RICHARD RORTY, FILÓSOFO

 

                                                           

 

0. En el óbito de Rorty, Norteamérica de luto

                                                                      

Las complicaciones derivadas de un cáncer de páncreas acabaron, poco antes de cumplir los 76 años, con la vida de Richard Rorty, uno de los más destacados filósofos norteamericanos de la actualidad. Nacido en Nueva York, un 4 de octubre de 1931, fue a morir en California el pasado 8 de junio.

 

1. Filosofía rortiana

 

Desde la óptica del pensamiento norteamericano, que es en esto la de Rorty,  la filosofía se divide en dos: analítica y no analítica. Nuestro neoyorquino parte de la filosofía analítica pero rechaza su vertiente más academicista (la circunscripción a textos) mientras enfatiza la necesidad de hablar del presente. Si la filosofía pretende tener futuro ha de ser capaz de promover una especie de diálogo de la humanidad consigo misma. Debe ser una conversación no dogmática, superados ya los falsos planteamientos de nuestra tradición metafísica, y ha de dirigirse a eliminar el «sufrimiento innecesario».

 

La corriente analítica viene a parar, en las manos de este filósofo rebelde con las casillas universitarias, en un renovado pragmatismo. Contra la filosofía sistemática que procura mirar a la eternidad, una filosofía edificante que promueva narrativas transformadoras, dentro de un profundo escepticismo alejado del autoengaño parapetado en absolutos. El conocimiento consiste en la habilidad para resolver problemas. Dios no existe, pero hay cosas por las que merece la pena morir aun cuando sean contingencias históricas.

 

Más allá de principios morales incondicionales,  Rorty se guía por dos experiencias: 1) la vía que llamaremos «esteticista»: hacia el interior todo un mundo libre se nos abre, en el que podemos forjarnos y crearnos a nosotros mismos, recorriendo vertientes poéticas, creativas y hedónicas. 2) Hacia el exterior otro lenguaje distinto opera y la justicia es el ideal a seguir, pero como quiera que no sabemos muy bien en qué consiste, la solidaridad es el sentimiento empático que puede guiar nuestra relación con los demás. Ser solidarios consiste en saber buscar los motivos prácticos que nos unen a quienes nos rodean: nuestros conciudadanos, los que comparten una misma nación («Forjar nuestro país») y, si es posible, con el resto de la humanidad.

 

Ni la economía capitalista ni la socialista han podido solucionar los problemas políticos de una convivencia justa. Sin clara alternativa, el liberalismo es el esquema de ideas ahora válido: liberalismo democrático, social, socialdemócrata, de izquierdas, reformista, que sí confíe, además de en las leyes del mercado, en una utopía de justicia que busca un mundo futuro donde la ley máxima pase a ser el amor, concebido como el florecimiento de la solidaridad posible.

 

2. Crítica a Rorty

 

Compartimos con Rorty el pensamiento antimetafísico y antidogmático y el afán de situarse en las contingencias que nos alejan de los absolutos. Con él creemos que una vertiente irrenunciable del pensamiento es la ironía, ésa que nos permite estar alerta de nuestros continuos probables errores. Nos agrada su esfuerzo por traspasar las fronteras filosóficas nacionales norteamericanas e interesarse por el pensamiento anterior al siglo XIX y por entrar en diálogo con el continente europeo, más allá del mundo anglosajón.

 

Pero hemos de señalar junto a estos laudables esfuerzos limitaciones graves. Son muchas las razones que pueden explicar que la filosofía española no se reconozca en las latitudes en que se mueven las «potencias culturales». Sin embargo, para los que tenemos la suerte de contar con el materialismo filosófico de Gustavo Bueno, una buena parte de las tesis rortianas se nos presentan cargadas de la ingenuidad de quien todavía no ha sido bien informado.

 

Rorty insiste, por ejemplo, en confundir metafísica con ontología. Además, la verdad en sentido pragmático no apunta más que a uno de sus planos. Si la «verdad no está allí fuera separada de nuestro lenguaje y nuestras creencias», como nos recuerda el neoyorquino, no hay que olvidar que la verdad no consiste en puro lenguaje ni, menos, en puras creencias, por muy útiles que éstas pudieran llegar a ser. Concedemos que la verdad y la utilidad se hallan muy trabadas, pero aquélla no se resuelve en ésta.

 

Si la filosofía puede acercarse, desde luego, a la literatura y al arte, como entendió Rorty que debía hacerse, que no sea esto a costa de alejarla de la racionalidad científica y torcer un rumbo civilizador marcado ya hace veinticinco siglos. Además, por muy seductor que sea la diferencia entre lo público y lo privado —verdadero diafragma de la filosofía rortyana—, desde Hegel y Darwin (citados con respeto por nuestro autor) hasta la neurociencia, pasando por la etnología, la sociología y la etología, la categoría de lo privado es a su vez una categoría pública: no hay privado frente a público, todo es público según varias escalas (cultura intrasomática y extrasomática, etc.).  Es verdad que vivimos en la época de la producción de sujetos individuales, llevado al extremo allí donde hay mercado pletórico y en las latitudes donde se ha replegado el imperio teológico, pero esto no produce exactamente mundos cada vez más «privados» sino otro tipo de consumidores, que probablemente consumen cada vez más a escala de conciencias insatisfechas.

 

Nuestro neopragmatista no estará de acuerdo con ningún «sistema» de pensamiento —cosa aberrante para él—; sin embargo, quien presume de no tener sistema anuncia que no tiene mapa de navegación o bien que dispone de rutas directamente navegadas. Pero seguir un sistema no implica necesariamente afanes dogmáticos o de escolasticismo estrecho. Supone más bien la prueba de conocer los extravíos ingenuos de quienes pretenden inventar el abecedario en cada discurso reiniciado; además, en el taller filosófico es importante estar pertrechado del máximo de herramientas conceptuales y haberlas puesto a prueba. Y esto no se hace en un contexto individual, el de la contingencia pragmática de cada cual, sino inmerso en una tradición que hay que defender frente a otras e involucrado en unos programas de investigación y aplicación que desbordan la escala del «hic» del «nunc» y del «yo».

 

Queda claro que Rorty no disponía de una buena delimitación entre la ciencia y la filosofía y entre la filosofía y el resto de saberes. Ni tampoco de una buena teoría del conocimiento.  Le diría a Rorty que se puliera en el cierre categorial de Gustavo Bueno, la identidad sintética, la neutralización de las operaciones, la doctrina del hiperrealismo… y, en otro orden de cosas, la distinción entre géneros de materialidad, la distinción ética/política/moral… pero Rorty ha muerto. ¡Lástima!, era un contertulio bastante permeable.

 

3. Un neopragmatista

 

El pragmatismo es la corriente filosófica que mejor identifica al pensamiento norteamericano. En la estela de Dewey, Rorty recreará lo que hoy llamamos neopragmatismo.

 

Contra el espíritu de consenso que en principio se derivaría del pragmatismo, su biografía intelectual la vemos llena de rupturas y discordias. En el ambiente profesoral de la filosofía estadounidense aparece con «El giro lingüístico» (1967) ajustando cuentas, desde dentro, con una filosofía analítica predominante en el mundo anglosajón que a su juicio se estaba esclerotizando y alejándose de los análisis que debían afectar a la vida real. Tacha a sus colegas analíticos de academicistas abocados a un callejón sin salida, lo que le lleva a deambular por Wellesley, Princeton, Virginia y Stanford, a la búsqueda de puestos lo más independientes posibles de las presiones departamentales.

 

Con «La filosofía y el espejo de la naturaleza» (1979) se da a conocer en el panorama internacional. En el pragmatismo ve Rorty el modo de llenar de nuevo contenido vivo la filosofía analítica. Esta polémica obra arranca muchos admiradores, sedientos en la era postmoderna que apuntaba entonces, de una crítica terminante a la metafísica, a la teología y a los grandes relatos. Pero tanto como seguidores, tuvo este libro muchos detractores y críticos. En esta polémica que duró años, prosiguió Rorty la forja de su neopragmatismo en libros como «Contingencia, ironía y solidaridad» (1989), «Verdad y progreso» (1994), «Forjar nuestro país. El pensamiento de izquierdas en los Estados Unidos del siglo XX» (1998), «Filosofía y futuro» (2000) y «El futuro de la religión» (2005).

 

Frente a esa mayoría recluida en el ámbito cerrado de las cuatro esquinas que se citan a sí mismas, se le vio interesado por las corrientes que llegan de Hume, Stuart Mill, Peirce, James, Dewey, Wittgenstein, Sellars, Ryle, Austin, Ayer, Rawls, Davidson, Dennett, etc., pero, curiosamente, también por esa vertiente que conecta con Hegel, Nietzsche, Heidegger, Habermas, Vattimo y Derrida.

 

 

SSC

11 de octubre de 2007

 

 

Publicado en: «Richard Rorty, filósofo. Adiós a un grande de la filosofía norteamericana», La Nueva España, Suplemento Cultura nº 775, pág. 8,  Oviedo, jueves, 11 de octubre de 2007. 

 

Publicado ampliado en Eikasía, noviembre de 2007:

http://www.revistadefilosofia.com/14-04.pdf