La fuerza de la Ilustración

 

 

 

Anthony Pagden defiende en una historia bien argumentada por qué seguimos siendo ilustrados

La Ilustración. Y por qué sigue siendo importante para nosotros

 

ANTHONY PAGDEN

 

Alianza Editorial, Madrid, 2015, 542 páginas

 

 

 

La idea de que determinadas épocas históricas no son como las demás, porque aportarían materiales imprescindibles y de trascendente permanencia, se aplica habitualmente al clasicismo antiguo griego y a la Ilustración. Sin embargo, en qué medida no nos engañamos con el siglo de las Luces pues, después de más de doscientos años de proyección, ¿puede afirmarse que los principios ilustrados se han vuelto universales, como entonces se anunciaba? Algunos fenómenos de la actualidad parecerían mostrar tozudamente que la Ilustración quizá no fue sino una moda cultural circunscrita a Europa, y no en profundidad, y parcialmente a América.

 

Anthony Pagden, en una reflexión de más de quinientas densas páginas cargada de nombres y de datos y de ideas, trenza una respuesta nada escéptica y la construye sobre algunos de los hilos históricos que habrían solidificado como auténticas rutas llamadas a globalizarse y a perdurar.

 

Cuando a partir de Grocio se pueda defender que "las leyes de Dios se mantendrían aunque Dios no existiera", y cuando es posible confesar, todavía a finales del siglo XVII con Pierre Bayle, que es factible una moral superior sin religión, y, en definitiva, una vez que se derrumba el modelo de mundo basado en la interpretación literal de la Biblia (Voltaire, Mme. de Châtelet y D´Holbach llevan a cabo una crítica demoledora de este libro sagrado), el hombre, lejos de quedar huérfano, puede entrever en la idea de "progreso" y de "civilización" (términos plenamente de este siglo ilustrado) un objetivo que dé sentido a su existencia histórica.

 

Con Hume y quienes sintonizan con él, el conocimiento de la naturaleza humana pasa a ocupar el núcleo de la investigación científica y filosófica, al tiempo que el descubrimiento de nuevas culturas como las de Tahití, y sus "buenos y felices salvajes" descubiertos por Cook o por Bougainville y ampliamente evocados por Diderot o Rousseau, entre otros, plantea un marco de relativismo cultural pero a la vez también la evidente superioridad civilizatoria de los exploradores europeos, aunque críticamente debatida frente a algunos detractores y, en todo caso, con muchos matices entre sus defensores. China es también objeto de interés ilustrado, esa otra civilización que en algún sentido (para Leibniz y Voltaire) podría competir con Europa pero que según el balance mayoritario se habría quedado estancada, siguiendo a Montesquieu por su despotismo oriental y su aislacionismo.

 

Al lado de la exploración y la conquista efectiva de parte del mundo, una fuente de ideas y proyectos no dejó de fluir desde voces como las de Samuel Pufendorf (y después Hutcheson y Condorcet y Kant y tantos otros), que afirmará la evolución técnica de la sociedad pero también creerá en la evolución moral. O Shaftesbury, ese político whig tan leído en su siglo, que clama contra la intolerancia, la santurronería y el "entusiasmo" (el fanatismo). O el napolitano Antonio Genovesi, el primero que obtuvo una cátedra de economía en el mundo, que da la vuelta al dictum hobbesiano al afirmar que "el hombre es por naturaleza un amigo para el hombre" (homo homini natura amicus) coincidiendo con los análisis en los que la "simpatía" o la "piedad" o la "conmiseración natural" de los Hume, Adam Smith, Diderot y Rousseau, se asienta como cualidad constitutiva elemental del ser humano. Si ya los griegos contaron con una palabra (anthropos) para nombrar a la totalidad de los seres humanos (sin hacerla depender esencialmente de una tribu o un pueblo) y después los latinos la convierten a la vez en homo y en humanitas, los ilustrados precisamente herederos de esta tradición retomarán el concepto y, al lado del de "patria" (de raíces romanas) y de "nación" (traído desde el medievo) y de "pueblo" (que tiene entre sus funciones la de desprenderse de su lastre de súbdito), resurgirá con fuerza la idea de una naturaleza humana, que para Kant "no está guiada por el instinto sino nacida para producirlo todo por sí mismo" y por ello tras los dos estadios históricos que se están desarrollando, el "cultivado" y después el "civilizado" (aún incipiente) se puede prever su culmen en uno final, el "moralizado", cuando un derecho cosmopolita futuro refrene la inclinación de los gobernantes a la guerra y la mayoría de edad de un ciudadano racional sea posible apoyada en su disposición moral natural como ser humano. El diagnóstico kantiano (que es aproximadamente el mismo, por cierto, que el que esbozó en España Jovellanos), el heredado por las Naciones Unidas y los Derechos Humanos y en el que algunas ideologías andan en la actualidad esforzadas, no ha sido aceptado en el siglo XIX por muchos románticos ni aún menos por los tradicionalistas con añoranzas del Antiguo Régimen (De Maistre, De Bonald), y ha quedado muy corregido en el siglo XX por los comunitaristas, como Charles Taylor o MacIntyre, para quien la Ilustración habría destrozado la moral, y ha sido ridiculizado por autores, muchos de ellos en la grupa de la postmodernidad, como Lyotard.

 

Ha de reconocerse que la confederación de naciones en paz postulada por tantos ilustrados no se aviene bien con la tozudez de los hechos del presente. ¿Qué decir del rechazo que la ideología teocrática islamista supone para la mayor parte de los ideales ilustrados? Y aunque hay que confesar que la mayoría de filósofos del siglo XVIII aún eran remisos, ¿qué pensar sobre ese gran ideal del siglo XXI, la igualdad moral efectiva de la mujer con el hombre?, pues ya apuntaba tímidamente siquiera, y con cierta fuerza como en el padre Feijoo que defendió que el hecho de que las mujeres tuvieran menos logros no significaba que fueran menos capaces naturalmente sino que los hombres les habían restado oportunidades.

 

Anthony Pagden, especializado en historia de las ideas, viene a defender en síntesis que tras el fracaso histórico del cristianismo en los siglos XVI y XVII, el siglo de las Luces sustituye la visión dogmática religiosa del ser humano por un mundo de nuevos valores morales y políticos (heredados en buena medida del mundo griego), basados en el conocimiento racional y en la creencia en la perfectibilidad humana.

 

 

SSC

19 de noviembre de 2015

 

 

Publicado en: «La fuerza de la Ilustración». La Nueva España, Suplemento Cultura nº 1110, págs. 2-3,  Oviedo, jueves,  19 de noviembre de 2015.