Propiedad, libertad, igualdad e instrucción en el sistema filosófico jovinista

 

 

 

Conferencia pronunciada en los Coloquios del Bicentenario de la muerte de Jovellanos, celebrada el martes 5 de julio de 2011, 19:00-21:00, en el Centro Cultural de España en Santiago de Chile, organizado por la Consejería Cultural de la Embajada Española en Chile, dentro de las celebraciones conmemorativas “Jovellanos en Chile”[1], con el título: 

Jovellanos, Filosofía y Formación Ciudadana. La educación y la instrucción como eje trascendental articulador de la formación ciudadana, en la filosofía de Jovellanos. Aplicación a las ideas de propiedad, libertad e igualdad.

 

 

 

Saludo y reconocimientos

 

Buenas tardes, estimados asistentes a este acto de conmemoración del bicentenario de Jovellanos.

 

Debo agradecer, en primer lugar, las amables palabras de presentación de nuestro moderador, Manuel Peña Muñoz, escritor y director del Instituto Chileno de Cultura Hispánica.

 

Y tengo que agradecer, con el énfasis que se merece, a la Consejería Cultural de la Embajada de España en Chile, por la organización de este acto, tan importante en el intercambio cultural de las relaciones entre Chile y España y tan trascendente en la historia del jovellanismo, por el nivel internacional que proyecta de la figura de Jovellanos.

Una mención especial he de hacer, omitirlo sería injusto, a las buenas gestiones de Leonora Díaz Mas, asistente técnica de la Consejería Cultural de la Embajada de España en Chile, porque ha llevado a buen término este proyecto y, además, por su encanto y valía personales.

 

Tengo que manifestar que es para mí un honor compartir mesa y tema de conferencia con Humberto Giannini, prestigioso filósofo chileno. Y he de manifestar, igualmente, que es también para mí un honor compartir estos coloquios con Aldo Casali y con Manuel Lucena, destacados investigadores en sus respectivas especialidades históricas.

 

Finalmente, es muy conveniente resaltar que la importancia de este acto, aparte de su valor intrínseco, por las ideas que aquí se desplieguen presencialmente, viene dado por el hecho de proyectar a Jovellanos más allá de la escala local y regional, en Gijón y en Asturias, donde está siendo conveniente y justamente celebrado, y más allá de la escala nacional, España, donde es habitual que sea a menudo olvidado (salvo en lugares como en Mallorca, en Jadraque o en Muros de Noya). La aportación de Chile, por el compromiso de personas e instituciones chilenas en alentar y apoyar esta conmemoración organizada por la Embajada Española, tiene el mérito de iniciar en este bicentenario la proyección internacional de Jovellanos. Por tanto, gracias a Chile.

 

¿Quién es Jovellanos?

 

Reunamos todas las respuestas a la cuestión de quién es Jovellanos: obtendremos un denominador común, prácticamente universal, que nos arroja una imagen de nuestro ilustrado altamente elogiosa. En vida tuvo enemigos, como no podía ser menos tratándose de un espíritu tan crítico y reformador: lo vemos, por ejemplo en aquella famosa delación anónima que se cursó contra él. En el siglo XIX continuaron algunos rechazos hacia sus reformas, fundamentalmente de aquellos que vieron en sus ideas posturas religiosas heterodoxas. En el siglo XX desaparece toda resistencia ante su figura y vemos que el juicio sobre su integridad personal se halla próximo al de la reverencia ante un santo laico, y que por lo demás se le considera un clásico y un padre de la patria.

 

Si le preguntamos a los jóvenes liberales, a la generación de admiradores que tomaban el relevo y que le habían puesto como ejemplo intelectual a seguir, nos responderán, por ejemplo con palabras de dos de ellos, Manuel José Quintana y Juan Nicasio Gallego: «padre de la patria, respetable por sus virtudes y por sus talentos, urbano, recto, íntegro, celoso promovedor de la cultura y de todo adelantamiento en su país: literato, orador, poeta, jurisconsulto, filósofo, economista; distinguido en todos los géneros, en muchos eminente»[2].

 

Si consultamos al joven liberal que posiblemente se hallaba más distante de las posturas de Jovellanos, Blanco White, oiremos que «es uno de los españoles más notables que España ha producido en su decadencia»[3] y que «de Jovellanos es imposible no hablar con veneración y respeto».

 

Si hacia finales del siglo XIX, yendo a otras latitudes ideológicas totalmente distintas, nos interesamos por desvelar la opinión de Marcelino Menéndez y Pelayo, posiblemente el intelectual que en ese momento  más conocimientos había acumulado sobre la historia de España, nos dirá que Jovellanos es un alma heroica y hermosísima, quizá la más hermosa de la España moderna[4].

 

Si buscamos en las primeras décadas del siglo XX, en Schumpeter, por ejemplo, uno de los principales teóricos de la economía, podemos constatar el alto aprecio que tiene de nuestro ilustrado como economista: «Jovellanos es un notabilísimo representante de la economía aplicada y, si bien, no lleva adelante progresos en el análisis, entendió el proceso económico mejor que muchos teóricos»[5].

 

Jovellanos es, así pues, una figura intelectual y personal exquisitamente admirada por casi todos; y a partir de un cierto momento, puede afirmarse que por todos. Sin embargo, ¿qué hizo Jovellanos para merecer estas opiniones elogiosas hasta el extremo?

 

Principales hitos de su perfil creador y de su fama

 

Recordemos algunos de los hitos principales de su perfil creador y de su fama o proyección pública.

 

Jovellanos, a sus treinta y dos años, en su plaza de juez en Sevilla, ya era admirado por algunos poetas que le estaban adoptando como maestro y preceptor literario. En 1776, escribe una Didáctica[6] a Meléndez Valdés, estudiante en Salamanca, que junto con fray Diego González y fray Juan Fernández de Rojas, son los primeros literatos, Batilo, Delio y Liseno, dispuestos a seguir las nuevas directrices (didácticas, útiles y con sentido histórico) que Jovellanos quiere imprimir al oficio de poeta. Jovino, autor todavía muy incipiente él mismo, recientemente conocido por El delincuente honrado, por algunas traducciones y escarceos literarios y por sus nuevas ideas, cuando apenas acaba de formarse, ya  tiene seguidores. La inicial admiración de Batilo y sus amigos será muy pronto continuada por muchos otros como L. F. Moratín o Goya.

 

En su etapa de Madrid, entre los 34 y los 46 años (1778-1790), asciende como tantos otros magistrados en su cursus honorum pero ya es nombrado muy pronto, al igual que unos pocos más selectos, académico, pero, nos preguntamos: ¿cuántos fueron a la vez académicos de las cinco academias entonces existentes: de la historia, de bellas artes, de la lengua, de cánones y de derecho?, ¿cuántos, además, formaban parte no de una sociedad económica, como la matritense, sino de varias más?, ¿cuántos, además, fueron requeridos para aquella nueva institución naciente que era la Real Junta de Comercio, Moneda y Minas? Y aún más: ¿a cuántos les fue encargada la tarea de redactar y elevar propuestas al consejo de Castilla sobre la reforma agraria, y sobre la reforma de los espectáculos públicos, y sobre la reforma de la universidad?

 

En los años 1785-1789, Sempere y Guarinos publica el Ensayo sobre los mejores escritores del reinado de Carlos III, donde vemos que Jovellanos anda ya cerca de alcanzar el prestigio de las figuras más destacadas, como Mayáns, Cadalso o Campomanes; y sin embargo, su obra, comparado con lo que va a ser, no ha hecho más que empezar.

 

En los años 1790, en su etapa de exilio asturiano, cuando ya ha caído en desgracia del nuevo régimen que se instala con Carlos IV y María Luisa de Parma, su renombre irá en ascenso al publicarse el Informe sobre la Ley agraria y su crédito se solidificará en el orden de las obras prácticas con la fundación del Real Instituto Asturiano de Náutica y Mineralogía.

 

Aparentemente es en su cargo de ministro de Gracia y Justicia cuando llega a lo más alto de su carrera política, en 1797-1798, pero como Goya supo muy bien retratarlo en su mágico cuadro se trataba, no obstante, del momento de «la derrota del pensamiento ilustrado»: los proyectos del tipo de Jovellanos todavía habrían de esperar, al siglo XIX le restaban aún décadas de sombras, sombras poderosas que frenaban la luz de la ilustración.

La etapa de su encarcelamiento en Mallorca, 1801-1808, un castigo físico y para su salud, no frena, con todo, su obra, pues nacen aquí dos de sus creaciones más singulares: la Memoria sobre la educación pública y las Memorias histórico-artísticas. Mientras tanto, su fama de hombre íntegro y de político intransigente con cualquier despotismo y enemigo de los gobiernos corruptos sigue creciendo, lo que se evidenciará en las cuatro manifestaciones masivas populares que va a recibir, en Mallorca, recién liberado, en Zaragoza y Tarazona, cuando se halla en viaje y es reconocido, y en Gijón, el día de su regreso el 6 de agosto de 1811 después de años de ausencia.

 

La tarea que Jovellanos acomete entre 1808-1810 en la Junta Central, la institución que sustituía a la monarquía en el momento de la guerra de la independencia contra Napoleón, marcará el futuro de España, a través de la promoción de la convocatoria de cortes y de la elaboración de una nueva constitución. Las cortes de Cádiz han nacido de las ideas de Jovellanos, aunque ellas no desarrollaran el ideario jovinista en todos sus detalles.

De este modo, el reconocimiento de su personalidad admirable, el perfil de la trascendencia política que imprime en su tiempo y la proyección de su importancia como personaje histórico no deja lugar a dudas[7]. Ahora bien, además de ser un personaje histórico significativo, cabe ahora preguntarse: ¿tiene Jovellanos una obra?, ¿nos ha legado un pensamiento del que pueda decirse que aún nos interesa y nos influye?

 

¿Qué nos aporta Jovellanos?

 

Imaginemos que tratamos de establecer un común denominador de lo que nos aporta.

Partamos de un escenario amplio, asumido en general. Se trata de un reformador español ilustrado, coincidente con los reinados de Carlos III y Carlos IV, entre los siglos XVIII y XIX, y que por ello le tocó asistir al momento histórico en que el Antiguo Régimen empezaba a trocarse en otra cosa, agotado ya en sus estructuras económicas y sociales.

La segunda aproximación que cabría hacer, resultaría mucho más difícil de consensuar, puesto que habría que determinar qué tipo de reformador fue, si radical o moderado, si más o menos revolucionario, si más o menos identificado con el despotismo ilustrado… Aquí el común denominador no sería fácil de establecer, porque las interpretaciones serían discordantes en múltiples puntos. La historia de estos dos siglos de jovellanismo nos muestra que ha sido reclamado desde la izquierda, desde la derecha y desde el centro.

La tarea de rescatar al Jovellanos no tergiversado, puede resultar harto difícil, sobre todo si se parte de un pensamiento construido disperso y distanciado en los múltiples temas diversos que abordó: jurídicos, económicos, políticos, religiosos, históricos, literarios, estéticos, pedagógicos…, pues cada una de estas categorías debería ser considerada independientemente. Ahora bien, cuando se recorre el conjunto de su obra y no se le considera exclusivamente desde lo que estas temáticas tienen de especializadas, puede descubrirse fácilmente que laten en el conjunto de su pensamiento unos principios constantes y unos objetivos unánimes. En otras palabras, que tras la especialización y dispersión de sus ideas subyace una red de líneas generales que gravitan sobre el conjunto, uniéndolo en un todo sistemático. Esto es, que el pensamiento de Jovellanos no sólo es una filosofía por enclavarse en el contexto de la Ilustración sino que lo es, además, porque, se trata de un sistema de ideas ordenado y jerarquizado.

¿Cuáles son algunas de sus ideas principales? ¿Y cuáles son esas líneas estructurales y esos principios integradores? Ante la imposibilidad de hacer un recorrido suficientemente completo, en el tiempo que vamos a dedicar a esbozar esto, tratemos de recorrer alguna de sus avenidas principales. Acerquémonos, por ejemplo, a sus ideas políticas. ¿Qué análisis ha elaborado sobre, por ejemplo, las ideas de propiedad, libertad, igualdad y educación?

 

La idea de propiedad

 

Locke había establecido que la propiedad era junto con la libertad un derecho natural, previo a la constitución de la sociedad política. Por eso todo buen gobierno tenía como función preservar el derecho de propiedad. Jovellanos, que admira y sigue en parte la teoría empirista del conocimiento de Locke, se distancia de esta interpretación sobre la propiedad, que va a ser, por otra parte, una tesis generalizada y muy compartida a partir de entonces. Para el filósofo español, la propiedad es un fenómeno no natural sino político, y, además, es un elemento directamente responsable de buena parte de las injusticias que la humanidad viene sufriendo desde antiguo. ¡Ojalá que nunca hubiera aparecido!, llega a decir Jovellanos sobre la propiedad. Sin embargo, esto no le convierte en una especie de proto-anarquista, pues está tan lejos de Locke como lo estará de Bakunin o Proudhon. La función del Estado y su necesidad es evidente para Jovellanos. La propiedad ha de ser tratada como una cuestión de hecho, que por tanto habrá de ser regulada siempre por principios legitimadores (histórico-positivos) y racionalizadores, en cuanto que han de ser principios prácticos. Así, en la propiedad de las tierras caben medidas desamortizadoras y, en otro plano más concreto, por ejemplo, los derechos de herencia han de considerarse más como leyes políticas y prácticas que como procediendo de algún imaginado derecho natural.

 

Las relaciones entre el Estado y la Iglesia relativas al tema de la propiedad, las vemos claras cuando despacha en el ministerio con Francisco Saavedra, el más próximo a sus ideas, dirimiendo sobre la frontera entre la jurisdicción civil y la religiosa, y cuando dirigiéndose al rey le aclara que «todo derecho de poseer tiene su origen y apoyo en la potestad civil, y de ella se deriva también toda propiedad eclesiástica» y por ello «puede S. M. regular la propiedad de todos los establecimientos piadosos y aun eclesiásticos»[8].

 

La idea de libertad

 

Por su parte, la idea de libertad discurre con bastante afinidad a la de propiedad. En primer lugar, la «libertad política» es entendida por Jovellanos como ausencia de arbitrariedad en el gobierno, coincidiendo en esto con Montesquieu y con la Enciclopedia. La libertad política requiere la independencia de los tres poderes -ejecutivo, legislativo y judicial-, pero, para Jovellanos, requiere también que la Constitución del país se halle por encima de los tres poderes, limitando la independencia particular de cada poder e introduciendo un equilibrio entre ellos, equilibrio que ha de proceder de este principio fundamental: que «ha de gobernar siempre la Ley y nunca el Hombre, en cuanto sea posible»[9]. El modelo de Jovellanos, en contraste con otros ilustrados, señala ese doble plano de la legitimidad: la legitimidad de las leyes cuya misión es ir acondicionándose a los tiempos y la legitimidad de la Constitución (o leyes y derechos vigentes que se han ido aposentando históricamente) que está por encima de los tres poderes del Estado y que preserva los derechos civiles. El fin de la Constitución es alcanzar un estado de equilibrio, que se traduce en el logro de la paz y del bienestar («comodidad y alegría», dice Jovellanos). Cuando es alcanzado este supremo objetivo político es posible alcanzar entonces las libertades civiles y personales, pues «el estado de libertad es una situación de paz, de comodidad y de alegría»[10], frente al estado de sujeción (caracterizado por la agitación, la violencia y el disgusto).

 

Así pues, para Jovellanos, es más importante delimitar cómo se construye una sociedad libre que apelar a la idea de libertad natural, la del buen salvaje rouseauniano, porque esa libertad no se encuentra nunca en estado puro. Es verdad que nuestra naturaleza tiende naturalmente a la libertad, y es verdad que la libertad es un valor natural e irrenunciable, pero la libertad ha de ser construida políticamente, es decir, ha de ser generada en un contexto siempre social. Una buena Constitución permite que las leyes positivas no sean arbitrarias; y una buena Constitución y unas leyes justas permitirán que sea posible un estado social de libertad. Un estado ordenado es un estado rico, próspero, pero no basta con la riqueza material, ha de generar riqueza moral, que se mide, desde luego, por la cantidad de libertad, y ésta por la alegría, que ha de proceder, en definitiva, de un estado razonable de distribución de las riquezas[11]. La idea de libertad va ligada evidentemente a la idea de felicidad pública. Así, la propiedad, el orden del Estado y la libertad quedan mutuamente conectados. La propiedad, la libertad y la felicidad necesitan como condición de posibilidad el derecho al trabajo. Además, no nacemos libres e iguales, sino que nacemos para ser libres e iguales. Lo que nos sitúa ante la idea de igualdad.

 

La idea de igualdad

 

La igualdad es el primer objetivo de la justicia y exige que todos contribuyan sin excepción al bien general, siguiendo el dictado de la equidad y de la razón, y exige igualmente que esta contribución sea proporcional a las facultades y riquezas de cada cual[12]. Por otra parte, todas las clases sociales tienen derecho a ser instruidas, porque para todos es un medio de adelantamiento, de perfección y de felicidad[13]. La enseñanza, por su parte, ha de ser libre, abierta y gratuita[14]. No valen los delirios de las teorías políticas, al modo rouseauniano, que afirman que la libertad y la igualdad la tenemos y nos la quitan; lo que tenemos es la facultad para ser libres e iguales en alguna escala, esto es, tenemos la disposición natural para ello, pero ha de hacerse efectivo dentro de un sistema político o social dado. Históricamente, las injusticias derivan de haber separado los derechos del hombre de los derechos del ciudadano; sólo determinados ciudadanos (en Grecia, en Roma, en la edad media…) eran libres y disfrutaban de igualdades. El diagnóstico de Jovellanos es muy similar al de la Ilustración en general (incluido Rousseau) pero en lugar de apelar a una igualdad pura y perdida en un estado salvaje anterior, Jovellanos ve la igualdad y la libertad como el resultado de la organización social y, en concreto, en el lugar que los hombres ocupan en su función como ciudadanos con derechos o sin derechos[15]. El mejor medio de hacer coincidir el estatus de hombre y de ciudadano es el de la instrucción y la educación, verdadero camino para promover no sólo la prosperidad sino la perfección ética individual. En este contexto de defensa de una igualdad positiva y política tiene una gran trascendencia el derecho al trabajo, que es un derecho «absoluto, que abraza todas las ocupaciones útiles y tiene tanta extensión como el de vivir y conservarse […] Por consiguiente, poner límites a este derecho es defraudar la propiedad más sagrada del hombre, la más inherente a su ser, la más necesaria para su conservación»[16].

 

En cuanto a la desigualdad de los hombres y las mujeres, Jovellanos estima que las mujeres son «la otra mitad de la humanidad», dotada de similares características y capaz de afrontar las funciones y desempeños que la cultura le ha ido dando al varón. El 7 de septiembre de 1786, en la Memoria leída en la Sociedad Económica de Madrid sobre si se debían o no admitir a las señoras, defiende con determinación, frente a su amigo también ilustrado Cabarrús, que las señoras sí deben ser admitidas con las mismas formalidades y derechos en la sociedad económica de Madrid[17].

 

Sistema de ideas

 

Sus ideas forman un sistema, porque en primer lugar vemos que, por ejemplo, las ideas de libertad, igualdad y propiedad, además de entenderse relacionadas entre sí, funcionan como principios rectores de la teoría política. Pero, en segundo lugar, porque comprobamos que estas ideas se ligan, a su vez, a otra serie de principios antropológicos y ontológicos bajo cuya luz se interpretan los distintos problemas encarados. Estos principios son, entre otros, el gradualismo o gradación de todas las cosas (en consonancia con la ontología racionalista de Leibniz y especialmente con las ideas pre-evolucionistas de Buffon), que gravita sobre el conjunto de problemas prácticos a solucionar y que le lleva, por ejemplo, a rechazar las revoluciones rápidas y violentas y a apoyar las reformas progresivas y radicales.

 

Otro principio muy recurrente es el de la inextricable unión entre la razón y el sentimiento, en paralelo con el emotivismo inglés (Hume, Safthesbury, Ferguson…), que en Jovellanos no sólo cumple una función en la teoría del conocimiento sino que, más allá, abre la puerta a la importancia de la dimensión estética en el ser humano, como puede comprobarse en múltiples y reiteradas ocasiones, siempre como de pasada pero constantes en su sistema, y, en concreto, por ejemplo, en el discurso el día de la inauguración del Instituto Asturiano, el 7 de enero de 1794, donde recuerda que lo más noble y precioso es la sabiduría, y que en un lugar destacado se halla el estudio de la naturaleza, al que sólo el hombre puede acceder, comprendiendo su inmensidad y penetrando sus leyes, reconociendo su orden y sintiendo su belleza[18].

 

El objetivo a alcanzar ha de sumar una triple dimensión: la riqueza material, sin duda, y también la madurez moral del hombre y del ciudadano a través de la instrucción, pero estos dos logros no alcanzan su plenitud hasta que el ser humano desarrolla y disfruta de sus capacidades estéticas, que se desarrollan a través del conocimiento del orden racional del mundo (lo que se une a la necesidad de las ciencias), a través de la belleza de la naturaleza y de la capacidad de producir obras de arte, en cuanto que le es dado imitar a la naturaleza.

Viene aquí muy al caso recordar que toda praxis y toda teoría política está supeditada al imperio de la ley. Y que las leyes cuando van unidas a los fondos necesarios y a una sociedad instruida –el famoso «buenas leyes, buenas luces y buenos fondos»– constituyen los principios supremos bajo los que debe operar todo gobierno. La ley ha de hallarse en el máximo escalón del orden político. Por eso, cualquier reforma requiere de buenas leyes, pero éstas no pueden surgir ni prosperar sin buenas luces o conocimientos. A su vez, hacen falta buenos fondos o inversiones o auxilios del Estado que desarrollen las infraestructuras del país, para que las leyes y las luces puedan tener efecto. Hay una interdependencia leyes-luces-fondos muy clara. Ninguna de las tres por separado puede aspirar a la prosperidad del Estado.

 

En definitiva, para rematar esta breve presentación sobre el sistema de ideas de Jovellanos, e identificado a la idea de luces (es decir, de ilustración, de razón, de potenciación ética y estética, y de superación de meras fantasías, alucinaciones, supersticiones y prejuicios), recordaremos que una de las ideas estructurales más necesarias y omnipresentes, por cuanto afecta no sólo al Estado sino también a la perfección de los individuos, es la instrucción y la educación.

 

Jovellanos se nos manifiesta no sólo como un sujeto íntegro, ejemplar en su conducta personal, lo que ha dado lugar a una tradición de ensalzamiento próximo a convertirle en un santo laico, y como un reformador de los más destacados en la España de mediados del siglo XVIII y principios del XIX, sino también como un vanguardista (pero no diletante, sino muy pragmático), un radical (no un revolucionario jacobino sino un reformador con un modelo propio que puede ser llamado, frente al jacobinismo, jovinismo) y un filósofo que fue capaz de plantear un modelo de transición entre el Antiguo Régimen, en sus anquilosadas deficiencias, y el nuevo modelo de mundo al que cabía aspirar, bajo la idea de progreso, basado fundamentalmente en la generalización de la educación y de la mejora moral del  todos los hombres y mujeres. Los objetivos de la instrucción y de la educación constituyen en el sistema de ideas de Jovellanos a la vez un principio rector económico, político, antropológico y de filosofía de la historia. Sin un pueblo instruido no habrá ni prosperidad económica, ni orden político, ni felicidad y libertad genuinas, ni igualdad, ni el hombre se encaminará por la senda del progreso a que está llamada su naturaleza de carácter racional y estético.

 

El sistema de ideas de Jovellanos sabe conjugar con original plasticidad dos elementos que se hallan en las antípodas: el principio de la utilidad (como esquema racional determinante) y el principio de la belleza como fin vital a alcanzar supremo; sin olvidar que entremedias siempre se halla la verdad. No en vano, la religiosidad de Jovellanos viene a mezclarse totalmente con los sentimientos estéticos. En un mundo trascendente, regido por un principio jerárquico superior (acorde con su confesionalidad cristiana), lo más alto se alcanza a través de la coordinación de la razón con los sentimientos de belleza. Y en medio de todo ello, el instrumento activador por excelencia siempre viene a ser la instrucción.

 

En la actualidad este esquema lógico-estético (racional y estético), sigue teniendo toda su fuerza, pues no ha sido superado por ningún otro modelo. Para un teísta o un deísta supone una solución muy moderna, fundir a Dios con los sentimientos de belleza, y poner en conexión todo ello con el mundo, y para un ateo puede explicarse sin reduccionismos lo que hay de sublime en el ser humano, no sólo la razón sino también nuestra vertiente estética, a través de las cuales el hombre y el mundo se funden y se recrean en un horizonte «infinito»[19].

 
NOTAS:

[1] La conferencia se ejecutó como discurso oral no leído (salvo en algunas citas), aunque siguió paso a paso las líneas fundamentales del texto escrito. Sirva este texto para matizar mejor o para detallar cuestiones que en el tiempo disponible de exposición, dentro de los coloquios, sólo se pudo contornear y esbozar.

[2] La inscripción para la lápida de Jovellanos fue redactada por Manuel José Quintana y Juan Nicasio Gallego en los siguientes términos: «Aquí yace el Exmo. Señor D. Gaspar Melchor de Jovellanos, magistrado, ministro, padre de la patria, no menos respetable por sus virtudes, que admirable por sus talentos; urbano, recto, íntegro, celoso promovedor de la cultura y de todo adelantamiento es su país: literato, orador, poeta, jurisconsulto, filósofo, economista; distinguido en todos los géneros, en muchos eminente: honra principal de España mientras vivió, y eterna gloria de su provincia y de su familia, que consagra a su esclarecida memoria este humilde monumento».

[3] Vid. José Blanco White, Cartas de España, Alianza, 1972, pág. 359.

[4] Vid. Marcelino Menéndez y Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, tomo VI, cap. VII, 1930-1932, 2ª edición refundida, pág. 354.

[5] Vid. Schumpeter, Historia del análisis económico, Ariel, Barcelona, 1971, págs. 214-215.

[6] Vid. Jovellanos, «Epístola primera. Carta de Jovino a sus amigos salmantinos», Obras completas, I, IFES. XVIII, págs. 85-96.

[7] He estudiado la proyección de estos dos siglos de jovellanismo en Jovellanos y el jovellanismo, una perspectiva filosófica, Pentalfa ed., 2004, págs. 139-642.

[8] El contexto más amplio de estas citas es éste: «... sin desconocer o perder de vista la suprema potestad económica de S. M., nadie podrá poner en duda la autoridad soberana en esta materia. Por virtud de ella, puede S. M. regular la propiedad de todos los establecimientos piadosos y aun eclesiásticos, como virtualmente reconoce la Junta en su misma proposición, porque todo derecho de poseer tiene su origen y apoyo en la potestad civil, y de ella se deriva también toda propiedad eclesiástica.» Y continúa matizando el tema: «No se trata de despojar a estos establecimientos de su propiedad; se trata sólo de regularla y hacerla compatible con el mayor bien del Estado. [...] Otro diría Vm. que se ocurriese por una bula; pero ya es tiempo de pasar sin ellas ¿Y por qué sería mayor la autoridad del Papa que la del rey?» («Diario octavo. Apéndice documental», BAE, LXXXVI, Minutas I y II de Jovellanos a Francisco Saavedra, 1798, págs.12-14).

[9] Reflexiones sobre democracia, BAE, V, p. 415b.

[10] Vid. Memoria sobre las diversiones públicas.

[11] Vid, entre otras, Memoria sobre las diversiones públicas.

[12] Vid. Informe de Ley Agraria, Obras Completas, X, 420, IFES. XVIII, págs. 818-819.

[13] Vid. Memoria sobre la educación pública o sea tratado teórico-práctico de enseñanza, BAE, I, pág. 234.

[14] Vid. Memoria sobre la educación pública, BAE, I, pág. 235.

[15] Vid. Reflexiones sobre la prosperidad pública, BAE, V, págs. 413-414.

[16] Informe a la Junta General de Comercio y Moneda sobre la libertad de las artes, Obras, X, pág. 516.

[17] «Concluyo, pues, diciendo, que las señoras deben ser admitidas con las mismas formalidades y derechos que los demás individuos; que no debe formarse de ellas clase separada; que se debe recurrir a su consejo y a su auxilio en las materias propias de su sexo, y del celo, talento y facultades de cada una...» (BAE, II, pág. 56).

 

[18] «¿Hay por ventura sobre la tierra cosa más noble ni más preciosa que la sabiduría? [...] Sin duda que el hombre nació para estudiar la naturaleza. A él solo fue dado un espíritu capaz de comprender su inmensidad y penetrar sus leyes; y él solo puede reconocer su orden y sentir su belleza, él solo entre todas las criaturas» (BAE, I, «Oración inaugural a la apertura del Real Instituto Asturiano», pronunciada el 7 de enero de 1794, págs. 318 a y 320 b).

[19] He profundizado en estos análisis políticos, religiosos, éticos, estéticos y filosóficos sobre todo en:       * Jovellanos y el jovellanismo, una perspectiva filosófica, Pentalfa Ed., Oviedo, 2004. * «Jovellanos: contribución a la teoría política», El Catoblepas, revista crítica del presente, Oviedo, 38, abril, 2005. Pág. 13. * «Sobre la filosofía de Jovellanos. Su pensamiento político-moral como symploké de cinco teorías: de la historia, económica, política, jurídica y peda­gógica», El Catoblepas, 61, Oviedo, marzo, 2007. * «Jovellanos y la religión. El problema reli­gioso en Jovellanos», Boletín Jovellanista. Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Princi­pado de Asturias, VI, 6, 2006.- 486 págs. 235-260. * «Jovellanos: Ilustrado, Liberal y Filósofo», Y Latina, Asociación de escritores noveles, núm. 1.- Gijón, febrero, 2007. Págs.12- 17. * «Soberanía y supremacía doscientos años después. Jovellanos y España». El Catoblepas, 71, enero, 2008. * «Etapas en la recepción del pensamiento de Jovellanos», Cuadernos de Investigación. Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, Año 2007, núm. 1, 2008. Págs. 123-140. * «Estudio preliminar» de la edición de Cartas de Jovellanos y Lord Vassall Holland sobre la guerra de la Independencia (1808-1811) con prólogo y notas de Julio Somoza y García-Sala. 2 v. Ed. de la Junta General del Principado de Asturias, Colección Relatos de los Protagonistas, 2009. Págs. XI-CVI. * «La estética en Jovellanos y Hume», Cuadernos de Investigación, núm. 3, 2009, págs. 271-284. * «Historia del jovellanismo, 1811-2011», en La luz de Jovellanos, catálogo de la exposición conmemorativa homónima, Sociedad Estatal de Acción Cultural, 2011, págs. 279-289. * «Sobre el pensamiento de Jovellanos: algunas sombras endémicas. A propósito de su postura política y religiosa», Actas del Congreso Internacional «Jovellanos 1811-2011», IFES. XVIII, Oviedo, 2011.

 

Al día siguiente, el 6 de julio de 2011, esta misma conferencia, con variantes,

y con el título: Jovellanos, filósofo, fue expuesta en la

Universidad Adolfo Ibáñez, Facultad de Artes Liberales,

de Santiago de Chile, en el Ciclo de Conferencias

del Bicentenario de Gaspar M. de Jovellanos.

 

 

 

SSC

Santiago de Chile, 5 de julio de 2011

 

Inédito