El lugar del sufrimiento

 

Javier Sádaba en «No sufras más» contornea un mapa existencial para que el sufrimiento ocupe la mínima extensión posible

 

 

No sufras más. La felicidad en la vida cotidiana

Javier Sádaba

Ediciones Península, Barcelona, 2012.

 

Si tuviéramos que resaltar una nota característica del pensamiento de Javier Sádaba empezaríamos diciendo que destaca por su aversión al dogmatismo. Pero esto no ha de interpretarse como el primer escalón para anunciar acto seguido un más o menos velado escepticismo. Porque unos pocos principios teóricos resultan irrenunciables. Los valores éticos se construyen desde el utilitarismo y el cálculo de las consecuencias pero también desde algún conjunto de principios y deberes.

 

En «No sufras más» profundiza en uno de estos principios: el sufrimiento no tiene valor, lo que sí tiene valor incontestable es la felicidad. Pero no extrae este fundamento de ninguna evidencia antropológica, tampoco de ninguna verdad teológica y aún menos de ninguna creencia religiosa. Nuestro filósofo analítico mantiene un pensamiento laico y muy apegado a la praxis vital, interesado en desplegar ideas con el máximo de coherencia frente a las ideologías deformantes, los dogmatismos religiosos o las costumbres acríticamente atrincheradas. Su análisis da la impresión de aspirar, más que a elevar una potente teoría, a esclarecer con todo cuidado racional lo que es defendible de la tergiversación.

 

Catedrático de Ética y de Filosofía de la Religión, es uno de los más mediáticos entre un puñado destacado de filósofos españoles que el público puede seguir en la tv, la prensa y los debates de opinión —Savater, Marina, Bueno, Albiac…—. En este sentido, no olvida que la cortesía del filósofo es hacerse entender y por ello deduce el valor de la felicidad desde las obviedades del vivir práctico. Una vez situado en este plano siempre está dispuesto a acudir a la filosofía académica y a la ciencia, para acabar de pulir las ideas. Rodea su argumentación de abundantes citas que van más a la caza del concepto concreto que del autor en sí mismo, lo que le da un aire ecléctico, si bien no puede disimular una afinidad con las filosofías de Aristóteles o Hume mezclado de guiños al epicureísmo, taoísmo y budismo, ni tampoco oculta, pues él mismo lo pone en evidencia,  los fuertes lazos que le unen a Wittgenstein.

 

Suponemos que académicamente parte de ciertos esquemas históricos bien conocidos, aunque no lo analiza en detalle en este libro: fueron ciertas filosofías, sobre todo las estoicas, las cristianas y finalmente la kantiana, las que consiguen o bien dar un valor antropológico al sufrimiento —cristianismo—, o bien entender la felicidad racional alejada de los placeres sensuales —estoicos—, o bien interpretar el bien ético diferenciándolo de la felicidad —Kant—. Javier Sádaba se situaría en este tema frente a estas tres corrientes, aunque no se constata sino indirectamente, pues su metodología, aquí, persigue más ser didáctica que polémica y se dirige más a la inmensa mayoría que a un público especializado.

 

La felicidad es un fin consustancial a la vida humana y tiene que ver con la «vida buena», con una vida éticamente valiosa, pero también sin duda con la «buena vida», con una vida placentera. Con esta sencilla tesis del más llano sentido común aristotélico echa por tierra cualquier pretensión de dar positivo cobijo al sufrimiento.

 

Más de uno pensará, con bastante razón, que esto es teorizar sobre obviedades. Sin embargo, el problema empieza a admitirse teóricamente mejor cuando partimos del hecho de que el sufrimiento y el dolor son partes constitutivas de la vida humana. Entonces, si rechazamos el sufrimiento, qué hacemos con él, dónde lo metemos. A aclarar dónde meter el sufrimiento dedica Sádaba la segunda y tercera parte de su libro, las que aportan ideas más prácticas, después de que en la primera parte ha argumentado su tesis básica, establecida en tres niveles: 1º) la felicidad es un constitutivo subyacente —«genético»— e irrenunciable al que tiende el animal humano; 2º) la felicidad no es completa si no incluye el conjunto de bienes placenteros y gozos cotidianos, y 3º) la felicidad requiere conseguir dar un sentido personal al sinsentido general de la vida.

En este libro que destaca por su claridad y sencillez expositiva, nuestro autor quiere ilustrar cómo la salud, el amor, el trabajo y la política han de intervenir en la construcción de una vida feliz. También aplica su defensa de la felicidad a iluminar el tramo en el que ya no tiene sentido seguir viviendo y, entonces, una prudente eutanasia puede ser reivindicada como posible salida airosa.

 

Especializado en temas de bioética, de eutanasia, de teoría ética y de filosofía de la religión, este ensayo se inscribe en una temática que ha desarrollado a lo largo de toda su vida y que ha retomado con fuerza también en sus dos libros anteriores: «La vida buena» (2009) y «El amor y sus formas» (2011). «No sufras más» parece cerrar el triángulo.

 

SSC

15 de noviembre de 2012

 

Publicado en: «El lugar del sufrimiento». La Nueva España, Suplemento Cultura nº 983, pág. 2,  Oviedo, jueves,  15 de noviembre de 2012.