Jovellanos

Biografía y teoría política

 

 

 Publicado en: «Estudio preliminar»,

Cartas de Jovellanos y Lord Vassall Holland

sobre la guerra de la Independencia (1808-1811)

con prólogo y notas de Julio somoza García-Sala,

Junta General del Principado de Asturias, 2009.

ISBN: 978-84-86804-37-4

 

 

Índice


Nota introductoria

I. Etapas de la vida de Jovellanos

1. Nacimiento y etapas de su vida

II. Formación e infancia (1744-1767)

2. La familia

3. Los estudios

III. Un juez hacia la cima. Sevilla y Madrid: 1768-1790

4. Buscando empleo

5. Más que un juez

III.1. El origen de la influencia jovinista

6. Forjando escuela

III.2. De poeta a ensayista

7. El poeta

8. El ensayista

III.3. Los amores de Jovellanos 

9. En las aguas del Betis y del Manzanares

10. Clori, Enarda, Belisa, Marina, Galatea y Alcmena

11. Los estertores del amor

III.4. Hombre de Estado y filósofo

12. Un juez economista

13. Un juez-economista filósofo 

14. Tertulias y ambientes 

15. Entre los más importantes

16. A favor de las mujeres

17. Trabando un sistema de ideas

III.5. El tránsito desde la cima a la sima

18. El «affaire» Cabarrús 

19. Comienza la persecución

20. El exilio encubierto

IV. Un ilustrado en la sima (1790-1808)

IV.1. Asturias

21. En la pendiente resbaladiza

IV.1.1. El apasionado, tranquilo y atareado retiro asturiano

22. Las nuevas tareas

23. Los nuevos cargos

24. Escribiendo un diario

25. La pasión pedagógica

IV.2. Ministerio

26. Antes de la caída, la ascensión

27. Retratado por Goya

28. «Jansenismo» reformista 

29. El envenenamiento 

30. Las aguas del balneario 

IV.3. De nuevo en Asturias 

31. Batallas dramáticas libradas

32. En el borde de la caída definitiva

IV.4. Mallorca

33. Español integral 

34. En la Cartuja de Valldemossa

35. Traslado al calabozo

36. Escribiendo a escondidas

37. Cartas, relaciones, cartas...

38. Fortaleza en la adversidad 

39. Entre la religiosidad y la emoción estética

40. Libre, al fin

V. Un ilustrado en guerra (1808-1811). La Junta Central

V.1. Acontecimientos principales desde 1808

41. Adiós a Mallorca

42. Héroe nacional

43. La Guerra de la Independencia brevemente narrada

44. Sus últimos días

45. Nacionales frente a afrancesados

V.2. La Junta Central

46. La labor como «central»

47. La trascendencia en el extranjero, durante la guerra

48. Contacto con los eruditos constitucionalistas y juristas

49. El ilustrado protoliberal

V.3. Las cartas de Jovellanos y Lord Holland

50. El tesón de Somoza

51. Una amistad anglo-española

52. Ser inglés y ser español

53. Hacia una Constitución no despótica 

54. Por el camino de la legitimidad

55. Los dos bandos de la Central 

56. Entre la ideología y la filosofía

57. La coincidencia en lo esencial

58. ¿Protoliberal o primer conservador? 

59. Protoliberal de cuño propio: jovinista

60. Dialéctica con las Cortes de Cádiz 

61. El jovinismo, un legado abierto 

 

Nota introductoria

 

Con «Jovellanos: un ilustrado en guerra» pretendemos introducir al lector en las Cartas de Jovellanos y Lord Vassall Holland sobre la guerra de la Independencia (1808-1811), con prólogo y notas de Julio Somoza García-Sala, editado en Madrid, en 1911, cuando se cumplía el primer centenario de la muerte de nuestro ilustrado español. Lo hacemos ahora en vísperas de este segundo centenario y de los doscientos años cumplidos de la guerra de la Independencia.

 

Tratamos de componer, como preparación a las cartas, un estudio biográfico proyectado especialmente sobre el Jovellanos más maduro (pero no exclusivamente), el que se nos aparece en esta correspondencia durante la guerra de la Independencia, en el momento en que hemos de celebrar el segundo centenario de aquella gesta tan trascendental para España, en la que Asturias estuvo tan comprometida y donde vemos a Don Gaspar Melchor liderando unos acontecimientos que habrían de parir el mundo contemporáneo.

Hemos querido construir una biografía que fuera más allá de los lugares comunes sobradamente conocidos. Por supuesto que habrá que volver a repetir lo principal de la vida de Jovellanos, pero con el compromiso de intentar que los propios hechos biográficos y su trascendencia histórica se vayan integrando con sus ideas y con los desempeños importantes que asumió. No se trata, entonces, tanto, de narrar las hazañas de un «héroe cultural» con el que estamos en deuda sino de mostrar por qué siguen interesándonos, esto es: de apuntar, al compás de su vida, cuáles fueron sus aportaciones originales y cuál fue el sistema de ideas que tejió y que ahora se nos representa como un compendio de enfoques y valoraciones imprescindible.

 

Entre la múltiple, intensa y fértil correspondencia que Jovellanos desplegó a lo largo de su vida, toda ella revestida de un inmenso interés histórico y cultural, Somoza, que dedicó toda su larga vida a la investigación jovellanista, supo ver muy bien, sin duda, que esta colección de cartas era la más importante de todas las que cabía acopiar, por su cantidad, hilazón, trascendencia histórica e interés doctrinal. Somoza no sólo tiene el mérito de haber elegido magistralmente una determinada selección de escritos, sino que nos quitamos ante él el sombrero con admiración por los ímprobos y exitosos esfuerzos que hizo para reunirlas, comentarlas y editarlas. Hoy nos cumple acometer muy pronto, ojalá, pensando en el 2011, otras colecciones de cartas de un alto grado de interés: las de Meléndez, Cabarrús, González de Posada, Ceán, los hermanos/as de Jovellanos, etc.

 

Tenemos la suerte de contar ya con una edición crítica de toda la correspondencia conservada de Jovellanos, los tomos II a V de la Colección de Autores Españoles del siglo XVIII (1985-1990), del Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII, dirigida y anotada por José Miguel Caso, y de la reedición de estos tomos que KRK está acometiendo en la actualidad. Ello no es óbice, todo lo contrario, para que se ensayen ediciones parciales y circunscritas. Desde luego recuperar esta edición de Somoza, que muy pocas bibliotecas poseen, con el sabor –de principios de siglo XX– de sus anotaciones, con el gracejo y empeño de este investigador devoto, con sus agudas reflexiones supone prestar un inmenso favor, lleno de acierto, a la actualización bibliográfica jovellanista. La Junta General del Principado de Asturias nos las pone de nuevo en nuestras manos, como un verdadero tesoro de ideas políticas e históricas. El texto de Somoza viene muy bien orquestado con ricos y abundantes comentarios, aunque algunos pocos puedan ser discutibles y otros sean opinables. Sea como sea, aclara muchos acontecimientos y detalles que son de agradecer e ilumina en general el hilo conductor del asunto. Aunque la edición de Caso nos señala errores de transcripción aquí y allá encontrados en la de Somoza, la mayor parte de ellos son intrascendentes. En todo caso, en nuestras citas, siempre que hay una diferencia sustantiva lo dejamos señalado.

 

Nosotros citaremos en nuestro estudio por la edición de Caso y señalaremos a continuación la cita correspondiente de la de Somoza. Como éste numera las cartas de ambos corresponsales, en nuestra cita de las cartas de Somoza, que ahora se reeditan, lo haremos por referencia a esta numeración. Así: J- CIX, significará la carta 109 de Jovellanos y H- II, la carta número 2 de Holland, tal como lo encabeza don Julio antes de la fecha correspondiente a cada misiva. Todas las fechas citadas coinciden en los dos editores. Cuando se aprecia alguna diferencia en la cita entre ambos, lo dejamos indicado. Como particularidad, recordemos que mientras que Caso sigue el orden estricto de las fechas intercalando la correspondencia de uno y otro, Somoza, aunque también sigue el orden de las fechas, realiza ciertos agrupamientos reuniendo varias de Jovellanos y, por otra parte, otras de Holland, de modo que hay un orden temporal pero levemente barajado; darles el orden estricto es bastante fácil de hacer para el lector, si sigue las fechas que se van señalando.

 

Esta correspondencia sigue un cruce de lugares y fechas donde conviene no perderse:

 

  •        Cartas de Jovellanos a lord Holland:

 

Jovellanos escribe a lord Holland desde Jadraque el 16 de agosto de 1808. El 2 de noviembre le escribe ya desde Aranjuez. Desde enero de 1809 hasta el 23 de enero de 1810 veremos en esta correspondencia al ilustrado en Sevilla. Entre febrero y principios de abril de 1809, mientras siguen las misivas, les visita en la Casa de Alba sevillana, donde están alojados el lord  y lady Holland. Entre abril y junio los envíos son a Cádiz y el 3 de julio ha de dirigírsela ya a Badajoz, en el regreso del lord hacia Lisboa. El 2 de febrero de 1810 le escribe desde la Real Isla de León. Desde el 8 de marzo de 1810 sus envíos parten de Muros de Noya hasta julio de 1811. El 23 de julio de 1811, de camino finalmente hacia Gijón, remite una carta desde La Coruña. El 17 de agosto puede escribirle ya desde su casa natal, la última que se conserva.

 

  •      Cartas de lord Holland a Jovellanos:

 

Lord Holland escribe a Jovellanos desde Inglaterra el 12 de septiembre de 1808. El 4 de diciembre le vemos ya en La Coruña. En febrero, marzo y principios de abril de 1809 se entrevistarán directamente en Sevilla, mientras siguen escribiéndose. El 9 de abril los correos salen ya desde Jerez y después del Puerto de Santa María y Cádiz. Lady Holland también escribe a Jovellanos el 10 y el 16 de junio de 1809, desde Cádiz, y le responde Jovellanos el 13 y el 18. En abril, mayo y junio sigue la correspondencia casi diaria entre Cádiz y Sevilla. El 5 de julio contesta ya el lord desde Badajoz y el 9 desde Montemor. El 15 y el 17 de 1809 remite su misiva desde Lisboa. A partir del 31 de agosto de 1809  y hasta el 7 de abril de 1811 –la última que se conserva– se comunica ya con su admirado español desde Holland House y desde Londres.

 

 


I. Etapas de la vida de Jovellanos

 

1. Nacimiento y etapas de su vida

 

Según el catastro de Ensenada (1756) y los censos de Floridablanca y de Godoy (1787 y 1801), a mediados del siglo XVIII España estaba alcanzando los diez millones de habitantes y al acabar el siglo ya los había rebasado. Si se computaran las provincias ultramarinas la cifra sería mucho más sustanciosa. Madrid, villa y corte, rondaba los 190.000 habitantes a finales de siglo. Nos cuenta Jovellanos que hacia 1790 Oviedo tenía 6.600 personas y que Gijón, en la misma época, alcanzaba las 6.300[1].

 

En Gijón vería la luz quien iba a engrandecer esa villa marítima, quien influiría enormemente en todo el Principado y el que iba a convertirse para el conjunto de España en una de las personalidades más paradigmáticas y más transformadoras de su tiempo.

 

Jovellanos nace la víspera de Reyes, el 5 de enero de 1744 en Gijón y muere en Puerto de Vega, cerca de Navia, el 27-28 de noviembre de 1811[2]. En total, sesenta y siete años, diez meses y veintidós días, de vida política entre el despotismo ilustrado, la monarquía absoluta, la guerra de la independencia y el comienzo del moderno constitucionalismo, la vida de Gaspar Melchor irá llenándose con una buena parte de los acontecimientos más importantes de la Ilustración española, en medio de encrucijadas históricas y de líneas de fuerza conflictivas –guerras entre España y alternativamente Inglaterra, Francia y Portugal–, intentos reformistas (Carlos III), fases recesivas (Carlos IV), valimientos contradictorios (Godoy) y contextos socio-políticos de repercusión internacional –Revolución francesa– Son los tiempos que quieren ser salvados a través de la idea de progreso ilustrada, pero que finalmente se resuelven a través de un cambio de esquema drástico, desde el poniente del Antiguo Régimen a la aurora de los modernos tiempos liberales.

 

El décimo de los once hermanos nacidos[3] recibirá por nombre, en honor de la festividad del día de Reyes inmediato, según figura en el registro bautismal: Melchor Gaspar Baltasar María, si bien, él mismo nos hará más habitual, a través de su autógrafo, el de Gaspar Melchor (invirtiendo los dos primeros), e incluso, en ocasiones, simplemente Gaspar. Que éste fue el nombre finalmente usado lo sabemos porque nos lo dice Ceán, que cinco años menor lo conoció en Gijón, y porque, estando en la prisión de Bellver todavía firmará con el nombre de su infancia: Parín[4].

 

Entre Parín, Gasparín, don Gaspar Melchor, el ministro de Gracia y Justicia y el director ideológico de la Junta Central, siete distintos contextos marcaron su vida, que son los que configuran las siete etapas en las que dividimos su biografía:

 

 1ª. Etapa de formación. Hasta los 23 años, de 1744 a 1767, transcurre su etapa de formación, en Gijón, Oviedo, Ávila y Alcalá de Henares.

 

 

2ª. Etapa sevillana. Entre los 24 y los 34 años, de 1768 a 1778, como juez de la Real Audiencia de Sevilla, empieza una fama en ascenso ininterrumpido, no sólo en la capital hispalense, sino también en el círculo de jóvenes literatos de la Universidad de Salamanca y en los núcleos del poder de la corte madrileña.

 

3ª. Etapa madrileña. Entre los 34 y los 46 años, de 1778 a 1790, la etapa madrileña, como juez de Corte, lo eleva a los puestos más representativos del poder político y cultural del momento.

 

4ª. Etapa asturiana. Entre los 46 y los 57 años, de 1790 a 1801 –con un paréntesis de noviembre de 1797 a octubre de 1798–, es la etapa del exilio encubierto, en Asturias, con múltiples desempeños aparentemente secundarios –Instituto de Gijón, carreteras, minas, puerto...– que acabarán siendo de primer orden.

 

5ª. Etapa ministerial. Cuando cuenta entre 53 y 54 años es ascendido a ministro –a la sazón secretario de Estado– en la secretaría de Gracia y Justicia, intercalado en el paréntesis de la etapa precedente, entre noviembre de 1797 y agosto de 1798 en la Corte, más los meses que van hasta octubre de 1798, después de haber renunciado a su cargo, en los que se repone de un más que probable envenenamiento.

 

6ª. Etapa mallorquina. Entre los 57 y los 64, de 1801 a 1808, siete larguísimos años recluido en Mallorca, el primero en la Cartuja de Valldemossa y después, los seis restantes, endureciendo la vigilancia, encarcelado en el castillo de Bellver.

 

7ª. Etapa de la Junta Central. Entre sus 64 y 67 años, de 1808 a 1811 transcurren los tres últimos años de su vida, llenos de trascendencia histórica, por el papel representado en la Junta Central (1808-1810) –y ahí las cartas entre Jovellanos y lord Holland– y por su última gran obra: Memoria en defensa de la Junta Central (1810-1811).

 

Hacia la cima, primero, después a contracorriente arrastrado a la sima y al final de su vida hacia las Cortes de Cádiz: el resumen de su vida. Las primeras tres etapas –formación, Sevilla y Madrid– son de ascenso hacia la cima. La cuarta, la quinta y la sexta –Asturias, Ministerio y Mallorca– suponen la deriva hacia la sima o foso de acontecimientos adversos, y en la séptima, la de la Junta Central, en plena crisis en la guerra de la Independencia, muestra la altura que ha alcanzado para poder ser capaz de liderar el cambio que entonces va a producirse en España.

 

II. Formación e infancia (1744-1767)

 

2. La familia

 

Los padres de Gaspar Melchor, Francisco Gregorio Jove Llanos y Carreño y Francisca Apolinaria Jove Ramírez, primos entre sí, provenían de sendos linajes de un respetable abolengo nobiliario asturiano. En Gijón, los Jove Llanos poseían por herencia el cargo de Regidor y Alférez mayor de la villa, que ocupaba la más alta representación civil en las ceremonias oficiales. Además de las ventajas obtenidas por este real cargo, disponía la familia de otras rentas, como propietaria de una de las tres ferrerías que había entonces en Asturias y por el arriendo de algunas caserías, que les proveían sobre todo de alimentos de la huerta y la granja asturianas.

 

Nobleza insigne en Gijón, de cierto abolengo en el Principado pero ya algo irrelevante en el conjunto del Reino. Economía adecentada para mantener el estatus de una nobleza media, pero no suficientemente pujante como para educar a todos sus hijos sin limitaciones económicas. El joven Parín no podrá ir inmediatamente a una de las dos universidades de mayor prestigio –Alcalá y Salamanca–, después del estudio de las primeras letras en Gijón y de los años preparatorios para el ingreso en la Universidad en un colegio de Oviedo, a lo que parece el de los franciscanos.

 

Para las hermanas de Parín (Benita, Juana, Catalina y Josefa) se aspiraba a un buen casamiento, reservado el mayorazgo familiar para el primogénito de los varones. Tres de sus hermanos (Álvaro, Francisco de Paula y Gregorio)  harán carrera militar, en la Marina; para el que resta, Gasparín, fallecido Miguel en la infancia, se le reserva la carrera eclesiástica, porque, según las Memorias de Ceán Bermúdez, a sus padres les pareció muy a propósito «por su docilidad y buena índole», pero también, cabe pensar, porque algo iban a aligerarse de los agobios económicos de una familia tan numerosa.

 

3. Los estudios

 

Sus doce primeros años transcurren en Gijón, luego hasta los catorce-quince en Oviedo, donde desde 1757 estudia ayudado de un beneficio eclesiástico –es decir, una «beca»: el beneficio simple diaconil de San Bartolomé de Nava–, que le consigue su tía abadesa, iniciando así formalmente su carrera en el seno de la Iglesia con la primera tonsura a sus trece años. El año siguiente va a ser nombrado obispo de Ávila, Romualdo Velarde y Cienfuegos (1758-1766), asturiano. Era costumbre en la época que entre los «familiares» del obispo vinieran a vivir jóvenes protegidos, normalmente recomendados del país, aspirantes a cursar estudios universitarios, y por tanto habitualmente procedentes de las clases acomodadas pero necesitados, a la vez, de alguna ayuda económica para empresa tan gravosa. Allí va a estudiar leyes un quinceañero Gaspar; a los 17 años obtiene de la diócesis de Ávila el préstamo de Navalperal –en 1761– y dos años más tarde lo amplía con el beneficio simple de Horcajada. Dos «becas» más que van a permitirle cursar los estudios de bachiller en leyes y después la licenciatura en cánones por la universidad de Burgo de Osma. Tanto su mentor don Romualdo como el joven Gaspar sabían que estos títulos no tenían gran prestigio, por eso, en la convocatoria siguiente obtendrá esas mismas titulaciones, ahora por la Universidad de Ávila. No obstante, si se quería competir por alguna buena canonjía, con expectativa de éxito, todavía no había obtenido una graduación suficientemente honorable. Era preciso ahora una beca canonista adscrita a un colegio universitario de relieve, a la que concursa en 1764, en el prestigioso colegio mayor de san Ildefonso. Superada la oposición a la plaza en la Universidad de Alcalá, por unanimidad o nemine discrepante, cuando cuenta veinte años acaba de pasar a formar parte, por esta razón, de la casta superior universitaria, la de los colegiales mayores, que a la sazón todavía obtenían los más jugosos empleos, por delante de los simples «manteístas» o estudiantes universitarios más humildes. Además de una economía a la altura de las circunstancias –indumentaria, paje... –, eran precisas, para colmar el objetivo, las pruebas de limpieza de sangre, que le serán encargadas a quien en adelante será su administrador y fiel amigo –y a quien en las cartas llamará graciosa y simbólicamente «papá»–, don Juan Arias de Saavedra.

 

Se licencia y doctora en leyes por la Universidad de Alcalá de Henares, después de estudiar allí entre 1765 y 1767; en esos años solicita unas vacaciones, concedidas, que pasa en Asturias, aproximadamente de junio de 1765 a junio de 1766, para visitar a su familia y probablemente para recibir alguna ayuda económica que le permitiera afrontar los nuevos gastos de colegial. En 1766 no saldrá solo de Gijón camino de la prestigiosa universidad, porque le acompañará como paje, después su secretario, un joven gijonés, que no ha cumplido los 17: Juan Agustín Ceán Bermúdez (1749-1829). Ceán hará su propia carrera al tiempo que ejerce de sombra de Jovellanos, ayudado de continuo por quien dejará de ser su amo para convertirse en su amigo. En la etapa madrileña pasará Ceán al servicio de Cabarrús, pero siempre en estrecho contacto con don Gaspar. Se separarán, cuando en 1790 su antiguo amo sea enviado sine die a Asturias, en un exilio encubierto. El secretario de los dos prestigiosos reformistas será entonces, él también, alejado de la corte, y de nuevo enviado a Sevilla, y allí llegará a ser un destacado historiador del arte y miembro de la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Tras veinticinco años de convivencia compartida, los dos gijoneses no abandonarán nunca una fluida correspondencia y un trabajo en equipo sobre los temas artísticos que interesaban a ambos[5].

 

Jove Llanos todavía no es Jovellanos. Todavía no ha escrito nada relevante ni se ha significado más que como un brillante estudiante. Pero a partir de su etapa en Sevilla, y luego de modo rotundo en Madrid, su cursus honorum y su importancia cultural y política irán in crescendo, en una deriva que ya no se detendrá, a pesar de que el contexto de los acontecimientos históricos sólo le será favorable hasta 1790. Alcanzada esa cima tendrá que vérselas después con variadas simas, sin merma de su creciente importancia histórica que no dejará de acrecentarse hasta su muerte. Veamos primero el ascenso profesional hasta 1790.

 

III. Un juez hacia la cima. Sevilla y Madrid: 1768-1790

 

El ascenso profesional de Jovellanos se desarrolla a través de dos etapas, la de Sevilla (1768-1778) y la de Madrid (1778-1790).

 

4. Buscando empleo

 

En 1767, Jovellanos ya está situado socialmente, pero aún ha de encontrar empleo. Los compromisos que ha adquirido por las ayudas eclesiales que se le han ido concediendo, por haber recibido la primera tonsura y porque ése era el designio paterno, le encaminan hacia la vida religiosa. Sin embargo, la inclinación que él mismo haya podido ir fraguando y las propias circunstancias tal como se trenzan harán de Jovellanos, no un canónigo, sino un juez. El haber conocido en Alcalá a Cadalso, el haber manifestado gustos musicales y formas de diversión al día –aficionado de estudiante a tocar la guitarra y a corear las seguidillas de las cantantes de moda– y el que fuera crítico con la educación recibida, que consideraba envarada en un escolasticismo rancio y muy inútil, algo debían de estar abonando en lo que sería un cambio drástico de rumbo en la vida.

 

El primer intento, fallido, que hace Jovellanos para trazar su carrera profesional tiene lugar en la propia Alcalá de Henares, al aspirar a una plaza de catedrático. Pero, seguramente, debió presentir que no disponía de los apoyos necesarios o que era una empresa en exceso azarosa, y no lo intentó dos veces. Dirige sus pasos hacia Madrid, donde está bien casada y situada su hermana Josefa, y donde cuenta con nobles familiares que pueden darle las debidas recomendaciones.

 

Llega a Madrid, para dirigirse hacia Galicia y opositar allí a una canonjía –en Tuy o quizás en Mondoñedo–, según nos ha relatado Ceán Bermúdez –dice que en Tuy– y González de Posada –dice que en Mondoñedo– Familiares y amigos no tardan mucho en convencerle de que aplique sus luces a la toga en lugar de al altar. Jovellanos en estos breves meses de estancia en la capital del reino, en el otoño de 1767, da un giro al designio que guiaba su vida hasta entonces y se decide por la carrera civil. El conde de Aranda, que ha intervenido exitosamente en el motín de Esquilache –marzo-abril de 1766– y en la expulsión de los jesuitas –febrero-abril de 1767–, le concede como Presidente del Consejo de Castilla, en el segundo intento –31 de octubre de 1767–, el puesto de juez de audiencia (Alcalde de la Cuadra de la Real Audiencia de Sevilla) en la capital hispalense –toma posesión a finales de marzo de 1768, después de una estancia en Asturias–. En el nombramiento, en entrevista directa con el Presidente del Consejo de Castilla, tiene lugar un dato singular: Aranda debe ver en Jovellanos un joven abierto capaz de romper con rancias formalidades cuando le indica que puede prescindir de la peluca de magistrado y en lugar de esta empolvada costumbre peinarse su propia cabellera, como ya se venía haciendo dentro de las avanzadas costumbres en las cortes de París[6]. El dato importante es que, contra los convencionalismos, este nuevo juez nunca vestirá en adelante la tradicional peluca, actitud que parece indicarnos el espíritu crítico que había empezado a imprimirse ya en aquel joven.

 

5. Más que un juez

 

En los seis primeros años en la Audiencia sevillana ejerce de Alcalde de la Cuadra, en la época una especie de juez con funciones policiales. Ha de cobrar durante un tiempo, que se le hace largo, el medio sueldo que estaba estipulado. Solicita reiteradas veces a Campomanes el sueldo entero, para poder vivir dignamente. Una vez que lo obtiene puede hacer frente más desahogadamente, además de al mantenimiento de su «familia», a una de las costumbres que mantendrá a lo largo de su vida: la compra insaciable de libros y de obras de arte[7]. Adquiere múltiples libros de una de las bibliotecas sometidas a subasta de los jesuitas expulsados. Los cuatro últimos años en Sevilla, de 1774 a 1778, asciende a Oidor de la Real Audiencia.

 

Jovellanos divide su tiempo, en esta su década andaluza, en tres vertientes diferentes, la primera el cumplimiento exquisito de las tareas de su cargo, la segunda el tiempo dedicado al estudio, la lectura y la escritura, y finalmente la asistencia a la tertulia de Olavide, que poseía una de las mejores bibliotecas del país y que era uno de los focos reformistas más destacados de la España de Carlos III. En el extrarradio de esta tertulia, el juez sin peluca tiene tiempo para escarceos amorosos.

 

Los primeros escritos que conocemos de Jovellanos, junto a su correspondencia, son poemas amorosos, sonetos, idilios, elegías, odas, epigramas y epístolas, al lado de sus dos dramas, La muerte de Munuza (1769) y El delincuente honrado (1773). Avezado ya en el inglés, acomete la traducción nada menos que de El paraíso perdido, de Milton, acabando su primer canto en 1777. Antes, tan temprano como 1769, si se confirma definitivamente su autoría después de su reciente descubrimiento, parece que se decide a traducir del francés un gran clásico, la Iphigenia, de Racine. No habría sido la única traducción francesa, pues conocemos traducciones de composiciones cortas de Lafontaine y de Montesquieu[8]. Por su biblioteca, que han reconstruido Jean-Pierre Clément y Francisco Aguilar Piñal, sabemos que se manejaba en español, latín, francés, inglés, italiano y portugués[9]. Durante su prisión en Bellver aprenderá además el mallorquín. No olvidemos que fue un promotor precoz del asturiano y que llegará a proponer entre sus allegados asturianos –singularmente, al candasín González de Posada– la creación de una academia de estudios asturianos y la formación de un diccionario del dialecto asturiano.

 

III.1. El origen de la influencia jovinista

 

6. Forjando escuela

 

La Carta de Jovino a sus amigos salmantinos, de julio de 1776[10], dirigida a Meléndez Valdés (Batilo), a fray Diego González (Delio) y a fray Juan Fernández de Rojas (Liseno), cuando cuenta el juez poeta con 32 años, pone de manifiesto el comienzo de la fuerte influencia que Jovellanos ejercerá desde muy temprano sobre la generación inmediatamente más joven y sobre la suya propia. Esta carta compuesta de 358 versos es considerada por Meléndez como, lo que es en el fondo, una «Didáctica», que envuelve un modelo estético y una estrategia moral sobre la función social de la literatura, con el propósito de constituir una escuela capaz de articular el genio individual de cada poeta a un proyecto nacional ilustrado educador y transformador. En torno a estos intercambios epistolares de los años setenta y de los que continuarán hasta finales de siglo, con epicentro en Jovino (nombre poético de Jovellanos), se va a ir fraguando en paralelo con el neoclasicismo del momento, la «Escuela de Salamanca» (heredera del «Círculo de José Cadalso» o «Academia Cadálsica»): Batilo (Meléndez), Delio (fray Diego), Liseno (Fernández de Rojas), con diversos afluentes y convergencias progresivas: Mirtilo (L. F. de Moratín), Amintas (Juan Pablo Forner), Arcadio (José Iglesias de la Casa), Floraldo Corintio (Francisco Sánchez Barbero), Damón (Pedro Estala), Poncio (Vargas Ponce), León de Arroyal, Félix María Samaniego, Tomás de Iriarte..., e incluso, si unimos la literatura a la pintura, Goya. Más allá de la sustantividad y cohesión mayor o menor de esta escuela, el influjo poético, estético, preceptista e ideológico de Jovellanos sobre la cultura de su tiempo ha quedado bien plasmado en su correspondencia, y singularmente la intercambiada con Meléndez, Moratín (hijo), Vargas Ponce y González de Posada[11]. A esta influencia se unirá posteriormente la de la generación de literatos románticos, como Manuel José Quintana, Juan Nicasio Gallego,  Alberto Lista o Nicasio Álvarez de Cienfuegos, que conocerá al Jovellanos afamado y maduro, el del Informe sobre la ley agraria. Aunque estas influencias nacen, desde Sevilla, siendo literarias, con el paso del tiempo se convertirán en influencias sobre las ideas políticas. La prueba la tenemos en el sello jovinista que puede constatarse en los jóvenes liberales como Agustín Argüelles, Canga Argüelles, Flórez Estrada, Isidoro Antillón o Blanco White y entre los mismos románticos mencionados, que son a la par también liberales.

 

III.2. De poeta a ensayista

 

7. El poeta

 

Es obvio que el alma creativa de Jovellanos se tomó en serio la atracción literaria, vertida a la poesía y al drama, sin embargo abandonará progresivamente este impulso de juventud, porque según se puede ir constatando en su carrera, por una parte no se dieron las circunstancias morales creativas idóneas, además de dudar de sus dotes poéticas, y, por otra, la dedicación a su otra vertiente, la ensayística y filosófica, vendría a imponerse aunque sólo fuera por la misma fuerza de la coyuntura de su oficio. En la carta a su hermano Francisco de Paula, escrita en 1779 –o quizás a principios de 1780–, cuando ha alcanzado el cargo de juez de Casa y Corte, y en el momento fulgurante de la aceleración de su ascenso dentro de la vida política y cultural española, le envía sus «ocios juveniles», su producción poética, y a la vez que le ruega el máximo secreto le declara que la mayor parte han sido entregados al fuego, que los ha mantenido escondidos y que sólo algunos muy seleccionados los ha compartido con quienes le une una íntima y sensible amistad, apoyada en una perfecta confrontación de sentimientos y de ideas. Su intención está lejos de la publicación, por su poco mérito, más cuando el objeto poético es frívolo o meramente pasional –los poemas amorosos los asume en los jóvenes principiantes como transición para culminar transmitiendo en la madurez poética los hechos grandes y memorables que a todos afectan, como hizo Virgilio en su Eneida, después de sus Bucólicos y sus Geórgicos–, y además porque «aunque las obligaciones del hombre en la vida privada son iguales en todos los estados, su pública conducta debe variar según ellos [... y entre todos] son los magistrados los que están más obligados a guardar unas costumbres austeras, porque el público tiene un derecho a ser gobernado por hombres buenos, y por lo mismo quiere que los que mandan lo parezcan; exige de nosotros un porte juicioso y una conducta irreprensible; quiere que lo dirijamos con nuestra doctrina, y que le edifiquemos con nuestro ejemplo [...] De este modo se compensa la desigualdad de las condiciones, y se igualan las suertes de los que obedecen y los que mandan»[12].

 

Jovellanos siente una gran inclinación personal y un inmenso aprecio intelectual por la poesía, pero mide sus últimas valoraciones por la función social que está llamada a cumplir y, por decirlo escuetamente, aunque él quiere no puede, fundamentalmente porque el público no tiene todavía la madurez histórica a la que Jovellanos aspira y está lleno de prejuicios mal formados («Yo encuentro la causa del descrédito de la poesía en el mal uso que hicieron de ella los poetas del siglo pasado»[13]), no tanto porque lo mida en función de la idea de progreso sino por una dialéctica histórica característica que nos lleva de épocas de esplendor y clasicismo a otras de decadencia, extravagancia y artificio, donde lo escabroso, la lisonja y las pasiones predominan sobre el buen gusto y las virtudes.

 

8. El ensayista

 

Sería erróneo creer, con todo, que Jovellanos al quemar o menospreciar su poesía está renunciando abruptamente a ella, pues «Es verdad que entre estas composiciones hay algunas de que no pudiera avergonzarse el hombre más austero, al menos por su materia»[14], pero, visto en su conjunto, la inmensa mayoría de los escritos de Jovellanos tendrán importancia por sus aportaciones filosóficas, es decir, por las ideas jurídicas, económicas, políticas, educativas, morales... en tanto son tratadas en mutua relación e integradas en un proyecto global de reforma social. Por supuesto que su producción poética, desarrollada sobre todo en su etapa sevillana y en parte de la madrileña, no es accidental, pero ésta hay que interpretarla, más que por sus estrictos valores estéticos poético-literarios, como integrada en su pensamiento, si se quiere ver toda su fuerza. Jovellanos fue capaz de alcanzar un estilo propio, muy singular y de gran calidad, pero ese estilo logrará su máxima expresión en el ensayo, porque la vis poética jovinista se pondrá al servicio de las ideas, más que de las formas estéticas, las cuales, con ser muy trascendentes, son siempre instrumentales y no fines en sí mismos. Por eso, los poemas amorosos de la etapa sevillana acabarán dejando su sitio en Madrid a composiciones en donde la distancia entre la poesía y el ensayo se diluye: la sátira. Nuestro ilustrado neoclásico construye algunos de sus versos más memorables en escritos críticos contra la nobleza que «¡Oh idiota!, nada sabe» («A Arnesto. Sobre la mala educación de la nobleza», sátira compuesta hacia 1786[15]) o, años más tarde, en la sátira «Contra los letrados»: «¿Eres locuaz? Pues métete a letrado:/ miente, cita, vocea, corta y raja»[16].

 

Entre la etapa de Sevilla y de Madrid no hay ruptura, todo lo contrario, vemos una perfecta  continuidad dentro de la transformación de lo que madura: su rápido ascenso en los años ochenta en la capital del reino recoge los frutos de lo que ha sembrado durante sus desvelos en Andalucía. El autor de Sobre la necesidad de unir al estudio de la legislación el de nuestra historia y antigüedades en su entrada a la Academia de la Historia –febrero de 1780–, cuya tesis descansa en mostrar que no hay verdadera comprensión de las leyes sin el preciso contexto histórico, del Elogio de las Bellas Artes –julio de 1781–, que es una lección magistral de historia del arte pronunciado en la Academia de San Fernando, del Discurso sobre la necesidad del estudio de la lengua... en su entrada en la Real Academia Española –septiembre de 1781–, que supone una búsqueda de una «ciencia de las leyes» con la ayuda de una hermenéutica histórica que pasa por el conocimiento del lenguaje, del Informe a la Junta General de Comercio y Moneda sobre el libre ejercicio de las artes (1785), que contiene el nexo entre su teoría jurídica y la político-económica, del Elogio de Carlos III (1788), donde se ven bien refundidas ya las facetas de jurista, economista e historiador guiadas por su filosofía moral, o del Reglamento para el Colegio de Calatrava –agosto de 1790–, verdadero plan de reformas de los estudios, el autor de estos escritos, decimos, continúa una senda que no deja de ensancharse, ya iniciada en su etapa sevillana, con aportaciones significativas como: Informe sobre la extracción de aceites a reinos extranjeros (1774), Informe sobre el Patronato de las Escuelas de Garayo (1775), Establecimiento de un Montepío en Sevilla (1775), de un Jovellanos que, al lado de su pasión poética, no ha dejado de profundizar, además de en la jurisprudencia que le toca por oficio en esa nueva ciencia que empieza entonces a nacer, la economía. La síntesis de su profesión de magistrado, de su formación histórica y literaria profunda y de su descubrimiento de la economía –que llama la «ciencia de la política–, en la década sevillana nos explica el Jovellanos que florecerá en los escenarios políticos y culturales más decisivos de la última parte del reinado de Carlos III.

 

Si ha ido dejando atrás sus «ocios juveniles» o delitos de juventud –delicta juventutis–, sus poesías, y si va a llegar el tiempo en torno a sus cuarenta años en que ha de renunciar a sus amoríos, la senda por la que encamina su vida ya viene trazada desde sus primeros pasos junto al Guadalquivir, pero no podrá ser dueño de todas las circunstancias que le envuelven. Eros le ceñirá pero no le será, finalmente, propicio.

 

III.3. Los amores de Jovellanos

 

9. En las aguas del Betis y del Manzanares

 

En las orillas del Betis encontramos un Jovino enamorado que sufre al ser ascendido a la Corte, a pesar del progreso, y que en el viaje de traslado –octubre de 1778–, a sus 34 años, escribirá a sus amigos de Sevilla: «Voyme de ti alejando por instantes,/ oh gran Sevilla, el corazón cubierto/ de triste luto, y del continuo llanto/ profundamente aradas mis mejillas»[17]. Entre los 24 y los 40 años, aproximadamente, sabemos de un Jovellanos enamoradizo: «...temer más la desgracia que la muerte;/  morir, en fin, de angustia y de tormento,/ víctima de un amor irresistible:/ ésta es mi situación, ésta es mi suerte.»[18].

Qué intensidad tuvo y por qué no cuajó esta relación sentimental nos es desconocido en sus detalles, pero un rastro sí ha dejado a pesar de toda la discreción de que se rodeó: sus poesías no fueron finalmente todas quemadas.

 

10. Clori, Enarda, Belisa, Marina, Galatea y Alcmena

 

En sus poemas de amor de Sevilla y de los primeros años de Madrid, se refiere a Clori, Enarda, Belisa, Marina, Galatea y Alcmena, seis nombres poéticos cargados de algún simbolismo conocido de los amantes[19], pero ¿de cuántos amores se trata? Teniendo en cuenta que los nombres parecen entrelazarse en el tiempo, y que en Madrid vuelve a retomar los nombres de Enarda y Clori, añadiendo el de Alcmena, y porque según otros indicios Enarda y Alcmena deberían ser la misma persona, y retirando la promiscuidad como rasgo antitético con su personalidad, cabe pensar en una o dos amantes, y quizá en algún amor no del todo correspondido y por ello truncado, en este periodo de dieciséis años, pero no tenemos datos suficientes para descartar del todo un número superior.

Después de una vida de enamorado bastante prolongada algo se rompe definitivamente y parece que hacia los cuarenta años Jovellanos decide renunciar al amor. ¿Por qué no se casó Jovellanos? Ampliar la familia –sirviente, secretario, cocinero...– con una esposa suponía en la época encarar una reestructuración de la economía doméstica bastante exigente: había que tener medios abundantes para casarse y poder mantener el estatus social debido. En este sentido, puede ser que los problemas económicos que siempre arrastró hubieran ido ralentizando la toma de algún compromiso de matrimonio; si ello llegó a ser uno de los motivos fundamentales, lo desconocemos, pero en 1780 se disculpa Jovellanos ante su hermano Francisco de Paula por no decidirse a viajar a Gijón «porque me acarreará un aumento de gasto increíble»[20] y le llevará a un empeño de unos veinte mil reales, según calcula, entre informantes, depósitos, propinas, hábito y veneras; y apuntala: «No hallo camino honrado para salir de estas amargas dificultades. “Fodere, non valeo; mendicare,  erubesco”[21]».  

 

Con todos los problemas y circunstancias, la relación amorosa parecía ir a consolidarse a sus 38 años, si como parece, en 1782 llegó a tener de Alcmena un hijo. Meléndez Valdés el 6 de abril de 1782 en carta que envía a Gijón a Jovellanos, donde se hallaba de visita después de aprovechar el viaje oficial que hace a León, para presidir la elección de prior de San Marcos, parece darle la enhorabuena por este nacimiento («Sea enhorabuena por el bello niño de Almena la bella»[22]). De ser así, hay que pensar que el recién nacido no debió sobrevivir y de ahí que no se haya sabido más de ese trascendente hecho. Sí nos consta que en Madrid Jovellanos y Enarda (o sea probablemente Alcmena, al darse los acontecimientos paralelos en el tiempo) rompen su noviazgo: «Medió largo intervalo, volví a verte,/ volviste tú a jurarme amor eterno;/ mas diste luego a otro tu albedrío; a otro que, ausente yo, fingió quererte./ ¿Y ésta es, Enarda, tu constancia? ¡Cuerno!/ ¡Malhaya si otra vez de ti me fío!»[23]. Hay indicios de que Enarda es el amor primero y quizás el último, quién sabe si el único. A ella le dice, cuando comienzan a pesarle los años, que era al principio un muchacho alegre y bullicioso[24], y en el soneto sexto (A Enarda) de las obras completas (I) vemos que «tú fuiste, Enarda, el ídolo elegido/ que primero adoró mi pecho amante.» y, como un sino que rebrota en distintos poemas, comprobamos la inconstancia del amor de la amante.

 

11. Los estertores del amor

 

Cabe pensar que el año en que se le multiplican a Jovellanos las tareas y los honores públicos, en 1784, cuando ya es miembro de prácticamente todas las instituciones culturales más relevantes del país –al año siguiente ingresará en la academia que le resta: la Real Academia de Derecho–, y cuando le va a tocar  presidir la Sociedad Económica de Madrid (1784-1785), el amor habría desaparecido de su vida para siempre.

 

Enamorado de veras en dilatado tiempo, mal correspondido a menudo, con distanciamiento de los amantes ocasionado por sus traslados y viajes, atareado siempre, con una economía quebradiza y con un control racional sobre su vida sentimental que se trasluce y que va a más con el tiempo, Jovellanos no ha sabido o no ha podido resolverse bien en el trance del amor, y nos lo recuerda casi veinte años después, cuando le dice en 1799 al obispo de Lugo, en la briosa carta en la que al responder al prelado le recrimina que no le ayude a sufragar los gastos del Instituto Asturiano,  y que a esas alturas de su vida no piensa ya casarse, como le recomienda: «Me aconseja usted que cuide de gobernar mi casa y tomar estado. El primer consejo viene a tiempo, porque no vivo de diezmos y cobro mi sueldo en vales; el segundo tarde, pues quien de mozo no se atrevió a tomar una novia por su mano, no la recibirá de viejo de la de tal amigo»[25].

 

Precisamente, cuatro años atrás, cuando lindaba los cincuenta, se le presentó la ocasión, según dejan traslucir los diarios, de entablar una relación y quizás un matrimonio con Ramona Villadangos, joven leonesa a la que doblaba la edad, pero aunque en la época eran habituales casamientos tan disparejos,  Jovellanos, coherente con sus ideas («¡...y sin que invoquen la razón, ni pese/ su corazón los méritos del novio, el sí pronuncian y la mano alargan al primero que llega!»[26]), lo rechazará: «A la tertulia; diálogo con R[amona Villadangos]: “¿Conque mañana se va usted?”... “Demasiado cierto es. ¿Puedo servir a usted en algo?... Pero usted no tiene ya intereses en Asturias, ni aún tendré ese gusto”... “Pues yo siento también que usted se vaya... y...no sé por qué”. “A fe que ahora me es más sensible mi partida”. Antes que la conversación se empeñase: “Vamos a jugar”, dijo, y se levantó. Creo conocer su carácter y cuánto vale aquella sencilla expresión, proferida con tanta nobleza como ternura; pero distamos mucho en años y propósitos[27].

 

III.4. Hombre de Estado y filósofo

 

12. Un juez economista

 

La potencia intelectual la alcanza Jovellanos en Sevilla, entre los veinticuatro y los treinta y cuatro años, porque al profundizar en los asuntos de jurisprudencia en que está envuelto profesionalmente se encuentra con la economía y se hace economista –hecho que no le está pasando desapercibido a uno de los principales gobernantes de los años setenta y economista de primera fila: Campomanes–, porque la legislación y la economía le llevan a la comprensión de la historia y porque este andamiaje queda mejor encajado cuando a la historia del derecho y de las corrientes económicas se le une la fuerza cultural que algunas naciones y pueblos han sabido aquilatar en su arte, en su literatura y en su filosofía. Jovellanos ha estado, en medio de esos arrobamientos amorosos que padece, estudiando y preparándose sin desmayo, ha estado formándose no sólo en lo más granado de la literatura española y universal, en consonancia con sus inclinaciones poéticas, no sólo en leyes, economía e historia, inducido por sus tareas de magistrado, sino tratando de comprender el engranaje de todos esos factores, y por eso, poco a poco, potenciando las dotes que posee se ha convertido en un hombre de Estado, preparado para interpretar los signos de su tiempo y para trazar programas de acción concreta. Por eso es ascendido de Sevilla a Madrid y por eso su rápida evolución en los puestos que va a ocupar: Alcalde de Casa y Corte (1778), y tras dieciocho meses de tareas ingratas su ascenso como Consejero del Consejo de las Órdenes Militares (1780), en paralelo con su ingreso en la Real Academia de la Historia (1779-80), la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (1780), la Real Academia Española (1781), la Real Academia de Cánones (1782), y como componente de la Real Junta de Comercio, Moneda y Minas (1783), y de la Real Academia de Derecho (1785); además de miembro de distintas sociedades económicas de amigos del país: de la de Sevilla, de la Matritense (1778, su director en 1784-1785), de la de Asturias (1780, su director en 1782), a las que se añadirán otras: León, Galicia y Mallorca.

 

13. Un juez-economista filósofo

 

Pero este hombre de Estado, preparado para influir en el gobierno y para acabar él mismo gobernando, no se plantea únicamente alcanzar soluciones prácticas inmediatas para los males que España atravesaba entonces, sino que se propone la labor de un reformador social dentro de una escala histórica que va más allá de las circunstancias urgentes de su tiempo. Jovellanos, hombre de Estado, se ha ido convirtiendo, además, en un filósofo, en un filósofo de Estado[28]. De ahí que durante los años ochenta se le encargue la investigación sobre dos problemas que entonces querían encararse políticamente: el problema de los espectáculos públicos, conectado con la preocupación por establecer una política sobre la opinión pública, y el problema agrario, raíz de los males económicos. La Academia de la Historia le encarga lo que será –cuando el 29 de diciembre de 1790 envía desde Asturias la primera versión que volverá a retocar para enviarla definitivamente el 11 de junio de 1796– la Memoria para el arreglo de la policía de los espectáculos y diversiones públicas, y sobre su origen en España, que se convierte en una obra de sociología histórica más allá de apuntar, como informe oficial, una serie de medidas inmediatas y prácticas. La Sociedad Económica Matritense, por su parte, le encarga en 1787 que elabore una síntesis y un informe final partiendo de las múltiples propuestas que habían venido haciéndose en las dos últimas décadas –el expediente había comenzado en 1765– sobre la reforma agraria, encomienda  a la que dará cumplimiento el 26 de abril de 1794 cuando desde Gijón envía a la Matritense el Informe en el Expediente de Ley Agraria, que elevará a Jovellanos al máximo reconocimiento entre el grupo de reformistas que pugnaban entonces al lado de nuestro ilustrado en aquellas lides económicas: Campomanes, Cabarrús, Juan Pérez Villamil, Juan Sempere y Guarinos, José de Guevara Vasconcelos, y, hoy menos conocidos, José Almarza, Francisco Antoine, Agustín de la Cana, Agustín Cordero, Gil Fernández Cortés, Miguel de Manuel, Pascual Alfonso de Higueras, José Pasamonte, Felipe Ribero, Enrique San Martín y Vicente Juez Sarmiento[29]. El admirador y estudioso de Adam Smith –quien pasa por fundador de la economía política con el Ensayo sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones, de 1776– tiene su propio modelo económico, que no se limita ni a repetir los tópicos ni a sintetizar eclécticamente las teorías de la época.

 

El mismo año en que se encarga de elaborar el informe agrario,  Jovellanos, motu proprio, traza ante el mismo Floridablanca –primer ministro con Carlos III y Carlos IV entre 1777 y 1792– un plan parcial de gobierno para España con variadas reformas, a propósito del intento de eliminación de las posadas secretas de Madrid, como puede verse en la carta que le envía en noviembre de 1787:  la necesidad de inversiones públicas, establecer subvenciones y protección estatal, la prevención sobre la política de precios y sobre la carestía de la mano de obra y la relación entre la finalidad de las leyes, su sana ejecución y la prosperidad del comercio y la industria. A esta carta le responde el conde de Floridablanca el 29 de noviembre del mismo año diciéndole: «Me aprovecharé de sus especies; pero como hay una junta para esto y otras cosas de policía, me dirá usía a la vista si hay inconveniente en remitirla a ella sin nombrar el autor. Crea usía que aprecio sus talentos y persona...»[30].

 

14. Tertulias y ambientes

 

Si en Sevilla contactaba con la intelectualidad literaria y reformista en la tertulia de Olavide, ahora en Madrid sabemos que se mueve en los círculos de la condesa de Montijo –tenemos noticia de catorce intercambios epistolares perdidos[31], ¿cuántos más habrá habido? – y en los del conde de Aranda («Voy un poco al baile del conde de Aranda»[32]), es decir, en el ambiente «jansenista» español, en el que se concentra la firme resolución de menguar el poder político de la Iglesia –no de ir contra la Iglesia, como pudiera erróneamente interpretarse–, de retomar el catolicismo en lo que tiene de mensaje evangélico dirigido a la vida interior y de reorganizar la vida cultural y económica bajo el paradigma de una moral civil capaz de conciliarse con la moral cristiana.

 

¿En qué ambiente se mueve Jovellanos en la corte de Carlos III, además de con el ambiente reformista más comprometido ideológicamente del momento? Por su correspondencia, aparte de las cartas con familiares y con otros paisanos allegados, advertimos un intenso intercambio durante su etapa sevillana con el grupo de poetas salmantino, fundamentalmente con Meléndez, además con Cándido Mª Trigueros –que fue propuesto por Jovellanos como miembro de la Sociedad Económica de Sevilla, donde ingresa el 22 de enero de 1778, y con quien colabora en la traducción del De re rustica de Columella–; y un intercambio que va a adquirir cierta intensidad y fluidez con Campomanes. Por supuesto, hay muchos otros más, pero su ascenso a la corte, va a suponer no sólo una vida social más variada sino una ampliación de su radio de influencias.

 

15. Entre los más importantes

 

El 14 de agosto de 1778, Meléndez felicita a su «maestro» por el reciente ascenso a Alcalde de Casa y Corte: «Sea mil veces enhorabuena, muy amado señor mío, por el nuevo ascenso de V. S., y que éste sea un ligero descanso para mayor subida. Ya estaba el mérito desairado; bastantes años había poseído Betis la persona de V. S.; tiempo era ya de que la gozasen Manzanares y España. La corte es el centro de todo lo bueno, y ya de justicia debía V. S. lucir en ella sus prendas y su raro talento, y coger el fruto de sus trabajos; lo que resta es que veamos a V. S. cuanto antes en el Consejo, en la Cámara, y más arriba, en una secretaría de Estado»[33], en carta escrita desde Segovia, que recibe en Sevilla Jovellanos casi al mismo tiempo que el nombramiento que le envía –fechado el 3 de agosto– desde Madrid, Manuel Ventura Figueroa: estas noticias corrían por doquier al mismo ritmo que el correo.

 

Jovellanos llegará a Madrid el 13 de octubre de 1778, y desde ese nuevo puesto central irá ampliando sus contactos e influencias. Sabemos que se cartea en infinidad de ocasiones con Juan José Arias de Saavedra, «papá», que le llevaba los asuntos de economía doméstica, pero además le vemos adquirir nuevas amistades y contactos: Cabarrús –a quien llamará «el amigo»–; José Miguel de Flores, quien le comunica que el 7 de mayo de 1779 ha sido admitido como académico supernumerario de la Academia de la Historia y quien le pasa los nombres y direcciones del resto de académicos para que los visite –según la costumbre que corría en la época–[34]; Manuel de Lardizábal, compañero de la Real Academia Española; Antonio Ponz, con quien colaborará enviándole las Cartas del viaje de Asturias con el proyecto de ser utilizadas en el Viaje de España,especie de enciclopedia que Ponz pretende publicar; el conde del Carpio, del Consejo de Órdenes Militares; el marqués de la Hinojosa, también del Consejo de Órdenes, a quien Jovellanos envía una colección que se le había encargado de autores clásicos «para el uso de los exámenes que se hacen de los pretendientes al hábito de religiosos en nuestras Órdenes»[35]; el marqués del Campo, embajador en Londres, con quien trataba temas mineros y que en agosto de 1790 envía a Jovellanos libros de Smith –Wealth of Nations, obra que traducida ya conocía años atrás–, de Ferguson (Moral Philosophy) y de Burke (A philosophical inquiry of the sublime and beautiful)[36]; Antonio Valdés y Bazán, ministro de Marina, con quien toma contacto para que un día Gijón sea «el Cádiz de Asturias» gracias al puerto que Jovellanos proyecta; el marqués de Casajara, que participa en los contactos entre la condesa de Montijo y Jovellanos, a propósito de la prisión que sufre Cabarrús en junio de 1790, envuelto en el asunto del Banco de San Carlos; Antonio Tavira, con quien coincide en los tiempos madrileños en la necesidad de reformar los estudios de la Universidad, llegará a ser obispo en las sedes de Canarias (1791) y Burgo de Osma (1796), y, finalmente obispo de Salamanca al promoverle Jovellanos durante su ministerio en 1798, para situar en las sedes importantes a los prelados reformistas –algunos de ellos acusados de jansenistas– y para que se encargue de la reforma de los estudios de la Universidad de Salamanca, si bien los acontecimientos políticos que siguen a la caída del ministerio de Jovellanos no permitirán que se lleve a cabo esta reforma.

 

16. A favor de las mujeres

 

Un acontecimiento singular puede venir a sintetizar el talante, las ideas y la importancia que va a ir cobrando Jovellanos en los años ochenta en Madrid: si las señoras debían o no admitirse en la Matritense. Jovellanos tomará el partido de la defensa de las mujeres y a él se opondrá, curiosamente, su gran amigo Cabarrús. Ambos serán los encargados de defender con sendas antagónicas memorias, ante la Sociedad Económica de Madrid, sus tesis respectivas. Saldrá victorioso el asturiano. El 7 de septiembre de 1786, en la Memoria leída en la Sociedad Económica de Madrid sobre si se debían o no admitir a las señoras, defiende con determinación: «Concluyo, pues, diciendo, que las señoras deben ser admitidas con las mismas formalidades y derechos que los demás individuos; que no debe formarse de ellas clase separada; que se debe recurrir a su consejo y a su auxilio en las materias propias de su sexo, y del celo, talento y facultades de cada una...»[37].

 

17. Trabando un sistema de ideas

 

Tras la productiva década sevillana, los doce años cortesanos van a arrojarnos aún más actividad. La influencia y trascendencia de su talante y de sus escritos se convertirá en una evidencia cada vez más palpable. ¿Por qué? Porque a la par que desarrolla su convulso trabajo, Jovellanos consigue cuajar un pensamiento propio, basado fundamentalmente en el establecimiento de correlaciones fuertes, esenciales, entre las leyes, la economía, las costumbres, los planes de estudios y la política, todo ello proyectado en su preocupación como reformador social. Pero este reformismo, que arranca de una profunda revisión de la historia tanto como del conocimiento de su presente histórico, tiene la cualidad de mostrar un segundo nivel de correlación esencial, en el que los conocimientos humanísticos no pueden sino conjugarse con los nuevos desarrollos de las matemáticas y de las ciencias naturales[38]. Y aún hay más: un tercer giro de tuerca, en la correlación fuerte de los conocimientos –las luces– y de su aplicación práctica. Jovellanos no está sólo teorizando, no habla desde una cátedra sino desde una magistratura, y en ese sentido, sus teorías nacen siempre aplicadas a temas muy circunscritos, como podemos ver en los informes que redacta, que abordan temáticas diversas aunque siempre bien fusionadas teóricamente, como nos recuerdan los títulos de algunos de los escritos oficiales que hubo de redactar sobre: indultos, sepulturas (salubridad) y cementerios, jurisdicción de las órdenes militares, proyecto de Banco Nacional, Montepío para nobles, fomento de la marina mercante, el libre ejercicio de las artes, la libertad de comercio de granos, creación de una gaceta económica, la decadencia de las sociedades económicas, fabricación de gorros tunecinos, el beneficio del carbón de piedra, compañías de seguros, embarque de paños extranjeros para nuestras colonias, nuevo método para la hilanza de la seda, reformas de colegios universitarios, el estudio de las ciencias naturales, promoción de medidas a favor del Principado y de Gijón, y las Cartas del viaje de Asturias a Ponz[39].

 

III.5. El tránsito desde la cima a la sima

 

18. El «affaire» Cabarrús

 

El acontecimiento que desencadena que Jovellanos pase de la cima a la sima, de las importantes labores desempeñadas como Consejero de Órdenes, desde la Corte, a otras de menor calado –aunque lleguen posteriormente a resultar de una gran trascendencia histórica– en Asturias, será el haberse querido involucrar en agosto de 1790 en la defensa de su gran amigo Cabarrús, convencido de su inocencia –será declarado en efecto inocente en noviembre de 1795–, en las acusaciones de malversación de fondos siendo director del Banco Nacional de San Carlos, fundado en 1782 –banco que derivará en las primeras décadas del siglo XIX hacia el actual Banco de España– Tanto el marqués de Casajara como el conde de Campomanes avisarán a Jovellanos –que era miembro de la junta del Banco– para que ceje en su resolución de ayudar al amigo. Pero una fuerza que ya en otros momentos mostró no contener le llevará a intentarlo todo, como se ve por la carta que envía a Campomanes, entonces Gobernador del Consejo de Castilla (1783-1791): «Mi venerado amigo: A mi arribo aquí [Madrid] he sabido que usted, repugnando como otros mi venida [de Salamanca], había dicho que si se verificase no me admitiría en su casa. Fácil es de comprender si esta noticia me sorprendería; la dudé, indagué su origen y acabo de averiguar su certeza [...] Sin embargo, como me precio de ingenuo, no debo ocultar a usted que en caso de vernos será tan imposible que yo deje de hablar por un amigo, cuya suerte está en manos de otro, como que exija de éste cosa que sea contraria a su honor y a la justicia [...] A esto sólo he venido aquí; por esto sólo he oído la voz  de mi corazón antes que la de muchos respetables dictámenes. Valgo poco, pero nada dejaré de hacer por salvar de ruina a un amigo inocente...»[40].

 

19. Comienza la persecución

 

Estamos en 1790, Carlos IV no lleva reinando todavía dos años y lo que ha hecho hasta la fecha lo debe a la inercia del reinado de su padre; la revolución francesa de 1789 empieza a influir determinantemente sobre la política interior española y las tensiones por el control del poder se extreman. Según una facción de palacio que empieza a gestarse, en cuyo eje estaría la reina María Luisa de Parma, algunos como Cabarrús, Jovellanos, Aranda y el círculo de los de La Montijo pueden suponer la inestabilidad a un reino amenazado ahora por el éxito revolucionario francés. Incluso Campomanes pierde poder frente a Floridablanca que consigue aclimatarse, aunque sólo durante algún tiempo. Muy pronto advendrán los tiempos de Godoy, el favorito de la reina, nombrado primer ministro en noviembre de 1792, con tan sólo veinticinco años, en sustitución de Aranda, que había venido a llenar el puesto en enero de 1792, tras la caída de Floridablanca.

 

20. El exilio encubierto

 

Con un panorama tan inseguro, las cabezas más reformistas del país han pasado a ser molestas y han de ser controladas. Por eso, el 28 de agosto de 1790 Jovellanos ha de doblar la cerviz y obedecer la orden real que le conmina terminantemente que parta de inmediato hacia Asturias. La orden no es un exilio, sino encubierto, pues el ilustrado reformista puede ser de gran utilidad y, por eso, se le envía a informar de los asuntos mineros del carbón que entonces empezaban a acometerse en Asturias y en España, pero, según veremos se le envía sine die. Volverá a la corte en 1797-1798, durante ocho meses a la secretaría de Estado, en un breve y extraño paréntesis, después de que Cabarrús, Meléndez, Francisco de Saavedra, Jovellanos y otros hayan ganado provisionalmente la confianza de Godoy, en el sentido de buscar una vía de salvación a través de reformas políticas imprescindibles que se han ocupado en ir señalándole, como en las Cartas sobre los obstáculos que la naturaleza, la opinión y las leyes oponen a la felicidad pública, que el conde de Cabarrús envía al reciente Príncipe de la Paz, en diciembre de 1795, o como las quince cartas cruzadas entre Jovellanos y Godoy entre el 5 de octubre de 1793 y el 14 de noviembre de 1797, la última en la que acepta el nombramiento de ministro que le ha propuesto en la del pasado 7 de noviembre, en que le dice el joven primer ministro: «Amigo mío: Ya está usted en el cuerpo de los cinco: el ministerio de Gracia y Justicia está destinado para usted, y la nación recibirá el bien que su talento va a producirle. La ignorancia se desterrará y las formas jurídicas no se adulterarán con los pretextos de fuerza y alegatos de partes opresivas de la inocencia. Venga usted, pues, cuanto antes, pues desde aquí arreglará lo que diga hay pendiente»[41]. Pero esto no será, en definitiva, más que un espejismo.

 

IV. Un ilustrado en la sima (1790-1808)

 

IV.1. Asturias

 

A los cuarenta y seis años Jovellanos pierde la línea de primera influencia en el gobierno de la nación. No es que pierda toda su influencia, pues sigue siendo muy útil al Estado, pero será una influencia más indirecta, más mediada, a distancia y bajo contención y sospecha. De los cuarenta y seis a los cincuenta y siete años, entre finales de 1790 y febrero de 1801, sus días transcurrirán en Gijón y en Asturias, sin olvidar los viajes continuos a que se ve obligado en sus desempeños, y exceptuando, como sabemos, ese raro paréntesis de unos meses como ministro de Gracia y Justicia en 1797-1798.

 

21. En la pendiente resbaladiza

 

En los once años de su exilio asturiano no es que haya caído ya, repentinamente, al fondo de la sima, pero sí que ha comenzado a bajar por una pendiente resbaladiza, la de los acontecimientos históricos que envuelven a aquella España finisecular. No se trata propiamente, todavía, de una pérdida de protagonismo, puesto que paradójicamente llevará a cabo en esta etapa asturiana algunas de sus más importantes contribuciones a la nación y al desarrollo de su filosofía.

 

Jovellanos vivirá una experiencia ambivalente: querrá volver a la corte y que se le rehabilite oficialmente pero, a la vez y a medida que transcurre el tiempo en su exilio asturiano, se encontrará más y más a gusto con su nueva vida, porque allí verá que podrá conseguir lo que más desea: hacer realidad su Instituto Asturiano. 

 

IV.1.1. El apasionado, tranquilo y atareado retiro asturiano

 

22. Las nuevas tareas

 

La primera encomienda del gobierno es que se encargue del tema del carbón y la segunda de las carreteras. Además Jovellanos traía a Asturias trabajo en el que estaba investigando y avanzando. Tenía que acabar la redacción de la «Memoria sobre espectáculos públicos», que el 29 de diciembre de 1790 envía a la Academia de la Historia –aunque los últimos retoques los dará en 1796–, tenía que avanzar en el «Informe de Ley agraria», que ultimará el 26 de abril de 1794 y lo enviará a la Matritense. Traía además consigo aquella preocupación por dotar a Gijón de un puerto en El Musel que colocara a Asturias a la altura que los tiempos exigían; ya llevaba avanzadas gestiones con su amigo el ministro de Marina, Antonio Valdés y Bazán[42], con el Ayuntamiento de Gijón y con su hermano Francisco de Paula, Regidor y Alférez mayor de la villa. Traía, además, una ambición y un sueño que quizás ahora pudiera hacerse realidad, al contar con tiempo para dedicarse a ello: su Instituto Asturiano.

 

23. Los nuevos cargos

 

Desde la corte irá recibiendo sucesivamente los distintos nombramientos, Encargado de la Comisión de Minas en Asturias (1790), al salir de Madrid, y después: Subdelegado de Caminos de Asturias (1792), Consejero del Consejo de Castilla (1794), nombramiento que pretendía premiarle pero no aumentarle efectivamente las competencias o el poder, y también Comisionado secreto del gobierno –en un viaje de inspección que ha de hacer por el norte de España, entre junio y octubre de 1797– y Embajador de España en Rusia (octubre-noviembre 1797), nombramiento hecho contra su voluntad y que no se hizo efectivo al ser elevado definitivamente en esas fechas a ministro. A todos estos nombramientos oficiales unirá otro más, el de Promotor del Real Instituto Asturiano de Náutica y Mineralogía (1793), pero esta vez gracias a toda una labor de empeño personal, desarrollada en los tres últimos años[43], propiciando el beneplácito de la corte, a través de la mediación, una vez más, del ministro de Marina: «He dado cuenta al Rey de la Ordenanza formada por V. S. para la nueva Escuela de Matemáticas, Física, Química, Mineralogía y Náutica, que S. M. tiene resuelto se establezca en ese puerto, para perfeccionar en Asturias el arte de cultivar las minas de carbón de piedra...»[44]. Sagazmente supo hacer coincidir aquí Jovellanos el tema del carbón, el del puerto y el de la necesidad de técnicos expertos para la mina y para la mar. El Real Instituto Asturiano se iba a conseguir después de haber doblegado las resistencias de la Universidad de Oviedo. Don Gaspar sabía que se trataba de una institución de enseñanza nueva (científico-técnica), que venía a llenar un hueco que la Universidad de entonces no estaba capacitada para colmar.

 

24. Escribiendo un diario

 

El Jovellanos literato, jurista, economista, político, historiador, y el esteta que era, va a seguir creciendo y ganando profundidad, pero será en este «retiro» asturiano cuando tenga ocasión de desarrollar de modo muy específico sus ideas pedagógicas. Ya conocemos, de Madrid, su vertiente como reformador de la enseñanza, especialmente concretado en el «Reglamento del Colegio Imperial de Calatrava», redactado en agosto de 1790 en Salamanca en paralelo con los avatares que caían sobre Cabarrús, y que iban a ocasionar la ruina –aparentemente– de los dos. Quizás fue el sentimiento de que algo trascendente o peligroso se estaba gestando por lo que el 20 de agosto de 1790, en Salamanca, había comenzado a escribir su Diario, que tendrá su fin en Muros de Noya, el 6 de marzo de 1810. En el Diario nos asomamos a apuntes muy sintéticos donde se registran noticias sobre personas, tertulias, lecturas, monumentos artísticos, acontecimientos nacionales e internacionales y costumbres, a la vez que se van señalando algunos de los problemas del país a los ojos de un reformista ilustrado, que rebosando la mera ilustración se acoge a la perspectiva crítica de quien está preconizando el primer liberalismo español. Dirá el 1º de enero de 1801: «Abrimos el siglo XIX [...] La desgracia parece conjurada contra el Instituto, este precioso establecimiento, tan identificado ya con mi existencia como con el destino futuro de este país. Ayer se han mandado suspender los trabajos del nuevo edificio... [...] Entre tanto, rayan las esperanzas de paz; los franceses, triunfantes, van a forzar a ella al emperador. La Rusia, y aun Prusia, amenazan a la Inglaterra, y esta potencia orgullosa abandonará sus proyectos de ambición y codicia, por algún tiempo a lo menos; ¡quiéralo el cielo, para que respire la Humanidad!»[45].

 

25. La pasión pedagógica

 

El Jovellanos pedagogo tiene ocasión ahora de profundizar en su idea de articulación e integración de todos los saberes, bajo esa correlación fuerte, esencial, entre las distintas disciplinas científicas y humanísticas, y en concreto, ahora, en su Instituto de Gijón insistirá en la necesidad de unir la literatura, las ciencias naturales, la geografía y la historia en la «Oración sobre la necesidad de unir el estudio de la literatura al de las ciencias» (1797), en la «Oración sobre el estudio de las ciencias naturales» (1799) y en el «Discurso sobre el estudio de la geografía histórica» (1800), escritos en la conmemoración de los certámenes que Jovellanos introdujo en su Instituto y que pueden quedar resumidos en estas frases que pronunció el día de su inauguración, el 7 de enero de 1794: «¿Hay por ventura sobre la tierra cosa más noble ni más preciosa que la sabiduría? [...] Sin duda que el hombre nació para estudiar la naturaleza. A él solo fue dado un espíritu capaz de comprender su inmensidad y penetrar sus leyes; y él solo puede reconocer su orden y sentir su belleza, él solo entre todas las criaturas»[46].

 

Aunque la labor de Jovellanos en la promoción de la minería del carbón, de las carreteras carbonera y la de Pajares con León y la meseta, del puerto de El Musel, y en la mejora del puerto pesquero de Gijón, de su urbanización y arbolado, y un sin fin de temas que afectaban a Gijón y a Asturias –consulado, cartografía marítima, navegabilidad de ríos, etc. –, la «niña de los ojos» del ilustrado exiliado será siempre, según confiesa en su diario y en sus cartas, su querido instituto de enseñanza profesional, al que acceden lo mismo los más pudientes que los pobres. Tanto llega a ser este empeño por la educación y tan a gusto llega a sentirse con esta ocupación que, a pesar de todos los apoyos que busca en Madrid, en sus correos y contactos, para ser rehabilitado debidamente en sus funciones y recibir permiso para reintegrarse a la corte, llega un momento en que comienza a decirse a sí mismo que ya no desea otra cosa mejor y más apacible que seguir como está definitivamente, al cargo del Real Instituto y teniendo como mano derecha a su hermano Francisco de Paula, que en calidad de capitán de navío que era ha accedido a ocupar la primera plaza de director. Tan en serio y tan comprometidamente se toma el tema don Gaspar que a partir de 1794 irá escribiendo, a guisa de libros de texto para el alumnado, el «Curso de Humanidades Castellanas», para que junto a las matemáticas, la química y la mineralogía los estudiantes conocieran también la gramática castellana, el inglés, el francés, la retórica, la poética y la lógica[47]. En el diario de estos años vemos también al pedagogo gijonés contactar con Agustín de Pedrayes (1744-1815), el gran matemático, y pasear juntos con el fin de establecer la mejor programación de estudios matemáticos posible. Está claro que Jovellanos no buscaba simplemente técnicos: marineros y mineros; pedía más.

 

Pero en medio de todas estas ocupaciones que le llenan once años, como en un signo de la contradicción de los tiempos, Jovellanos en 1797, después del viaje secreto para cumplimentar el informe sobre la mina de La Cavada –en Cantabria–, que realiza entre agosto y octubre de 1797, es nombrado a su vuelta embajador en Moscú y días después ministro de Gracia y Justicia.

 

IV.2. Ministerio

 

26. Antes de la caída, la ascensión

Retrospectivamente sabemos que la etapa del ministerio de Jovellanos fue breve, fallida y un paréntesis paradójico, pero no dejó de ocupar un lugar trascendente en aquella historia de España y en su vida. Muchas veces quienes pierden acaban ganando las batallas después de muertos, con sus ideas. Las ideas tienen sus propios cursos materiales de existencia, lejos del fácil, idílico y confuso idealismo.

 

Jovellanos acepta el nombramiento como ministro de Gracia y Justicia, el 14 de noviembre de 1797, después de librarse de la pesadumbre y desazón que le causaba la idea de la Embajada en Rusia, de la que había tenido noticia en Pola de Lena, el 16 de octubre pasado, a la vuelta del viaje de La Cavada. Ser ministro supone el adiós a la felicidad y a la quietud para siempre, como el mismo Jovellanos exclama al conocer la noticia, pero ya no es ese oscuro destino en Petersburgo –¿un verdadero destierro? –. «Haré el bien, evitaré el mal que pueda, ¡dichoso yo si vuelvo inocente!, dichoso si conservo el amor y opinión del público que pude ganar en la vida obscura y privada. [...] Carta de Cabarrús, que me buscará en Valladolid; que Meléndez está en León; que Cabarrús irá a una embajada. Yo, al fin, quedaré solo, sin amigo, sin consejo y abandonado a mi pobre y desalentado espíritu. [...] Salimos al rayar el día [del viernes 17 de noviembre]»[48]. El 22 de noviembre come con el Príncipe de la Paz y el 23 toma el cargo. Su balance y su estado de ánimo: «...todo amenaza una ruina próxima que nos envuelve a todos; crece mi confusión y aflicción de espíritu»[49]. Godoy (Secretaría de Estado), Francisco de Saavedra (Hacienda y después Secretaría de Estado) y Juan de Lángara (Marina) trabajarán en aquel equipo ministerial en el que Jovellanos trató de desarrollar su programa. Cabarrús, de ascendencia francesa, fue enviado como embajador a París, encargado de cuidar el difícil equilibrio que ahora nos mantenía aliados de Francia –Paz de Basilea, 1795, y Tratado de San Ildefonso, 1796– frente a Inglaterra.

 

27. Retratado por Goya

 

¿Qué hay en ese retrato de 1798 –quizás el más bello de cuantos pintó Goya– en el que la imagen de Jovellanos es la personificación de la impotencia lúcida que no ceja? Detrás de esa impotencia luchadora inmortalizada había mucho trabajo. Le vemos despachar con Francisco Saavedra, el más próximo a sus ideas, dirimiendo sobre la frontera entre la jurisdicción civil y la religiosa, de este modo: «... sin desconocer o perder de vista la suprema potestad económica de S. M., nadie podrá poner en duda la autoridad soberana en esta materia. Por virtud de ella, puede S. M. regular la propiedad de todos los establecimientos piadosos y aun eclesiásticos, como virtualmente reconoce la Junta en su misma proposición, porque todo derecho de poseer tiene su origen y apoyo en la potestad civil, y de ella se deriva también toda propiedad eclesiástica.» Y, profundizando en el tema: «No se trata de despojar a estos establecimientos de su propiedad; se trata sólo de regularla y hacerla compatible con el mayor bien del Estado. [...] Otro diría Vm. que se ocurriese por una bula; pero ya es tiempo de pasar sin ellas ¿Y por qué sería mayor la autoridad del Papa que la del rey?»[50]. El regalismo, y lo que entonces se entendía por jansenismo español, no puede ser más claro y patente. Este modo «jansenista» y jovinista de entender las relaciones entre el poder político y el religioso no será el que acabe imponiéndose en España –el Código Napoleónico sí lo impondrá en  Francia–, y, ¿de ahí que la delimitación entre el trono y el altar sí esté clara entre los galos pero no así en España?

 

28. «Jansenismo» reformista

 

Las principales intervenciones de Jovellanos las lleva a cabo en los informes que traslada a Carlos IV, para promover al obispo Tavira al obispado de Salamanca, objetivo que consigue, y para reformar el tribunal de la Inquisición –a la que atribuye poder correctivo pero no legislativo–, propósito que se volverá contra él y le buscará la ruina.

 

Además, como ministro o secretario del despacho de Gracia y Justicia en 1798,  redacta el «Plan para arreglar los estudios de la Universidad». También se le ha atribuido el «Plan de educación de la nobleza y de las clases pudientes», aunque según reputados jovellanistas como Miguel Adellac, Ángeles Galino, Jean Sarrailh, Francisco Aguilar Piñal, José Miguel Caso y Fernando Baras Escolá no sería obra de Jovellanos. Algunos, como Caso, la atribuyen a José Vargas Ponce, uno de los estrechos seguidores de Jovellanos; Aguilar y Baras parecen demostrar que se trata de una comisión; sea como fuere, este importante plan de reforma es de clara influencia jovinista[51].

 

29. El envenenamiento

 

Poco después de su toma de posesión, vemos a Jovellanos aquejado de unos vómitos que nunca había sufrido, como esos que se adquieren en los casos de lento envenenamiento. Blanco White nos cuenta en sus Letters from Spain (1822) que los enredos de alcoba entre Godoy y sus tres mujeres, su esposa oficial –María Teresa de Borbón, prima de Carlos IV–, Pepita Tudó y la reina, crearon un conflicto en el que indirectamente estuvieron Saavedra y Jovellanos. Por esto, probablemente, y, sin duda, por los problemas de política internacional, Godoy será apartado del poder de primera fila entre 1798 y 1801, pero Jovellanos y Saavedra añadirán a las desavenencias con la reina María Luisa su «jansenismo». El futuro inmediato de ambos amigos estaba sellado.

 

Después de nueve meses, Jovellanos será exonerado el 15 de agosto de 1798 y nombrado Consejero de Estado a la vez que reenviado a Asturias; Saavedra, por idénticos motivos, en febrero de 1799 dejará el cargo, a favor de Urquijo, quien no durará tampoco; sí durará quien sustituye a Jovellanos, el camaleónico Caballero –se ajusta con Carlos IV, con Godoy, con Fernando VII, contra Godoy  y contra Carlos IV, y con José I y Napoleón–

 

30. Las aguas del balneario

 

Antes de su regreso definitivo a Asturias toma las aguas en Trillo, del 20 de agosto al 13 de septiembre, para reponerse de su salud, quebrada durante sus despachos ministeriales, pero no a causa del trabajo, sino, como algunos han llegado prácticamente a demostrar, provocada por mano hostil, envenenándole[52]. Después de pasar por Madrid para arreglar sus asuntos, el 11 de octubre salen hacia Asturias, llega él y su «familia» a León en cinco días y medio y se detienen allí ocho, aprovechando las buenas amistades que conserva, duermen después en Pajares, almuerzan en Campomanes, comen en Pola de Lena, a las siete en Mieres y a poco más de las diez en Oviedo, donde duermen. El 27 de octubre llegan de madrugada a Gijón «felizmente cerrada tan borrascosa época de once meses y medio»[53], habiendo perdido dolorosamente en este intervalo –el 4 de agosto de 1798– a su querido Francisco de Paula. Entonces, Jovellanos, el único varón vivo entre los hermanos, ha de hacerse cargo del mayorazgo cuando cuenta 54 años. Entre los 57 y los 64 el destino le tiene reservado una reclusión en Mallorca.

 

IV.3. De nuevo en Asturias

 

31. Batallas dramáticas libradas

 

Fracasado este  ministerio volverá a Asturias, le hemos visto, en octubre de 1798 para seguir promoviendo su Instituto, cuyo primer edificio provisional había sido donación de la familia Jovellanos y cuyo edificio definitivo se proyectaba ahora, de la mano del arquitecto Villanueva y con la ayuda económica de gran número de parroquianos, muchos de los cuales quedan consignados en el diario o en las cartas, y con las donaciones de algunas de las muchas personalidades españolas con las que don Gaspar contacta pidiendo su ayuda; además, la mitad de su sueldo la dedica a esta empresa y la primera biblioteca pública de la institución no nace sino de la del propio Jovellanos. Precisamente, los libros que en esta biblioteca había serán motivo de censura y de inspección, porque la obra de Jovellanos no era mirada por todos con buenos ojos; ya nos hemos encontrado con el obispo de Lugo, que se niega a ayudarle y que le recomienda que en lugar de estos propósitos peligrosos gobierne su casa y tome estado, y además con la autoridad de su prelatura le dice: «Un obispo debe invertir sus facultades en socorrer las necesidades de sus diocesanos, en el seminario conciliar y otros institutos piadosos que sirvan para sostener nuestra sagrada religión y combatir los filósofos de nuestros días...»[54]. En los últimos años del siglo Jovellanos no sólo tiene enemigos en la Corte sino también entre los paisanos que le conocen y que no gustan de las reformas educativas y de la nueva metodología de enseñanza que Jovellanos preconiza –como Pestalozzi en Italia, Basedow en Alemania o los seguidores del espíritu de El Emilio de Rousseau en Francia, obra que tanto admirará Jovellanos– como podemos leer en la delación anónima que se envía a los Reyes Nuestros Señores: «Don Gaspar Melchor de Llanos (pero no Jove, porque dicen que se ha usurpado este distinguido apellido) [...] entregado con tesón a la varia lectura de los libros de nueva mala doctrina, y de esta pésima filosofía del día, hizo tan agigantados progresos, que casi se le puede tener por uno de los corifeos o cabezas del partido de esos que llaman Novatores, de los que por desgracia y tal vez castigo común nuestro, abunda en estos tiempos nuestra España, que antes era un emporio del catolicismo... [...] Todo esto unido produce en el corazón del hombre un sinnúmero de pasiones, que le hacen odioso a la sociedad y abominable a todos, si se exceptúan aquellos a quienes ha arrastrado su sistema y opinión, que por lo regular no son pocos; porque, por lo común, su modo de pensar va acompañado con el halago de las pasiones todas y de la libertad... [...] concluyen echando por tierra, y hollando los tronos, los cetros y las coronas...»[55].

 

Caldeado como estaba el ambiente, Jovellanos se ve obligado a dirigirse al Rey, el 26 de marzo de 1800, para prevenirle sobre la calumnia que se cierne sobre él y sobre Urquijo –en ese momento ministro de Estado de su majestad– al verse mezclados sus nombres de modo elogioso en contraste con la censura al gobierno de España, en una reciente traducción castellana de El contrato social de Rousseau. Alea jacta est.

 

32. En el borde de la caída definitiva

 

Para conocer en su detalle y precisión el pensamiento político de Jovellanos, además de ir a sus escritos más señalados, hay que valerse de parte de la correspondencia en la que entra en temas de fondo, con personalidades varias, como en esta etapa asturiana lo es Alexander Jardine («...hombre a la verdad instruido, pero de grande extravagancia»[56]), cónsul inglés de La Coruña, de ideas revolucionarias filojacobinas, con quien se provee de libros ingleses y con quien intercambia sus ideas políticas, sobre los acontecimientos revolucionarios en Europa y sobre el concepto de democracia. Como años más tarde, pero con mayor connivencia, detalle y profundidad, hará con Lord Holland.

 

El lunes 19 de enero de 1801 escribirá en su diario, describiendo el temporal político de fondo –su propia caída, ¡ay!, está próxima y todavía no lo sabe–: «Decreto para admitir la bula Auctorem fidei; orden para su observancia. Azotes al partido llamado jansenista, ¡Ah! ¡Quién se los da, Dios mío! Pero ya sabrá vengarse»[57].

 

En el Auctorem fidei, Pío VI reacciona en 1794 contra las amenazas heréticas, antilitúrgicas, anticurialistas y proepiscopalistas, promovidas desde el Sínodo de Pistoia (Italia) desde 1786, y estos vientos arrecian ahora en la España de 1801. El obispo Tavira –acusado de jansenista–, amigo de Jovellanos, el obispo de Barbastro –amigo de Grégoire–, y un total de ocho obispos defendieron abiertamente en España el decreto de Urquijo –Primer Secretario de Estado entre febrero 1799 y diciembre de 1800– que daba poderes para las dispensas matrimoniales a los obispos españoles sin depender de Roma[58]. Este decreto de 1801 al que alude Jovellanos en su diario, caído Urquijo y lo que él representaba,  venía a dar finalmente la razón a los defensores del poder de la curia romana y allanaba el camino en la persecución contra los llamados jansenistas. Uno de los adalides más convencidos de esta persecución será José Antonio Caballero, ministro de Gracia y Justicia (1798-1808), quien, siendo sucesor de Jovellanos en el cargo, le traerá la desgracia.

 

El 13 de marzo de 1801, el Regente de la Audiencia de Oviedo, Andrés de Lasaúca, cumpliendo órdenes –aun a su pesar–, sorprendió a Jovellanos en la cama de su casa natal antes de salir el sol y le hizo prisionero. Se enviaron sus papeles a la Secretaría de Estado, se selló su biblioteca y antes de la madrugada del día 14 salieron con destino a León, Burgos, Zaragoza, Barcelona y finalmente a Mallorca, la sima donde vivirá Jovellanos siete años.

No será el único de los perseguidos. Aquellos que se movían en su radio de influencia también están siendo o irán a ser desterrados o encarcelados, como Meléndez, Arias de Saavedra, Ceán, Vargas Ponce, e incluso el capellán de don Gaspar, José Sampil, por atreverse a llevar a Palacio las dos representaciones que el ex ministro había escrito en  Mallorca, en el comienzo de su reclusión en 1801, a Carlos IV.

 

 

IV.4. Mallorca

 

33. Español integral

 

En Mallorca, de 1801 a 1808, la actividad de Jovellanos quedará reducida a la relación epistolar con algunos de sus allegados –como su hermana Josefa, la poetisa que escribe en bable– y su amigo el canónigo candasín Carlos González de Posada, o su antiguo amanuense Ceán Bermúdez. No obstante, durante estos siete años, enmudecido como se halla, se las ingenia para redactar el Tratado teórico-práctico de enseñanza –también llamado Memoria sobre la educación pública– y más tarde la investigación histórico-artística sobre los monumentos mallorquines o Memorias histórico-artísticas de arquitectura[59]. A la vez aprende el mallorquín. Este hecho nos confirma en uno de los rasgos del talante jovinista: fue asturiano en Asturias, sevillano en Sevilla, madrileño en Madrid, mallorquín en Mallorca, porque fue español siempre, un español que transitaba con total facilidad entre el sentimiento original de la patria chica asturiana y la patria española, dentro de ese sentimiento universal de aquel espíritu noble que no olvida cuál es la savia desde la que se une al resto del mundo[60]. No eran tiempos todavía de nacionalismos fraccionarios, pero los reinos españoles aunados en un mismo proyecto nacional y de Estado habrían de terminar cuajando en un moderno Estado-nación, por la acción de los ilustrados y protoliberales como Jovellanos y por el modelo que acabará imponiéndose con las Cortes de Cádiz.

 

34. En la Cartuja de Valldemossa

 

El 18 de abril de 1801 llega a la isla de Mallorca. De 1801 a 1802, durante poco más de un año, lo pasa en buena compañía con los cartujos de Valldemossa. Actos litúrgicos, tertulias y paseos con el padre Prior, fray Antonio, fray Fosef, fray Joaquín, Don Dionís, Salas y Domingo, su mayordomo. Las ocupaciones: la botánica, los libros de la biblioteca, la espera de alguna señal desde la corte y, suponemos que, como pedía sor Josefa de San Juan Bautista –su hermana, ahora priora de las agustinas recoletas de Gijón– al Prior de la Cartuja de Valldemossa, en carta de 3 de julio de 1801, haciendo «los esfuerzos para que le sea dulce el retiro [...] [...y ayudándole] a enamorarse de Dios, que es el sumo bien, a gustar las dulzuras de la soledad, donde se ve cuán suave y bueno es el Señor, y cuán amble cosa es vivir los hermanos en uno»[61]. Cuando quede liberado en 1808, como muestra de haber trabado verdaderas amistades entre los frailes, vendrá a despedirse de la comunidad cartuja, antes de viajar a la península.

 

35. Traslado al calabozo

 

Enterados de que escribía –contra las órdenes dadas– y de que había enviado dos representaciones a Carlos IV, se le endurece el encierro por orden de Caballero, y desde el 5 de mayo de 1802 a 1808 vivirá en los calabozos de Bellver. En 1803 perdemos casi totalmente su rastro. De ese año sólo tres cartas se conservan, una dirigida a Ceán escrita en latín en marzo, otra en octubre escrita en bable al director del Instituto, José Valdés Bazán –según Caso–, y una tercera en diciembre a González de Posada, utilizando un amigo común como correo secreto. En estas cartas le vemos refugiado en su fortaleza, convenciendo a los que le compadecen en el exterior de que aunque es casi milagroso y apenas humano está hallando un poco de placer en el descanso, en los libros y en el trato con muy pocas personas a pesar de estar «despojado por entero de patria, de casa, de parientes, de amigos, en fin de libertad –que para muchos es el primer bien y para mí, desde luego, el más grande después de la virtud y la honra...»[62].

De noviembre de 1801 a febrero de 1806 su diario enmudece del todo.

 

36. Escribiendo a escondidas

 

En 1804 vemos recuperarse la correspondencia: contamos con 24 cartas de Jovellanos,

especialmente en este año con su hermana monja Josefa. En 1805 puede comprobarse que se va relajando la vigilancia a juzgar por las 48 cartas que Jovellanos envía, casi todas con pesudónimo[63], entre ellas las curiosas en bable, sobre todo, con su amigo gijonés del alma Pedro Manuel Valdés Llanos (Don Petris, Sempronia, Teresina del Rosal), quien le contagiará en 1811 la pulmonía que le llevará a la muerte. También escribe a Caballero, su verdugo en la corte, para que se le dé permiso para nombrar apoderado que desempeñe el encargo de la tutela y educación de doña Manuela Blanco Inguanzo, pulila de Jovellanos por deseo de la madre de la niña, en su muerte hacía años, que además estaba encomendada al tío de la pupila, quien llegará a cardenal Inguanzo, y al párroco de Gijón. Trasladado el párroco, y conociendo la vigilancia distante que ejercía el tío de Manuela, Jovellanos realiza estas gestiones. Puede verse, más allá de este dato aislado, cómo a lo largo de su correspondencia este tema constituye una de las preocupaciones que le acuciaban y que se llevó de Gijón a Mallorca. La respuesta desde la secretaría de Gracia y Justicia le concede permiso para esto pero se lo deniega para que pueda volver a Asturias, como había solicitado el mismo día en que iban a cumplirse los cuatro años de estrecha reclusión y habiendo cumplido ya los 61 años de edad y enfermado de diversas dolencias. Quizás pensara, al solicitar que la reclusión sobre su persona fuera en el Principado o en otro lugar «del continente», en que su amigo Cabarrús sólo había estado recluido dos años (1790-1792). Además, el famoso financiero tuvo la suerte de ser sometido a juicio. Jovellanos solicitó por dos veces a Carlos IV en abril y octubre de 1801 que se le imputaran cargos, para poder defenderse, y que se le juzgara; pero la respuesta fue trasladarle del monasterio al castillo.

 

37. Cartas, relaciones, cartas...

 

En 1806 son ya 51 cartas –conocidas– las que escribe Jovellanos. Le vemos tomar contacto con Tomás de Verí, futuro representante por Mallorca en la Junta Central, mantener correspondencia erudita con fray Juan Bautista Capó sobre historia del arte y arquitectura, colaborar con José Barberi en el proyecto que éste tenía de publicar una «Biblioteca Mallorquina, y continúa las cartas sobre todo con Posada, con su querida hermana monja, con la salud ya quebrada hasta su muerte el 3 de junio de 1807, y cada vez más con su sobrino Baltasar González de Cienfuegos, que ahora hace las veces de intermediario en los asuntos familiares. En 1807 nos encontramos con 50 cartas, entre ellas dos a la corte, a Pedro Ceballos y a Godoy, felicitando a éste por el nombramiento como Generalísimo Almirante de España e Indias, pero sin duda sobre todo para no dejar de intentar un medio de librarse de Bellver ya que, como le dice, si no «me fuere dado aspirar al de volver al seno de mi familia para morir al lado de dos hermanas viejas y enfermas, únicos restos de ella, espero de la bondad de V. A. que, a lo menos, obtenga para mí el de vivir retirado en algún pueblo del continente o de esta isla... [para poder tomar las aguas y hacer ejercicio y así] pueda salvar mi salud de la ruina que la amenaza»[64].

 

El 28 de octubre de 1807 escribirá a su cuñada María Gertrudis del Busto, en aquella carta que firma Parín, se alegra de que le haya escrito, de que le siga apreciando, porque «son tantos, según me dicen, los que se me han vuelto de espaldas, que me es de la mayor satisfacción cualquiera testimonio de amor y buena correspondencia»[65]. Con Gertrudis había tenido alguna desavenencia al final del periodo asturiano, en el momento de hacerse cargo del mayorazgo que su hermano dejaba al morir, esposo de su cuñada. A pesar de los delicados temas de herencia y de reordenación del gobierno de la casa, Jovellanos dio muestras de salvar los acontecimientos con el mayor tiento y justicia y así se lo reconoce ella en la carta que le envía el 6 de enero de 1808. De este último año, contamos con 9 cartas de Jovellanos escritas en Mallorca y en algunas de ellas podemos ver su reacción al ser puesto en libertad: sigue importándole no sólo verse libre sino que se le declare inocente y que se le restituya en las comisiones asturianas: el carbón, las carreteras y el Instituto, eso es lo que más desea, según vemos en la carta que le envía a Juan de Escoiquiz, el 14 de abril de 1808.

 

En su encierro en el castillo traba gran amistad con el capitán de la guardia y con el gobernador, y acaba constituyéndose una tertulia de amigos intelectuales mallorquines en la habitación de su prisión. Gracias a los libros que le traen, puede investigar en esas cuestiones de arte y de historia del arte, que ahora concentran su atención: la catedral de Palma, la lonja, los conventos de San Francisco y de Santo Domingo, y el propio castillo de Bellver.

 

38. Fortaleza en la adversidad

 

¿Qué tono emocional preponderante tuvo Jovellanos durante este largo encierro? Nos ha quedado bien sintetizado en dos cartas que envía a Ceán: mantener la firmeza que ha buscado a lo largo de su vida, y como recomienda Horacio siendo moderado en la prosperidad y paciente en la adversidad; además, conservar la esperanza en Dios y resistirse a que el ánimo caiga en el desconcierto o se vuelva desdichado[66]. ¿Pudo mantenerse fuerte Jovellanos todo el tiempo, sin caer en la depresión? Creemos que sí, pero puede detectarse algún atisbo de desfallecimiento en variados momentos y, de modo muy singular, en la «Paráfrasis al salmo “Judica me, Deus”» donde pone ante sí al descubierto sus más nudos sentimientos, en este escrito que envía a su caro amigo el canónigo, González de Posada, en 1806[67]. Abocado a una depresión que apunta, Jovellanos encuentra su terapia más firme en su creencia en la justicia de Dios y por lo que vemos mantiene su fortaleza: «...vuelve hacia mí tus ojos, y mira el desamparo en que estoy, y la oscuridad y los horrores de que me han rodeado mis enemigos [...] sufro con resignación y paciencia el peso de humillación y amargura que oprime mi alma [...] ...ven, Señor, y registra y escudriña, así el mío [corazón] como el de mis perseguidores, y júzgalos, y juzga esta causa con aquella imparcialidad con que has prometido juzgar a las justicias de la tierra [...] ...no permitas que yo viva entre unas gentes que ni obedecen tu ley ni respetan tu santo nombre [...] ...sácame de las garras del hombre falso y malvado, que, sordo a la voz de la compasión y la humanidad, oye sólo la de mis perseguidores, para agravar noche y día la amargura de la situación en que me han puesto [...] no viendo término ni salida a tanto padecer, mi alma desfallece, y está cerca de rendirse y ceder al peso de su tribulación ¿Por qué, pues, Señor, me abandonas? [...] Espera, pues, alma mía, y confía  en tu Dios [...] ...que él te dará tiempo para que reconozcas y experimentes sus misericordias, y para que le confieses, y adores su santo nombre; y restituyendo a tu corazón la paz, y la alegría a tu semblante, creas que él será siempre para ti, como hasta ahora fue, tu Dios bueno y misericordioso». Jovellanos pide a su Dios que haga justicia, y que la haga en este mundo, a través de su Providencia. No sólo reza y pide, sino que argumenta ante Dios. No contempla como salida la posibilidad de una muerte encarcelado y humillado en expiación de sus verdaderos pecados («los errores y devaneos que me rodearon en mi juventud, y de la ciega docilidad con que los seguí en los senderos del placer y de la disipación...»[68]), porque entonces sus perseguidores, conspiradores, inicuos, calumniadores, malvados y violadores de todas las leyes divinas y humanas, impondrían su injusta ley contra él.

 

39. Entre la religiosidad y la emoción estética

 

¿Ha quedado muy mermada la potencia intelectual de don Gaspar Melchor? Sí, tiene muy afectada su vista con cataratas y su salud física extremamente mermada, pero su cabeza sigue activa. La vertiente de aficionado y estudioso del arte, que hemos visto en todos sus viajes y en sus diarios y cartas, con descripciones sobre el valor artístico de lo que iba viendo, que también hemos conocido por los datos y el aliento que transmite a Ceán en sus estudios de historia del arte, que comprobamos al conocer su faceta de coleccionista de arte y que hemos ratificado con sus conocimientos histórico-artísticos reflejados en el Elogio de las Bellas Artes (1781), en las Cartas a Ponz (1782-1792) y en el  Elogio de don Ventura Rodríguez (1788), va a llevarla a su cumbre con las Memorias histórico-artísticas de arquitectura (1802-1807): en ella, profundizando en ese rasgo, tan jovinista, que le lleva a buscar la integración y articulación de los distintos saberes, no sólo describirá como aficionado, no sólo clasificará como erudito, sino que buscará recrear la historia desde el lenguaje que las piedras y las formas llevan impreso. Ese ánimo articulador es el que le convierte en un filósofo, al no quedar circunscrito en un área del saber específica, al no permanecer en la superficie de las cosas y al ser capaz de abrir hipótesis críticas en la confluencia de las distintas ciencias, técnicas o artes concretas.

 

40. Libre, al fin

 

El motín de Aranjuez del 17-19 de marzo de 1808 depone a Carlos IV y entroniza a Fernando VII. El 22 de marzo Caballero ha de despachar la orden de liberación de Jovellanos; el ministro de Gracia y Justicia cesa en su cargo el 5 de abril. El 4 de abril conoce Jovellanos oficiosamente la noticia de su liberación, que le es comunicada oficialmente por el capitán general al día siguiente. La ciudad de Mallorca explota de júbilo popular y como nos dice Domingo García de la Fuente, su mayordomo, le presentaron honores los cuerpos militares de la isla y toda la flor de la ciudad, en medio de un gentío inmenso a los gritos de «¡Viva el señor Jovellanos y viva la inocencia!»[69].

 

V. Un ilustrado en guerra (1808-1811). La Junta Central

 

Año 1808. A Jovellanos le quedan tres años y medio de vida. Se halla ahora en sus 64.

Los acontecimientos de esta última etapa de la vida de Jovellanos van a precipitarse con ritmo trepidante, el ritmo que imprime una guerra.

 

V.1. Acontecimientos principales desde 1808

 

Abril-mayo de 1808: invasión napoleónica y guerra de la Independencia; Jovellanos sale de Mallorca. Durante este tiempo se instituyen Juntas provinciales resistentes a Bonaparte. Septiembre de 1808: constitución de la Junta Central como gobierno legítimo frente a José I. Febrero de 1810: Regencia. Septiembre de 1811: Cortes de Cádiz. Noviembre de 1811: muere Jovellanos. 19 de marzo de 1812: Constitución de las Cortes de Cádiz.

 

41. Adiós a Mallorca

 

El primer mes de liberación lo pasa Jovellanos en Mallorca, visitando y reconociendo toda la isla, despidiéndose de sus amigos y de los monjes de Bellver. Mientras, el 2 de mayo Murat es elevado a la Regencia de España. El 19 de mayo de 1808 Jovellanos embarca en Soller para Barcelona, y en esos momentos toma el pulso de los acontecimientos así: «Amigo mío. Todo perdido, de la red a las jaulas. N[uestras] reinas, Godoy, Paula a Vincennes con cinco millones de pensión. Fernando y Carlos a N., con medio. Bebió esta triste familia hasta las heces del cáliz. Execración para la y el que las condujo a ellas; luto y dolor eterno para los conducidos. / Pero a vivir. Éste [es] el último voto de todos. No sé si se logrará porque todos braman»[70].

 

42. Héroe nacional

 

 

En Barcelona, en la precipitación y por el avance de las tropas francesas, pierde el equipaje y la biblioteca que había estado formando en Mallorca. A su paso por Zaragoza es reconocido y aclamado, se entrevista con el general José Palafox y conversan sobre la estrategia política a seguir; quieren retenerle como héroe pero Jovellanos ansía antes que nada descansar y reponer su salud quebrada, así que le escoltan unas millas. El 29 de mayo a su paso por Tarazona, nuevas aclamaciones populares. Finalmente el 1 de junio llega a la Alcarria, a casa de su tutor («papá»), secretario económico y gran amigo Juan Arias de Saavedra, en Jadraque, donde pretende recobrar fuerzas, antes de dirigirse a Asturias.

 

43. La Guerra de la Independencia brevemente narrada

 

Al día siguiente de su llegada a Jadraque, malas noticias para sus planes, Murat le requiere en Madrid. Jovellanos da largas alegando hallarse muy enfermo. En los días inmediatos, otra posta que llega de Bayona, con proposición de Napoleón, para que se dirija a Asturias a pacificar y poner de parte de José I a sus paisanos; y otra posta más, nombrándole ahora el emperador ministro del interior. Nuevo rechazo. De este modo en junio, julio y agosto consigue resistir desde Jadraque las invitaciones a participar en el gobierno bonapartista, la nueva dinastía oficialmente entronizada en España.

 

En mayo Goya retrata al heroico pueblo de Madrid, resistente ante el invasor. Móstoles, Asturias y por todas partes en España declaran la guerra al ejército invasor. A principios de septiembre la Junta General del Principado de Asturias le nombra a él y al marqués de Camposagrado representantes por Asturias en la Junta Central del reino que se pretende instituir desde la insurrección, como poder legítimo ante la «usurpación» del invasor. El marqués era un joven militar, que será la sombra y el apoyo de Jovellanos todo el tiempo. El 19 de julio había tenido lugar la victoria de las tropas del general Castaños ante el general Dupont, en Bailén, lo que daba alientos a quienes pensaban que era posible contrarrestar la invencible artillería napoleónica, la más poderosa del mundo. No todo estaba perdido, se podía resistir. Jovellanos, conocedor de las limitaciones, creía que la resistencia era una obligación patriótica y que si fuera preciso habría que trasladar el gobierno legítimo a tierras americanas. Mientras, muchos de sus amigos (Cabarrús, Meléndez...) y otros menos amigos (como Caballero) se encontraban en el bando de los afrancesados, cogidos por la fuerza arrolladora del ejército galo o por hallarse con nuevas prebendas o,  también, por ver en José I un monarca moderno y minusvalorar el hecho de la invasión y de la dependencia imperial con Francia. El 10 de septiembre acepta representar a Asturias en la Junta Central y el 17 parte Jovellanos para Madrid a reunirse con los centrales que ya van llegando, unos a Aranjuez, el grupo que pretende nombrar presidente a Floridablanca y, otros, projovellanistas, en la capital, pero Jovellanos no tiene intención de acaudillar bando alguno, viene a defender una concepción del Estado y la legitimidad que ha de seguirse en el proceso que se abre. El empuje de las tropas francesas hará que todos coincidan en Aranjuez el 25 de septiembre de 1808 y que se nombre al murciano José Moñino, conde de Floridablanca, como presidente; anciano octogenario no durará mucho en el cargo, morirá el 30 de diciembre de ese año.

 

Jovellanos se apresura a renunciar a su nuevo sueldo de representante, indicando que le basta el de consejero de Estado. De éste otro, la mitad lo destina a los gastos de la guerra. Nada anormal, éste ha sido el modelo de economía doméstica que Jovellanos ha llevado a lo largo de su vida. Esta generosidad hará que cuando tenga que viajar de Cádiz a Galicia, en febrero de 1810, haya de pedir a su sirviente, Domingo García de la Fuente, un préstamo de doce mil reales a cambio de la finca Les Figares, en Gijón.

 

Entretanto, en 1808, la presión francesa hará que la Junta Central retroceda de Aranjuez a Sevilla, en un viaje que les lleva por Toledo, Talavera y Trujillo. En Sevilla, desde el 17 de diciembre de 1808 al 24 de enero de 1810, Jovellanos se reencontrará con los recuerdos de su juventud y trabará una interesante correspondencia con lord Holland, que  se intensifica cuando viaja desde Inglaterra a España en diciembre de 1808, hasta que desde Cádiz regresa a su país a finales de junio de 1809 –al  lord lo había conocido en Gijón en los años noventa, cuando el noble inglés era un veinteañero entusiasta, admirador ya de Jovellanos–.

 

Las tropas napoleónicas, irresistibles, a pesar de contar las insurrectas con la ayuda inglesa, harán que la Junta Central se desplace de Sevilla a la Isla de León y a Cádiz. El 24 de enero de 1810 embarca Jovellanos en Sevilla para Sanlúcar de Barrameda y vuelve a perder la pequeña pero preciada nueva biblioteca que había venido formando. El primer mes de 1810 la Junta Central pasa los poderes a la Regencia, relevándola en el poder el 31 de enero, encargada ahora de dar cumplimiento a la convocatoria de Cortes, que desde septiembre de 1810 a 1814 desplegará una nueva legislación: igualdad de derechos para peninsulares y ultramarinos, libertad de cultivos, igualdad de derechos para los cargos públicos sin distinción de castas, libertad de imprenta, abolición de la mita o servidumbre de los indios americanos y el 19 de marzo de 1812 la aprobación de la nueva Constitución española. El 4 de mayo de 1814 Fernando VII declarará nula la Constitución de las Cortes de Cádiz.

 

44. Sus últimos días

 

Después de los intensos dieciséis meses del trabajo legislador, regente y bélico de la Junta Central, de septiembre de 1808 a enero de 1810, Jovellanos parte en barco de regreso al hogar, desembarca el 6 de marzo en Muros de Noya y es retenido en Galicia, junto con Camposagrado, acusados globalmente, los miembros de la Junta
Central, de usurpación de la autoridad y de malversación de fondos, en una maniobra tendente a sembrar la confusión. A causa de esto ya habían tenido que sufrir en el puerto gaditano, días atrás, el ultraje del registro de sus equipajes. Nueva persecución en Galicia. Jovellanos se decide a escribir, lo que será la mejor expresión de su pensamiento político, la Memoria en defensa de la Junta Central. Al tiempo que es publicada esta Memoria en dos volúmenes, en 1811, Jovellanos ya en Gijón –donde entró aclamado por sus paisanos, después de once años, el 7 de agosto[71] –ha de huir el 6 de noviembre de 1811 a causa de la proximidad del ejército napoleónico, en el bergantín Volante, que se refugia del temporal en Puerto de Vega, donde se le acoge a él y a su amigo de siempre Valdés Llanos en casa de Antonio Trelles Osorio. Valdés enferma, Jovellanos le cuida, aquél fallece, éste contagiado de la misma enfermedad muere en la noche –probablemente– del 27 al 28 de noviembre a la par que el médico que le trata, Angulo, le oye pronunciar: «Mi sobrino... Junta Central... La Francia... Nación sin cabeza... ¡Desdichado de mí!».

 

45. Nacionales frente a afrancesados

 

Si volvemos al reposo de Jadraque vemos que son estos los meses en que la línea entre los nacionales y los afrancesados se va a perfilar. A finales de julio el reciente nombrado ministro de Hacienda del nuevo gobierno y amigo por el que Jovellanos comprometió su seguridad, siendo desterrado a Asturias en 1790, Cabarrús, gasta lo que será el penúltimo cartucho para tratar de atraerle a las filas afrancesadas: «Y este hombre [José I], el más sensato, el más honrado y amable que haya ocupado el trono, que usted amaría y apreciaría como yo si le tratase ocho días, este hombre va a ser reducido a la precisión de ser un conquistador, cosa que su corazón abomina, pero que exige su seguridad (...) yo me hallo embarcado, sin haberlo solicitado, en este sistema, que he creído y creo aún la única tabla de la nación».

 

Jovellanos hablará claro a Cabarrús. El análisis que hace de los hechos difiere del de su amigo, a punto de dejar de serlo, porque: 1º) El rey José es un intruso al frente de un ejército invasor contra quien se levanta el «disgusto y repugnancia con que todos entraron en esta guerra no sólo injusta, sino ignominiosa para la nación a cuyo nombre se lidiaba». 2º) Con este rey intruso sólo la «baja adulación y el sórdido interés» están; mientras que los tribunales le desobedecen, la nobleza le desdeña y el pueblo le desprecia. Ésta es la cuestión de hecho. 3º) El pueblo español lidia por los Borbones y no por los Bonaparte porque son aquellos los legítimos y éstos los impuestos. Ésta es la cuestión de derecho. 4º) Si fuera preciso, si le fallara a la nación la monarquía «¿no sabrá vivir sin rey y gobernarse por sí misma?», porque, además, «España no lidia por los Borbones ni por Fernando; lidia por sus propios derechos, derechos originales, sagrados, imprescriptibles, superiores y independientes de toda familia o dinastía...». Y volviendo a lo que les enfrenta: «¿qué es lo que usted entiende por nación en esta horrible frase? ¿Puede entender otra que los españoles, que son sus... conciudadanos?». Jovellanos lamenta la pérdida de la amistad si su amigo no se retracta: «ojalá no me hubiese escrito la última carta que recibí suya... Hubiérame usted ahorrado mucha confusión y mucha pena, y hubiérame dado de sus sentimientos idea menos triste y más favorable a su opinión y a mis deseos [...] pero demos que el bárbaro pundonor napoleónico le fuerce a conquistar la España. ¡Qué! ¿También usted será forzado por la necesidad a ayudarle en la conquista? ¡Insensato!, ¿adónde está aquella razón penetrante que veía a la mayor distancia la luz de la justicia? ¿Dónde aquella tierna sensibilidad que le hacía suspirar a los más ligeros males de la nación? [...] ¿tendrá aún la osadía de llamarse español?...Y entonces, ¿se atreverá todavía a invocar el nombre de la amistad? [...] Pero no; yo quiero pensar todavía que en el corazón de usted se abrigan más nobles sentimientos»[72].

 

Similares argumentos dirigirá ocho meses más tarde desde Sevilla, el 24 de abril de 1809, al general Sebastiani, cuando éste lo intente por última vez el 12 de abril de ese año.

Además de Cabarrús y Meléndez, amigos del alma, otros muy conocidos como Urquijo, Moratín, Sempere y Guarinos, José Antonio Llorente, Alberto Lista, Caballero... colaborarán con el gobierno de José I y pasarán a ser de grado o por fuerza «afrancesados», pero este concepto bruto significó cosas muy diversas en cada caso, de modo que lo que hay que ver en este «enfrentamiento» no es tanto una oposición ideológica cuanto la línea fronteriza que separa a los que pudieron unirse a los nacionales y la de los que fueron asimilados por las fuerzas bonapartistas («yo me hallo embarcado, sin haberlo solicitado», dice Cabarrús). Se infiere demasiado mecánicamente que los afrancesados lo fueron porque deseaban las reformas liberales del Estado, sin embargo también muchos de los liberales reformistas se quedaron entre los nacionales: A. Argüelles, J. L. Villanueva, White, Quintana, B. J. Gallardo, Martínez de la Rosa... Porque ¿qué distancia cabe establecer entre dos personalidades muy próximas a Jovellanos: Marina, que se queda como sacerdote en Madrid, y que es asimilado a los afrancesados al ponerle al cargo de la Junta de Instrucción Pública, en 1811, y Vargas Ponce, militar,  colaborador de esta misma Junta, que se marcha a Cádiz al entrar los franceses en Madrid?, ¿es lo decisivo la adhesión a una causa, o la prudencia, o el ser militar o religioso, o el juego de posibilidades reales?

 

V.2. La Junta Central

 

La Junta Central se constituía en gobierno español de emergencia, tras la abdicación de Fernando VII y en el contexto de la guerra de la Independencia contra el ejército napoleónico. Dos guerras se libraban: la del poder de las armas y la de la lucha por la legitimidad.

 

46. La labor como «central»

 

Las actuaciones más trascendentes de Jovellanos en la Junta Central tienen que ver con el empuje que da al proyecto de convocatoria de Cortes: «Consulta de la convocación de las Cortes por estamentos» (21 de mayo de 1809), el «Dictamen sobre el anuncio de las Cortes» (22 de junio de 1809), la «Exposición sobre la organización de las Cortes» (1809), «Último decreto de la Junta Central sobre la celebración de las Cortes» (Real Isla de León, 29 de enero de 1810); además, preside la Comisión de Instrucción Pública y de ahí las «Bases para la formación de un plan general de instrucción pública» (1809).

El protagonismo del representante asturiano fue definitorio. Muchas de sus ideas canalizaron los nuevos acontecimientos, otras quedaron remodeladas por las directrices que vinieron a marcar los jóvenes liberales como Argüelles, Toreno, Canga, Flórez Estrada, Antillón... quienes tenían a Jovellanos como a su maestro. La comprensión a distancia de los acontecimientos y el conocimiento de su obra ahora publicada indica, en todo caso, que se trataba de un modelo de pensamiento político muy singular, parangonable a otros modelos liberales de la época, pero más cargado de reflexión filosófica que de pasión ideológica.

Su actividad fue intensa e ininterrumpida como muestra una ojeada a los documentos y cartas redactados por el gijonés durante esa época, además de los ya apuntados sobre el trascendente tema de cortes[73].

 

47. La trascendencia en el extranjero, durante la guerra

 

Una idea de la importancia que Jovellanos tenía dentro del gobierno de la nación, aparte de su trabajo y su influencia efectiva, lo da el prestigio que resonaba en el extranjero, como vemos en la correspondencia entre la infanta Carlota Joaquina y Jovellanos. Ésta, refugiada en Brasil y huida de Portugal  también por la invasión napoleónica, elige a Jovellanos, creyéndole según parece presidente de la Junta, para que haga valer sus derechos dinásticos en el momento de instituirse una Regencia en España, mientras su hermano Fernando VII estuviera en aquella desgracia. Cinco meses más tarde Jovellanos le responde, el 24 de abril de 1809, que su derecho a la corona española está ya preservado por el derecho que tiene de sucesión, ante la falta de sus augustos hermanos[74]. Respuesta respetuosa, atinada y que no transige a las presiones.

 

48. Contacto con los eruditos constitucionalistas y juristas

 

Un ilustre jurista destacaba entonces por sus conocimientos en la teoría constitucional: Francisco Martínez Marina. A él acude Jovellanos para profundizar en los proyectos constituyentes que prepara dentro de su labor en la Junta Central. Francisco era, no lo olvidemos, el hermano del amanuense de Jovellanos, Manuel, quien en Mallorca caligrafió la mayor parte de los trabajos y correspondencia de aquel Jovellanos a quien le estaba prohibido escribir y al que, además, fallaba el pulso y la vista. Habían tomado ya contacto epistolar en 1800, cuando el jurista acudió en ayuda del filósofo para que le ayudara en el capítulo «Asturias» que debía preparar para el Diccionario geográfico-histórico de España, como comisionado de la Real Academia de la Historia[75]. En 1808 conservamos dos cartas de don Francisco y cuatro de don Gaspar que se cruzan entre sí. La coincidencia en la doctrina constitucional es grande, muy singularmente en el vínculo que toda nueva constitución debe tener con las constituciones anteriores, por la necesidad histórico-jurídica de elevar las leyes sobre su exacto fundamento: la tradición. Las leyes no pueden ser fruto de meras ocurrencias[76].

 

También recurrió Jovellanos a los consejos e investigaciones del erudito Mr. Allen, que aparece en la correspondencia que nos ocupa, porque viajaba con lord Holland, y que atendió los requerimientos del español sobre consultas específicas para conocer las reseñas precisas sobre las ciudades con voto, las costumbres de los distintos reinos nacionales, los referentes históricos de constitución de Cortes, el unicameralismo, bicameralismo, el número de diputados, etc.

 

49. El ilustrado protoliberal

 

La labor de Jovellanos, como promotor principal de las Cortes de Cádiz, hace que no sólo tengamos que considerar una fase ilustrada acorde con su tiempo, la del Jovellanos ilustrado, sino además una última, en la que remataría la anterior, la fase de pensamiento político liberal, más exactamente, de pensamiento político –no sólo económico– proto-liberal. La práctica totalidad de los analistas reconoce la vertiente ilustrada de su pensamiento, pero no todos interpretan la última del mismo modo, porque ha habido dos líneas iniciales de recuperación jovellanista, la que deriva del liberalismo de las Cortes de Cádiz y la que a mediados del siglo XIX el neocatólico Cándido Nocedal replantea: Jovellanos habría sido el fundador del partico conservador. He mostrado en Jovellanos y el jovellanismo (2004) que Jovellanos es un proto-liberal y que, pasadas unas décadas, determinadas doctrinas de Jovellanos pueden servir de puente para que el centro político español que se diseña a mediados del siglo XIX acabe asumiendo algunos de los componentes liberales de principios de siglo. En los comienzos del siglo XIX el liberalismo nace como la primera izquierda española[77]. A medida que avanza el siglo, el liberalismo va transformándose en su contacto con los partidos democráticos y socialistas de variado tipo y acabará convirtiéndose a finales del siglo XIX y en el XX en una filosofía política afincada en el centro-izquierda, en el centro, en el centro-derecha y en la derecha de la política. Cuando una ideología política teje teorías más allá de la circunstancia inmediata y muestra su consistencia y pervivencia histórica demuestra con ello su fuerza filosófica, y eso es lo que le sucedió al protoliberalismo jovinista, que convertido en un pensamiento clásico, de referencia, por lo equilibrado y profundo de sus tesis, pudo servir de modelo a posturas ideológicas posteriores de variado signo.

 

Este protoliberalismo político, para que no se llame a engaño con el concepto de «liberalismo», ha de ser traducido, en cuanto se profundice un poco, con el concepto de «jovinismo» político, inserto a su vez en el «jovinismo» filosófico, en cuanto hay en Jovellanos un sistema de ideas propio[78].

 

Las cartas entre Jovellanos y lord Holland constituyen uno de los documentos principales para establecer la más exacta posición de Jovellanos en su teoría política, porque el ilustrado se expresa aquí sin prevenciones artificiales y sin ambages, pero, eso sí, han de ser leídas al compás de los acontecimientos concretos con los que se relacionaban y en el contexto del resto de su pensamiento. Además, esta correspondencia constituye un documento de primera mano para la historiografía de esos años, sin olvidar los detalles curiosos que allí quedaron reseñados, como fue que por la mediación del lord inglés tendrá lugar un breve y amable encuentro epistolar entre el filósofo español y Jeremías Bentham, en abril de 1809. En estas cartas vemos, en definitiva,  la historia de esta amistad, la guerra de la Independencia narrada en directo y, lo que a nosotros más nos interesa ahora, el intercambio fluido de las ideas políticas de ambos, y en su trasfondo, el engranaje  de la teoría política jovinista y una insustituible fuente de precisiones a esta teoría.

 

V.3. Las cartas de Jovellanos y Lord Holland

 

50. El tesón de Somoza

 

Julio Somoza tiene el mérito de haber conseguido recuperar 111 cartas de Jovellanos en Londres y canjearlas por las 69 de los Holland halladas en Gijón, y publicarlas por primera vez en 1911 como Cartas de Jovellanos y lord Vassall Holland sobre la guerra de la Independencia (1808-1811)[79]. A causa de este nexo del whig inglés con España, algunos críticos han querido ver en lord Holland el primer hispanista extranjero, pues no sólo consideraba a España su segunda patria sino que estuvo interesado en la literatura, cultura e historia españolas. Ya en su precoz juventud había tomado contacto directo con España y después de esta renovada estancia, a la que se refieren nuestras cartas, seguirá en estrecho contacto con los doceañistas exiliados en Inglaterra, como Alcalá Galiano, Agustín Argüelles o Blanco White,  a causa del retorno del monarca absoluto Fernando VII.

 

51. Una amistad anglo-española

 

Henry Richard Fox, lordVassall Holland (1773-1840), era sobrino de Charles James Fox, de quien en ocasiones le hablará a Jovellanos: No habrá leído usted la «Historia» [Historia de los últimos Estuardos] de mi tío, sin saber que he sido criado en aborrecer la tiranía, “of every denomination”, le dice en la carta del 14 de abril de 1809 [Somoza: H- XVIII]. Tenemos, pues, en las cartas que se cruzan y en sus contactos directos personales, la confluencia de dos espíritus que compartían un ideario filosófico-político muy similar: lo que muy pronto va a llamarse liberalismo, la ideología política enfrentada a los serviles, defensores estos últimos del modelo del Antiguo Régimen en el momento de la agonía de este sistema y del tránsito a los modernos estados constitucionales. El liberalismo no pretendía seguir los métodos del jacobinismo francés pero aspiraba como éste a reclamar aquellas libertades políticas a las que los serviles no sólo van a renunciar de buen grado sino que deplorarán como instrumentos contrarios a la buena moral.

 

Las ideas que intercambian en este importante número de cartas son una de las fuentes más significativas para conocer el pensamiento político de Jovellanos. Lord Holland había conocido a Jovellanos en Asturias[80] cuando siendo muy joven - diecinueve o veinte años – viajaba por España; de entonces data su amistad nunca interrumpida pero sí puesta entre paréntesis[81], a causa de las guerras anglo-españolas,  hasta que en 1808 Jovellanos puede agradecer a su amigo el último presente que le había hecho llegar siendo ministro y puede intensificar los contactos a partir de 1809, cuando lord Holland y su familia viajan a España, en parte por asuntos pero también en muy buena medida por la aventura de volver a tratar a su idolatrado amigo filósofo, en lo que a pesar de la diferencia de edad –en 1808 tiene treinta y cinco años– parece que fue una sincronía casi perfecta hecha de admiración del británico hacia el autor de la Ley agraria y de aprecio y reconocimiento del asturiano hacia el inglés. Será a partir de la estancia en Jadraque de Jovellanos cuando se reinicie ahora ya ininterrumpidamente una reciprocidad amical en lo humano[82], denso en las ideas y trascendente en el intercambio de posturas políticas, que aunque muy próximas no siempre coincidieron en los detalles.

 

52. Ser inglés y ser español

 

El momento de mayor distancia, en las ideas que no en la amistad, lo encontramos en el cruce de cartas, la del lord del 8 de septiembre de 1809 ya de vuelta en Londres, y la del ilustrado español, del 3 de octubre de ese año, desde Sevilla. Sir Henry recrimina la lentitud y la tibieza con la que se están llevando a cabo las reformas: «Aquí no quieren creerme cuando les aseguro que de veras se llamarán las Cortes; todos claman: ¿y por qué tanta lentitud? Y entretanto, ¿qué se ha hecho en la hacienda, en las leyes, o en el punto más principal de todos, la libertad de imprenta? La causa de España no ha perdido en el espíritu público, ni el carácter nacional del pueblo; […]  todos aquí claman contra la poca libertad que hay en España, y hacen cargo al ministerio inglés de no haber capitulado con la Junta de nombrar un comandante en jefe, para los ejércitos, de llamar las Cortes en que podía influir el pueblo y de establecer la libertad de imprenta. Dicen que ningún abuso se ha suprimido, y que la Junta tiene todos los defectos de un despotismo sin la opinión. Hablan, a la verdad, con excepción de don Gaspar y de dos o tres otros vocales […]  yo, en mi particular como inglés y miembro del parlamento, por muy españolado que soy, no puedo aprobar los esfuerzos que está haciendo mi patria por una causa tan justa en sí, pero la cual un gobierno anómalo y oligárquico echará sin remisión a perder». (O. C., V, pág. 284), [Somoza: H- LVIII ]

 

A ello responde Jovellanos, poniendo sobre el tapete los enfrentados intereses de Inglaterra y España: «... Por último, mi amado Lord, sin dinero nada se hace. Y bien, ¿qué subsidio en dinero nos da nuestra alianza? Ninguno después de la instalación de la Junta. Lejos de eso, ha chupado nuestra sustancia. Nada se ha pagado de lo que consumió el ejército de Moore; nada de lo que consume el de Wellesley, el millón dado, y luego arrebatado por la fragata Minerva, cuando la retirada de Galicia, no se vuelve; Cochrane tomará en Veracruz tres millones, y las letras por dos. Aunque con enorme pérdida, se pagan lentamente, y el tercero ni en letras ni en fusiles. ¿Qué alianza, pues, es ésta que no presta auxilio de gente, ni de dinero, ni de armas, a quien necesita de todo? ¿Y en fin, cuando la expulsión de los franceses está en manos del aliado, y no se hace? Y si esta famosa expedición volviese desde Flesinga a las costas de Cantabria, mientras el ejército combinado cayese sobre Madrid, ¿quién duda que 150.000 hombres expelerían a 90.000 forzados a cubrir tantos puntos? Basta». (O. C., V, pág. 297), [Somoza: J- LXXVI]

 

Este agrio intercambio de frases manifiesta que no fue una amistad almibarada entre algodones, a pesar de que en muchas ocasiones su tono sublime lo da a entender, sino un intercambio de sentimientos y de francas ideas.

 

53. Hacia una Constitución no despótica

 

En la carta de Sir Henry del 12 de septiembre de 1808 todavía desde Holland House, antes de viajar a España, apuntaba ya el tema que habrá de unirles a los dos, la instauración en España de una Constitución libre, en un castellano no malo como segundo idioma pero tampoco perfecto[83].

 

El 2 de noviembre de 1808 le contesta Jovellanos, ahora ya miembro de la Junta Central –no lo sabía, el lord, en el momento de escribirle–, que «viniendo ahora a las esperanzas y deseos de V.E. acerca de la reforma de nuestra Constitución, y que son enteramente unívocos con los míos, yo no sé todavía lo que en esto se puede pronosticar», añadiendo a continuación que el problema reside en el acierto de los medios oportunos, toda vez que algunos de los vocales de la Junta Central no están por la labor de la reunión de Cortes y en cuanto a reformas las acometerían pero utilizando el viejo estilo del despotismo ilustrado y prescindiendo de la intervención y opinión de la nación[84].

 

El texto al que estamos aludiendo aquí es de una importancia fundamental a la hora de despejar las dudas de los que ven en Jovellanos un ilustrado a la vieja usanza, de la del Antiguo Régimen o de la monarquía absoluta, partidario del dictum del despotismo ilustrado «todo para el pueblo pero sin el pueblo». Se olvidan de que el reformismo de Jovellanos no puede ser confundido con el que representaba, por ejemplo, Floridablanca. El conde mantuvo esta actitud de despotismo -con todo lo mejor que tuvo de ilustrada, es verdad- y la recrudecerá a partir de la reacción española a la revolución francesa, siendo uno de los propulsores del «cordón sanitario» frente a toda moderna ideología procedente de Francia, que da durante los primeros años noventa una nueva tarea a la Inquisición española: no dejar entrar nada sino aquello que sea «indiferente», es decir sobre máquinas, medicina, matemáticas, física...[85], repliegue del que dista mucho Jovellanos, que llega a tener problemas con la Inquisición, empezando por los libros que posee en su Instituto Asturiano. 

La actitud nítida de Jovellanos a favor de una constitución en el sentido moderno, sin perjuicio de su arraigo histórico, queda de manifiesto en textos como éste: para llegar a la reforma de la Constitución deseada en «la misma Constitución tenemos señalado el camino, con sólo reunir las Cortes, preparando antes los planes de reforma que debieran sancionar; pero esta reunión no agrada a algunos, que no quisieran restituir a ellas la autoridad que disfrutan. Mirándose como investidos de una representación nacional, que, cuando la tuvieran, no sería ni constitucional, ni completa, ni permanente, ni indefinida, creen que nada hay para que no estén autorizados por ella. Piensan, sí, en reformas y mejoras; pero, presumiendo mucho de su celo y sus luces, quisieran hacerlas por sí mismos; y sea por deseo, o por costumbre de mandar, o por el de gloria, o algún otro interés, no se resuelven al generoso sacrificio de su autoridad, que deben a la patria, y a que tal vez (lo que Dios no plegue) los forzaría ella misma, si se obstinasen en rehusarle»[86].  La conclusión a extraer es clara: unos, deseaban reformas de menor trascendencia y prácticamente porque eran obligadas por las circunstancias de la guerra, otros, entre ellos el vocal asturiano, pretendían una reforma constitucional «democrática», y aunque el término no es exacto dentro de la terminología usada por Jovellanos, sí lo es el concepto, en su sentido político-moral actual. Jovellanos entendía por democracia un gobierno asimilable a, por ejemplo, la democracia ateniense, y sólo lo concebía funcionando bien en Estados pequeños. La democracia había de medirse, según don Gaspar, frente a la aristocracia y la monarquía. Para los estados grandes y fuertes el mejor modelo de Estado era la monarquía, pero no absoluta sino constitucional. En caso de necesidad, el asturiano no le hacía ascos al modelo que representaba la moderna y reciente República americana. Nada oponía el ilustrado liberal al moderno concepto de «democracia» que se impondrá a lo largo del siglo XIX, en cuanto participación de la nación entera, todo lo contrario, eso es lo que buscaba. Jovellanos hablaba críticamente de la democracia en su sentido político estricto, después se vendrá a imponer su significado político-moral, conviene no confundir esto.

 

54. Por el camino de la legitimidad

 

Las dos facciones de las que hablan tantos historiadores, la de Floridablanca y la de Jovellanos están en pugna porque mientras el conde busca la continuidad del despotismo ilustrado, el filósofo apunta hacia una ilustración sin despotismo. En la carta del 2 de noviembre de 1808, dirigiéndose al lord, llama despotismo atroz al gobierno que España sufrió en los últimos tiempos.

 

Ahora bien, las raíces filosóficas jovinistas, ancladas en el conocimiento de la historia, le llevan a exigir no avanzar a saltos de ilegalidad[87]. El camino a recorrer está claro en la mente del astur, remitirse a Las Partidas[88] y a las leyes de finales del siglo XV, rectificar en ellas lo preciso y tomar como referente de estudio crítico-histórico la reciente publicación de Francisco Martínez Marina, Ensayo histórico-crítico sobre la antigua legislación y cuerpos legales de los Reinos de León y Castilla, al lado de otras obras que habrá que consultar; que la Junta Central eleve propuestas de reforma; que se convoque a Cortes y que éstas discutan y decidan una nueva constitución.

 

55. Los dos bandos de la Central

 

Las afinidades electivas de Jovellanos son otra seña de identidad sobre la trastienda de su pensamiento político. Trabajaba a gusto dentro de la Junta Central con Francisco Saavedra, con Camposagrado, con Verí y con Ayamans, y sacaba provecho de los conocimientos de personas como Martin de Garay; mantenía buenos contactos con algunos que serían ellos mismos muy pronto protagonistas de primera fila, como Quintana (que estuvo de secretario de la Junta Central durante un tiempo), Blanco, Toreno, Lista y Antillón, además de con lord Holland, y los asesoramientos de Mr. Allen y de Marina. Pero no mantuvo concordancias ideológicas con el Floridablanca de la Junta Central ni con el arzobispo de Laodicea, también presidente de la Junta Central, ni con Riquelme, tres representantes de posturas reacias a cambios[89].

 

56. Entre la ideología y la filosofía

 

Jovellanos y lord Holland compartían el ideario político y la franja ideológica de los ilustrados liberales partidarios de reformas paralelas con las que las revoluciones americana y francesa habían decapitado el Antiguo Régimen[90]. No obstante, había diferencias, como ha quedado apuntado. La primera diferencia que se advierte con facilidad entre Jovellanos y lord Holland consiste en la distinta visión que cada cual tiene sobre el valor de la ayuda inglesa en la guerra de la Independencia española[91].

 

En la carta de 3 de febrero de 1810, que escribe Jovellanos a Francisco Saavedra una vez que éste ha sido nombrado miembro de la Regencia, le advierte de las precauciones que hay que tomar para salvar in extremis el gobierno español, refugiándose en América, y se apoya no sólo en razones anti-francesas sino también en la sospecha que da por muy real de que Inglaterra participe en el botín[92].

 

En otro orden de cosas, al lado de estas desavenencias que el guión de sus vidas arrojó a esta amistad hispano-inglesa, ya hemos dicho que en esencia las opiniones de ambos coinciden. Aun así, estamos interesados en sus puntos de discordancia en la teoría política, ¿cuáles fueron?: 1ª) el inglés se movió en la teoría, el español tuvo que vérselas además con la práctica y con las herramientas precisas capaz de cambiar aquella realidad. 2ª) Jovellanos más que un político fue un filósofo de Estado y, en ese sentido entendió que la justicia y la libertad, como teorías («todos los hombres nacen libres e iguales») –esto es, como ideas que designan algo que existe a priori– eran utópicas, o en todo caso, no eran suficiente: «Usted sabe que las teorías políticas, que sólo conocen algunos, no bastan para hacer una buena constitución, obra de la prudencia y de la sabiduría, ilustradas por la experiencia»[93].

Entendió Jovellanos que debía lucharse por mayores libertades y por cuotas de igualdad deseables a largo y corto plazo; pero que de forma inmediata, sólo cabía dar un paso tras de otro; y que parte de la realidad, un buen número de españoles, no estaban por el cambio, con lo que se imponía la pugna política y moral, sí, pero también y sobre todo la lucha contra la ignorancia que explicaba muchos temores y la promoción del cambio iluminando el oscurantismo antes que la imposición de modos generales defendidos sectariamente. El proyecto de Jovellanos no era de índole exclusivamente política sino que envolvía además la exigencia de un resultado político-moral. De ahí su legalismo como fundamento histórico, su formalismo como lenguaje del consenso imprescindible, su parsimonia como resultado de las dos anteriores; y su radicalismo al lado del pragmatismo; su ganar posiciones parciales al lado de su visión global: su posibilismo realista y su afán de progreso ético-moral.

Lo que hace de Jovellanos un filósofo o, si se quiere, que su reflexión alcance nivel filosófico, es que no confunde planos lógico-existenciales distintos, o planos axiológicos distintos, sino que diferencia bien entre lo ético, lo moral y lo político, lo que le permite hacer distinciones teóricas finas –afirmamos que diferencia esta triple realidad, es decir, que tiene su concepto, aunque él no utilice estos mismos vocablos–. Pero en segundo lugar, después de esta diferencia, no comete el error de querer operar en cada uno de estos planos como si se dieran aisladamente pues entiende, como de hecho pasa, que la ética –para él, la religiosidad, por ejemplo– no es separable de la moral o costumbres, que la moral no es extraña a la política, y que ética, política y moral son, en definitiva, distinguibles pero no separables. Y no se podía atropellar ninguna de estas tres vertientes. En tercer lugar, en el terreno de la praxis funcional y en caso de necesidad, lo que se impone es lo general sobre lo particular, el Estado sobre el individuo, si bien la búsqueda de la felicidad personal y general debe ser el móvil ético deseable político-moral.

 

Este es el diseño con el que operaba Jovellanos y así no es de extrañar que lord Holland se desesperara a menudo por la tardanza en la evolución de los acontecimientos en los que era protagonista principal su amigo español. Y esto es lo que Jovellanos está defendiendo en su modelo de Estado y de gobierno constitucional cuando dice que no le gustan las teorías políticas abstractas o aquellas que no han hecho otra cosa sino delirar, como las de Rousseau y Mably, o como las de Locke, Harrington, Sydney, Milton, etc. que son poco a propósito para formar la constitución que se necesita[94].

 

57. La coincidencia en lo esencial

 

Cuando el lord se quejaba de alguna distancia teórica, Jovellanos le responde:«Mucho siento que usted me crea tan distante de sus ideas, cuando las hallo tan exactas y sólidas que acaso me siento más propenso a deferir a ellas de lo que las circunstancias me permiten. [...] El plan y «Reflexiones» de nuestro Mr. Allen démosle por aprobado, pues que en general, y en el fondo, yo le apruebo. ¿Es este plan el que debe seguirse en la composición de las primeras Cortes? He aquí en lo que no consentiré. [...] / Pero el plan es bueno, es excelente: lo confieso; para propuesto, sí; para establecido sin previa aprobación, no. [...] / Luego ¿nunca se harán? No es éste mi dictamen. Las primeras Cortes de nada tratarán primero que de arreglar la representación para las sucesivas. Nada es más fácil que lograr que sea propuesto ese plan, o otro mejor si lo hubiere. / Y si no se propone, ¿se abandonará un bien tan grande a la casualidad? No por cierto. Yo bien querría que la iniciativa viniese de la nación. ¡Qué placer tan grande, verla pedir lo mismo que se la quisiera mandar! Mas si ella no tomare la iniciativa, la tomará el gobierno, y propondrá a su aprobación el plan de representación que más le conviene. ¿Se duda que lo apruebe? No por cierto. Mandado a la nación, tal vez se hallaría tentada a desecharle; consultada sobre él, le abrazará a dos manos. [...] / Y bien, ¿no nos hemos acercado ya? Al fin nos besaremos. Quédense la nobleza y la magistratura para otro almuerzo, porque mil otras cosas me llaman.»[95].

La cita es larga, pero no baladí. El texto coincide muy bien con el diagnóstico que estamos haciendo. Por lo que se ve, además, Jovellanos tiene la convicción de que si se utilizan bien los medios y se tienen bien elegidos los objetivos, la racionalidad misma del asunto se impondrá de una u otra manera. Pero esta postura no ha de confundirse con una crédula ingenuidad en un progreso idílico, como muestran todas las medidas concretas que promueve don Gaspar, entre ellas el ser promotor del nombramiento de una «sección ejecutiva»[96], con el objetivo de concentrar el gobierno, mientras que llegaba su anhelado gobierno de Regencia, como paso previo de la convocatoria de Cortes.

Lord Holland hablando de la deposición del rey de Suecia le dice a Jovellanos: «perdóneme usted mi «jacobinismo», si así se ha de llamarlo; no puedo sentir la desgracia de un rey que tantas locuras había hecho y tan altamente despreció la opinión y atropelló los derechos de su pueblo. No habrá leído usted la “Historia” de mi tío, sin saber que he sido criado en aborrecer la tiranía, «of every denomination»[97]. A esto responderá Jovellanos: Ni yo lloraré por el rey de Suecia[98]. Nada que defender sobre los tiranos; el problema de la distancia entre los dos amigos presenta varias apariencias, pero en esencia la única diferencia es el sustrato en profundidad en el que se mueven.

 

58. ¿Protoliberal o primer conservador?

 

El texto que todos los que reclaman a Jovellanos como conservador citan es: […] En este punto [en lo que toca a Constitución] acaso yo soy más escrupuloso que otros muchos. Nadie más inclinado a restaurar y afirmar y mejorar; nadie más tímido en alterar y renovar. Acaso éste es ya un achaque de mi vejez. Desconfío mucho de las teorías políticas y más de las abstractas. Creo que cada nación tiene su carácter; que éste es el resultado de sus antiguas instituciones; que si con ellas se altera, con ellas se repara; que otros tiempos no piden precisamente otras instituciones, sino una modificación de las antiguas; que lo que importa es perfeccionar la educación y mejorar la instrucción pública; con ella no habrá preocupación que no caiga, error que no desaparezca, mejora que no se facilite. En conclusión: una nación nada necesita sino el derecho de juntarse y hablar. Si es instruida, su libertad puede ganar siempre, perder nunca[99].

 

Sacado de su contexto, es decir, de las prevenciones que Jovellanos toma para que la reforma salga adelante y hunda raíces profundas, y si aislamos el «nadie más inclinado a restaurar... y nadie más tímido en alterar y renovar» de la línea de conducta a lo largo de toda su vida, entonces esa expresión bloqueada en una interpretación puramente ideológica y corta de visión sí puede extraer de ella la idea de «conservador» –no es el tema que este concepto sea apreciable o no sino que no describe bien los hechos–. Contentados con esta apariencia «conservadora» nos habremos olvidado del Jovellanos que está al lado del anatematizado Olavide perseguido por la Inquisición, simpatizante del rupturismo de Aranda, defensor caluroso de las reformas atrevidas de Campomanes y Floridablanca, comprometido intelectualmente con los novatores y crítico de la iglesia institucional de su tiempo, alineado con el movimiento jansenista, desterrado dos veces, envenenado una, y encarcelado con determinación por los guardianes del viejo orden, buscado con ahínco por la política «progresista y revolucionaria» de Napoleón que quería extender la revolución a toda Europa –cuando la revolución y Francia se equivalían políticamente hablando-, autor de una obra de reforma institucional y agraria que estuvo en el índice de libros prohibidos hasta la mitad del siglo XX, referente de los reformistas más atrevidos y radicales de su tiempo, amigo de la clerecía crítica, crítico con todas las injusticias de su tiempo, introductor de reformas y cambios reales como el Instituto Asturiano y el resto de obras que jalonaron Gijón y Asturias que fue en donde se materializaron bien sus esfuerzos, promotor siendo ministro del control gubernamental del Santo Tribunal y adalid de una reforma en profundidad de la esclerotizada universidad de entonces, impulsor de todas las reformas económicas progresistas de su tiempo, defensor del liberalismo en economía –aunque el término liberalismo no estaba todavía consagrado– contra la miopía estatista de un mercantilismo rancio, pero un liberalismo dirigido desde el Estado –«liberalismo jovinista»–, defensor de la reforma de los hospicios, de la infancia y de las mujeres, de la desaparición del suplicio, del derecho a la educación de todos,  de la libertad de pensamiento, de opinión y de prensa, del derecho a la soberanía del pueblo –que él llamó supremacía- y de la igualdad ante las leyes, y benemérito de la patria en boca de los doceañistas que lo situaron como primer héroe del nuevo mundo liberal y democrático.

 

Jovellanos fue un protoliberal. Decir que era «conservador» supone dar a entender  que estaba interesado en frenar, ralentizar o atemperar el proceso de cambios constitucionales para favorecer el statu quo del Antiguo Régimen. La monarquía constitucional que él defendía debía tener legitimidad y fundamento histórico, idea que sería seguida por las Cortes de Cádiz. Los propios principios de la revolución francesa y después Napoleón buscaron también este fundamento. Si el modelo jovinista no incluía todavía la moderna y «democrática» «monarquía parlamentaria» que veremos nacer en el siglo XIX, no era por «conservadurismo» –podrá serlo unas décadas más tarde– sino porque el horizonte de aquellos años pasaba por la «monarquía constitucional» como paso que se alejaba del Antiguo Régimen y de su monarquía absoluta. Y ese constitucionalismo lo encontraba Jovellanos en los derechos efectivos que se habían ido consolidando en los códigos medievales, que después habían entrado en crisis y recesión en los últimos siglos. Era ahora el momento de superar esa crisis, el momento de restaurar y afirmar y mejorar, pero en tiempos de ideas revueltas o temerarias (abstractas, dice Jovellanos) algunas aventuraban avanzar en exceso a la deriva, y, en este sentido, toda alteración y renovación constitucional debía hacerse con el máximo tiento posible, con un modelo constitucional potente pero no prepotente. Ésa era su idea.

 

59. Protoliberal de cuño propio: jovinista

 

En conclusión, si esta frase que le consagra como «conservador», la proyectamos, además, a unas décadas más atrás e incluso al contexto preciso de unos meses después en el que los jóvenes liberales van a tener que debatir con los serviles, en las Cortes de Cádiz, en otro contexto distinto ya, entonces, es cuando pueden sonar esos falsos sones conservadores, puesto que habla de ser tímido en alterar y renovar. Pero a lo que Jovellanos se refiere una vez más es a que teme en grado sumo dar pasos en falso, como también teme la idea de sacrificar una generación presente por otra venidera, modelo revolucionario que rechaza por aberrante. No es el cambio lo que teme Jovellanos (nadie más inclinado a restaurar y afirmar y mejorar) sino que ante una nueva Constitución haya olvido histórico de lo conseguido hasta el presente y de que se den saltos contraproducentes.

 

Jovellanos no hacía una lectura negativa del nivel de derechos ya constituidos en la fecha, sí hacía una crítica feroz de su falta de aplicación y sí rechazaba muchas leyes desde las medidas absolutistas del siglo XVI como leyes adulteradas e históricamente ilegítimas. De ahí la importancia de la crítica histórica constitucional que había dejado, en gran medida, en manos de Marina. Había que partir de los derechos adquiridos desde las cortes medievales para ampliarlos a toda la nación y a la España americana y había que hacerlo no fruto de una moda «democrática» reciente que todo lo arrasa con generalizaciones alucinadas –es decir, el jacobinismo tal como era visto desde España–, sino partiendo de las instituciones y del carácter de cada nación concreta. Los hechos históricos de la Constitución de Cádiz siguieron en buena medida estas directrices jovinistas pero también estuvieron sujetos a las urgencias del momento, en la que los jóvenes liberales consiguieron fundamentalmente imponerse sobre los serviles.

 

Las dos grandes desavenencias entre los jóvenes liberales y Jovellanos fueron la preferencia del unicameralismo de los liberales contra el bicameralismo del filósofo ilustrado y la correcta aplicación del concepto de soberanía, en la que los liberales siguiendo la moda del momento defendieron un concepto indiferenciado de soberanía (¿del pueblo, del Parlamento?) mientras que Jovellanos distinguía entre la supremacía de la nación (del pueblo) y la soberanía del poder gubernamental, frente a la soberanía de otros estados.

 

Hablar de conservadurismo en Jovellanos es un trampantojo que consiste en proyectar el escenario de mediados de siglo XIX a 1810. Las ideas de Jovellanos se unen natural y materialmente con las de los liberales, aunque no se confunden del todo entre sí. Por eso, al igual que se habla de jacobinismo en Francia, hablaremos de jovinismo en España.

 

Cuando a principios de 1810 la Junta Central se ve envuelta en acusaciones demagógicas, en medio de la presión de los acontecimientos bélicos y por las maniobras de grupos de presión interiores y exteriores interesados en su desestabilización, Quintana que ha trabajado codo con codo con Jovellanos le escribe: «No dude usted que cuando yo pueda desagraviar a mis amigos y favorecedores de las absurdas imputaciones que en esta triste época les han hecho la ignorancia y la malicia, lo haré con el mayor gusto, porque esto lo debo a mi corazón, a mis principios y aun al interés público. Mas me parece que en Inglaterra una nota puesta en los papeles públicos y firmada de Jovellanos hará más efecto que la apología más elocuente; la opinión y crédito que allí tiene usted no puede recibir mancha de las groserías que se dicen por aquí, y por consiguiente sus asertos tendrán el valor que deben»[100].

 

Ésta era la reputación que tenía Jovellanos entre los liberales españoles que le conocían bien, y la influencia que se había ganado con su obra respecto de la opinión pública inglesa que demandaba libertades políticas constitucionales y exterminio de los despotismos, en un momento en que la actuación de la Junta Central era motejada demagógicamente de uso despótico del poder.

 

60. Dialéctica con las Cortes de Cádiz

 

Disuelta ya la Junta Central a partir del 1 de febrero de 1810, Jovellanos se mantiene informado del quehacer de las Cortes a través de su sobrino Alonso Cañedo y Vigil, que es diputado en ellas. Por la correspondencia que intercambian, podemos ver que Jovellanos se sentía orgulloso de que estuvieran saliendo adelante, si bien no todo se estaba haciendo como a él le gustaría: no le gustaba el unicameralismo por no permitir reflexiones tan matizadas, en dos vueltas, como las que permitiría el bicameralismo; le parecía que la libertad de expresión merecía declararse como ley dentro de la constitución y no, atropelladamente, como decreto previo; creía que el concepto de soberanía no era el adecuado para designar el lugar de la legitimidad de la nación, distinguiéndolo él del de supremacía; y no le convencía, por lo que él mismo había entendido, el mal equilibrio de poderes que se estaba dando entre el ejecutivo y el legislativo, con excesiva preponderancia de éste y anonadando a aquél. Todas estas ideas las analiza y desarrolla en la Memoria en defensa de la Junta Central que ya tenía escrita en su «cautiverio» gallego y que, en trance de publicación, expone a retazos a sus amigos, y entre ellos a su sobrino en las cartas de agosto y de 2 de septiembre de 1811, que son un resumen de su pensamiento político constitucional. En la primera carta, después de valorar negativamente algunos aspectos introducidos por los constituyentes que no le gustaban pasa a exponer su postura:

Es un principio mío que en la Constitución monárquica la soberanía es inseparable del poder ejecutivo, y que, donde quiera que se reúna con el poder legislativo, la Constitución será democrática, como quiera que aquél poder se instituya. Eslo que este último poder nunca será bien instituido, sino cuando se ejerza por dos cuerpos deliberantes, ambos interesados en el bien general, aunque diferentes, si se quiere opuestos, en miras particulares. Eslo que nuestra Constitución se acomodaría muy bien a este principio, conservando su representación al clero y nobleza y reuniéndolos en una Cámara, ora fuesen todos los de uno y otro orden, ora un cierto número de individuos, elegidos por todos los de cada orden. Y en fin, como está también en mis principios que ustedes ni son llamados para hacer una nueva Constitución, aunque tienen todo el poder necesario para reformar la antigua, no les pudiera ser difícil perfeccionarla con arreglo a estos principios, que aunque perfunctoriamente, están expuestos, como verás, en mi “Memoria”[101].

 

En la segunda carta mencionada a su sobrino, un mes  posterior, insiste en el mismo tema, y vuelven a aparecer frases que pueden hacen dudar de si Jovellanos no ocultaba unas inclinaciones ideológicas que no se atrevía a defender abiertamente –en un sentido más conservador tendente a refrenar el progreso político que los acontecimientos estaban apuntando–, y es aquí, donde a sus tesis va dando respuestas concesivas hasta llegar al punto clave: el de la estabilidad del sistema: Pero si ésta [la soberanía nacional] puede destruir hoy la Constitución que tenía jurada, ¿no podrá otra legislatura destruir mañana la que jurare hoy? Y entonces ¿qué estabilidad tendría la Constitución? Pero aun suprimida la nobleza (porque sin representación no existiría constitucionalmente) y excluido el clero, ¿qué será de la constitución sin un cuerpo intermedio, que en la lucha del jefe y los representantes de la nación mantenga el equilibrio, conteniendo las irrupciones de un poder sobre el otro? Y cuando no se admirase el saludable freno que la Cámara de los Pares pone en Inglaterra así al rey como a los Comunes, ¿por qué no se admira en la democracia federal de América el que opone el Senado a los excesos del Congreso, sujetando las nuevas leyes a una segunda deliberación?[102]

 

A finales de diciembre de 1810, en la carta de 5 de diciembre de 1810 (en la carta-borrador de esta fecha), le había resumido su impresión sobre las cortes constituyentes, a su amigo el lord así: «...[de las Cortes] nada diré de sus resoluciones, que hasta ahora parecen buenas, aunque algo precipitadas. Y en la carta de 1 de mayo de 1811, con más perspectiva, apuntará: «... la insurrección de tantos punto de América, la falta absoluta de recursos, el poco vigor del gobierno y la mala organización de nuestras Cortes y poca energía y poco sistema en sus decisiones, abatiendo mi espíritu...»[103].

 

61. El jovinismo, un legado abierto

 

En definitiva, Jovellanos mantenía algunas reticencias, pero nunca porque no estimara la libertad en su más alto grado, o porque quisiera rebajar la soberanía nacional a una soberanía limitada, o porque buscara los privilegios del clero y la nobleza como tales para preservarlos, o porque, después de todo, Jovellanos no fuese «democrático» en el sentido de ahora, sino por razones funcionales y estructurales. Prefería la constitución monárquica a la democrática porque no concebía un buen gobierno sin un ejecutivo con poderes bien definidos y que pudiera contrapesarse con el legislativo, y para él la democracia no consistía en el gobierno del pueblo –que en todo caso es una frase retórica, que sólo pretendería recordar la supremacía de la nación– sino en el debilitamiento del ejecutivo a favor del legislativo propiciando así mucha mayor inestabilidad al sistema. No sabemos si el exacto seguimiento del modelo jovinista hubiera tenido más éxito histórico que el de la Constitución de las Cortes de Cádiz, pero sí podemos hacer la valoración histórica fiel de lo que realmente planteaba.

 

En suma, juzgar el acierto o engaño de la teoría política de Jovellanos, de los modos de gobierno, si se hace desde parámetros exclusivamente ideológicos no captan el verdadero plano en el que él la situó, y juzgarla como constructo racional puede hacerse ahora después de dos siglos, revisando simplemente cómo han devenido los fenómenos políticos en el sentido de la construcción de la libertad y la igualdad: ¿es una aberración el bicameralismo; las constituciones más democráticas del mundo moderno contemplan poderes ejecutivos dependientes en todo del legislativo; acaso el pueblo tiene soberanía o es más bien supremacía en el sentido como lo definió Jovellanos?

 

Lejos del pensamiento escolástico predominante en la Universidad de su tiempo, en donde ve sobre todo un arte de esgrima de palabras, Jovellanos trazó a lo largo de su vida su propia filosofía compuesta de muchas vertientes –jurídica, económica, moral...–, y entre ellas la filosofía política que en estas cartas reverdece, siempre en la línea de lo que ya decía en 1793 «no creo combinables el espíritu geométrico [que busco para mi Instituto] y el escolástico»[104].

 

La lectura, bien contextuada, de la correspondencia entre Jovellanos y lord Holland presta una ayuda inestimable para conocer, en su fino hilván, el pensamiento político jovinista de nuestro ilustrado en guerra, al final de sus días.

 

Finalmente llamamos la atención sobre una cuestión de detalle. Somoza computa 74 cartas de Lord Holland, pero son en realidad 69, porque pasa de la número 67 a la 71, saltándose tres puestos (tres perdidas, las cuales viene hasta aquí computando aparte) y pasa de la 71 a la 74, saltándose dos  puestos. Hemos de saber, además, que entre las llamadas genéricamente cartas de Lord Holland hay que contar las dos cartas de Lady Holland, la carta de Carlos Ricardo Fox (hijo de los Holland) y la de Jorge White (de quien los Holland son mediadores con Jovellanos). También interviene en esta correspondencia, con una carta, el almirante Nelson. Por fin, una de las cartas de Jovellanos no va dirigida a los Holland sino al filósofo J. Bentham (siendo los Holland mediadores).

 

Somoza llena de notas la lectura de esta correspondencia que ahora se reedita. De este modo, podemos ver, primero, los textos de nuestros dos personajes de 1808-1811 en directo[105], segundo, el contexto interpretativo de un liberal –Somoza– de comienzos del siglo XX, que ha dedicado toda su larga vida[106] a conocer a Jovellanos y a recomponer sus escritos,  y tercero, el contexto que hemos querido defender en esta introducción, para que el lector o estudioso pueda trazar la interpretación más alejada de esquemas puramente ideológicos que posible sea.



[1] Vid. O. C. (Obras Completas), tomo II, Edición de José Miguel Caso (tomos I-VII), «Carta de Jovellanos a Carlos González de Posada», Gijón, enero o febrero de 1793, Centro de Estudios del Siglo XVIII (Instituto Feijoo del siglo XVIII,  a partir del tomo IV), Ilustre Ayuntamiento de Gijón, Colección de Autores Españoles del siglo XVIII, 1985, pág. 563.

[2] Hay un debate, no enteramente cerrado, entre los jovellanistas,  al inclinarse unos por el 27 y otros por el 28 de noviembre como fecha de su muerte; mis cálculos me llevan a pensar que sucedió en la noche entre el 27 y el 28.

[3] En realidad, dos de los hermanos nacidos murieron tan pronto que muchos biógrafos hablan de nueve hermanos, siendo entonces Jovellanos el octavo. Algunos lo colocan en el noveno lugar sobre diez, olvidando un recién nacido muerto con nombre coincidente con otro hermano que nacería después (precisamente, Francisco de Paula) [Dato que me ha corroborado Agustín Guzmán Sancho, por mediación de Orlando Moratinos].

[4] En la carta de 28 de octubre de 1807 firma Parín, de Gasparín, al dirigirse desde Mallorca a su cuñada María Gertrudis del Busto. Vid. O. C., IV, págs. 473-474.

[5] Se debe a Juan Agustín Ceán Bermúdez la redacción de la que será la biografía paradigmática de Jovellanos (Memorias para la vida del Excmo. Señor D. Gaspar Melchor de  Jovellanos, y noticias analíticas de sus obras, Madrid, en la imprenta que fue de Fuentenebro, 1814). Aunque son Carlos González de Posada, con Memorias para la biografía del señor Jovellanos (1812), y el liberal Isidoro Antillón y Marzo los primeros en publicar una biografía sobre Jovellanos (Noticias históricas de don Gaspar Melchor de Jovellanos, Palma de Mallorca, Imprenta de Miguel Domingo, 1812), justo un año después de su muerte, la referencia constante y modélica de las múltiples biografías que después se han escrito la ha ocupado la obra de Ceán Bermúdez; no en vano los dos asturianos habían compartido tantas experiencias juntos (Posada también era un amigo entrañable) pero, además, ¿quién había de tener más datos sobre el ilustrado asturiano que aquel que conocía los escritos de Jovellanos en directo y en detalle? Y quien además fue después de su muerte legatario de gran parte de sus documentos y escritos. Ello no obsta para reconocer ahora las limitaciones de estas primeras memorias y para conceder que la Vida y obra de Jovellanos, de José Miguel Caso González, de la edición de la Caja de Asturias y El Comercio, tomos I y II, 1993, reúne la mayor cantidad de datos, una muy buena estructuración y una calidad final difícilmente mejorable como obra de referencia y consulta.

[6] Aranda, afín al enciclopedismo francés, había residido en su juventud en París. Posteriormente, después de pasar por el Consejo de Castilla, que llegó a presidir en los años en que Jovellanos comenzaba su carrera, siguió unido al país galo como  embajador en Francia entre 1773 y 1783.

[7] Viviendo ya en Madrid reconocerá que «...Mi afición a los libros, a pinturas, me arruina, y apenas puedo irme a la mano. [...] ve aquí mis delitos» («Carta a su hermano Francisco de Paula», en diciembre de 1784 o enero de 1785, O. C., II, pág. 299).

[8] Vid. O. C., I, págs. 140-145.

[9] CLÉMENT, Jean-Pierre: Las lecturas de Jovellanos (Ensayo de reconstitución de su biblioteca), Instituto de Estudios Asturianos, Oviedo, 1980. Vid. pág. 272, y AGUILAR PIÑAL, Francisco: La Biblioteca de Jovellanos (1778), CSIC, 1984.

[10] Fecha según estimación de J. M. Caso.

[11] La influencia a través de Carlos González de Posada (Candás, 1745-1831),  nos sitúa en la dirección particular del esfuerzo de un grupo de asturianos por recrear la cultura asturiana. En 1773 Posada tiene escrito un «Poema celebrando los poetas asturianos» de quinientos versos endecasílabos, que como el drama «Conquista de Asturias» se han perdido. Sobre el poema le dirá Jovellanos: «Doy a usted muy finas y sinceras gracias por el romance que me dirige, por el elogio, aunque injusto, que se digna hacer de mi corto mérito, y por el concepto que forma de mi talento sometiendo a mi censura esta obrita» (O. C., II, pág. 30). Empezaba por estas fechas  una amistad que duraría intensamente toda la vida y en noviembre de 1790 le decía en este contexto Jovellanos al candasín: «Tengo muy adelantada mi idea de una Academia Asturiana» (O. C., II, pág. 433). El propósito del canónigo fue dedicarse al estudio de la historia de Asturias (fue nombrado miembro de la Academia de la Historia en 1789), y de ahí que en 1794 se publicara en Tarragona el primer tomo de sus Memorias históricas sobre el Principado de Asturias, aunque lamentablemente el resto de los tomos escritos fueron quemados por su criada, en su ignorancia, durante la guerra de la Independencia, ausente en Ibiza de su puesto en la canonjía de Tarragona. Dejó escrito la biografía sobre Jovellanos, el diccionario del bable, las Memorias históricas y opúsculos sobre arqueología e historia de los lugares donde vino a residir (Ibiza, Tarragona y Asturias).

[12] O. C., I, pág. 60.

[13] Ibíd., pág. 61.

[14] Ibíd., pág. 61.

[15] Vid. O. C., I, sátiras primera y segunda, A Arnesto, págs. 220-244.

[16] O. C., I, pág. 256.

[17] Vid. «Epístola heroica de Jovino a sus amigos de Sevilla», O. C., I, pág. 149.

[18] O. C., I, «A Clori», Soneto primero, págs. 66-67.

[19] Pensamos, por ejemplo, que siendo Jovino el nombre poético de Jovellanos y haciendo referencia al mismo tiempo a Júpiter, no sería extraño que puesto que Alcmena (madre de Hércules) es una de las amantes humanas del dios inmortal, de ahí procediera la clave del nombre de su novia.

[20] O. C., II, pág. 181. Carta del 20 de mayo de 1780.

[21] Ibíd., pág. 181.

[22] O. C., II, pág. 206.

[23] O. C., I, pág. 192.

[24] Vid. versos 75-90 de «Jovino a Enarda», Idilio undécimo, O. C., I, pág. 170.

[25] O. C., III, pág. 500. «Carta de Jovellanos a Felipe Peláez Caunedo», obispo de Lugo, Gijón, 16 de diciembre de 1799.

[26] O. C., I, pág. 222.  «A Arnesto», Sátira primera. Esta idea crítica será utilizada por Goya en su Capricho Segundo e inmortalizada por Moratín años después, a principios del siglo XIX, en El sí de las niñas, aunque ya en mayo de 1790 habría estrenado una comedia de temática similar, escrita en 1786: El viejo y la niña.

[27] «Diario», O. C., VII, lunes, 29 de junio de 1795, en León, pág. 381.

[28] Tanto Benito Pérez Galdós, en el siglo XIX, como Fernando Savater, en el XX, eligen a Jovellanos como personaje representativo de la cultura y de la política reformista de su tiempo, en obras que, aunque literarias, tratan de ser un reflejo histórico verídico. En La corte de Carlos IV de Galdós (1873) aparece, aunque fugazmente, este Jovellanos reformador, y en El Jardín de las dudas, de Savater (1993), vemos en boca de la corresponsal de Voltaire, Carolina de Beauregard –condesa de Montoro-, en el Madrid de Carlos III el siguiente encuadre de época: « A esta tertulia [de Olavide] asistió durante años lo más ilustre y lo más ilustrado de la capital andaluza. Yo he conocido en Madrid a uno de sus más asiduos visitantes, un joven magistrado serio, algo pedante pero de gran talento, llamado don Gaspar de Jovellanos [... quien] tradujo alguna de vuestras obras y también compuso un interesante drama propio, titulado El delincuente honrado, del que me han hecho grandes elogios» (pág. 132).

[29] Vid. DOMERGUE, Lucienne: Jovellanos à la Société Économique des amis du Pays de Madrid, Institut d´Études Hispaniques, Université de Toulouse-Le Mirail, 1971.

[30] Vid. O. C., II, págs. 361-365 y 366, respectivamente.

[31] Vid. O. C., V, págs. 609-610 y 624, por lo que hace a la correspondencia con María Francisca de Sales Portocarrero y Zúñiga, condesa del Montijo, siguiendo los datos e interpretaciones de Caso.

[32] O. C., II, «Carta de Jovellanos a su hermano Francisco de Paula», Madrid, 23 de enero de 1788, pág. 368.

[33] O. C., II, pág 134.

[34] Vid. O. C., II, pág 159.

[35] O. C., II, pág. 385.

[36] Vid. O. C., II, págs. 410-413.

[37] B.A.E, L, pág. 56. Se menciona en esta memoria que ya se habían llevado a cabo dos excepciones; se trataba de la única que ya había conseguido el doctorado en filosofía por la Universidad de Alcalá,  Doña María Isidra Guzmán y Lacerda, hija de los condes de Oñate; y, la segunda, se refería a la Condesa de Benavente, esposa del duque de Osuna, siendo éste director de la Matritense, según las notas de Cándido Nocedal.

[38] Se obtiene esta evidencia al leer el conjunto de su producción y especialmente aquellos escritos en los que insiste directamente en la necesidad de conectar los diversos conocimientos. Unión de la legislación y la historia, en el discurso de ingreso en la Academia de la Historia: «Sobre la necesidad de unir al estudio de la legislación el de nuestra historia y antigüedades» (1780). Unión del arte y la historia, en la Academia de San Fernando: «Elogio de las Bellas Artes» (1781). Unión de la legislación, la lengua y la historia, en la Real Academia Española: «Discurso sobre la necesidad del estudio de la lengua para comprender el espíritu  de la legislación» (1781). Unión de las dos mitades de la humanidad,  en la Matritense: «Memoria sobre si debían o no admitir en la Sociedad Económica Matritense a las señoras» (1786). Unión del arte, la historia y la política, en la Matritense: «Elogio de don Ventura Rodríguez» (1788). Unión de la política, la economía, la jurisprudencia y de los principios morales a asumir socialmente, en la Matritense: «Elogio de Carlos III» (1788), etc.

[39] Puede consultarse, para tener una visión general y seriada de los escritos de Jovellanos, nuestra «Ópera jovinista. Clasificación positiva y filosófica», Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII, Cuadernos de Estudios del Siglo XVIII, núm. 15, Universidad de Oviedo, 2005.

[40] O. C., II, pág. 413. Carta de 24 de agosto de 1790, de Jovellanos a Pedro Rodríguez Campomanes, nombrado conde en 1780.

[41] O. C., III, pág. 350. Carta del 7 de noviembre de 1797, de Manuel Godoy a Jovellanos.

[42] Entre el ministro de Marina, que era Teniente General, D. Antonio Valdés y Bazán, también asturiano, y Jovellanos había más que unas simples relaciones formales oficiales; eran, puede decirse, amigos. Una de las pruebas más significativas la encontramos en el viaje que realiza Jovellanos a La Rioja, entre marzo y julio de 1795, para recabar  las pruebas de limpieza de sangre a favor de Fernando Valdés y Bazán, hermano del ministro, que estaba propuesto para caballero de Alcántara. Además, como nos cuenta en su Diario, sabemos que visita la casa de los Valdés, en Candamo, en uno de sus múltiples viajes. Finalmente, apuntaremos que José Valdés y Bazán será el director del Instituto Asturiano, después de la muerte de Francisco de Paula.

[43] La idea se arrastraba, no obstante, de 1782, como puso de manifiesto en el «Discurso sobre la necesidad de cultivar en el Principado el estudio de las ciencias naturales», pronunciado ante la Sociedad de Amigos del País de Asturias, ejerciendo entonces Jovellanos de director de la Sociedad, e incluso de 1781 cuando en el «Discurso sobre los medios de promover la felicidad del Principado» dejó dicho, dentro de un plan de actuaciones exhaustivas completísimo para toda Asturias: «Pero sobre todo convendrá que se promuevan en Asturias los buenos estudios, y especialmente el de aquellas ciencias que se llaman útiles, por lo mucho que contribuyen a la felicidad de los estados. Tales son las matemáticas, la historia natural, la física, la química, la mineralogía y metalurgia, la economía civil. Sin ellas nunca podrá perfeccionar debidamente la agricultura, las artes y oficios, ni el comercio» (BAE, L, pág. 452).

[44] O. C., II, «Carta de Antonio Valdés y Bazán a Jovellanos», desde San Lorenzo de El Escorial, el 15 de noviembre de 1793, pág. 586.

[45] «Diario noveno», BAE, LXXXVI, Edición de Miguel Artola, pág. 34 b-35 a.

[46] BAE, I, «Oración inaugural a la apertura del Real Instituto Asturiano», pronunciada el 7 de enero de 1794, págs. 318 a y 320 b.

[47] Vid. BAE, XLVI, págs. 101-168. Incluimos junto a este «Curso de humanidades», el «Tratado del análisis del discurso» (1794) y los «Rudimentos de gramática francesa e inglesa» (1794), que son obras escritas para un mismo fin: servir de libros de texto. Es fácil que, como indica Somoza, en esta obra haya participado también don Ramón de Villarmil, profesor del Instituto.

[48] «Diario octavo», BAE, LXXXVI, 13, 14-15 y 17  de noviembre de 1797, págs. 9 b-10 a-b.

[49] Ibíd., miércoles 22 de noviembre de 1797,  pág. 11 b.

[50] «Diario octavo. Apéndice documental», BAE, LXXXVI, Minutas I y II de Jovellanos a Francisco Saavedra, 1798, págs.12-14.

[51] Baras Escolá apunta, con buenos argumentos y datos (siguiendo a Aguilar Piñal), que este informe fue redactado por una comisión: José de Vargas Ponce, Felipe Ribero, Jorge del Río y Lorenzo Cebrián, en cuyo caso sería de 1788 (publicado en 1790) y no de 1798. Vid. BARAS ESCOLÁ, Fernando: El reformismo político de Jovellanos, Universidad de Zaragoza, 1993, págs. 198-199, n. 617.

[52] A juzgar por los estudios llevados a cabo por Jesús Martínez Fernández en Jovellanos. Patobiografía y pensamiento biológico, IDEA, Oviedo, 1966, podemos hoy casi demostrar que se trató de un envenenamiento. Todo apunta a ello, incluso el que Jovellanos diga dirigiéndose a Trillo: «Escribo con anteojos, que ¡tal se ha degradado mi vista en este intermedio! ¡Qué de cosas no han pasado en él! Pero serán omitidas o dichas separadamente» («Diario noveno», BAE, LXXXVI, pág. 16 a). ¿Por qué algunas cosas van a ser omitidas?, ¿quizás porque no podía enfrentarse al círculo de  la reina María Luisa y porque nada podía hacer sino callar? Ha estudiado también con detalle el tema del envenenamiento Manuel Álvarez-Valdés en Jovellanos: enigmas y certezas, Fundación Alvargonzález, Gijón, 2002, págs. 51-56 y, sobre todo, en  Noticia de Jovellanos y su entorno, Fundación Alvargonzález, Gijón, 2006, págs. 213-288.

[53] «Diario noveno», BAE, LXXXVI, págs. 24-25.

[54] O. C., III, págs. 478-480. «Carta de Felipe Peláez Caunedo, obispo de Lugo, a Jovellanos», de 12 de noviembre de 1799.

[55] SOMOZA, Julio: «Delación secreta», en Las amarguras de Jovellanos,  Ed. Auseva, Gijón, 1989, págs. 312-313.

[56] O. C., III, pág. 525-526, «Carta de Jovellanos a José Espinosa Tello», del 23 de abril de 1800. Espinosa hacía gestiones para la creación de un observatorio astronómico en el Instituto Asturiano. Jovellanos se valía de Jardine para proveerse de sextante, telescopio acromático, reloj marino y otros instrumentos que se encargaban en Inglaterra.

[57] «Diario noveno», BAE, LXXXVI, pág 36 b.

[58] Vid. SUÁREZ FERNANDEZ, Luis: Historia general de España y América, Ed. Rialp, 1981, págs. 579-580.

 

[59] Vid. BAE I, págs. 230-267 para el Tratado y, para las Memorias: BAE I, págs. 410-447, BAE II, págs. 484-489, y BAE V, págs. 382-403. Para esta última vid.  la selección de Caso en Obras en Prosa, «Descripción del castillo del Bellver», editorial Castalia, págs. 51-59 y 305-345.

[60] Desarrollo estas  ideas en «Sobre la filosofía de Jovellanos», El Catoblepas, nº 61, marzo 2007, pág. 1. Y con mayor radio de acción fundamentalmente en: Jovellanos y el jovellanismo, una perspectiva filosófica,  Pentalfa, Oviedo, 2004, (860 páginas).

[61] O. C., IV, pág. 14.

[62] O. C., IV, pág. 25. «Carta de Jovellanos a Ceán» (no está dirigida textualmente a Ceán,  pero Caso juzga, con buen criterio, que se trata de Ceán), Bellver, 6 de marzo de 1803 (la fecha también según Caso). Jovellanos había escrito: «Praeterea, quod homo, patria, domo, propinquis, amicis, denique libertate, quae pluribus primum, mihi certe, post virtutem et existimationem maximum bonum est...». Se reproduce arriba la traducción de José Luis Moralejo Álvarez, según indica Caso. El hecho de escribir en latín o en bable lo interpretarmos como una clara estrategia para salvar la censura.

Esta carta de 1803 (o de fecha parecida) está dirigida a su «hermano» y escrita en latín. Si comparamos ésta con otra de julio de 1807 (O. C., IV, págs. 446-448) creemos que puede realmente establecerse que la de 1803 está dirigida a Ceán (su «hermano»). Así, al comprobar que Jovellanos en la carta de 1807 que sí está textualmente dirigida a Ceán le dice que «...yo nada aprecio tanto como esta fortaleza de ánimo que debo a Dios, y nada es para mí de mayor consuelo, puesto que como ya dije a usted otra vez, no sólo me hace sufrir con moderación la adversidad, sino sacar provecho y deleite de lo mismo que sufro», y al ver que el «como ya dije a usted otra vez» nos lleva a un texto de la carta de 1803 con casi idénticas palabras a las que aquí le recuerda (aquéllas en latín).

[63] Vemos, por ejemplo: Xuanón, Juan de Coroña, Fray Juan de Veriña, Antón del Real, Antón de Coroña, Antón de Poao, Marín de Puao, Antón de Sarriapu, Antón de Caldones, Pachín de Baldornón, Pachín de Tremañes, Martín de Deva, Toribio de Serín, en clave de topónimos próximos a Gijón, e incluso El de la cai de les Cruces, que era la calle trasera de su casa natal. Además,  acostumbraba a firmar a través de su secretario Manuel Martínez Marina, hermano del insigne jurista Francisco Martínez Marina. Ya hemos mencionado más arriba la abreviatura Parín, de Gasparín.

[64] O. C., IV, «Carta de Jovellanos a Manuel Godoy», del 20 de febrero de 1807, pág. 404.

[65] O. C., IV, pág. 473.

[66] O. C., IV, págs. 23-26, carta de 6 de marzo de 1803 y págs. 446-448, carta de julio de 1807. Estas son las dos cartas que apuntan estar escritas a idéntico corresponsal y que despejan, entonces, la duda sobre la que es dudosa, la primera. Véase nuestra nota 62.

 

[67] Posada adjunta este escrito a una carta de 1805, pero por el diario sabemos que es de abril de 1806, de la Semana Santa de ese año, según aclara correctamente Caso, en Vida y Obra de Jovellanos, pág. 536.

[68] «Paráfrasis al salmo “Judica me, Deus”», O. C., I, pág. 308, y de la cita inmediata anterior 306-309.

[69] O. C., IV, «Carta de Domingo García de la Fuente a Rosendo Sieres», en Mallorca, 30 de abril de 1808, pág. 509.

[70] O. C., «Carta de Jovellanos a Tomás de Verí», seguramente del 20 de mayo desde Barcelona,  pág. 511.

[71] «Llegué a besar esta cuna el 7 de este mes [agosto]», [Vid. Somoza: J- CIX], le dice Jovellanos a lord Holland, en la carta que le escribe el 17 de agosto de 1811. La plaza de Gijón que conmemora este acontecimiento, es la del «6 de agosto», al seguirse la fecha dada por Ceán. En otro respecto: el segundo volumen de su Memoria no llega a verlo publicado Jovellanos, porque muere poco antes.

[72] O. C., IV, «Carta de Francisco Cabarrús a Jovellanos», Madrid, 29 de julio de 1808, págs. 558-560, y «Carta de Jovellanos a Cabarrús», Jadraque, agosto de 1808, págs. 560-566, respectivamente.

[73] Una selección de sus escritos puede darnos una idea más aproximada de la implicación de Jovellanos en la Junta Central, algunos de los cuales están escritos corporativamente,  junto con Camposagrado, por ejemplo, cuando el asunto les afecta a ambos (vid. la edición de Caso, tomo I y II, de la Junta General del Principado, 1992) : «Dictamen sobre la institución del gobierno interino» (7 de octubre de 1808), «Medidas para la traslación del gobierno» (Madrid, 26 y 27 de noviembre de 1808), «Oficio a la Junta General de Asturias» (Trujillo, 8 de diciembre de 1808), «Recursos contra el marqués de la Romana» (20 de mayo, y 6 y 10 julio de 1809), «Representación supletoria de América» (1809), «Proyecto de reglamento y juramento para la Suprema Regencia» (Real Isla de León, 29 de enero de 1810, junto con Martín de Garay), «Último edicto de la Suprema Junta Central» (29 de enero de 1810), «Representación al Consejo Supremo de Regencia» (Muros de Noya, 29 de marzo de 1810) y las importantísimas «Notas a los apéndices» –primera, segunda, tercera y cuarta nota– (1810).

[74] Vid., O. C., V, «Carta de la infanta Carlota Joaquina de Borbón a Jovellanos»,  Río de Janeiro, 8 de noviembre de 1808, págs. 24-25; y «Carta de Jovellanos a la infanta Carlota Joaquina de Borbón», Sevilla, 24 de abril de 1809, pág. 121.

[75] Vid. O. C., III, pág. 561. Francisco Martínez Marina hace el siguiente retrato de Jovellanos, en la carta de 23 de agosto de 1800, que le envía desde Madrid, solicitándole ayuda: «Las circunstancias que concurren en V. E., varia literatura, fina crítica, profunda filosofía, amor patriótico, exacto conocimiento del país, de su industria, producciones, costumbres, estado físico y moral...». Jovellanos le responde, brindándole lo que tiene trabajado, el 3 de septiembre del mismo año (vid. págs. 565-570).

[76] Vid. O. C., V, «Cartas de Francisco Martínez Marina a Jovellanos», de 3 de octubre y 13 de noviembre de 1808, págs. 16 y 26; y «Cartas de Jovellanos a Francisco Martínez Marina», de 4 y 7 de octubre, y de 10 y 14 de noviembre de 1808, págs. 18, 25 y 26.

[77] Seguimos en esto la clasificación sobre las izquierdas que Gustavo Bueno ha defendido en El mito de la izquierda, Ediciones B, 2003. Además, en «En torno al concepto de izquierda política», El Basilisco, nº 29, enero-marzo 2001, págs. 3-28, y especialmente en págs. 23-28, G. Bueno establece la posición de Jovellanos, respecto a la idea de Nación, parangonándola al lugar que ocupa el Archeopteris lithografica en la serie evolutiva de los vertebrados, entre el reptil (Nación histórica) y el ave (Nación política). Este vertebrado intermedio tiene las alas del ave política moderna, pero conserva las escamas del reptil del que procede.

[78] Pueden verse a este respecto nuestros análisis en Jovellanos y el jovellanismo, Pentalfa, 2004, fundamentalmente: Parte segunda, «La España  contemporánea a través de Jovellanos», págs. 141-644, y Parte tercera, «Filosofía en Jovellanos», págs. 645-803. Además: «Jovellanos: contribución a la teoría política», El Catoblepas, número 38, abril 2005, página 13. «Ópera jovinista. Clasificación positiva y filosófica», Cuadernos de Estudios del Siglo XVIII, nº 15, Instituto Feijoo de Estudios del siglo XVIII, Universidad de Oviedo, 2005, págs. 233-310. «Jovellanos y la religión. El problema religioso en Jovellanos», Boletín Jovellanista, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, Gijón, MMV, AÑO VI, NÚM 6, págs. 235-260. «Jovellanos: Ilustrado, Liberal y Filósofo», Y latina, Revista literaria internacional de la Asociación de Escritores Noveles, número 1, febrero, 2007, págs. 12-17. «Sobre la filosofía de Jovellanos», El Catoblepas, número 61, marzo 2007, página 1. «Etapas en la recepción del pensamiento de Jovellanos», Cuadernos de Investigación, Núm. 1, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, 2007, págs. 123-140. «Soberanía y supremacía doscientos años después: Jovellanos y España», El Catoblepas, número 71, enero 2008, página 13.

[79]Disponemos ahora, además, de las Obras completas,  del IFES. XVIII, edición de Caso, donde en los tomos IV y V se reproducen las 196 cartas intercambiadas entre ambos, o, si perdidas, de su referencia basada en las glosas que Jovellanos hace en su diario. En las O. C. hay una carta borrador de Jovellanos que arrojaría la cifra de 197 cartas, de las cuales, 131 del español y 69 de los Holland. No olvidemos que tanto Caso como Somoza publican las cartas de Nelson a Lord Holland y la de Jovellanos a Bentham; aquí son la N-I, pág. 88-89 y la J-IV, pág. 107-108. En mis referencias citaré por la edición de Caso y añadiré las de Somoza inmediatamente y entre corchetes.

[80] En Gijón, donde se conocieron, regala Jovellanos al joven inglés un librito: El delincuente honrado (Vid. O. C., V, «Carta de lord Holland a Jovellanos», La Coruña, 4 de diciembre de 1808, pág. 27) [Somoza: H- II]. Caso señala que el encuentro en Gijón debió ser en 1792 o bien 1793 (Vid. O. C., V, pág. 254, n. 10, a la «Carta de lord Holland a Jovellanos», Lisboa, 15 de julio de 1809) [Somoza: H- LII].

[81] Una de las razones en el paréntesis de su relación, además del encarcelamiento de don Gaspar, fue el hecho de que sus dos respectivas patrias estuvieran en guerra, como pone de manifiesto al decir La guerra que se hacían nuestras naciones me hizo esperar mejor coyuntura para escribir las gracias a V. E. por aquel favor (se refiere al regalo de una obra de literatura inglesa que siendo ministro recibió en 1798) («Carta de Jovellanos a lord Holland», Jadraque, 16 de agosto de 1808, O. C., IV, pág. 569 [Somoza: J- I. En Somoza dice: La guerra que ardía entonces entre nuestras Naciones, me hizo esperar mejor coyuntura para escribir las gracias a V. E.]). El tratado de paz, amistad y alianza entre España y Gran Bretaña no se firmará hasta el 14 de enero de 1809 (Vid. O. C., IV, pág. 570, nota 15 de Somoza, refrendada por Caso), pero sus preparativos habían arrancado meses atrás como queda puesto de manifiesto en la correspondencia entre los dos amigos.

[82] Vid. la carta del 15 de julio de 1809, escrita desde Lisboa, a modo de despedida, llena de ternura filial y de afecto intelectual  (O. C., V, pág. 252-253 [Somoza: H- LII]). La devoción que Lord Holland manifestó por Jovellanos llegó hasta el punto de perder el sentido común cuando, encarcelado en Bellver Jovellanos, solicite el ingenuo lord del almirante Nelson, en guerra entonces con España, que liberara del castillo al insigne prisionero. Menos mal que el famoso marino tuvo mejor tino y el 13 de septiembre de 1805 le respondía que probablemente se precipitará su fin si se supiese que un inglés se tomaba interés por él (Vid. O. C., IV, pág. 573 [Somoza: carta I de Nelson a H., 13, septiembre, 1805]). El mismo Jovellanos dejará también constancia de lo improcedente y comprometido para él de tal idea, no sólo por el riesgo físico o de fracaso sino sobre todo por su honor de español. Con anécdotas como éstas puede entenderse el encargo que lord Holland hizo al escultor Monasterio del busto de Jovellanos, talla en mármol que se lleva a Londres en 1809, que supone en el lord inglés además de amistad verdadero instinto histórico y la absoluta lucidez de estar tratando a un gran hombre.

[83] Hablando de Floridablanca y de que éste le había elegido como conducto para contactar con el gobierno inglés, el lord escribe a Jovellanos: «No sé si hice bien en tratarle [a Floridablanca] tan osadamente de las cosas de España y de la necesidad que hay de establecer en ella una Constitución libre; pero estoy persuadido que a V.E. no disgustará la misma franqueza, puesto que es imposible que el elocuente autor, cuyos escritos todos encarecen los beneficios de la sana libertad, no saludase con alborozo el feliz momento de comunicarla al pueblo. La primera dicha de España es tener en su seno usos y fueros que facilitan el establecimiento de la libertad, sin quebrantar los fundamentos de la jerarquía o mudar los nombres a quien está acostumbrado el pueblo. La segunda dicha será tener hombres celosos que con amor de la patria y de la libertad, tendrán autoridad para reprimir los excesos y juicio para acomodar y al genio del pueblo y a las luces del siglo los antiguos fueros, sin deslucir a los principios que solos se les pueden prometer firmeza y duración. Tal, sin duda, es V.E., y por eso…» (O. C., IV, pág. 571) [Somoza: H- I].

[84] O. C., V, «Carta  de Jovellanos a lord Holland», 2 de noviembre de 1808, pág. 21 [Somoza: J- II].

[85] Cfr. SARRAILH, Jean: La España Ilustrada de la segunda mitad del siglo XVIII, FCE, 1992, [1ª ed. en francés: 1954], pag. 297, a. y s.

[86] O. C., V, «Carta  de Jovellanos a lord Holland», 2 de noviembre de 1808, págs. 21-22 [Somoza: J- II].

[87] Las dos facciones, las de  Floridablanca y Jovellanos, no estaban ni constituidas ni tampoco Jovellanos había asumido directamente ningún liderazgo, pero parece por los testimonios históricos que eran vox populi estas dos facciones, y por el desarrollo de los acontecimientos que fue una función real. Fallecido muy pronto el murciano su función será ocupada por el grupo, bastante numeroso, de representantes que estaban muy apegados a los viejos usos. Como ejemplo de un sentir muy extendido, el 20 de diciembre de 1808, Francisco Antonio de Luaces escribe a Jovellanos desde Montevideo: como segundo vocal de la Suprema Junta Central creada en esa corte, la divina Providencia le tenía destinado para que con sus superiores luces y acreditada sabiduría pueda reparar los envejecidos males que ha sufrido la salud de la patria el tiempo que estuvo gobernada por la ignorancia y ambición de un tirano que ha conspirado a nuestra ruina (O. C., V, pág. 30). Caso se encarga de recordar en la nota 3 a esta carta que No había segundo vocal en la Junta Suprema del Reino; pero es indudable que era creencia generalizada la de que la autoridad moral de Jovellanos le transformaba en uno de los más importantes miembros de ella. Lo de «segundo vocal» puede interpretarse sobreentendiendo que el primero estaría asimilado a la presidencia, que la ostentaba el conde de Floridablanca. Por otra parte, Jovellanos no se sintió a estas alturas de su vida llamado a liderar en primera línea las acciones políticas, en parte por cansancio físico y por desengaño emocional, y, tal vez, porque sintió que su modelo ya no era operativo en el ritmo atropellado que se instaló y, por ello, sólo le restaba ser útil, buen consejero y equilibrar los acontecimientos para que se orientaran en la dirección correcta. Marx hará mención de esta falta de arranque y de este escepticismo práctico (vid. MARX, Karl y ENGELS, F.: Escritos sobre España. Extractos de 1854, Trotta, 1998), quizás porque desde muchos ángulos se vio un hueco vacío que estuvo llamado a ocupar él, y que lord Holland no se cansó de recordarle (vid. carta 12 de abril de 1809 [Somoza: H- XVII]). Así en la carta de 16 de abril de 1809 le responde Jovellanos a estos requerimientos: «...por lo demás en cuanto a tomar parte activa en un gobierno reconcentrado, cualquiera que él fuese, mi opinión está decidida y ninguna humana fuerza me obligará a ello. Y no es esto por afectada modestia, por capricho ni por obstinación; es por un íntimo invencible conocimiento de que ni mis fuerzas físicas ni morales, ni la tenacidad con que ciertos principios o ideas están apegadas a mi corazón, me hacen capaz de tal cargo. Si para algo puedo servir, aunque poco, sería para el consejo (…) No sería jamás consejero de Regencia o miembro suyo; mas no rehusaría ser su consejero íntimo o de estado, o lo que se quisiere, con tal que fuese mi trabajo oscuro y privado, aunque empleado en los negocios públicos que no sobrepujasen a mis fuerzas y luces. y he aquí, mi amado amigo, mi profesión de fe política…», O. C., V, pág. 112-113 [Somoza: J- XV].

[88] Según Caso, para Jovellanos la Partida 1ª y las leyes de finales del siglo XV eran los referentes constitucionales de los que había que partir. Vid. O. C., V, «Carta de Jovellanos a lord Holland», 2 de noviembre de 1808, pág. 23, n. 8 [Somoza: J- II], y su nota 6 a la carta de agosto de 1811, de Jovellanos a Alonso Cañedo y Vigil, su sobrino canónigo, representante de la Junta de Asturias en las Cortes de Cádiz.

[89] Vid. Jovellanos y el jovellanismo,  pag. 194-195, n.150, y a. y s. En concreto, en O. C., V, en la «Carta de Jovellanos a lord Holland» del 29 de mayo de 1809 [Somoza: J- XXXIII] le dice: «Votóse la comisión y salió no sé cómo. El amigo [Jovellanos], Caro, Castanedo, el arzobispo y Riquelme. “Sunt bona, sunt mala quaedam, sunt mediocria multa», donde el arzobispo y Riquelme representaban los sunt mala, es decir los adversarios de Jovellanos, por lo que lord Holland  le responde el 31 de mayo [Somoza: H- XXXV]: «¿Cómo sucedió que Riquelme fuese de la Comisión? […] Ahora se necesita toda la firmeza, toda la dignidad, toda la sabiduría que son propias de su carácter; y aun algo de maña y táctica, que poco faltaba dijera yo no es suya», págs. 171 y 177.

En Somoza dice: «Votóse la comisión y salió no sé cómo. El amigo Caro, Castañedo el arzobispo, y Riquelme. “Sunt bona, sunt mala, quaedam, sunt mediocria multa», pero contra la transcripción de Somoza, el amigo se refiere a sí mismo y no a Caro. Parece confundirse al arzobispo de Laodicea con Castanedo, al que además llama Castañedo. Ha de tenerse en cuenta que Jovellanos no tiene buena opinión de Riquelme y de Caro, como puede constatarse en la carta de 29 de noviembre de 1809, en la que le comunica a Holland que han sido sustituidos por Garay y Ayamans y por ello la comisión ha mejorado (O. C., V, «Carta de Jovellanos a lord Holland»,  29 de noviembre de 1809) [Somoza: J- LXXXVII].

[90] En el conjunto de cartas intercambiadas entre ambos, son muchas las que hacen alusión a lo que los dos llamaban entre sí «la grande affaire» (que por cierto Jovellanos españolizaba en masculino como “le grand affaire”), expresando con ello la connivencia colaboradora de quienes empujan un mismo proyecto, esto es, la convocatoria de Cortes.

[91] En las cartas que Jovellanos le envía, de fechas 3 de octubre, y 14 y 29 de noviembre de 1809,  habla sin paliativos: la ayuda económica de Inglaterra no se presta y la que se presta está planteada como un negocio, Wellesley no colabora, y la opinión pública londinense está alucinada y pervertida por la intriga. Vid. O. C., V, págs. 296-297, 319-320 y 325-326. [Somoza J- LXXVI; J- LXXXIV; J- LXXXVII]

[92] O. C., V, «Carta de Jovellanos a Francisco Saavedra», Isla de León, 3 de febrero de 1810, págs. 350-355.

[93] O. C., V, «Carta de Jovellanos a lord Holland», Muros, 5 de diciembre de 1810, pág. 423 [Somoza: J- CVI].

[94] Vid. «Carta de Jovellanos a lord Holland» , Muros de Noya, 5 de diciembre de 1810 y el borrador de la misma, que contiene novedades,  O. C., V, págs. 421-428. Somoza cataloga el borrador como la carta CV y la otra como la CVI, y anota de ésta que es «duplicada con variantes».

[95] Carta deJovellanos a lord Holland, Sevilla, 7 de junio de 1809, O. C., V, págs. 197-198 [Somoza: J- XLII].

[96] Vid. O. C., V, «Carta de Jovellanos a lord Holland», 19 de septiembre de  1809, pág. 290 [Somoza: J- LXXIII].

[97] O. C., V, «Carta delord Holland a Jovellanos», Cádiz, 14 de abril de 1809, pág. 110 [Somoza: H- XVIII].

[98] O. C., V, «Carta deJovellanos a lord Holland», Sevilla, 15 de abril de 1809, pág. 111 [Somoza: J- XIV].

[99] O. C., V, «Carta deJovellanos a lord Holland», Sevilla, 22 de mayo de 1809, págs. 155-6 [Somoza: J- XXVII].

[100] O. C., V, «Carta de Manuel José Quintana a Jovellanos», Cádiz, 17 de febrero de 1810, pág. 358.

[101] O. C., V, «Carta de Jovellanos a Alonso Cañedo y Vigil», Gijón, agosto de 1811, pág. 484.

[102] O. C., V, «Carta de Jovellanos a Alonso Cañedo y Vigil», Gijón, 2 de septiembre de 1811, pág. 486.

[103] O. C., V, «Carta de Jovellanos a lord Holland», Santa Cruz de Rivadulla, 1 de mayo de 1881, pág. 463 [Somoza: J- CVII].

 

[104] O. C., II, «Carta de Jovellanos a Carlos González de Posada», Gijón, enero o febrero de 1793, pág. 562.

[105] Esta correspondencia sigue un cruce de lugares y fechas donde conviene no perderse. Recordemos el esquema de fechas y lugares donde se suceden, tal como indicamos en la «Nota introductoria».

[106] Vid. GUZMÁN SANCHO, Agustín: Biografía del insigne jovellanista Don Julio Somoza y García-Sala, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, Gijón, 2001.

 

SSC

2009