Jesús Conill: la racionalidad redescubierta

Nietzsche y Habermas confrontados en busca del fondo de la nueva razón

 

Nietzsche frente a Habermas. Genealogías de la razón

Jesús Conill

Tecnos, 200 páginas, 2021

 

Un autor conoce dos motivos genuinos para escribir un ensayo. Primero, porque posee un conjunto de materiales que “cierran” un asunto de manera suficiente. Es verdad que a veces, más que “cerrar”, se trata de abrir: de desplegar pertinentemente una problemática. La segunda auténtica justificación para publicar es que cree haber encontrado una respuesta a un problema actual. Nos parece que Jesús Marcial Conill Sancho (1952) cumple en “Nietzsche frente a Habermas. Genealogías de la razón” con estos dos criterios a la vez, pues, catedrático en la Universidad de Valencia, es un prestigioso experto en Friedrich Nietzsche (1844-1900) y en Jürgen Habermas (1929). Y son estos dos autores quienes le ayudan a responder a una cuestión candente: ¿es la razón una función del alma o es una estructura elemental del cuerpo?

Jesús Conill se inscribe, tras Zubiri y Aranguren, y junto con Muguerza, Caffarena, Ellacuría, Fraijó o Adela Cortina, en el marco de un cristianismo teológicamente muy remodelado, donde la fe se cruza con la laicidad de modo natural, superado el dogmatismo de aquella filosofía española neoescolástica. Por eso tal vez no deba sorprender que se incline más bien por el cuerpo que por el alma, en la búsqueda del origen de la racionalidad.

El problema directo abordado es la pregunta por la razón. Pero en realidad está subyaciendo esta otra cuestión: saber si la fe (la fe religiosa) tiene aún algún papel en la nueva racionalidad. Ya desde Kant y Hegel ha ido quedando desbordado el “logos” clásico de Aristóteles, compelido a ser principalmente el conformador de juicios y de argumentos silogísticos. Con Nietzsche se hablará del “animal fantástico” y con Habermas del “diálogo” como tejido social de verdades. 

A partir del siglo XIX, el sujeto reflexionante autónomo amplía su razón vertebrada en sus dimensiones histórica y social (más que individual) y cuando tiene que volver al sujeto encuentra  que la creación poética no le es ajena. Al mismo tiempo, las ciencias (y la filosofía) desvelan más y más lo que “puede” el cuerpo. De este modo, el alma ha ido perdiendo territorio y, con él, el lugar donde la religión hablaba. En este contexto extremadamente difícil para seguir manteniendo la vieja fe, Conill es capaz de señalar una posible salida, buceando en el sentido último de los textos de un autor ateo y de otro agnóstico.

Sorpresivamente, los capítulos no van de Nietzsche a Habermas, sino a la inversa. Desde Fráncfort, la “razón dialógica” se ha ido cargando de consistencia, pero no es suficiente y así acaba la parte primera del libro. Es preciso recurrir en la segunda parte, apoyado en quien hace hablar a Zaratustra (tras la muerte de Dios), a una razón genealógica afincada en el cuerpo hasta sus límites fisiológicos (que resultan ser estructuras “interpretativas”, es decir, no ciega materia); y recurrir a una racionalidad capaz de renacer de su desventura histórica (resultado de una cultura errónea basada en el alma).

Sea lo que fuere sobre esta problemática en torno a la vigencia de lo religioso en el hombre, asumiendo que de ello juzgarán los lectores desde sus propias partituras (el mismo Conill defiende que “la razón se sostiene en creencias”), el libro no tiene, según mi lectura, tanto valor por las conclusiones a las que haya podido llegar  cuanto por los medios que ha debido utilizar para conseguirlas.

En las genealogías de la razón que trata de descubrir, el filósofo valenciano se encuentra con las últimas curvas que ha de dar Habermas para ajustar la razón dialógica a la religión (componente estructural de la racionalidad histórica). Y se encuentra a un Nietzsche, al que tonifica y unifica de tal modo (el mismo que es interpretado de tantas y tan diversas maneras), que ya no es solo el que filosofa a martillazos (cuando habla por ejemplo del Anticristo) sino además quien ha utilizado el bisturí más fino, hasta llegar a las metáforas del cuerpo, de donde nace un lenguaje (más allá de la superficie cultural), que se despliega con la lógica de la “fisiología” (no entendida de modo reduccionista), verdadera voluntad de poder batiéndose por el valor de la vida.

En este lenguaje del cuerpo encuentra Conill que el cristianismo es un “experimento fallido que hay que superar“, pero para redescubrirlo. Sorteados sus dogmatismos históricos, el modelo de vida del nazareno (en que se muere libre de resentimiento y de rencor) permanece. Incluso Nietzsche, ateo del dios cultural, ve en ese modelo una forma de vida aún posible.

Mi única queja tiene que ver con esto: muchos párrafos conclusivos hubieran alcanzado un grado de claridad mucho mayor de haber conectado con la más reciente fenomenología española (la estromatología). ¿Conill, que trabaja desde la hermenéutica y el método genealógico, vecino de la fenomenología, manifiesta un desconocimiento o un rechazo?

 

Silverio Sánchez Corredera

 

«Jesús Conill: la racionalidad redescubierta», Cultura, Suplemento de La Nueva España, nº 1409, jueves 24 de noviembre de 2022, página 7.

 [Sobre Nietzsche frente a Habermas, de Jesús M. Conill Sancho, Tecnos, 200 páginas]