Tema 3. ¿Qué es el hombre? Evolución y hominización. El homo sapiens. La persona humana

 

El ser humano desde la antropología, la etnología y la paleontología. Naturaleza/Cultura

 

 

 

1. Conducta humana y conducta etológica

 

1.1. Conducta humana e instituciones

 

2. ¿Qué es el hombre?

 

2.1. El espacio antropológico

 

3. Prolegómenos a la teoría de la evolución

 

3.1. Del fijismo al evolucionismo

 

3.2. La taxonomía de las especies

 

3.3. Lamarckismo y darwinismo

 

3.4. Los desarrollos neodarwinistas y de la teoría sintética

 

4. La teoría de la evolución

 

4.1. De la evolución cosmológica a la zoológica

 

4.2. De los primates al homo sapiens.

 

4.2.1. De los homínidos al género homo

 

4.2.1.1. Diferencias hominizadoras notables entre australopithecus, habilis, erectus, neandertales y sapiens

 

4.2.2. El género homo: su cultura y su técnica

 

4.2.3. El homo sapiens y las especies próximas

 

4.2.4. ¿Qué es, entonces, el hombre?

 

5. Naturaleza/Cultura

 

6. La persona humana

 

 

 

ACTIVIDADES

 

 

 

I. COMENTARIOS DE TEXTO:

 

Cualquier capítulo, apartado o fragmento significativo puede ser comentado, debiendo aclararse 1) los conceptos fundamentales, 2) el significado del texto en su contexto general y 3) el problema que subyace al problema planteado.

 

 

 

II. RESÚMENES Y ESQUEMAS

 

El tema completo, junto con cada temática diferenciada, ha de ser resumido, teniendo en cuenta los distintos apartados. En paralelo a los resúmenes, algunos esquemas de las ideas fundamentales que se van desplegando acabarán por fijar lo fundamental de los contenidos.

 

 

 

Esquemas especialmente señalados:

 

1) El espacio antropológico.

 

2) Historia de la teoría de la evolución.

 

3) De la evolución cosmológica a la zoológica, con su cronología.

 

4) Árbol genealógico de los primates al homo sapiens, con su cronología.

 

5) Matriz con los australopitecos y con los tipos de género homo y sus características distintivas.

 

 

 

III. CONCEPTOS Y AUTORES

 

III.1. Conceptos que han de ser definidos aisladamente o puestos en la relación conveniente:

 

Instituciones y cultura. Espacio antropológico. Eje radial, eje circular y eje angular. Principio antrópico. Fijismo. Evolucionismo. Lamarckismo. Darwinismo. Lamarckismo/Darwinismo. Neodarwinismo y teoría sintética. Evolución cosmológica. Especie. Primates. Simios. Hominoides. Homínidos. Australopithecus. Homo habilis. Homo ergaster. Homo erectus. Homo antecessor. Homo heidelbergensis. Homo neanderthalensis. Homo rhodesiensis. Homo sapiens. Fechas: formación del universo, formación de la Tierra, aparición de los mamíferos, de los primates, de los homínidos y de los distintos géneros homo. Modo técnico I. Modo técnico II. Modo técnico III. Modo técnico IV. Racismo. Naturaleza/Cultura. Hominización y humanización.    Persona. Libertad-de. Libertad-para. Autonomía.  Heteronomía. Dicotomía sexo-género. La discriminación. La ciudadanía.

 

 

 

III.2. Autores y corrientes a identificar y glosar: Linneo. Buffon. Lamarck. Darwin. Mendel. Teilhard de Chardin.

 

 

 

IV: TEMÁTICAS (han de ser desarrollos completos, hilvanados y argumentados sobre el tema propuesto):

 

1) La evolución desde el primate al homo sapiens: hitos evolutivos, cadencia cronológica, proceso diferenciador de los homínidos y proceso diferenciador en los distintos género homo, características de la hominización y el despegue hacia la humanización.

 

 

 

V. CREACIÓN FILOSÓFICA (opcional)

 

Reflexión sobre qué es el hombre, planteada en la línea fronteriza entre el animal y el humano, recorriendo sus similitudes y sus diferencias, y planteando puntos críticos de conflicto.

 

1. Conducta humana y conducta etológica

 

El ser humano despega de la pura conducta etológica no sólo porque accede a una peculiar psicología propia de unas facultades más inteligentes sino porque, sobre todo, ha creado históricamente una plataforma cultural en la que cada generación se inserta a un determinado nivel muy humanizado ya.

 

El homo sapiens sin sociedad, aislado totalmente, no puede ser sino una «fiera» con una inteligencia peculiar, como lo demuestran los casos de niños ferinos. Como una hormiga que ha de vivir fuera de un hormiguero pierde sentido o como una abeja sola no podría fabricar miel, un ser humano recluido en su individualidad perdería su humanidad. No basta sólo la conformación biológica en el caso de muchos animales sociales. Pero la diferencia entre los animales sociales, en general, y el ser humano reside en determinados componentes exclusivos que caracterizan la vida en sociedad humana: el lenguaje articulado (segunda articulación), la conducta normada y no meramente pautada, y la vida social donde se desarrollan no ya sólo ritos zoológicos estereotipados (apareamiento…) sino ceremonias (la caza cooperativa, la cocina según recetas, un funeral…)que se transmiten en una tradición y finalmente en forma histórica. Los animales no tienen historia y aunque utilizan algún tipo de lenguaje, éste no llega a alcanzar la segunda articulación que es la que permite un lenguaje y un pensamiento capaz de «universalidad semántica», por la que podemos transmitir información sobre aspectos, propiedades, lugares o acontecimientos del pasado, presente o futuro, reales, posibles o imaginarios, y sin que se agote la capacidad de productividad lingüística.

 

 

 

1.1. Conducta humana e instituciones

 

La línea que separa la acción humana de la conducta animal no es un hiato abismal, sino que se ha producido en el proceso de una evolución divergente de, pongamos, al menos cinco millones de años.  En ese proceso distanciador se ha estabilizado en la conducta humana un fenómeno que no se da entre los chimpancés, nuestros «parientes» más próximos: las instituciones. Sólo la cultura humana y sólo el poder político humano se tejen a través de instituciones que son consustanciales a su modo de vida. Las instituciones son formaciones culturales que organizan las relaciones sociales, empezando por la institución más emblemática: el lenguaje articulado. Todas las herramientas, instrumentos, conceptos, modas, costumbres, valores..., así como un ayuntamiento, una ley, un parlamento, un museo... son instituciones.

 

El lenguaje, las normas, las ceremonias, los saberes, los objetos culturales de todo tipo, que son todos ellos instituciones, separan claramente la conducta animal del comportamiento humano en general. Los ritos, las conductas pautadas y ciertos aprendizajes estables en los animales pudieran ser considerados como «instituciones animales», sin embargo: los ritmos, la versatilidad, la historicidad, el campo infinito de construcciones posibles y la efectiva continua recreación de las instituciones humanas frente a las pretendidas «instituciones animales» (cortejo, madrigueras, nidos, lenguaje animal, cuidado y entrenamiento de las crías…) señala una diferencia cualitativa de tal nivel que ha de invitarnos a hablar propiamente de pautas animales frente a instituciones humanas. El ser humano conserva, por su parte, al lado de su actividad institucional y normada, todo el bagaje precedente de pautas y conductas rígidas propias de los animales en general: desde la evitación de la caída, por ejemplo, hasta restos del cortejo sexual propio de los mamíferos o de los primates.

 

Esta unión con los animales y a la vez estas diferencias esenciales pueden ser desde el siglo XIX mucho mejor comprendidas, a partir de la teoría de la evolución.

 

 

 

2. ¿Qué es el hombre?

 

La respuesta afinada a esta cuestión: ¿qué es el hombre?, ha de articularse conjuntamente desde la antropología filosófica y desde la teoría de la evolución.

 

Kant ha acertado a formular una idea muy repetida desde entonces: todas las cuestiones que la filosofía trata de dilucidar se resumen en una sola: ¿qué es el hombre? La filosofía se pregunta: ¿qué puedo saber, qué debo hacer y qué me cabe esperar?, pero en definitiva todas llevan a la primera y última cuestión: ¿qué y quién soy yo?

 

Aparte de la evidente adherencia psicológica de este planteamiento, subyace a este problema central de la pregunta por el hombre un principio fundamental: el principio antrópico. Toda medida, toda referencia y todo contenido está hecho siempre desde la dimensión de lo humano. No se trata de un principio antrópico fuerte (o exagerado), según el cual todo el cosmos apuntaría hacia el hombre como a su centro y culmen. Se trata de un principio gnoseológico generalísimo según el cual constatamos, dicho metafóricamente, que: «es imposible conseguir que nuestra sombra no nos siga».

 

Cada sistema filosófico elabora su propia respuesta  a la pregunta sobre el ser humano. Desde un enfoque espiritualista o teísta la respuesta estará determinada por la religación a un Dios o por una realidad de distinta entidad a la materialidad mundana. Desde un enfoque materialista la respuesta habrá que extraerla de la misma inmanencia de las cosas del mundo. Sea como fuere, todas las opciones filosóficas habrán de partir y volver, como a su punto de anclaje, a la teoría de la evolución, que es una teoría científica y no una mera hipótesis teórica; por ello, posturas aparentemente críticas, como las de los Testigos de Jehová o los mormones, que niegan la evolución de las especies, representan en realidad, con los datos que hoy tenemos, posicionamientos irracionales.

 

 

 

2.1. El espacio antropológico

 

El espacio en el que el hombre puede ser investigado, estudiado y comprendido (en una determinada medida) podemos plantearlo en función de las relaciones que le es posible establecer a ese ser humano. Así, hablaremos (tomando la clasificación del materialismo filosófico) de un espacio antropológico constituido por tres ejes: radial, circular y angular.

 

 

 

Eje radial. El eje radial representa el conjunto de relaciones que le es posible establecer al hombre con la naturaleza (relaciones hombre-naturaleza: H-Na). Son relaciones que se ajustan al principio causa-efecto.

 

 

 

Eje circular: El eje circular representa el conjunto de relaciones que le es posible establecer recíprocamente en la propia sociedad de hombres en que necesariamente vive (relaciones hombre-hombre: H-H). Son relaciones que se constituyen fundamentalmente, además de ajustadas al principio causa-efecto, como relaciones simétricas y transitivas. Por la negación de las relaciones simétricas son posibles del mismo modo las relaciones asimétricas.

 

 

 

Eje angular. El eje angular representa el conjunto de relaciones que todavía puede establecer el hombre y que no están contenidas ni en el eje radial ni en el circular. Además de entidades naturales (bosque, volcán, fuego, río, alimento…) y de otros sujetos humanos, desde el paleolítico el homo sapiens (y según parece otras especies colaterales, ahora extintas) viene relacionándose con entidades numinosas, con númenes. Estos númenes fueron institucionalizados en primer lugar (según los datos con los que contamos) en algunos animales (animales numinosos) y posteriormente fueron siendo transferidos a otras realidades hasta situarlos en los cielos, dando lugar a los dioses politeístas, para finalmente de ahí surgir un Dios todopoderoso, creador y único que se conformaría en el cauce de la tradición religiosa de los monoteísmos. Este Dios representa la original idea de numen elevado a su máxima potencia (relaciones hombre-numen: H-Nu). Encontramos aquí relaciones de dependencia asimétrica constitutiva: en el mundo simbólico en que el homo sapiens va configurando (por la extensión y profundización de su lenguaje, obligadamente) a los animales como animales numinosos (animales con los que se relaciona realmente, esto es, naturalmente), las relaciones que se establecen entre ambos quedan gobernadas por una constitutiva asimetría, en virtud de la cual la vida del grupo de humanos dependerá en alguna medida de la voluntad de estos númenes. El modo cómo el protohombre hará frente a esta dependencia asimétrica constitutiva será a través de la creación de una nueva institución: la religión (primero como religión primaria).

 

 

 

Partiendo de este espacio antropológico habrá que decir, entonces, que el ser humano actual es fruto de una transformación evolutiva que le llevó desde el animal del género homo en el que está comprendido taxonómicamente, desde el protohombre que era, al ser humano que ahora es. Evolución que hay que entender en el sentido del proceso de la hominización y también en el de su progresiva y acumulativa culturización.

 

¿Prescinde, entonces, un ateo actual del eje angular? No, porque el eje angular sigue siendo preciso para situar en él: 1º) nuestra historia evolutiva como humanos, y, por tanto, como sujetos religados a los númenes; 2º) cualquier relación posible o real con entidades que no sean humanas ni estrictamente radiales, como pudieran ser criaturas extraterrestres (dotadas de inteligencia y voluntad, enfrentadas de algún modo a nosotros); 3º) todas las refluencias, contagios y derivaciones de los númenes religiosos que vemos rebrotar en nuestro presente y aposentarse en cierto trato especial con animales domésticos o festivos (como en la fiesta de los toros)… y hasta, diríamos, (como hipótesis de trabajo), ciertas «vivencias estéticas» que nos ponen en relación con nuestros propios productos culturales.

 

 

 

3. Prolegómenos a la teoría de la evolución

 

Antes de que surgiera en el siglo XIX la teoría de la evolución y de que en el siglo XX se fijara como teoría científica (con innegables identidades sintéticas, y a pesar de que queda un gran camino por recorrer y de que hay muchos aspectos sujetos a discusión), la explicación del orden, regularidad y belleza del mundo se atribuía a algún Dios. La Biblia, en el libro del Génesis, da constancia de ello, además de innumerables mitos de las religiones politeístas en los que aparecen dioses creadores o demiurgos.

 

 

 

En el paso del siglo XVIII al XIX vamos a ver erosionarse el modelo fijista para dar lugar al evolucionista, por la mediación de una postura intercalada: el transformismo. Del fijismo de Linneo y Cuvier, a través del transformismo de Buffon, veremos aparecer las nuevas tesis evolucionistas: las de Lamarck y Darwin.

 

El marco de creencias previo se tejía con modelos como el cómputo de James Ussher (s. XVII) basado en la Biblia según el cual el mundo tenía desde su creación 4.004 años antes de Cristo. Buffon, por su parte, propondrá 74.000 años, aunque según parece había llegado a una cifra aún mucho mayor (tres millones de años), que seguramente no se atrevió a defender.

 

 

 

La ciencia actual mantiene esta taxonomía (que nació dentro del modelo fijista de Linneo), pero enriquecida y corregida, dentro de la perspectiva evolucionista, así: especies, géneros, familias, órdenes, clases, philum, reinos (cinco reinos: moneras, protoctistas, hongos (reino fungi, el último descubierto), vegetales y animales. Los minerales no encajan aquí, tampoco los virus puesto que sólo hacen copias de sí mismos por mediación de una célula y no se nutren ni se relacionan con el medio). Se intercalan, además, entre estas divisiones generales otros criterios como: subfilo, superclase, infraclase, suborden, superfamilia, subespecie...

 

 

 

La definición taxonómica del hombre sería «animal vertebrado mamífero primate homínido homo sapiens», y más concretamente: reino: animal; philum: cordados (con notocordio); subfilo: vertebrata (con espina dorsal), superclase: tetrápoda (cuatro patas), clase: mammalia (mamíferos), subclase: theria (crías fetales); infraclase: eutheria (alimentados en el útero); orden: primates; suborden: antropoidea (monos, simios y pre-humanos antropoides); superfamilia: hominoidea (simios y pre-humanos hominoides); familia: homínidos (sólo nuestra especie se conserva); género: homo; especie: homo sapiens (al menos Neandhertal y Cro-Magnon); y algunos han distinguido la subespecie: homo sapiens sapiens (hombre de Cromagnon). Una especie se define como un grupo de población con capacidad reproductiva entre sí.

 

 

 

La teoría evolucionista toma relieve cuando, en 1800, Lamarck, profesor del Museo de Historia Natural de París, propuso una nueva teoría sobre el origen de los seres vivos basada en la evolución desde los organismos simples a los más complejos (tendencia a la progresión) y articulada sobre una segunda fuerza evolutiva, basada en la necesidad de adaptarse al medio ambiente, que provocaría que ciertos caracteres desarrollados individualmente se fueran transmitiendo luego por herencia.

 

Darwin, después de 1º) su famoso viaje en el Beagle alrededor del mundo entre 1831 y 1836, 2º) e influido por las ideas de Malthus (1766-1834), que predijo el crecimiento exponencial de la población y el problema subsecuente del número de habitantes humanos previstos, excesivos para los recursos disponibles, 3º) los datos sobre la selección artificial en la cría de animales domésticos, y 4º) los múltiples datos del coleccionista y naturalista que recopiló, estará en condiciones de proponer una nueva teoría de la evolución basada en la selección natural de las especies: en el transcurso de grandes periodos de tiempo sólo las especies mejor adaptadas al medio sobrevivían (El origen de las especies, 1859). Darwin defendía, en definitiva, en su teoría que se producían variaciones en los individuos de una especie, que se da una lucha por la existencia y una selección de los mejor adaptados y que los pequeños cambios acumulados y transmitidos por herencia acaban dando lugar a otra especie. Un naturalista de 36 años, Alfred Russel Wallace (1823-1913), contactará con Darwin, pocos meses antes de la publicación de su obra, para comunicarle sus hipótesis sobre una teoría evolutiva muy próxima a la darwiniana.

 

 

 

Ciertos desarrollos posteriores conocidos con el nombre de «neodarwinismo» (Weismann…) llegarían a excluir en la herencia los caracteres adquiridos. Hugo de Vries desarrolló la idea de la aparición repentina de nuevos caracteres e introdujo la idea de evolución por saltos bruscos, restando total importancia a la adaptación darwiniana al medio. El problema quedaría definitivamente bien encauzado con los descubrimientos de la genética.

 

 

 

Así pues, no estaba perfectamente claro cuál era el mecanismo de transmisión en la herencia. Algunas líneas de investigación externa al problema de la evolución natural, empezaron a forjarse en el siglo XIX, lateralmente. El agustino Gregor Johann Mendel (1822-1884) investigaría con guisantes en la huerta de su monasterio y descubriría las llamadas más tarde «leyes de Mendel»: las formas posibles de transmisión de los caracteres hereditarios, resultado de la contribución de dos organismos sexuados que se cruzan. Estos caracteres acabarán siendo los genes de la moderna genética, ciencia que nace a principios del siglo XX.

 

 

 

La genética introducirá definitivamente la categoría de mutación. La evolución no avanza a saltos bruscos sino por la acumulación gradual de múltiples mutaciones, que se operan en el interior de la molécula del ADN. La evolución es, así pues, fruto de la acumulación de errores en la copia del ADN.

 

 

 

Por su parte, Teilhard de Chardin (1881-1955) propondrá una síntesis de las teorías evolucionistas y el creacionismo cristiano: el proyecto divino se gesta según el modelo evolutivo.

 

 

 

Las conclusiones sobre la teoría de la evolución que pueden mantenerse hoy son:

 

 

 

1) Se trata de una teoría científica, aunque cargada en su contexto de descubrimiento de múltiples puntos oscuros y de hipótesis contrarias.

 

2) El mecanismo evolutivo se basa en la mutación de los genes.

 

3) En las subpoblaciones pasa a tener un valor primordial el pool de genes (conjunto de todos los genes de una población determinada), de manera que el azar mutacional y la deriva genética marcan la selección de los alelos (las variantes de los genes) más acordes con el medio.

 

4) El mecanismo evolutivo se coordina con la especiación o separación de una población en dos o más hasta un punto en que no pueden ya cruzarse reproductivamente, y, entonces, su evolución respectiva pasa a ser independiente.

 

5) Es factible que el mecanismo de la evolución funcione siguiendo la teoría de los «equilibrios punteados» (largos periodos de equilibrio de una especie sometida a cambios bruscos y determinantes), defendida por N. Eldredge y S. J. Gould.

 

6) La escala en la que encaja el complejo proceso evolutivo requiere varias planos a la vez: a) el del interior de la molécula de ADN, b) el de las relaciones de un organismo con los demás de su entorno y c) el de la dependencia general de cada especie respecto de las condiciones globales del planeta: yendo de las poblaciones y comunidades a los ecosistemas, biomas y a la biosfera. Esta escala tan interrelacionada de azar y determinismo es en la que la que hay que situarse para comprender todo el hecho evolutivo.

 

7) La evolución de las especies animales está inmediatamente ligado a la evolución de las plantas y ellas dos a la interacción evolutiva de la materia en la secuencia que va de la célula a la macromolécula, a la proteína y a las moléculas más comunes de la materia inerte.

 

8) En la disputa entre el lamarckismo y el darwinismo, ganada por este último, hoy hay que reconocer, con todo, que la intuición principal del lamarckismo (la transmisión de caracteres adquiridos) se ha recuperado de algún modo, por otro camino, a través de la constatación de las transformaciones epigenéticas: la epigénesis trata de los cambios reversibles del ADN que hace que los genes se expresen o no dependiendo de condiciones externas.

 

 

 

Las principales conclusiones de Darwin mostraron con el tiempo, de este modo, su potencia y acierto. Y, curiosamente, en el transcurso del desarrollo de la teoría de la evolución, hasta llegar a la teoría sintética de la evolución en el siglo XX, especialmente a partir de finales del siglo XIX, cobró una gran importancia teórica el tema del racismo, de la desigualdad esencial de unas razas respecto de otras y de la superioridad de ciertas razas: hoy las investigaciones científicas han mostrado la gran probabilidad de que la especie humana proceda de un único grupo de irradiación desde África, la gran proximidad genética con nuestro pariente más próximo, el chimpancé, un código genético prácticamente idéntico para toda la especie humana con una gran variedad de alelos (al menos una tercera parte de los genes tienen alelos diferentes) que son los responsables de las diferencias externas más visibles.

 

 

 

4. La teoría de la evolución

 

4.1. De la evolución cosmológica a la zoológica

 

La cosmología moderna propone hoy como una hipótesis muy extendida que el universo actual habría surgido fruto de una gran explosión inicial (Big bang) hace entre 13.000 y 15.000 millones de años. La astrofísica confirma con continuos datos que el universo en su conjunto está en expansión constante.

 

 

 

En este universo en expansión el planeta Tierra se habría formado hace unos 4.500 millones de años (m.). La vida sobre la tierra habría aparecido hace 3.700 m. y las primeras células en forma de bacterias (procariotas) en los océanos cuando aún no se había formado la atmósfera terrestre. Serán las bacterias que introduzcan la fotosíntesis las que producirán nuestra atmósfera. En este nuevo contexto, hace 1.500 m. surgió la célela eucariota, con un núcleo que se forma en el interior del citoplasma. Entre 1.000 y 700 m. se fija la aparición de los organismos pluricelulares compuestos de células especializadas para nutrirse, desplazarse y reproducirse, como sucede en las esponjas, las medusas y los gusanos planos. Todo esto sucedió durante el Precámbrico (4.500-570 m.).

 

Tras el Precámbrico, la era Primaria o Paleozoico (570-235 m., con sucesivamente el: Cámbrico, Ordovícico, Silúrico, Devónico, Carbonífero y Pérmico); después la era Secundaria o Mesozoico (235-65 m., con sucesivamente el: Triásico, Jurásico y Cretácico); a continuación la era Terciaria o Cenozoico: 65-2 m., con el Paleógeno (subdividido en Paleoceno, Eoceno y Oligoceno), el Neógeno (subdividido en Mioceno y Plioceno) y el Cuaternario, con el periodo Pleistoceno, desde hace 2,5 m. de años, y el Holoceno, en el que nos hallamos.

 

Los dos últimos periodos geológicos, el Pleistoceno y el Holoceno, han discurrido a través de las edades marcadas por la culturas de la piedra: el Paleolítico (inferior, medio y superior), el Mesolítico y el Neolítico, para dar paso a las edades de los metales (Cobre, Bronce, Hierro) en el momento en que con la aparición de la escritura trazaremos la línea divisoria entre la Prehistoria y la Historia. El Holoceno (actual época geológica) señala los tiempos actuales a partir de la última glaciación, hace unos 11.700 años, cuando la megafauna precedente (mastodontes, mamuts, tigres con dientes de sable, perezosos gigantes, aves gigantes…) ha desaparecido y cuando Gran Bretaña se separó de Europa, entre otras remodelaciones geográficas. El principio del periodo geológico en que nos hallamos (el Holoceno) viene a coincidir con el final del Paleolítico. El Paleolítico abarca todo ese periodo de tiempo a partir del cual algunos homínidos empiezan a utilizar como herramienta la piedra tallada (rasgo característico que señala el paso de los homínidos al género homo) y discurrió desde hace 2,5 millones de años hasta el mesolítico, hace unos 10.000 años. El Paleolítico superior comprende la última parte, desde hace unos 33.000 años a. C., época en la que irán desapareciendo las otras especies colaterales al homo sapiens.

 

Entre el Cámbrico y el Paleolítico, es decir, entre el comienzo de los tiempos fosilíferos y la aparición de homínidos pre-humanos, veremos sucederse los siguientes grandes hitos evolutivos: hacia el comienzo de la era Primaria, hace unos 600 m. tiene lugar la expansión de los invertebrados. Los primeros vertebrados, peces, aparecen hace unos 500 m. Los anfibios desde hace 327 m., los reptiles desde los 220 m. (que se sitúan en el comienzo de la era Secundaria) y los mamíferos desde hace 200 millones de años.

 

Unos reptiles característicos evolucionados, que dejaron de reptar, fueron los dinosaurios, principales habitantes de la tierra, del mar y del aire durante más de cien millones de años, hasta que hace alrededor de 65 m. de años desaparecieron. Estamos en el inicio de la era Terciaria, y los mamíferos, que habían estado ocupando nichos ecológicos residuales, experimentan una gran diversificación justo coincidiendo con la extinción de los dinosaurios.

 

 

 

 

 

4.2. De los primates al homo sapiens

 

El humano junto con los grandes simios, los monos, los lemúridos, los loris y los társidos  son los actuales vivientes que proceden del tronco del orden de los primates, aparecidos aproximadamente hace 65 m. de años. Los monos pueden situarse hacia 36 m. y hace unos 18 m. podemos datar a los hominoideos, entre los que podemos citar a uno de los prehomínidos característicos: el Ramapithecus (14-12 m.). De la superfamilia de los hominoideos deriva la familia de los homínidos, hace entre 6 y 5 millones de años. La superfamilia hominoidea comprende la familia de los hilobátidos (gibones o simios menores) y la de los hominidae u homínidos. Entre estos últimos, el hombre, el orangután, el gorila, el chimpancé y el bonono, además de todos los que se extinguieron: paranthropus, australopithecus y múltiples géneros homo.

 

 

 

La deriva de las placas tectónicas ha sido la causante de la actual conformación de los continentes, y durante la evolución de los primates se fijó la actual separación, entre otras remodelaciones geográficas, de África y América. De este modo, los primates de América del sur evolucionan hacia los monos platirrinos: con tabique nasal ancho, mientras que en África aparecen los catarrinos: con los agujeros de la nariz hacia abajo. Son los catarrinos los que evolucionarán hacia los hominoideos. (Katá significa en griego hacia abajo).

 

 

 

Entre los primates y los hominoideos hubo varias encrucijadas significativas en nuestra evolución. Entre ellas, primero nuestro tabique nasal situó sus orificios hacia abajo, nos hicimos catarrinos y luego  nuestra cabeza dejó de ser cinocéfala (cabeza u hocico de perro) y perdimos el rabo, es decir, dejamos de ser cercopitecos.

 

 

 

4.2.1. De los homínidos al género homo

 

Entre los homínidos hasta la fecha conocemos que hace 5,5 millones de años existía el Ardipithecus ramidus, de donde posteriormente el Australopithecus anamensis desde hace unos 4,5 m., a partir del cual podemos comprobar el primer bipedismo parcial (4,2 m.) y desde donde se dibujan varias líneas evolutivas diferentes, la del Australopithecus afarensis (que vivió hace 4 m.), la del Australopithecus africanus (vivió hace 3 m.) y la nuestra (aún por precisar). Del afarensis derivó el Paranthropus aethiopicus, y de éste los Paranthropus robustus y boisei, los cuales se extinguieron hace 1 millón de años. Nuestra rama filogenética, desde el Australopithecus anamensis, dará lugar después de más de dos millones de años a una forma de género homo. Conocemos por restos paleoantropológicos al Homo habilis (vivió hace 2,5 m.), al Homo rudolfensis (vivió hace 1,85 m.), al Homo ergaster que vive desde hace aproximadamente 1,8 millones de años y en el cual se inscribe nuestra línea evolutiva, y al Homo erectus (vivió desde aproximadamente 1,5 m. y se extingue, se cree, hace 100.000 años), que parece derivar de la primera salida de África del ergaster. Del homo erectus parece derivar el recientemente descubierto, en la isla indonesia de Flores, Homo floresiensis, de muy pequeña estatura y que habría desaparecido hace tan solo 13.000 años. El ergaster da lugar al Homo antecessor que vivió hace algo más de 1 m., del cual surge una línea que diverge de la nuestra: Homo heidelbergensis y de éste el Homo neanderthalensis, y otra línea que lleva a nosotros: el Homo rhodesiensis y de éste el Homo sapiens, hace unos 200.000 años.

 

Los prehomínidos de hace 13 millones de años vivían en los árboles. Desde entonces varios puntos de inflexión van a ir marcando nuestra deriva filogenética: el bipedismo o la locomoción bípeda que se alcanza hace unos 6 m. El bipedismo se hizo perfecto y se acompañó de la total liberación de las manos, lo que nos aleja de los póngidos y los pánidos. De ahí la fabricación de herramientas, la caza y la recogida de alimentos potenciada. La alimentación se diversifica, las mandíbulas se transforman, el volumen craneal se va desarrollando paso a paso… Hace 2,5 millones de años un homínido va a operar el tránsito al género Homo cuando llega a fabricar las primeras toscas herramientas, que utiliza para cazar y descuartizar a los animales: el Homo habilis. Las técnicas líticas se van desarrollando y diversificando: hachas bifaces y otros instrumentos líticos. La mejora de la dieta y la ingesta de proteínas ayudan al desarrollo cerebral. El Homo ergaster es el primer homínido que sale de África y que se extiende por Asia y Europa. Hace unos 400.000 años se empezó a controlar el fuego, probablemente de la mano del Homo erectus. Los Homo ergaster que permanecieron en África darán lugar al Homo antecesor, el cual emigra a Europa y evoluciona hacia el Homo heidelbergensis, que domina el fuego con seguridad, es carnívoro con conductas de caza cooperativa y antepasado de los neandertales. El Homo antecessor que no abandonó África, convertido hace 600.000 años en Homo rhodesiensis, evoluciona hacia el Homo sapiens. Éste desde África colonizará la tierra entera desde hace al menos 50.000 años, a lo largo de una prolongada fase migratoria: Asia y Europa, luego Oceanía y finalmente, por el estrecho de Bering, habría pasado a América, hace unos 20.000 años.

 

 

 

La especiación que se opera con los homínidos (base imprescindible para que de ahí pueda surgir el género Homo) tuvo que ver con al menos los siguientes factores: a) la transformación de sus piernas y pies con la bipedestación; b) la liberación de las manos y la mejora del músculo tenar del pulgar; c) la transformación de la cadera en correlación con el cuerpo erguido; d) la columna vertebral que se curva en la región lumbar y que se une al cráneo con una nueva orientación del foramen mágnum; e) en el cráneo disminuye el prognatismo de las mandíbulas, se redondea y se aumentan los centímetros cúbicos intracraneales. Estos cambios morfológico-anatómicos son componentes imprescindible en el llamado proceso de hominización, el cual cabe ser completado con el que propiamente añade la cultura o proceso que puede ser llamado humanización. El lenguaje humano no hubiera aparecido, por ejemplo, de no haberse operado unas transformaciones anatómicas (hominización) determinadas: la posición relativa en el tracto respiratorio de sus partes componentes (nariz-boca-lengua-faringe-laringe y cuerdas vocales) que diverge de la de los primates más parecidos y que posibilita nuestra expresión hablada, junto con el desarrollo de las áreas de Broca y Wernicke en el cerebro. El área de Broca está muy comprometida en la elaboración de palabras: produce el habla. El área de Wernicke, en interrelación con la de Broca, está muy comprometida en la comprensión y decodificación de los sonidos lingüísticos.

 

En el nombre de Homo habilis se ha querido patentizar su habilidad para fabricar herramientas, en el Homo erectus la cualidad de andar erguido (que posee también el habilis), en el Homo ergaster su producción masiva y refinada de herramientas (ergaster: trabajador) y en el Homo antecessor se pone de relieve su cualidad exploratoria (antecessor: el que va por delante y explora).

 

 

 

4.2.1.1. Diferencias hominizadoras notables entre australopithecus, habilis, erectus, neandertales y sapiens

 

El Australopithecus (500 cm³) es un homínido que no es todavía totalmente bípedo. Tiene una mandíbula muy prominente, arcos superciliares muy pronunciados y la frente muy huidiza. Su representante más conocido es Lucy una hembra de australopithecus afarensis de poco más de un metro.

 

 

 

El habilis (650-800 cm³) pertenece ya al género homo, medía en torno a 1,40  y tiene la frente menos huidiza, los arcos superciliares menos abultados, bípedo y es capaz de construir herramientas líticas.

 

 

 

El erectus (900-1.000 cm³) alcanza el 1,70 de estatura media y une a las características del habilis una columna vertebral mejor integrada en la posición erguida y una potenciación de la versatilidad de las manos.

 

 

 

El neandertal (1.500 cm³), con arcos supraciliares todavía prominentes y la frente algo huidiza, añade a las características anteriores un desarrollo apreciable de las capacidades intelectuales abstractas y de la complejidad de la vida en grupo.

 

 

 

Entre las características que diferencian al homo sapiens del neandertal (al neandertal también se le ha conocido como «homo sapiens», y en este caso, al Cro-Magnon del que derivamos se le atribuye la calificación de «homo sapiens-sapiens») es la gracilidad de su rostro por la mayor reducción de los rasgos salientes de los homínidos primitivos (mentón, supraciliares y frente) y su mayor inteligencia, aunque su capacidad craneana media pueda ser algo inferior.

 

 

 

4.2.2. El género homo: su cultura y su técnica

 

En los distintos géneros evolutivos de homo vemos aparecer distintas herramientas sujetas ellas mismas a un proceso de mejoría y evolución técnica. Se distinguen los siguientes modos técnicos: modo técnico I (cultura olduvaiense), modo técnico II (cultura achelense), modo técnico III (cultura musteriense) y modo técnico IV (cultura auriñaciense).

 

El modo técnico I (olduvaiense) surge como resultado de las excavaciones arqueológicas de Olduvai (África). Es la cultura propia del Homo habilis (600 cm³ de volumen craneal), que trabajó los choppers, cantos rodados trabajados por una parte con el fin de machacar y cortar. En el caso de que aún no fueran todavía cazadores, estas piedras las habría utilizado con la carroña.

 

 

 

El modo técnico II (achelense) se caracteriza porque las hachas de piedra están trabajadas por las dos caras (bifaces). Es la cultura propia del Homo ergaster que cuenta ya con un volumen craneal de hasta 900 cm³.

 

 

 

El modo técnico III (musteriense) se caracteriza por el uso de lascas (trozos pequeños extraídos del núcleo de la piedra) muy cortantes y laminadas, mucho más elaboradas que las bifaces y que por supuesto las primeras hachas toscas. Fueron los neandertales quienes consiguieron este progreso técnico cuando su volumen craneal llegó a alcanzar 1.500 cm³.

 

 

 

El modo técnico IV (auriñaciense) es el propio del Homo sapiens en el momento en que su cultura entra en contacto con la de los neandertales: junto a las lascas, esta cultura construye laminillas, raspadores, buriles, punzones y otros instrumentos líticos (cuarzo, cuarcita y sílex) fabricados para actividades muy especializadas y concretas; además vemos instrumentos trabajados en el hueso y el arte mueble, para la que se usa el marfil.  El volumen craneal del sapiens es, de media, algo menor que el del neandertal, si bien más inteligente. Además del volumen importará, pues, el funcionamiento de las distintas áreas cerebrales y la perfección de sus múltiples conexiones. La cultura del homo sapiens ve aparecer también el arte rupestre.

 

 

 

4.2.3. El homo sapiens y las especies próximas

 

El homo sapiens y también el heidelbergensis y el neandertal empiezan a conocer los enterramientos. En la Sima de los Huesos de Atapuerca (Burgos) se ha descubierto la práctica funeraria más antigua, de hace 300.000 años, obra de los heidelbergensis. Los neandertales enterraban a sus muertos con un ceremonial elaborado y hace unos 25.000 años desaparecen después de haber dominado Europa durante 100.000 años sin conocerse la causa con precisión. El homo sapiens, que alcanza el nivel propio de la cultura auriñaciense, desarrolla un comportamiento asombroso: la pintura rupestre, de la que tenemos constancia existía ya hace 40.000 años, durante la última glaciación, con representaciones de animales, de figuras humanas y seres zooantropomorfos.

 

El control sobre el fuego, tan importante para la supervivencia y para la transformación de la dieta, es conocido, según parece, desde el Homo erectus: hace unos 400.000 años. El lenguaje tal como lo reproducimos ahora, guiados por la conformación de los distintos restos paleoantropológicos, no habría sido posible hasta fecha muy temprana. Los más inmediatos al homo sapiens: el heidelbergensis, el neanderthalensis y el rhodesiensis tuvieron ya preparado el aparato fonador de manera muy próxima a la nuestra. Un reciente gen descubierto, clave en el desarrollo del lenguaje, es común a neandertales y sapiens. Los enterramientos, el cuidado de los enfermos, los lazos sociales y cooperativos muy fuertemente establecidos se han constatado especialmente a partir de los neandertales, aunque en el sapiens se expresan de manera relevante y singular. Ligado al arte rupestre de un sapiens muy avanzado en el paleolítico superior, podemos inducir, seguramente, los primeros indicios de religiosidad institucionalizada: lugares sagrados, hechiceros y númenes.

 

 

 

4.2.4. ¿Qué es, entonces, el hombre?

 

El homo sapiens actual, el hombre, el ser humano, es un primate: un mamífero con cinco dedos y una mano muy especializada. Es un homínido: un primate que camina erguido. Es el único superviviente del género homo: un homínido que desarrolla portentosamente el uso de herramientas, las técnicas, el lenguaje y la cultura. Es un homo sapiens que a través de un proceso de desarrollo cultural más y más intensivo ha construido mitos y religiones hasta llegar a las ciencias, la filosofía, la tecnología y un sentido estético simbólico. Es un ser humano que ha desarrollado la cualidad de constituirse a sí mismo en persona.

 

 

 

5. Naturaleza/Cultura

 

El par conceptual Naturaleza/Cultura ha venido considerándose, dentro de un enfoque filosófico espiritualista o idealista, como si fueran dos niveles de realidad tan distantes como la materia física (supuestamente inerte) y las entidades espirituales (supuestamente activas y autónomas). Pero ni la materia física es inerte (según sabemos por la física subatómica) ni los comportamientos «espirituales» son autónomos (no conocemos «espíritus» separados). E interpretando estrictamente la teoría de la evolución, la llamada «cultura» es una expresión más (nueva, eso sí) de la «naturaleza». Más, incluso: tomamos consciencia de eso que llamamos Naturaleza por mediación de los instrumentos culturales que un primate evolucionado ha desarrollado «naturalmente».

 

La relación Naturaleza/Cultura no ha de ser interpretada en un formato disyuntivo exclusivo: lo natural frente a lo cultural y viceversa, sino como una relación dialéctica entre ambas, donde ontológicamente la cultura es naturaleza y donde gnoseológicamente la naturaleza (su concepto) es cultura. Y visto desde una perspectiva evolutiva: la cultura puede ser interpretada como un «pliegue» singular de la naturaleza. Un pliegue que contiene muchos pliegues o diferencias, como pueden ser la visión estereoscópica y policromática, la inmovilidad de las orejas, la reducción del olfato, la pérdida de pelos táctiles, la gestación de una sola cría por parto como regla general y el gran y prolongado cuidado maternal de las crías... rasgos que el homo sapiens comparte con los antropoides, a los que se añade como rasgos propios la capacidad no sólo de manipular útiles sino de construir sus propias herramientas junto con un aumento de la capacidad craneana que va de los 400 cm³ del chimpancé a los 1500 cm³ del homo sapiens, y que le lleva de una «cultura» animal basada en pautas de conducta muy circunscritas a una cultura humana productora de una infinidad inagotable de instituciones culturales, entre las cuales el lenguaje doblemente articulado y, después, la escritura, son saltos cualitativos o «pliegues» de la naturaleza esenciales. Cultura compuesta por una sucesiva acumulación de instituciones que se sostienen gracias al desarrollo de una determinada inteligencia o conciencia. El biólogo inglés Steven Rose sugiere una ecuación que relaciona la aparición de la conciencia (C) con el número de neuronas no comprometidas de las áreas de asociación (n) multiplicada por sus posibilidades de interconexión (s): C = n x s. Aunque consideremos esta fórmula como una mera hipótesis tentativa, puede servir para indicar la unión entre la «cantidad» (naturaleza) y la «cualidad» (el salto cualitativo de la cultura), cuando consideramos que los grandes simios tendrían 3.500 millones de neuronas «libres» o no comprometidas; el australopiteco 4.300 millones, el homo habilis 5.400 millones, el homo erectus 7.000 millones y el homo sapiens 8.500 millones. A esta diferencia gradual de las neuronas «libres» hay que aplicar el porcentaje correspondiente al gran número de interconexiones del encéfalo humano notablemente superior a sus congéneres. De este modo, la capacidad ética, por ejemplo, no habría que extraerla de una capacidad «espiritual» o sentido humano para alejarse de la naturaleza (en la forma de superación de instintos o inclinaciones) sino en una capacidad «natural» que hemos desarrollado para poder discriminar entre el bien y el mal moral, valoración que lleva incorporada la discriminación entre lo más útil y lo menos útil según modulaciones muy finas y muy complejamente contextuadas.

 

 

 

6. La persona humana

 

 

 

Una vez constituido el homo sapiens —el hombre (varones y mujeres)— cabría hablar de la posible constitución de la «persona». Esto se haría posible en virtud de cierta racionalidad, de ciertas conductas humanas y de su capacidad de vivir en un mundo de valores.

 

El estrato de la conducta racional nos pone directamente ante lo que llamamos cultura. Si la actividad de la naturaleza está regida por leyes naturales y la actividad animal por conductas pautadas, la actividad humana se delimita como tal al estar dirigida por normas o conductas normadas (ceremonias/no meros ritos, etc). Los animales son capaces de conducta pautada, pero no normada. Las normas nacen de rutinas exitosas socialmente establecidas (cocinar, danzar...). Las normas, la cultura y la racionalidad humana son caras de una misma realidad antropológica.

 

La racionalidad humana supone la suma de las siguientes condiciones: 1º) estar dotado de un elevado grado de flexibilidad y originalidad en la búsqueda de soluciones inteligentes nuevas, 2º) actuar conforme a fines que el propio sujeto inteligente se propone, 3º) reobrar sobre el medio siendo capaz de transformar el resultado de una relación original prefijada, en función de los fines buscados, 4º) los nuevos fines conseguidos han de poder ser transitivos a la especie en general, mediante mecanismos de imitación y de aprendizaje reglado y 5º) los fines novedosos alcanzados, dominados y generalizados tienen la capacidad, por acumulación indefinida, de transformar los mismos modos de vida de grupos humanos globalmente considerados.

 

El conjunto de estas condiciones hace posible el nivel de actuación propiamente más humano: los actos libres.

 

 

 

6.1. La libertad

 

¿Cómo es posible que seamos responsables sin ser libres? ¿O que seamos libres y a la vez no lo seamos? Hay que distinguir entre «libertad-de» y «libertad-para». Sí somos libres-de pero no libres-para.

 

 

 

6.1.1. La libertad-de

 

La libertad-de es una capacidad de acción en contexto y relativa a obstáculos particulares que nos es dado salvar. No podemos con nuestra voluntad «pura» (libertad-para personal irreal) cambiar algo en el mundo, porque nuestra voluntad siempre actúa pegada a los fenómenos concretos y estas acciones siempre van unidas a nuestras motivaciones, intereses, apegos, convicciones, creencias o ideas; es decir, que nuestra voluntad no es pura o puramente espiritual, sino enraizada en el cuerpo. El alma no es más que ciertas determinaciones del cuerpo dadas a una escala que no se resuelve en la bioquímica. Desde la libertad-de constatamos que podemos salir al aire libre porque no estamos prisioneros, que podemos elegir la profesión que más nos estimula porque no estamos limitados por factores adversos, etc., es decir, experimentamos que podemos salvar ciertos obstáculos y no ciertos otros. A los obstáculos que podemos salvar a voluntad lo llamamos nuestra libertad, que es una libertad-de.

 

La libertad-de es suficiente para hacernos responsables de nuestros actos.

 

6.1.2. La libertad-para

 

La libertad-para sería la capacidad de transformar o conseguir a voluntad las cosas que pretendamos, movilizados desde una voluntad pura, voluntad indeterminada (salvo por sí misma) con total independencia de nuestros intereses e inclinaciones. No parece que tengamos tal facultad, aunque algunos la postulen o la confundan con la libertad-de.

 

La libertad-para cabe relacionarla con proyectos sociales que desbordan las voluntades particulares, en cuanto proyectos teleológicos en donde deben coordinarse múltiples intencionalidades con múltiples puntos de resolución, dentro de un proceso ingobernable por la voluntad humana aislada, pero que puede ser racionalizado como proyecto colectivo posible. En este sentido, en cuanto estos proyectos colectivos cobraran realidad y se cumplieran como objetivos, podría hablarse de libertad-para. Ahora bien, ¿a qué voluntad se lo atribuiríamos, si toda voluntad es individual? Por ello, la libertad-para sólo puede interpretarse positivamente como resultado de un proceso complejo donde múltiples libertades-de consiguen coordinarse en un proyecto común.

 

Si observamos una vida humana completa, desde fuera, y en tanto quepa sumar el conjunto de la libertad-de de esa vida dentro de un plan vital, de modo que pueda decirse que el proyecto se ha llevado a cabo, obrando y reobrando, y siguiendo la línea trazada, en esa medida podríamos decir de esa vida que ha alcanzado la resolución que da la libertad-para. Mientras que la libertad-de es cuestión de actos voluntarios singulares, la libertad-para puede traducirse como la resultante de una cadena de actos sostenidos por un proyecto duradero capaz de incidir en la realidad y transformarla. Capaz, por ejemplo, de construir una vida según un proyecto.

 

La voluntad individual es capaz de libertad-de, hasta el punto de que, como recuerda Sartre, estaríamos «condenados a ser libres», no podríamos no ser libres, la condición humana lo exige, en cuanto capacidad de reobrar y en cuanto responsabilidad inherente a nuestros actos. Y desde esa libertad-de cabe articular la propia actividad para hacerla coincidir con determinados proyectos de libertad-para, en cuanto que los episodios voluntarios particulares son proyectados dentro de un proceso global para que coincidan con él.

 

El modelo más efectivo de libertad-para cabe tejerlo, más que individualmente (no vivimos una vida individual), grupalmente, en la medida en que los actos de libertad-de consigan integrarse en proyectos objetivos colectivos.

 

 

 

6.1.3. Autonomía y heteronomía

 

Autonomía significaría etimológicamente la capacidad de darse normas a sí mismo (auto = uno mismo, y nomos = norma). Y heteronomía, al contrario, el hecho de que esas normas procedan de otros.

 

Se es autónomo cuando desde la libertad-de somos capaces de solidificar nuestros propios proyectos. Pero como nuestros proyectos no pueden desarrollarse con total independencia, la autonomía requiere para consumarse como tal, de toda una dialéctica de interdependencias. Creer que somos más autónomos cuando estamos más próximos de nuestros propias inclinaciones consideradas en sí mismas supone sufrir un espejismo porque ¿qué normas son las que somos capaces de «crear» que no nos vengan ya dadas por nuestra «naturaleza»?

 

La autonomía y la heteronomía son dos tipos de «obediencia», en el primer caso mantenemos la dialéctica individuo-sociedad gobernada por las normas sociales, y en el segundo caso la dialéctica se rompe a favor de una de las dos partes: 1) a favor de la sociedad y, entonces, se produce la heteronomía de la imposición externa, o 2) a favor del individuo y, entonces, estamos ante la heteronomía de quien creyéndose «autónomo» sólo obedece a sus instintos o a sus dependencias.

 

El mar en el que se mueven las olas de nuestra vida, las del mundo externo y las de nuestro cuerpo interno, nos agitan heterónomamente. Pero sobre este mar de heteronomía caben ciertas formas de reobrar, autónomas, cuando se consigue actuar siguiendo normas promovidas desde la propia racionalidad y convergentes con un nivel determinado de sociabilidad. La autonomía exige la acción normativa individual (autos), pero también que esa acción tenga carácter social, porque no hay norma (nomos) si no tiene contextura social.

 

El concepto de persona, y no simplemente de individuo humano, se va desarrollando al entender al sujeto dotado de responsabilidad, libertad, igualdad y autonomía.

 

 

 

6.2. Dicotomía sexo-género y sociedad de personas

 

Ser persona es una categoría social, histórica y cultural. Antes de haber una sociedad de personas hubo seres humanos y antes de esto hubo un largo proceso de constitución desde el «protohombre» al ser humano.

 

La actividad ceremonial, la creación de un mundo simbólico, la sensibilidad estética, la capacidad de reobrar inteligentemente dirigidos por fines y por normas, la posibilidad de recrear un mundo de valores... hizo posible al ser humano. ¿Cómo se constituyeron las personas desde estos sujetos humanos?

 

Las sociedades de personas fueron superponiéndose a las sociedades humanas en el trámite del desarrollo de las estructuras jurídicas. Éstas, además de establecer lo correcto y lo incorrecto, fueron distribuyendo derechos. Llega a ser persona funcional quien tiene personalidad jurídica reconocida, quien tiene ciertos derechos. Cuando Aristóteles reconoce a los varones libres –y no a los esclavos, niños o mujeres– la categoría de ciudadanos con derechos, está describiendo un estado de relaciones jurídicas.

 

Si se hace corresponder el término «persona» con el de «ser humano» no puede encontrarse ninguna diferencia justificable entre el varón y la mujer. Pero si «persona» lo entendemos como un concepto histórico y positivo, en cuanto sujeto de atribución de derechos, entonces constatamos que en las sociedades patriarcales se ha dado primacía al varón sobre la mujer en el momento de consagrar sobre ellos derechos jurídicos.

 

Primero fueron los aristócratas (aristoi: los mejores), los nobles, los caballeros, los varones libres y algunas mujeres singulares, en el contexto de una organización patriarcal. Finalmente, abolida la esclavitud, y proclamada la igualdad «holizadora» se rompieron políticamente las diferencias entre varones y mujeres, que nunca estuvieron sustentadas en la posesión de valores humanos trascendentales diferenciadores sino en un determinado tipo de organización social. Igualados en derechos y deberes jurídicos todos los seres humanos, la figura cultural que nos eleva a la dignidad de personas ya no puede jerarquizarse, sino por la calidad personal que cada cual, varón o mujer, llegue a alcanzar.

 

No hay razones antropológicas trascendentales que puedan servir para separar jerárquicamente al varón y a la mujer. Es verdad que no cabe borrar las diferencias individuales, como si no existieran, pero estas diferencias expresan potencia, virtud, cualidades, singularidades, funcionalidades biológicas (espermatozoides y óvulos, por ejemplo)..., pero en ningún caso la diferencia entre sexos expresa una condición per se jerárquica y, tan siquiera en dos clases sociales funcionales (aunque históricamente, por motivos organizativos haya podido darse algo parecido). Porque, además, ha de tenerse en cuenta que es distinto el sexo, como género (masculino y femenino) de la sexualidad, la cual es un modo de ejercicio mucho más personalizado que la simple bipartición gonádica. La sexualidad hace referencia al modo cómo la sexuación (que es bimembre, sin contar el hermafroditismo) se ejercita dependiendo de las múltiples características personales y de los moldeamientos culturales que recibimos: monogamia, poligamia, poliandria, homosexualidad, heterosexualidad, bisexualidad, castidad, promiscuidad...

 

 

 

La mujer y el varón comparten un constitutivo trascendental idéntico referido a las facultades más elevadas; son diferentes en muchos aspectos particulares, pero no en razón de ser varones o mujeres, y sólo son distintos por la capacidad de generar óvulos o espermatozoides (o de no generarlos) y por el sistema endocrino y hormonal que coopera a estas funciones.

 

El sujeto humano «idéntico» se diferencia por múltiples rasgos propios, entre ellos el distinto modo de sexuación y han sido los diferentes modos de organización social los que han ido dando funciones diferentes a varones y mujeres, dependiendo de las normas exogámicas o endogámicas, patrilocales, matrilocales o avunculocales, de familia patriarcal o celular, en una sociedad esclavista, medieval o que ha llevado a cabo, finalmente, el proceso de «holización» (universalización de derechos), proceso que implica que cada uno de los sujetos llega a recortarse a escala propia en derechos y deberes. Cuando el varón y la mujer han sido tratados según dos escalas de importancia diferenciadas, no lo han sido por su valer individual, sino por la función social en la que se hallaban inmersos.

 

El modo de organización de las sociedades «holizadas», que se posibilitaron a partir de las revoluciones sociales de finales del siglo XVIII, ha ido haciendo posible la efectiva igualdad de derechos y deberes de mujeres y varones, en calidad de personas, es decir, con la misma calidad jurídica.

 

6.2.1. La desigualdad entre varones y mujeres

 

En la red podemos encontrar análisis interesantes como el texto siguiente sobre las diferencias hombre/mujer:

 

«Nadie duda de las diferencias fisiológicas (fuerza, altura,...) entre los hombres y las mujeres.

 

Las diferencias psicológicas son más controvertidas. Muchos niegan que existan, algunos que son fruto de una educación sexista y otros que son el resultado de una diferencia genética que nos proporciona un cerebro ligeramente dispar.

 

¿Mejor, peor, igual?

 

Ser diferentes -psicológicamente- no establece ninguna desigualdad. En algunos de los aspectos, la mujer se encuentra naturalmente dotada, en otros es el hombre quien tiene una ligera ventaja, pero estos pequeños aspectos no suponen ninguna brecha que impida la ejecución de cualquier tarea o cumplir un rol que tradicionalmente esté asociado al sexo contrario.

 

Origen de las diferencias:

 

- Neurológicamente, los cerebros del hombre y mujer presentan dimorfismos sexuales:

 

- La estructura que interconecta los dos hemisferios (cuerpo calloso) tiene una mayor densidad de interconexión en las mujeres.

 

- Flujo sanguíneo cerebral más incrementado en las mujeres que los hombres.

 

- El cerebro de los hombres está funcionalmente organizado de una manera asimétrica evidente en las regiones frontales izquierdas, mientras que el cerebro de las mujeres se evidencia una función bilateral.

 

- El cerebro femenino envejece más despacio

 

- Diferencias de densidad neuronal en ciertas zonas

 

 

 

Diferencias Hombre Mujer:

 

- La mujer puede realizar más tareas intelectuales simultáneamente -Ej: leer el periódico y hablar por teléfono- que el hombre (Cuerpo calloso más denso)

 

- El cerebro masculino está más capacitado para la concentración (menos tareas simultaneas) -ejemplo: al leer el periódico, disminuye la agudeza auditiva- (Cuerpo calloso menos denso)

 

- El cerebro femenino puede identificar emociones ajenas con más precisión.

 

- Mejor capacidad espacial y de orientación en el hombre.

 

- Mejor capacidad de la mujer para el lenguaje (Mayor densidad neuronal del hemisferio izquierdo: Uso de ambos hemisferios)

 

- Mejor memoria en la mujer

 

- Mujer: Resolución de problemas centrada en el proceso

 

- Hombre: Resolución de problemas centrada en la meta»

 

(Texto recogido en: http://www.gueb.org/Psicologia/Diferencias-Hombre-Mujer, el 26/agosto/2009).

 

Pongamos entre paréntesis la mayor o menor veracidad y exactitud de lo contenido en este texto. Lo que interesa es que ser diferentes anatómica, fisiológica, cerebral y hasta culturalmente, no significa que se es desigual, en sentido ético. La igualdad ética está vertebrada de otro modo: tiene que ver, a escala diacrónica, con un largo proceso de constitución de la especie y con una larga andadura civilizatoria con poder de irradiarse al conjunto de las culturas (que se desarrollan con abundantes diferencias), y, en sentido sincrónico, tiene que ver con nuestros actos libres y autónomos y con la construcción de nuestra racionalidad personal.

 

 

 

6.2.2. La ciudadanía

 

La ciudadanía es esa figura humana que ha aparecido en las sociedades civilizadas, urbanas y en el seno de las sociedades políticas, que ha atravesado mil avatares, desde una situación sin apenas derechos a la progresiva irradiación de los derechos obtenidos cuando el pueblo pasó a ser el depositario de la soberanía nacional. Esto es un resultado muy reciente, que se fue generalizando en el siglo XIX, con los regímenes parlamentarios, que se fue afianzando en el XX dentro del mundo occidental de democracias homologadas, pero que en amplias áreas culturales no es todavía un hecho bien instituido. Con todo, la soberanía nacional se inscribe en un marco formal de derechos y su efectiva materialización es una misión que ha de conquistarse cada día, siempre en una dialéctica recomenzada.