela los múltiples misterios encontrados tras la unión del dios Dioniso y de su amante la humana Ariadna

 

 

 

El despertar del alma. Dioniso y Ariadna: mito y misterio

 

David Hernández de la Fuente

 

Editorial Ariel (Planeta), Barcelona, 2017, 453 páginas.

 

 

 

La ciencia histórica siempre ha querido desentrañar las fases de transformación de la especie humana desde los tiempos remotos. Hesíodo, en “Los trabajos y los días”, lo había dejado, sin embargo, suficientemente claro: primero hubo una raza de oro, sin penas ni conflictos ni dolor, entre banquetes y fiestas; pero apareció la soberbia de una nueva era de dioses, y con ella la falta de control de los propios impulsos, la “hybris” o desmesura, y el oro se convirtió en plata; con el tiempo, terribles y violentas guerras lo llenaron todo, y la plata se volvió bronce; ante tanta degeneración, surgieron esfuerzos para que el ciclo de los males se cerrara, y entramos en la era de los semidioses redentores y de los héroes de Troya. Pero apareció Pandora, la maldad disfrazada de belleza, quien prefirió el riesgo de una libertad sin ley a cumplir la función que tenía encomendada, y, al abrir la tinaja de donde salieron los males que asolan a la humanidad, se inició la edad en la que ahora vivimos, la del herrumbroso hierro, el metal menos noble. Oro, plata, bronce, héroes y, finalmente, la era del simple hierro, esta es la historia de lo humano.

 

Por culpa de aquella mujer irresponsable (la mitología griega tuvo entonces claro que era mejor echar la culpa a una mujer, al igual que en la Biblia), quienes habitamos en la edad del hierro no cesamos de soñar con la vuelta a la edad de oro. Pero esa tarea una y otra vez se vuelve imposible. Y en ello estamos. De ahí que algunos dioses mediadores, especialmente cercanos a los humanos, adquieran una especial relevancia en el culto. Dioniso es, según Homero, el dios que procura “goce a los mortales” y también “el dios que enloquece a las mujeres” (en el sentido de llevarlas al éxtasis). Con la aparición del cristianismo será asimilado, en algunas tradiciones, a Cristo, y dentro de la religión egipcia a Osiris, divinidad que trae dones buenos, la fertilidad y la agricultura.

 

Dioniso es pues un dios fundamental para la especie humana. Si hay vino, danza, teatro, misterio, unión social y posibilidad de salvación del alma individual será gracias a la mediación de este amable dios. Si no podemos recuperar la edad del oro, la de la eterna juventud, nos es dado afrontar la desdichada vida gracias a los dones dionisíacos. Porque Apolo, que también nos quiere bien, nos procura el orden necesario, y frena así muchos otros males, pero no palía con igual potencia nuestro sufrimiento. La infelicidad constitutiva en que estamos busca sublimarse mediante el lado orgiástico del alma. Solo unos pocos pueden ser salvados, por apoteosis convertidos en dioses, pero el resto tiene la fiesta, con la orgía como máxima expresión, donde los excesos son bendecidos por Dioniso. Si solo Ariadna, la mujer dormida, enamora a Dioniso, y este al despertarla la convierte en inmortal, al resto que no enamora al dios de la vid, le queda convertirse en sátiros y silenos, si son hombres, es decir, en mitad humanos y mitad animales, y si son mujeres, en ménades, dotadas de poderes adquiridos en los ritos orgiásticos.

 

Es esta una interpretación que me parece plausible, entre otras muchas, tras la lectura de “El despertar del alma”, por las resonancias que se desprenden de todo este simbolismo con los hechos reales.

 

Ariadna primero tuvo una vida desventurada, tras ayudar a Teseo frente al Minotauro en el laberinto, porque, abandonada en una isla, queda dormida, para ser “resucitada” por Dioniso, movido por su deseo hacia ella y, de ese modo, deificada en la apoteosis del amor. Pero los mitos nos enseñan que esta recompensa solo alcanza a muy pocos y que, en consecuencia, los ritos catárticos del dios del vino son la fórmula salvífica para el común de los mortales.

 

Nietzsche fue quien, tomándolo de Schelling, a finales del siglo XIX popularizó filosóficamente a Ariadna y a Dioniso, y quien dedicó una parte de su pensamiento a explicar la necesidad del par Apolo / Dioniso, y a reivindicar las virtudes dionisíacas.

 

David Hernández de la Fuente desarrolla un estudio muy exhaustivo sobre el significado de Dioniso y Ariadna mediante un repaso a través de toda la recepción histórica conocida y revisando el conjunto de interpretaciones simbólicas, entre las cuales cabe destacar el Dioniso de Platón y el de Nietzsche, al lado de su trascendencia en la literatura,  desde Eurípides (las Bacantes), o en las artes, la música, por ejemplo, con la “Ariadne auf Naxos” de Hofmannsthal y Strauss en el siglo XX, el equivalente musical de “El nacimiento de la tragedia” de Nietzsche.

 

El uso que Platón hace del dionisismo nos lleva a la necesidad de restauración divina del alma humana, en una empresa similar, en el fondo, a la de Nietzsche que propone la necesidad de apelar a la fuerza interior “salvaje” del ser humano. En este sentido, una de las lecciones que yo saco de este polifacético libro es que hay una constante desde las culturas más arcaicas a la actualidad postmoderna, y es que se hace preciso articular la “racionalidad” y la “estética” dionisíaca, lo “apolíneo eidético” y lo  “poético utópico”, porque no es posible que las contradicciones sociales y psicológicas se canalicen solo desde una de estas dos laderas.

Silverio Sánchez Corredera

 

«El lado orgiástico del alma». La Nueva España, Cultura, Suplemento de LNE, nº 1215, jueves 5 de abril de 2018, pág. 8.

 

[Artículo reseña sobre El despertar del alma. Dioniso y Ariadna: mito y misterio, de David Hernández de la Fuente, Editorial Ariel (Planeta), Barcelona, 2017, 453 páginas].

 

En LNE: http://www.lne.es/suscriptor/cultura/2018/04/05/lado-orgiastico-alma/2264122.html