La figura de Jovellanos en la bibliografía asturiana

 

Jovellanismo en Navia

 

                                                                      

 

 

 

 

 

1. El curso de verano de 2005 en Navia

 

 

 

Entre el 11 y el 15 de julio de 2005 tuvo lugar en Navia, en el Salón de Plenos del Ayuntamiento, el desarrollo de un curso de verano, «Jovellanos y Asturias: una mirada múltiple», dirigido por Álvaro Ruiz de la Peña Solar y por Elena de Lorenzo Álvarez, profesores de la Universidad de Oviedo y destacados investigadores jovellanistas, a cuyo cuidado corre el tomo VIII de las Obras Completas de Jovellanos en CAES. XVIII. que muy probablemente verá la luz en 2005, centrado en los «escritos asturianos».

 

 

 

El grupo de asistentes a las sesiones de mañana y tarde, en su mayor parte los alumnos universitarios inscritos procedentes de muy variopintas carreras, pudieron componerse un mapa mental bien matizado desde los análisis desarrollados por especialistas e intelectuales de distinta procedencia que intentaron contornear la trascendencia que Jovellanos supuso para Asturias. Durante treinta colmadas horas los ponentes departieron desde anclajes diferentes y complementarios: descendiendo a la iconografía sobre el prócer, profundizando desde la literatura y la crítica literaria, la lengua y la cultura asturiana, contorneando la temática desde el arte, la economía, la antropología y la etnohistoria, la bibliografía y la filosofía, sin abandonar en ningún caso la perspectiva histórica y el polo de irradiación de las ideas ilustradas.

 

 

 

Fueron los ponentes por orden de intervención: Álvaro Ruiz de la Peña Solar («Las “Cartas de Asturias”»), Silverio Sánchez Corredera («La figura de Jovellanos en la bibliografía asturiana») y Elena de Lorenzo Álvarez («La construcción de Asturias en la literatura de Jovellanos»), el lunes día 11. Yolanda Cerra Bada («La visión jovellanista de las romerías en Asturias»), Emilio Marcos Vallaure («Jovellanos y Asturias: iconografía») y Xosé Lluis García Arias («Xovellanos y la llingua asturiana»), el martes 12. Javier González Santos («Jovellanos: promotor, renovador y primer historiador del arte en Asturias») y Servando Fernández Méndez («Jovellanos y el Occidente de Asturias»), el miércoles 13. José Luis Pérez de Castro («Jovellanos y el Diccionario Geográfico Histórico de Asturias»), Inmaculada Urzainqui Miqueleiz («Jovellanos y la cultura asturiana»), Luis Miguel Enciso Recio («Jovellanos, intérprete del progreso») y la participación de Luis Miguel Enciso Recio, Álvaro Ruiz de la Peña Solar e Inmaculada Urzainqui Miqueleiz en la mesa redonda que remató la jornada del jueves sobre el tema «Jovellanos, Asturias y nosotros». Finalmente, el viernes 15, intervinieron Joaquín Ocampo Suárez Valdés («Asturias: ¿Siberia del norte o Sajonia española?»), Adolfo García Martínez («El mensaje antropológico de la carta IX sobre los vaqueiros de alzada: una lectura etnohistórica») y el ex presidente del Principado de Asturias, abogado y escritor, Pedro de Silva Cienfuegos-Jovellanos («San Jovino de Asturias»).

 

 

 

Con esta última conferencia, el descendiente del patricio de Cimadevilla ensayó una imagen crítica, desde nuestros días, sobre Jovellanos. Concluyó con la idea de que «la gran obra de Jovellanos es él mismo», en el sentido de que fue más allá de la aportación que nos legó con sus escritos, en sus contribuciones a la vida política española y en las ideas reformistas que dejó trazadas para ser acometidas «proféticamente» en el futuro. En una época histórica caracterizada por la moderna construcción del individuo, Jovellanos dejó un canon de hombre (él mismo) que queda como verdadero legado para el futuro –así al menos quise entender yo las palabras de Pedro de Silva- Se trata de un canon o modelo porque fue capaz de integrar aquellas facetas que tan proclivemente suelen ser escindidas o poco articuladas: lo local, lo regional, lo nacional y lo internacional; lo abstracto y lo concreto, lo teórico y lo útil, la postulación de ideas y su puesta en práctica, hasta el punto de involucrarse heroicamente por defenderlas. (Por su parte, J. Jardón, reconocido reportero de la villa dejó constancia del evento en la crónica que escribió para el día siguiente en La Nueva España (Occidente), sábado, 16 de julio de 2005, páginas 1 y 16. A esta última conferencia asistió también el alcalde naviego, el señor Bedia, quien clausuraría protocolariamente el curso).

 

 

 

En este marco apasionante de aportaciones tuve yo la misión de trazar un boceto de lo que sería la figura de Jovellanos, apoyándome en las contribuciones de los jovellanistas asturianos. En una hora y media de exposición oral –parcialmente apoyada en imágenes y esquemas en Powerpoint- ensayé la tarea de delinear un contorno reconocible y ajustado de la imagen del ilustrado español universal. Pero entre lo vivo de la exposición directa y la precisión de lo escrito media siempre una distancia que muy pocos quizás consiguen ajustar. Por eso, para levantar acta y para recuperar aquella precisión que sin duda fue más intencional que efectiva, queden ahora estas palabras fijadas por escrito sin salir del contexto geográfico del lugar donde fueron pronunciadas aquellas otras sombras suyas, con el propósito de colaborar al pergeño de esa imagen jovellana una y otra vez retomada, pero siempre rebosante y desbordante en sus dimensiones, en su trascendencia y en su polimorfismo. Palabras que escribimos concienzudamente al tiempo que deseamos no precisamente apostar a magnificar el mito del prohombre sino aprender en cuanto podamos de ese referente que para España entera y más todavía para Asturias es un paradigma objetivo.

 

 

 

Lo que sigue fue la exposición escrita preparada para su presentación oral, que no pudo sujetarse en todo momento a sus contenidos preestablecidos, desbordada por lo inminente, la claridad del directo, el ritmo de la palabra y el devenir de un discurso que ha de salvar fallas que le hagan avanzar aprisa y, a la vez, recorrer el cauce que recoge las principales ideas:

 

 

 

2. «La figura de Jovellanos en la bibliografía asturiana»

 

 

 

2.1. Introducción                 

 

 

 

Me toca a mí hablar de «La figura de Jovellanos en la bibliografía asturiana». Es decir, me toca hablar de Jovellanos y Asturias, como al resto de ponentes de este curso, pero a mí en concreto de la «figura» y en la «bibliografía asturiana».

 

 

 

Lo primero que podemos plantear, pues, puede ser esto: ¿es posible reconstruir la figura de Jovellanos basándonos en la bibliografía asturiana y obviando las otras? Responderemos que sí, con tal de que se entienda al modo cómo en un hallazgo arqueológico un jarrón roto podría ser reconstruido desde algunas de sus partes esenciales. Ahora bien, el jarrón roto recompuesto o la figura resultante que obtendremos no se reducirá a los trozos que hayamos nosotros utilizado, porque habrán de estar presentes virtualmente los otros trozos del todo. Y en este caso, si Asturias es la parte desde la que estudiamos el todo, éste es, sin duda, España, y desde ella el resto de relaciones con el mundo de entonces, fundamentalmente la cultura occidental y más en concreto la Europa de la Ilustración y de las primeras revoluciones modernas.

 

 

 

En el nivel en el que os encontráis –en tanto universitarios, en tanto mentes que otean «universalmente»- creo que se hace preciso deciros que las cosas no son nunca o casi nunca como se os apunta, no porque sea todo falso o todo irreal, sino porque la verdad y la realidad nos está siempre desbordando. No quiero, sin embargo, induciros al escepticismo o a la incredulidad, sino poneros ante la perspectiva de que todo lo que se diga es una pieza verdadera o falsa en cuanto parcial, pero que dentro del encuadre general que a veces se busca esas verdades están sujetas a continuas reestructuraciones. La consecuencia práctica es que detrás de lo que se afirma habrá que seguir indagando y matizando lo dicho, es decir, que los temas culturales e históricos que tratamos de comprender quedarán siempre abiertos. Mal abiertos o bien abiertos, se trata de esto último. Lejos de mi intención invitaros al  relativismo, pero sí a la cautela intelectual. ¿Cómo salir del relativismo dentro de la cautela? Buscando fórmulas capaces de organizar las pequeñas verdades encontradas dentro de estructuras de sentido con suficiente potencia como para arrojar la claridad precisa sobre aquello que se quiere indagar. La verdad estará, pues, en situarse en el buen sentido de lo que se analiza. ¿Cómo reconocer este buen sentido? Por la capacidad de reexplicar bien el conjunto de fenómenos de que se trata, superando en potencia explicativa a otras opciones posibles.

 

 

 

2.2. Seis imágenes de Jovellanos

 

 

 

¿Hay una figura de Jovellanos que se pueda llegar a pergeñar? Imaginaos que os digo que sí la hay, pero que está distorsionada por la superposición de distintas imágenes que sólo se le parecen en algún sentido. Algo así es lo que sucede. En todo caso, Goya sí nos dejó algunas verdaderas imágenes de Jovellanos, que todos podemos recordar. Pero bien sabemos que nos estamos representando otra imagen, que nos referimos a cómo influyó en su tiempo, a qué ideología mantuvo, a cuál es su verdadera trascendencia histórica y a qué pensaba y si su pensamiento se estructuraba en sistema o no. Para proceder a recomponer esta imagen tenemos que hacerlo no desde una «verdadera» que habría que rescatar (porque ¿dónde está ésta?) sino desde las múltiples imágenes que se han gestado en dos siglos y medio.

 

 

 

Hay muchas, y en concreto, seis bien reconocibles. Cuando repasé durante cuatro años el conjunto de la bibliografía sobre Jovellanos me fui dando cuenta de que no había una sola imagen y varias versiones o perspectivas (como cabía suponer), sino que había múltiples imágenes que además se contradecían. En definitiva, registré seis claros momentos de producción de nuevas imágenes, y, con el cuadro al completo me di cuenta de que éstas no surgían gratuitamente sino al compás de la misma historia de España. La estructura que da sentido a las imágenes que se forjan sobre el ilustrado asturiano tendrá que ver, pues, con la misma historia de España. Paso a presentaros directamente el fruto de mis investigaciones, de la mano de seis ilustres asturianos jovellanistas. Debo prevenir que aunque hable de seis etapas y en consecuencia de seis imágenes, se dan de hecho aún más desde el momento en que se producen mixturas diversas; pero aquí no bajaremos necesariamente a esos detalles, nos bastará con reconocer este plano general de las seis imágenes fundamentales.

 

 

 

Las etapas a las que nos referiremos quedarán formuladas así:

 

 

 

-1ª etapa (1767-1811): etapa ilustrada. González de Posada y Ceán Bermúdez.

 

 

 

-2ª etapa (1811-1857): etapa liberal. Conde de Toreno (José Mª Queipo de Llano)

 

 

 

-3ª etapa (1858-1888): etapa neocatólica. Gumersindo Laverde.

 

 

 

-4ª etapa (1889-1935): etapa eticista. Julio Somoza.

 

 

 

-5ª etapa (1935-1980): etapa histórico-filológica. José Miguel Caso.

 

 

 

-6ª etapa (1980- ): etapa filosófica. Nosotros como protagonistas de una interpretación global.

 

 

 

 

 

Ninguna etapa supera los cincuenta años pero tampoco ninguna desciende de los treinta. ¿Ritmos de la historia? Sí, así ha de ser interpretado. ¿Por qué? Porque, como no podría ser de otra manera, las distintas proyecciones de imágenes son resultado de los periodos históricos donde surgen, determinado a su vez por la misma lógica del asunto, es decir por el modo de recepción y proyección de los escritos y obras de Jovellanos.

 

 

 

Jovellanos vive en el periodo de la Ilustración y actúa como un ilustrado, por tanto, su primera figura no podía ser sino el reconocimiento de esta realidad. Pero en sus tres últimos años de vida, desde 1808, asiste como protagonista a los acontecimientos que marcan entonces a España y que podríamos llamar «revolución liberal». De este modo, su vida queda encabalgada a dos acontecimientos históricos. El primero forma parte incontestable de su figura, ¿el segundo también? Vayamos por partes.

 

 

 

 

 

2.3. La 1ª etapa (1767-1811): la etapa ilustrada, la hacemos corresponder con los años  si no necesariamente de su vida (1744-1811), sí de su vida intelectual que se puede fijar entre 1767 y 1811.

 

 

 

Se desarrollaría esta etapa jovellanista siguiendo el curso de las propias etapas biográficas del Jovino que conocieron sus coetáneos:

 

 

 

1ª) Infancia y años de formación (1744-1767).

 

 

 

2ª) Etapa sevillana (1768-1778).

 

 

 

3ª) Etapa madrileña (1778-1790).

 

 

 

4ª) Etapa en Asturias (exilio) (1790-1801).

 

 

 

5ª) Etapa de Ministro de Gracia y Justicia (noviembre de 1797- agosto de 1798) [Intercalada en la etapa 4ª, conforma un paréntesis cronológico dentro ella; se nos presenta como etapa por tener características propias].

 

 

 

6ª) Etapa en Mallorca (prisión) (1801-1808).

 

 

 

7ª) Etapa de la Junta Central y últimos días (1808-1811).

 

 

 

La primera imagen de Jovellanos, la ilustrada, es la que prepondera a lo largo de su vida intelectual que va desde el primer escrito conocido de 1767 hasta su muerte en 1811. Dos asturianos, el candasín González de Posada y el gijonés Ceán Bermúdez fueron amigos muy próximos de Jovellanos y nos legaron cada uno de ellos un estudio biográfico y de la obra del de Cimadevilla.

 

 

 

Carlos González de Posada dejó escrito las Memorias para la biografía del señor Jovellanos y la Biblioteca Asturiana o Noticia de los Autores Asturianos[1]. González de Posada fue amigo de toda la vida de Jovellanos, ambos mantuvieron un prolongado y rico intercambio epistolar, y trabajaron en la idea de contribuir al estudio de la cultura asturiana, creando una especie de Academia y preparando, en concreto, un diccionario asturiano. Jovino ejercía de director del proyecto y remitía sus pesquisas y hallazgos sobre los vocablos asturianos a su amigo literario Posidonio, a la vez que le increpaba cordialmente para que no dejara dormir el asunto.

 

 

 

Los datos que nos aporta sobre Jovellanos el candasín y canónigo de Tarragona son de gran interés y, además, de gran proximidad a su figura, pero sólo nos ofrece una imagen parcial. González de Posada conocía a Jovellanos muy de cerca, desde su juventud y a través de una asidua e intensa correspondencia, pero esto mismo no le ponía necesariamente en la perspectiva ideal para ver con claridad el verdadero lugar político que estaba ocupando Jovellanos en el contexto español. Fuera como fuese, el amigo candasín nos presenta los perfiles de un ilustrado destacado fundamentalmente por su valor literario y por su personalidad, pero no alcanza a darnos una imagen global suficiente capaz de contornear todas las vertientes que excedían con mucho a la meramente literaria.

 

Juan Agustín Ceán Bermúdez, gijonés y un lustro más joven que Jovellanos, fue paje, sirviente, secretario y amigo del noble gijonés desde sus estudios en Alcalá hasta el final de la etapa madrileña, continuando unidos en una estrecha correspondencia desde 1790. Por eso, era el más indicado para escribir las Memorias para la vida del Excmo. Señor D. Gaspar Melchor de Jovellanos, y Noticias analíticas de sus obras (1820, aunque redactadas en 1814[2]). Si con G. de Posada colaboró en temas asturianos, con Ceán mantendrá una colaboración facilitándole cuantos datos podía para el estudio de crítica artística sobre el arte en España en el que Ceán estaba trabajando. En esta doble relación, una de vertiente más regional la otra más nacional, se pone de manifiesto parte de la imagen del ilustrado, en cuanto interesado en el conocimiento y la recuperación de la propia historia nacional en todas las escalas, como medio sin duda de acceder a ser protagonistas de la propia historia. La idea de progreso correspondiente a la Ilustración comporta un sentimiento nuevo de protagonismo histórico, dos rasgos –progreso y protagonismo dentro de ese progreso- que son evidentes en el prócer asturiano.

 

 

 

Ceán Bermúdez repasa en las Memorias el cursus honorum, los viajes y los acontecimientos más importantes de la vida de Jovellanos y comenta por primera vez el valor de su obra que clasifica en función de las temáticas tratadas. La mayor parte de esta obra no está publicada, puesto que se halla escrita en decenas de informes y de escritos oficiales y en una multitud de cartas, algunas de ellas llenas de contenido y valor, pero Ceán conoce de cerca la labor de su amigo y en todo caso puede reseñar aquellos escritos que sí han sido editados. Sobresale en la imagen que proyecta Ceán el perfil humano de Jovino dentro del protagonismo histórico que le tocó vivir y la talla importante como escritor de su época.

 

 

 

Tanto Posada como Ceán, en resumidas cuentas, no presentan más que unos datos biográficos muy seleccionados y unas reseñas de parte de la producción literaria de Jovellanos, que no hacen sino fijar las referencias fundamentales de la aportación de Jovellanos, evitando que caiga en el olvido, pero muy lejos todavía de ser un estudio crítico serio de su obra y de su pensamiento. El Jovino que todo el mundo tiene en mente desde estos datos de sus dos biógrafos amigos, cuando su vida recientemente se ha cerrado, se compendia en la idea de ilustrado asturiano y español, con la posibilidad de medirse y contrastarse –está por ver- con el resto de la Ilustración europea. Jovellanos fue desde muy temprano conocido por círculos literarios, académicos y oficiales. Se hizo notar en sus veinte años en el  círculo de Olavide, en Sevilla; fue director a distancia, en torno a los treinta, del incipiente grupo poético salmantino, a través sobre todo de Meléndez Valdés; destacó muy pronto como «funcionario» de la administración de justicia en la que trabajaba, por las comisiones que se le hacen, los cargos que va adquiriendo, y el crédito ante Madrid que va consiguiendo, lo que le lleva al ascenso de los años madrileños donde le vemos consagrado como intelectual de primera fila solicitado por todas las reales academias (la de la historia, la de la lengua, la de arte, la de derecho y moral), por instituciones del Estado de primera importancia (consejero de órdenes, miembro de la Real Junta de Comercio, Moneda y Minas, desde donde colabora con el Banco de San Carlos) y por las nacientes sociedades económicas de amigos del país, primero la madrileña y sevillana, a la que se añadirán en el curso de los años la de Asturias, León, Mallorca y Galicia. El punto culminante de su imagen dentro de los círculos intelectuales del país lo alcanzará al darse a conocer públicamente en la mitad de la década de los noventa su Informe sobre la ley agraria. A partir de ahí, Jovellanos sube al Olimpo y al Parnaso de los escritores consagrados, y empezará a ser conocido y respetado más y más en Europa, de modo singular en el Reino Unido y Francia. Los últimos veinte años de su vida, cuando va alcanzando más y más un nombre de primera fila en la literatura y la intelectualidad española son aquellos mismos en los que se abatirá sobre él el peso de la persecución política durante el reinado de Carlos IV, primero en la forma de un destierro encubierto en Asturias (desde 1790 a 1801, con el breve paréntesis de ocho meses de su ministerio en 1797-8) y finalmente aislándole y encarcelándole en Mallorca durante siete años, hasta que en los tres últimos años de su vida, cuando se le nombra representante por Asturias en la Junta Central, le calló la responsabilidad de ser uno de los directores de la deriva nacional que España debía acometer mientras se libraban del yugo de la invasión napoleónica y trataban de promover las primeras cortes constituyentes modernas, las Cortes de Cádiz.

 

 

 

Entre 1785-1789 Sempere y Guarinos escribe Ensayo de una biblioteca española de los mejores escritores del reinado de Carlos III,  donde Jovellanos, que anda por los cuarenta, es ya un escritor relevante pero todavía no ha alcanzado las dimensiones de un don Gregorio Mayáns y Siscar, un Cadalso o un Campomanes, aunque se halla ya obteniendo algo de ventaja sobre los Andrés Piquer, Sarmiento, Risco, Ponz, Capmany, Llaguno, Lorenzana, Tavira y Meléndez Valdés.

 

 

 

Las biografías de Ceán y Posada, que van hasta el final de su vida, hasta los 67 años, se refieren a un Jovellanos que no tiene ya nadie que le aventaje en su siglo, si acaso se halla en paridad con algunos otros. A partir de su muerte, la imagen que quedará como común denominador del ilustrado que fue puede resolverse en las palabras que Manuel José Quintana y Juan Nicasio Gallego le dedicaron en la inscripción sepulcral que dice que fue magistrado, ministro, padre de la Patria, no menos respetable por sus virtudes que admirable por sus talentos, urbano, recto, íntegro, celoso promotor de la cultura y de todo adelantamiento en su país: literato, orador, poeta, jurisconsulto, filósofo, economista; distinguido en todos los géneros, en muchos eminente: honra principal de España mientras vivió; y eterna gloria de su provincia y de su familia...[3].

 

 

 

2.4. La 2ª etapa (1811-1857) transcurre desde su muerte en 1811 hasta 1857 y podemos llamarla etapa liberal, en cuanto que la proyección que se da de su figura es la que conecta con el liberalismo de la primera mitad del siglo XIX.

 

 

 

 

 

Entre la primera imagen ilustrada y la segunda que se va a desarrollar fundamentalmente a partir de su muerte no hay conciencia de ruptura ni confrontación, sino más bien complementariedad, en cuanto que sobre la imagen ilustrada se tendrán en cuenta, además, las últimas aportaciones de Jovellanos que se despliegan en los acontecimientos políticos de la Guerra de la Independencia y de la Junta Central como preparación de las Cortes de Cádiz. No hay, en principio, ruptura entre la imagen ilustrada y la liberal que va a sobreponérsele sumándose a ella, pero sí van a comenzar las matizaciones que distancian el «liberalismo jovinista» del que históricamente defenderá e instaurará la generación más joven que le sobreviva a lo largo de la primera mitad del siglo XIX.

 

Esta etapa va a caracterizarse por el interés de editar el conjunto de las obras de Jovellanos. Cuatro ediciones distintas de sus obras (más una reedición) van a sucederse[4]; a la altura de la quinta edición, se iniciará un nuevo enfoque, el de la etapa siguiente. Centrémonos en ésta.

 

En esta segunda etapa de la proyección de su obra y de la imagen todavía viva de su recuerdo será el ilustrado ahora también «liberal» el eco principal que se oiga.

 

 

 

De las muchas referencias bibliográficas[5] en que podríamos apoyarnos, tomaremos como altamente representativa la del ovetense José Mª Queipo de Llano, conde de Toreno (Oviedo, 1786- París, 1843).

 

 

 

Posada y Ceán han ofrecido una primera imagen de Jovellanos, que se corresponde fundamentalmente  con su talante ilustrado, pero en estas primeras décadas del siglo XIX aparece también la imagen que se desprende de un liberal, Antillón, que había conocido personalmente de cerca las posturas del Jovellanos de la época de la formación de las Cortes de Cádiz. Algunos años más tarde, el conde de Toreno, que también ha conocido a Jovellanos directamente, seguirá la senda de Antillón, con el que coincide en el liberalismo. ¿Hay una primera distorsión de la imagen de Jovellanos, en manos de los liberales, al contagiar su original imagen ilustrada con esta nueva liberal? No, el conde de Toreno, y los demás liberales cada uno con distintos matices, aproxima a Jovellanos al ideario liberal pero manteniendo una distancia, entre quien trazó el puente que llevaba al liberalismo pero sin poder adentrarse en él, en sus detalles, Jovellanos, y los liberales estrictamente hablando, que tomando como referencia al de Cimadevilla no coincidieron con él en todos los temas, aun cuando sólo fuera por una diferencia generacional y de perspectiva en los ritmos que habría que imponer a los acontecimientos.

 

 

 

Si Antillón había puesto el énfasis en la talla y trascendencia del Jovellanos político, sobre todo el de los últimos años, el análisis que hace el conde de Toreno, en la línea de Antillón, resalta al personaje político pero junto a él insiste en las peculiaridades que le hacen ser un modelo de hombre mezcla de moderno y de antiguo, que combina la vertiente reformadora social de inclinaciones liberales con la nobleza de espíritu y la rectitud ético-moral de la imagen del español que se proyecta desde el siglo de oro: recto, austero, trabajador, orgulloso de su honra, de alma piadosa y exigente en los asuntos públicos. En la Historia de la revolución española[6], en la segunda edición, de 1848 (adicionada y corregida por su autor, en cuatro tomos, cada uno de ellos divididos en libros, hasta un total de veinticuatro), Jovellanos es aludido con amplitud en el tomo I, libro 4º, tomo II, libros 6º, 8º y 9º; y en el tomo III, libro 12º. El conde le presentará políticamente en la línea del liberalismo y ético-moralmente como personaje ilustrado revestido de una moral progresista y a la vez defensor de un ethos personal que no cae en la moda de prescindir, como algunos, de las raíces de la tradición. ¿Le convierte en un tradicionalista esta cualidad? A la sazón, ser defensor de una cierta tradición no suponía todavía el tradicionalismo que resurgirá en los años venideros, sino una perspectiva historicista muy de la Ilustración del siglo XVIII.

 

 

 

Blanco White, otro liberal, se referirá a Jovellanos como uno de los españoles más notables que España ha producido en su decadencia[7] pero a la vez apuntará el defecto que arrastraba: un claro aristocratismo en tono de rémora antigua. Toreno nos da la impresión a este respecto, que si hubo aristocratismo pertenecía más a su talante y educación ética que a su postura política, porque nos lo presenta como jefe de la facción progresista de la Junta Central frente al anquilosamiento del anciano Floridablanca; un Jovellanos que va a ser el artífice principal de que el proyecto político más importante de la Junta, la convocatoria de Cortes, salga adelante, con el apoyo de aquellos que más jóvenes y acalorados supieron secundarle en esa empresa y que se iban a convertir en los primeros liberales.

 

 

 

Podemos concluir que a la justa imagen del ilustrado progresista (defensor del progreso) se une la igualmente apropiada del protoliberal, en cuanto fue el puente que conectó la guerra de la Independencia con el liberalismo de las Cortes de Cádiz.

 

 

 

2.5. La 3ª etapa (1858-1888), la etapa neocatólica arranca de 1858, con la publicación de las obras de Jovellanos bajo la edición de Nocedal, en donde se reconduce la filiación liberal hacia otra que llamaremos neocatólica[8].

 

 

 

Para reconstruir la imagen de Jovellanos que proponen los neocatólicos partiremos de Gumersindo Laverde Ruiz (Estrada, Cantabria, 1835-1890). Laverde es medio cántabro (por nacimiento) y medio asturiano y gallego (por residencia). En Asturias pasa su infancia y adolescencia, y realiza sus estudios primarios y universitarios, desarrolla su actividad profesional muy ligada a Asturias, como se refleja en sus colaboraciones con La Ilustración Gallega y Asturiana y con la Revista de Asturias; por ello, podemos considerarle como asturiano, exactamente como un cántabro-astur-galaico-español.

 

Don Gumersindo parte de los análisis de Cándido Nocedal. En 1858-59 había publicado Nocedal la tesis que reivindicaba a Jovellanos como el «creador del partido conservador», basándose fundamentalmente en el argumento de su religiosidad, y, en consecuencia, en la incompatibilidad con los enciclopedistas europeos.  En 1859-60 W. Franquet, pseudónimo de Alejandrino Menéndez de Luarca  Abello, tradicionalista acérrimo, se apresura a salirle al paso con varios artículos de prensa[9] en los que abominaba de un Jovellanos presunto conservador. Así pues, en el momento de surgir la recuperación de Jovellanos desde la derecha, dos nuevas imágenes vienen a añadirse a la ilustrada y a la liberal, la neocatólica que sitúa a Jovellanos en un centro conservador y la tradicionalista de signo más reaccionario que abomina de un Jovellanos enciclopedista. Los argumentos de Gumersindo Laverde irán dirigidos fundamentalmente contra Franquet en El Faro asturiano y en Ensayos críticos sobre filosofía, literatura e instrucción pública españolas[10], a la vez que tendrá que distanciarse de los herederos de la imagen liberal revolucionaria[11].

 

 

 

El señor Laverde reaccionará contra lo que mantiene Franquet, quien afirma contra Nocedal que ha «desvanecido entre vaporosos conceptos la «vera effigies»  de Jovellanos, convirtiéndole en apóstol de una idea, cuando, lejos de esto, no fue mas que un artista siempre codicioso de impresiones, ni hizo otra cosa que reflejar todos los sistemas, sin poner nada nuevo en ellos, dócil a la corriente de su siglo»[12]. Se descubre en estas líneas un Jovellanos que sería un simple ecléctico, sin pensamiento propio, que siguió los dictados (equivocados, parece) de su siglo y que además estuvo movido por una codicia que ¿cabría llamar materialista? (artista siempre codicioso de impresiones). Contra esta tesis de los tradicionalistas que por serlo repudiaban a Jovellanos, esgrimirá Laverde toda su batería de argumentos bien escogidos que se apoyan, en definitiva, en la esencial diferencia de Jovellanos respecto de Voltaire y Rousseau (a quienes trata de herejes impíos) e incluso de Montesquieu[13]. Contra éstos, el español habría guardado siempre un ortodoxo catolicismo y sus «errores» no lo fueron directamente o en contra y conscientemente de la Santa Sede o de las autoridades eclesiásticas del momento. (Digamos entre paréntesis que ahora sí puede hablarse, a nuestro parecer, de un tradicionalismo político, no equiparable al tradicionalismo filosófico o histórico-jurídico de la Ilustración). En todo caso, en medio de este oleaje, Laverde concluirá que Jovellanos es un perfecto conservador y que nada tiene de revolucionario[14]. Los argumentos de detalle se aplican en mostrar su piedad religiosa que iría frontalmente en contra de su supuesta postura revolucionaria. En los años 1860 en que se desarrollan estos argumentos de Laverde, los liberales que habían conocido directamente a Jovellanos y que podían indignarse con la apropiación de ahora ¿qué podían hacer, qué podían Quintana, Argüelles, Toreno, Llorente, Canga Argüelles... a estas alturas? Los testigos del primer liberalismo estaban muertos. Por otra parte, el liberalismo había crecido, se había generalizado y se había desmembrado en la rama progresista y en la moderada. Será esta descendencia moderada la que tome punto de contacto con el centro derecha y con la derecha que se está formando entonces (a través de liberales que se convierten en claros conservadores como Donoso Cortés y el mismo Nocedal), y desde esta proximidad con lo liberal, recuperar al Jovellanos ilustrado-liberal (revolucionario en su tiempo) hacia el liberalismo-conservador y el conservadurismo sin más. No faltarán argumentos. En estos momentos, no eran los liberales los representantes del cambio, porque había que sumar a la condición de liberal (cada vez más genérica) la de demócrata. Y, claro, Jovellanos, se había manifestado contrario a la democracia. Pero la trampa de todo esto es que ya no significa lo mismo la democracia de la que hablaba Jovellanos, que era una forma de oponerse a la república frente a la monarquía constitucional preferida por el gijonés, con lo que a mediados del XIX significará democracia, que será la opción política que pretende extender el sufragio restringido al sufragio universal y a la influencia de las clases obreras, es decir, algo que ya estaba contenido en el ideario de Jovellanos.

 

 

 

El teatro de recuperación neocatólica de la figura de Jovellanos reúne el siguiente decorado: los contendientes en liza son los liberales progresistas (ahora derivados en demócratas), los tradicionalistas reaccionarios y los nuevos conservadores; cada uno de  los bandos no dejará de encontrar los textos que apoyen sus respectivas posturas. Según los neocatólicos, los demócratas de los años sesenta no pueden llevarse a sus filas a Jovellanos si no es corrompiéndole, porque es claro que el gijonés no fue demócrata (en sentido textual, tienen razón los neocatólicos; otra cosa es que la tengan en sentido histórico); es hora de reclamarlo para el conservadurismo, como su fundador incluso; la primera reacción polémica virulenta no viene del bando liberal progresista sino de los tradicionalistas más reaccionarios que sienten perder la pureza de doctrina al aproximarla al ilustrado asturiano. Por de pronto, Laverde, abundando en una vía media que atraía a los extremos, creerá poder defender que es liberal sin progresismo, tradicionalista en el buen sentido y, por ende, conservador por antonomasia, como había dicho Nocedal. Esta interpretación pasa a revestirse de un sentido común inercial, aprovechándose de la «evidencia» que es capaz de mostrar un punto medio entre dos extremos (que se compagina, por otra parte, tan bien con la personalidad ética de Jovellanos). Y, en suma, la tesis final resultante de la postura neocatólica es que el conjunto de las ideas de Jovellanos se distanciarían de las de los enciclopedistas (impíos) como se distancia el verdadero catolicismo del deísmo y del ateísmo. La evidencia parecía servida.

 

 

 

Algunas cuestiones objetivas distanciaban a Jovellanos del liberalismo progresista o democrático de la segunda mitad del XIX, que supo muy bien utilizar Laverde: contrario a la democracia, a la soberanía y a la República, ¿cómo podía ser un revolucionario? Laverde nos recuerda que en el tiempo de Jovellanos dos escuelas contendían, la tradicionalista y la revolucionaria, y que la postura de Jovellanos consistió en tratar de compatibilizar ambos principios a través de la unión de la tradición y el progreso[15]. Sólo que ¿la idea de tradición era la misma?, ¿no era una tradición, en Jovellanos, sobre todo, heredera de una visión jurídico-política en la línea del criticismo histórico iluminista? (aquella, por ejemplo, que quería entender la legislación moderna a la luz de las leyes fundacionales en la Edad Media y de sus desarrollos posteriores) ¿y no era la tradición neocatólica otra por entero supeditada a verdades reveladas que sólo podían ser bien interpretadas por la Iglesia romana?; y ¿la idea de progreso era la misma?, ¿no era, en Jovellanos, la del enciclopedismo laico que estaba implicado en la revolución científico-técnica y en la separación de la Iglesia de las redes del poder político, aun cuando los valores humanistas coincidieran perfectamente con los cristianos? ¿y no era, por el contrario, en los neocatólicos, la idea de progreso una mera forma de asumir los cambios históricos ya instaurados pero no un afán por instaurar otros por venir, como la nueva aspiración democrática? En cuanto al rechazo de la soberanía no hay tal, pues Jovellanos lo que hace es sustituir este concepto por el de «supremacía», el rechazo a la revolución es en realidad un rechazo hacia el jacobinismo o la revolución sangrienta pero no un rechazo de cambios profundos y radicales y la distancia respecto de la democracia y la República es más bien la apuesta por una Monarquía constitucional y parlamentaria como modelo más perfecto.

 

 

 

La fórmula laverdiana de que Jovellanos representa la unión de la tradición y el progreso es buena (textualmente, no por el sentido que le impregna), pero siempre que se especifique bien qué se está entendiendo por tradición y qué por progreso. Laverde y los neocatólicos, cogiéndose a las palabras[16], nos presentan a un Jovellanos que ha dejado de ser el ilustrado progresista reformador y el liberal transformador para ser el modelo ideal del conservador, en una época de cambio en que liberalismo, democracia, progreso y tradición están mudando de sentido o reciben nuevas connotaciones que las transforman. Subidos al desplazamiento semántico de las palabras, hacen que cambien las realidades.

 

 

 

2.6. La 4ª etapa (1889-1935), la etapa eticista,se inicia en los años 1880 y se irá configurando a lo largo de la obra del gijonés Julio Somoza (1848-1940), sobre todo desde la publicación de Las amarguras de Jovellanos (1889), que trata de sobrepasar las disensiones entre liberales y neocatólicos desde una perspectiva que cree tener capacidad de superar el antagonismo anterior, dando a cada cual una parte de razón: se trata de la visión que reivindica por encima de todo la personalidad humana, ética del ilustrado asturiano.

 

 

 

Primero fue la imagen ilustrada, después la de los liberales; en la etapa siguiente, la tradición liberal recibe el embate del neocatolicismo reclamando el conservadurismo del gijonés, que es replicada de inmediato por el ala más reaccionaria al denunciar la distancia que media entre Jovellanos y las posturas teocráticas. En este último ambiente emerge el republicano gijonés, don Julio. Reacciona radicalmente en contra de la postura de los que hacen una lectura reaccionaria de la historia, y busca un punto de equilibrio entre la vindicación neocatólica y la postura clásica liberal, intencionalmente más cerca de éstos que de los otros pero en el resultado final propiciando una figura mixta intermedia de las dos.

 

 

 

El modelo defendido por Somoza puede entenderse a la vista de determinadas líneas de fuerza pero a la vez dentro de una dinámica en donde resultarán mezcladas:

 

 

 

1º) La línea de interpretación que va de Nocedal y Laverde a Menéndez Pelayo es partidista políticamente y distorsiona al verdadero Jovellanos[17].

 

 

 

2º) Conectado con lo anterior se ha hecho un uso falaz del catolicismo de Jovellanos; los que a fines del XIX apelan al catolicismo no quieren ver que el enfoque religioso de Jovellanos y el suyo propio no es el mismo, por más que pueda hablarse de perfecta ortodoxia jovellanista; «¿No puede un hombre ser religioso en su conducta moral, y revolucionario en su vida política?», interroga airado contra Nocedal, Laverde y Menéndez Pelayo (Jovellanos, nuevos datos, pág. XXV).

 

 

 

3º) Cierta recuperación liberal de Jovellanos también ha olvidado la importancia del factor religioso en Jovellanos, por lo que habrá que reconocer en el ilustrado gijonés una singularidad especial: ilustrada, liberal y católica. Toma como referentes fundamentales en la recuperación de su personalidad a Ceán Bermúdez y González de Posada.

 

 

 

4º) El componente aglutinador de todas las facetas resulta ser su personalidad ética, por lo que su vertiente religiosa pasa a primer plano y en definitiva a colorear el conjunto.    En suma, Somoza da más la razón a las posturas liberales en teoría, pero en la práctica, desde la síntesis que configura, aunque denuncia algunas de las manipulaciones textuales hechas por los neocatólicos[18] (por Nocedal) y su intento de apropiárselo, acaba coincidiendo en lo esencial de su tesis: la importancia en la personalidad de Jovellanos del factor religioso, como elemento configurador del resto. A todo esto pudo contribuir el hecho de que Julio Somoza dedique, en realidad, toda su larga vida a la investigación bio-bibliográfica jovellanista[19].

 

 

 

De esta importancia concedida a la dimensión ética procede el apelativo de «eticismo» con que adjetivamos toda esta etapa. Se entiende por eticismo el fenómeno según el cual las distintas vertientes políticas, morales y éticas de una persona quedarían coloreadas de esta última, que haría las veces de la principal y determinante. La religiosidad pasa a jugar un papel importante en el conjunto de la personalidad como rasgo ético, y como de lo que se trata metodológicamente en don Julio es de llegar a las ideas mediante el conocimiento de la persona, cuanto más íntima mejor, la lectura de Somoza, a pesar de nacer enfrentada políticamente a la neocatólica viene a coincidir con ella en un aspecto esencial y de esta manera a consagrar uno de los ejes que seguirán funcionando posteriormente.

 

 

 

El cronista de la villa de Gijón conseguirá, sin duda, un punto de equilibrio que será seguido como solución atemperada a partir de él por la mayoría, aun cuando este equilibrio resultara en realidad de una confluencia de ideas heterogéneas que pasaban a mezclarse y de las que se obtenía una especie de media aritmética, mediante el recurso de apelar a la personalidad ética, que parecía contener cualidades en principio contrarias, pero bien avenidas en Jovellanos, dados los tiempos en los que vivió. Sin embargo, esta solución de síntesis de las etapas anteriores, buscada precisamente para salvar la errónea mixtificación[20], deja sin organizar bien la importancia relativa de unas ideas y otras de Jovellanos y su verdadera función histórica[21]. Al lado de este colorido medio que se impondrá con fuerza, la principal aportación de Somoza habría sido realmente el trabajo de remoción de los olvidados papeles del prócer gijonés, su ordenación y catalogación, junto con el impulso que imprimirá a las investigaciones jovellanistas en Gijón y en Asturias, donde a partir de los años 1880 hasta la guerra civil se desplegará una intensa labor de seguimiento y respeto por la obra y figura de Jovellanos[22], figura en la que quedan atrapadas todas las opciones ideológicas, también ahora los tradicionalistas de las primeras décadas del siglo XX que ya no verán reparos que ponerle, cuyo representante más insigne es Juan Vázquez de Mella (1861-1928). (Merecería un estudio aparte las causas del cambio de actitud de los tradicionalistas después de transitado medio siglo).

 

 

 

El somozismo supuso una ingente recuperación del Jovellanos desconocido, una rectificación de algunos abusos interpretativos claramente denunciados, una universalización de la figura de Jovellanos alejándolo de las interpretaciones más extremas y una santificación laica, de la que fue principal responsable la devoción jovellanista que practicó siempre don Julio Somoza. A pesar de que Somoza coopera en el esclarecimiento de muchos perfiles jovellanistas confusos, también soporta y difunde una visión muy de la época, demasiado personalista, que establece la falacia de concluir que ciertas estructuras objetivas –como el problema de la separación política del trono y el altar- hunden sus raíces en la red de afectos y sentimientos de quienes se posicionan ante esa problemática[23]. Se trata del eticismo del que resultará difícil desprenderse en el futuro, pero que deberá ser superado por análisis más históricos, sociales y filosóficos. Esta es la tarea, ¿conseguida?, de las siguientes etapas.

 

 

 

2.7. La 5ª etapa (1935-1980), la etapa histórico-filológica, la hacemos arrancar de la publicación de las obras escogidas de Ángel del Río, que llega a su culmen con la inmensa contribución de José Miguel Caso[24], en lo que podemos denominar Etapa de profundización histórica y filológica. En ella se lleva a cabo la recuperación erudita más importante del ilustrado español, que hay que considerar como una recuperación colectiva a pesar de que nosotros lo estemos centrando por cuestiones de tiempo y de forma en algunos de sus representantes más destacados[25].

 

 

 

La contribución de Caso es importante por su dimensión cuantitativa y cualitativa. Podemos hablar del orden de más de cien contribuciones[26] a los estudios de Jovellanos y, cualitativamente, del recto encauzamiento con Caso de muchos de los temas jovellanistas. Podemos resaltar 35 de sus escritos[27], y de ellos, apurando más, las siguientes ocho importantísimas contribuciones: «Escolásticos e innovadores a finales del siglo XVIII. Sobre el catolicismo de Jovellanos» (1965); «Introducción» y ´Notas´ de las Obras en prosa (1969); «El pensamiento pedagógico de Jovellanos y su Real Instituto Asturiano» (1980); «Ilustración y Neoclasicismo» (En Historia y crítica de la Literatura española, 1983); «Introducción» y ´Notas´ de las Obras Completas. Tomo I-VI (1984, 85, 86, 88, 90, 94); «De Ilustración y de Ilustrados» (1988); «Estudio preliminar» y ´Notas´ de la Memoria en defensa de la Junta Central. Vols. I- II (1992); Vida y obra de Jovellanos (dos tomos, 1993).

 

 

 

Al lado del estudio filológico, literario y poético de la obra de Jovellanos, Caso empieza a interesarse desde el principio por las cuestiones sociales y políticas, con las que están sin duda ligados los escritos del prócer ilustrado. Por otra parte, como José Miguel Caso acabará convirtiéndose, al igual que Somoza, en un gran biógrafo y en el más notable jovellanista, no podrá hacerlo sin dar el obligado lugar a las distintas dimensiones que conforman la figura de Jovellanos: ser un gran reformador de la enseñanza, del teatro, de las costumbres religiosas, de la economía, de la justicia, de la política y de las instituciones sociales. Si Somoza lo que había hecho era llegar a idolatrar a Jovellanos, lo que hace Caso es, tras un conocimiento muy detallado, llegar a empatizar con nuestro prohombre de tal manera, que consigue una visión que es la primera más coherente y completa sobre la personalidad, los escritos y las líneas de fuerza fundamentales de la figura histórica de Jovellanos (advertimos bien esto con sólo leer las notas que acompañan a la edición de los diarios o las cartas en las Obras Completas de CAES. XVIII). Restará como última tarea llegar a comprender el conjunto del pensamiento del ilustrado español dentro de una visión que sea capaz de entender el sistema en el que entran los elementos literarios con los económicos, jurídicos, pedagógicos, políticos y filosóficos. Esta es la tarea de nuestros días, que de todos modos dejó apuntada ya el propio José Miguel.

 

 

 

Caso va modelando una imagen de Jovellanos que se sintetiza en los siguientes rasgos: 

 

 

 

a) Como persona de carne y hueso, no fue un santo ni un ser inmune a los defectos, pero en línea con la historiografía anterior encuentra en él un personaje dotado de grandes cualidades intelectuales –con un dominio del conjunto de conocimientos de su tiempo-, de grandes atractivos ético-morales (íntegro, trabajador, solidario, crítico, resolutivo, emprendedor…), de grandes empresas prácticas –Instituto Asturiano, minería, carreteras, crecimiento económico asturiano, infraestructuras de Gijón, planes económicos de Estado…) y de hazañas históricas (su participación en la guerra de la Independencia y en la Junta Central…).

 

 

 

b) Literato de primera línea en su siglo, que alcanzó timbres sobresalientes en algunas de sus poesías y el nivel de un clásico en el manejo de la prosa castellana.

 

 

 

c) Católico practicante al modo de los ilustrados cristianos, crítico con la religión folclórica, barroca, externa y supersticiosa, y alineado culturalmente con la corriente llamada jansenista en la época.

 

 

 

d) Ilustrado progresista –defensor del progreso-, en línea con el enciclopedismo de su tiempo.

 

 

 

e) Reformador social, conocedor y defensor de las profundas tradiciones de la historia española; propulsor de cambios progresivos, protagonista en una época en que se extinguía el modelo del Antiguo Régimen y se abría un panorama de nuevas libertades y una nueva forma de Estado.

 

 

 

f) Crítico de su cultura desde la atalaya del conocimiento de los clásicos grecolatinos hasta las ideas más avanzadas del XVIII-XIX, pasando por el pensamiento español de los últimos tres siglos.

 

 

 

g) Demócrata en el sentido moderno más profundo, a pesar de que literalmente se desdice de la democracia como modelo de gobierno, frente a la aristocracia y la monarquía, sistema este último que le parece más perfecto históricamente.

 

 

 

Obvio es decir que no hay aquí novedad alguna que no hubiera sido señalada con antelación. La diferencia está en que, ahora, las conclusiones resultan de un estudio en profundidad –en detalle, pegado a la documentación histórica más contrastada-, completas porque hablan desde el conjunto de la obra y no desde textos sueltos, y argumentada no sólo con textos sino partiendo de análisis serios históricos.

 

 

 

Pero la propia imagen de Jovellanos la va moldeando Caso a lo largo de los cuarenta años de investigaciones en una deriva que recoge elementos diversos: primero se advierte una clara influencia del eticismo anterior (que no se extinguirá nunca), y que nace del apego devoto que los jovellanistas tienen por su maestro relegando los componentes socio-históricos de su obra sobre los personales, si bien, Caso tratará siempre de contrarrestarlo. Interesado en el conocimiento de las fibras de su alma[28] concederá una gran importancia al poder de la Inquisición y del partido clerical[29].

 

 

 

Sin embargo, Caso caerá en la ingenuidad de creer que puede liberar a Jovellanos de la guerra ideológica poniéndole al margen tanto de las posturas de izquierda como de derechas[30]. Pero visto que esto no es del todo posible, lo situará en el centro, más matizadamente en un centro-izquierda y por lo que se refiere a la coincidencia con un partido político contemporáneo, afín a la socialdemocracia. Junto al tema del diagnóstico político está siempre, desde la reivindicación neocatólica, el de su religiosidad. Caso concederá una gran importancia, como Somoza, a la religiosidad de Jovellanos[31]. En «Escolásticos e innovadores a finales del siglo XVIII», extraerá una conclusión que tiende a una falsa identificación entre la postura religiosa de Jovellanos y el modo cómo interpreta el mismo Caso la religiosidad cuando dice:

 

«Aunque el esquema siga siendo simple, lo primero de todo es ver entre la derecha y la izquierda un centro, o mejor, un grupo de hombres que intentan evolucionar en mayor o menor grado, pero sin llegar a la ruptura con el orden anterior. Creo que de esta forma nos acercamos mucho más a la realidad de los problemas religiosos en España durante el siglo XVIII»[32].

 

 

 

Caso y Jovellanos quedan unidos  ideológicamente a través del Vaticano II, pero aun así ambos estarían separados por dos contextos históricos bien diferenciados porque esta aproximación virtual abstracta y teórica no habría de llevarnos a consagrar una realidad presente como existiendo en el pasado. Si las doctrinas del Vaticano II se aproximan a Jovellanos, frente a los papas de su época, ello no soluciona el tema del enfrentamiento, como jansenista español, con las doctrinas religiosas de su momento histórico. Nosotros pensamos que no es que «su catolicismo no quiso ser comprendido por sus enemigos» sino que eran dos catolicismos distintos, de los que el futuro Vaticano ha dado la razón parcialmente a Jovellanos en lo tocante a la separación Iglesia/Estado pero nunca ha defendido las implicaciones sociales e institucionales de ello sino como hechos consumados. No podemos identificar dos momentos históricos porque contengan características comunes a base de borrar sus contornos propios.

 

 

 

Pero si la derecha, suponemos nosotros, estaba representada por los escolásticos recalcitrantes (conservadores del status quo), y el centro por todos estos que adoptaron la estrategia jovellanista, de cambiar pero sin ruptura esencial con el catolicismo, ¿dónde estaba la izquierda en España?, ¿eran acaso unas pocas singularidades como Marchena o White que se vieron impelidos a emigrar? –los cuales, por otra parte, no dejaron de ser profundos creyentes-. Habría que concluir, entonces, si siguiéramos a Caso, que en España había derecha y centro, pero que, gracias al catolicismo unificador, no había izquierda sino despreciable; ¿con lo que la pertenencia o no a la izquierda vendría dada en función del rasgo esencial del catolicismo? Nosotros creemos que en la medida que se quiera hablar de izquierda, centro y derecha, avant la lettre, lo que se estaba constituyendo a finales del XVIII eran los dos extremos, la derecha y la izquierda, y que justamente lo que se configuraba en la nueva situación eran talantes de centro, que renunciaban al proyecto de cambio a la vista de «excesos» que estaban empezando a repercutir en el status quo del momento, es decir, como consecuencia de la revolución francesa. Pero este esquema no vemos que coincida con Jovellanos y sí con otros como el Floridablanca posterior a 1789. ¿De dónde el exilio asturiano, de dónde la prisión mallorquina?, sin reparar ahora en las ideas profunda y extremadamente reformadoras (que en el límite coinciden con las revolucionarias) y en todos sus desvelos para la convocatoria de Cortes durante la Junta Central.

 

 

 

Cuando se nos dice, a la vez, que hay que partir de un amplio centro, que había dos bandos sociales claramente enfrentados y que los temas de fondo que se suscitaban tenían calado y trascendencia sobre cambios profundos en la sociedad, ¿por qué esa estrategia de pensar el enfrentamiento entre una derecha recalcitrante y un centro moderado?, ¿centro, respecto de qué izquierda, ¿es que la diferencia entre el siglo XVIII y el XX estriba en que el primero tenía centro y derecha, y el segundo derechas e izquierdas con sus correspondientes centro-derecha y centro-izquierda?. No se acaba de entender esta distribución de fuerzas si no es porque está contaminada desde una ideología centrada del siglo XX. Ideología centrada en los temas que afectan a la religión, pero que puede desplazarse hacia la izquierda y, de ahí, el emplazamiento en la socialdemocracia de Jovellanos, según Caso, cuando se piensa estrictamente en las posturas más políticas.

 

           

 

            En suma, si reconocemos el alto valor de los análisis de detalle de Caso sobre temáticas como la postura política de Jovellanos en el contexto de los problemas de su  tiempo –Jovellanos y Godoy, la Inquisición, la prisión, las corrientes ideológicas…- o como las tesis mantenidas por el ilustrado en materia religiosa –el jansenismo, el regalismo, los planes de estudios eclesiásticos, el lugar de la teología en el conjunto del saber y la crítica del escolasticismo caduco por alejado de las ciencias naturales …-, y si reconocemos que ha acertado a ver y mostrar uno de los ejes del ideario jovellanista en su ideal educativo, diferimos de algunas de sus conclusiones generales:

 

           

 

            1) La cuestión del «centro». Cuando del análisis global ideológico y religioso interpreta el enclave de ideas jovellanistas como de «centro», creemos que se hace aquí una concesión cómoda y poco crítica, basada en un concepto difuso de «centro», según la cual el respeto a las ideas de la teología católica y cierto talante personal no excéntrico invitan a centrarlo y a alejarlo de ideas «radicales». Creemos, más bien, que en España había unos partidarios del Antiguo Régimen, donde se unían ciertos intereses aristocráticos y eclesiásticos –la derecha moral, diríamos- y otros que estaban contra este estado de cosas –la izquierda moral, que sufrirá persecución- y que, sin duda, habrá un conjunto de personas que busquen el equilibrio y que, en ese sentido, no se opongan frontalmente al Antiguo Régimen (el centro moral). Pero Jovellanos estuvo decidida y comprometidamente (de ahí, su destierro y cárcel) en desarticular el modelo de poder propio del Antiguo Régimen, que admitía la imbricación del poder político y el religioso en la misma estructura administrativa del Estado. Recuérdese durante su etapa como ministro la Representación a Carlos IV sobre lo que era el Tribunal de la Inquisición[33].

 

 

 

            2) El «eticismo». No aceptamos el peso desmesurado que concede a los aspectos que nosotros llamamos «eticistas» en detrimento de la vertiente más moralizante y política que, desde luego, en Jovellanos se dan en una symploké o entretejimiento muy ajustado.

 

 

 

            3) La vertiente «pedagógica» o educadora con ser muy central no es suficiente por sí sola para constituirse en eje predominante interpretativo del conjunto del pensamiento jovinista. Nosotros creemos que Jovellanos debe ser entendido en su globalidad como «filósofo moral», entendiéndolo no como moralista clásico sino como interesado en la transformación política de los problemas sociales, apelando a la misma transformación moral de sus grupos sociales mediante la instrucción de todos los individuos, que suponía por ello una transformación no sólo moral (social) sino también ética o, si se quiere, que incluía la transformación de las personas concretas e individuales. En suma, la importancia que concede Jovellanos a la instrucción hay que enclavarla en su sistema político-moral para que pueda entenderse sin la ingenuidad que de otro modo comportaría, porque ¿puede entenderse una transformación social sólo mediante la educación, y de ahí la espontánea solución de los problemas? No, lo que sí cabe defender es que la educación es la condición necesaria pero no suficiente, porque Jovellanos tiene bien claro que la instrucción debe incardinarse como felicidad privada con lo que él entiende que es el fin más alto: la «felicidad publica», es decir con la prosperidad generalizada, con el derecho al trabajo de todos y con la justicia como virtud no sólo privada sino pública. Jovellanos ni anula la influencia de los individuos en el todo social, al modo de Mandeville (donde los vicios privados arrastran la virtud pública), ni supone que la actividad económica por sí misma, armónicamente –armonía que deberá defender el Estado, como su máxima misión- es la causa de que los bienes económicos se derramen sobre todos, al modo como la economía liberal naciente empezaba a entenderlo entonces.

 

 

 

            En Jovellanos, el engranaje entre lo que tiene que poner el individuo y lo que procede de las estructuras sociales no está idealistamente descompensado. Don Gaspar Melchor es un ilustrado progresista, que conecta además con la primera izquierda española –en sentido político-, el liberalismo doceañista y no incurre en algunos de los extremos propios de su tiempo: no cree que haya una edad histórica pura en el pasado, ni cree tampoco que haya existido el hombre natural de Rousseau; su pensamiento alcanzó tintes más dialécticos y menos simplificados cuando intentó comprender las relaciones entre los valores éticos personales y los valores político-morales.

 

 

 

            Una conclusión sí hay que extraer, sugerida ya pero no suficientemente expresada: antes de 1808, en España, y, en todo caso, antes de la revolución francesa, no cabe hablar de izquierda, derecha y centro en sentido político estricto, tal cual ahora acostumbramos. Habríamos de referirnos a esos conceptos pero en sentido moral, no político. Ahora bien, lo que se trata de ver en el paso del Antiguo Régimen al modelo de Estado moderno, momento en el que se inauguran las izquierdas y las derechas (como ahora las conocemos[34]), es qué papel de conexión entre un mundo y otro se propició. En el caso de Jovellanos es muy patente para nosotros: fue el puente que conectó la ilustración progresista con el liberalismo doceañista, que resultaría ser la primera izquierda española. El que con el paso del tiempo los futuros centros y las futuras derechas puedan nutrirse en las ideas de Jovellanos no hace sino mostrar que se trata o de un clásico o de un momento histórico posterior que ha desbordado los contextos anteriores.

 

 

 

            En este sentido, la figura de Jovellanos puede ser recuperada con toda su fuerza, cuando los contornos de la época que empezó con él empiezan ahora a desvanecerse, en cuanto algunas de las líneas por él señaladas no han sido históricamente ensayadas en grado suficiente: el ensamblaje entre los aspectos éticos, los políticos y los morales de un modo singular, el que puede muy bien llamarse jovinista. Jovellanos, bien asimilado (quitando la costra mitológica y su conocimiento parcial y poco integrado) puede ser un modelo para diseñar políticas de futuro. La etapa sexta, la filosófica, es en la que nosotros nos encontramos, obligados a integrar los escritos y la figura de Jovellanos en su conjunto y a entender una época histórica, la nuestra, que se renueva totalmente, como también se renovó aquella que vivió Jovellanos.

 

 

 

NOTAS:


[1] Las Memorias las ha publicado Caso en BOCES. XVIII, nº 2, 1974. De la Biblioteca Asturiana hay una edición reciente preparada por Mario Busto, publicada por Ed. Auseva, Gijón, 1989.

[2] La denuncia interpuesta por Baltasar González Cienfuegos, el sobrino heredero de don Gaspar, a Ceán, el depositario de los papeles, hará que se retrase la edición. Hay diversas ediciones, la última un facsímil editado por el Ateneo Jovellanos de Gijón. Nosotros utilizamos la de la Biblioteca Histórica Asturiana, Silverio Cañada, Editor, Gijón, 1989, que  incluye además de las Memorias, el Apéndice a las Memorias, que en 1831 publicó  Joaquín Ceán Bermúdez, el hijo de Agustín; esta edición lleva un prólogo de Javier Barón Thaidigsmann

[3] Vid. Nocedal, BAE, I, p. LIV. También puede leerse en la lápida sepulcral de la ermita de Nuestra Señora de los Remedios, en Cimadevilla, Gijón.

[4] La segunda etapa es la que podemos llamar etapa liberal, y abarca, según señalamos ya, desde su muerte en noviembre de 1811 hasta 1857 bajo el conjunto de las cinco primeras ediciones (cuatro: Cañedo, Linares, Mellado, Logroño; más una reedición de Linares) de sus obras en colecciones que aspiran a constituirse en completas:  edición de Cañedo en siete tomos de 1830-32; edición de Linares en ocho tomos de 1839-40; edición de Mellado en 5 volúmenes de 1845-46; edición de Logroño en ocho tomos de 1846-47; 2ª edición de la de Linares –no tenida en cuenta por Somoza- de ocho tomos en cuatro volúmenes en 1857.

[5] En Jovellanos y el jovellanismo (Pentalfa, 2004), tenemos en cuenta entre otros a: Antillón. Llorente. Inguanzo. Alonso Cañedo, sobrino de Jovellanos. Alcalá Galiano. Quintana. Blanco White. Marx. Wenceslao Ayguals de Izco. Donoso Cortés. Balmes. Antonio Gil de Zárate. Los primeros editores: el editor Cañedo, el editor Linares el editor Mellado. Además de a los ya mencionados amigos suyos de la primera etapa: González de Posada y Ceán Bermúdez.

[6] La obra reconstruye, como se sabe, los acontecimientos desde 1808 hasta la entrada del nuevo régimen impuesto por Fernando VII; dos son sus hilos conductores: los sucesos bélicos de la guerra de la Independencia y los sucesos políticos que recorren la formación de juntas provinciales, la constitución de la Junta Central y después de la Regencia y de las Cortes de Cádiz. El protagonista de todos estos avatares es el héroe colectivo español, manifestado en el afán de independencia y en la defensa no sólo de la libertad sino del liberalismo. Pero al lado de este protagonista colectivo sobresalen algunas figuras señaladas por su trascendental acción. Toreno vio en Jovellanos una de las figuras más sobresalientes de aquella gesta a juzgar por el número de párrafos que le dedica y por su contenido. La segunda edición, de 1848, adicionada y corregida por su autor, se presenta en cuatro tomos, cada uno de ellos divididos en libros, hasta un total de veinticuatro; Jovellanos es aludido con amplitud en el tomo I, libro 4º, tomo II, libros 6º, 8º y 9º; en el tomo III, libro 12º; y hasta aquí está presente en el resto de libros, indirectamente, en todos los sucesos que se mencionan relativos a las medidas que afectaron a la Junta Central; a partir de aquí, Jovellanos ya fallecido, no puede salir en un libro de historia sino por referencias indirectas

[7] Blanco White, Cartas de España, Alianza, Madrid, 1972, pág. 359.

[8] Cándido Nocedal fue uno de los principales promotores de un nuevo partido político en los inicios de la segunda mitad del siglo XIX que se autotitula de neocatólico. No hará falta formar parte de este partido para entrar en el radio de ideas que promovía; de esta forma, asimilamos nosotros con este nombre a los que encajan con esta deriva político-ideológica.

[9] Revista de Instrucción pública, 6 de oct., 3 y 24 de nov, 15 de dic. de 1859 y 26 de en. de 1860 (según nota del propio Laverde). Franquet es el pseudónimo de Alejandrino Menéndez de Luarca Abello. Estos artículos llevan el título de «Doctrinas religiosas, morales, políticas y literarias de Jovellanos» y fueron publicados en la revista señalada por la Imp. de Manuel Galiano, en Madrid, 1859-60 (Vid. Moratinos y Cueto, Bibliografía Jovellanista, pág. 195, donde se añade la noticia de que esta serie de artículos fueron también publicados en los diarios La Esperanza, de Madrid, 1859 y 1860 y en el Faro Asturiano, de Oviedo, noviembre, 1859 y enero, 1860). Alejandrino Menéndez de Luarca publicará en La Victoria de la Cruz, «Los Diarios de Jovellanos: Apuntes para el Prólogo», Oviedo, 1891. Será además quien se encargue de la edición de 1915, la llamada por José Miguel Caso «I» (del Instituto).

[10] Imprenta de Soto Freire, Editor, Lugo, 1868. El «Prólogo» está compuesto por Juan Valera. Gumersindo Laverde era a la sazón Catedrático de Retórica en el Instituto de Lugo, e individuo correspondiente de las Reales Academias Española y de la Historia. Entre los temas que reúne este libro hallamos: «De la fundación de una Academia de Filosofía española, como medio de poner armonía en nuestra Instrucción pública», «Observaciones en defensa de la “Historia crítica de la literatura española”, del señor Don José Amador de los Ríos», «La asignatura de Retórica y Poética», «Nivelación de los Institutos de segunda enseñanza», «Sebastián Foxo Morcillo», «De la enseñanza teológica en España», «El plan de estudios y la historia intelectual de España», «La filosofía española... », «Jovellanos católico» (págs. 393-431), «Del tradicionalismo en España en el siglo XVIII», etc. Don Gumersindo nos advierte que los artículos contenidos en el «Jovellanos católico» salen en 1868 notablemente modificados (vid. pág. 393)

[11] A propósito del artículo de Franquet se organizarán dos corrientes en el mismo seno de los conservadores y tradicionalistas, los unos projovellanistas (seguidores de Nocedal) y los otros antijovellanistas (seguidores de Franquet). Laverde argumentando contra Franquet escribe en El Faro asturiano los artículos que posteriormente en 1868 dará a la estampa dentro de un libro donde se recogen además otra multiplicidad de temas, y que titula Ensayos críticos sobre filosofía, literatura e instrucción pública españolas. Comienza aquí la guerra de citas y contracitas del pensamiento de Jovellanos, y, gracias a ello, los primeros esfuerzos por analizar, comprender, interpretar y clasificar el pensamiento de Jovellanos.

[12] Cit. en G. Laverde: Ensayos críticos sobre filosofía, literatura e instrucción pública españolas, Imprenta de Soto Freire, Editor, Lugo, 1868, pág. 394.

[13] Ensayos críticos sobre filosofía..., págs. 417 y s.

[14] Pág. 420 y passim.

[15] Cfr. pág., 394-5.

[16] Jovellanos habría defendido, según Laverde (véase: Ensayos críticos, págs. 395, 397, 399, 402, 403-4, 405, 416, 417, 418) , las puras y sublimes máximas de que sólo hay un principio verdadero, que consiste en ajustarse a los eternos mandatos de la moral y la justicia; su sentir entró siempre dentro de los términos de la ortodoxia católica,, porque podrá notarse error tocante a puntos relativamente secundarios; impiedad nunca: su razón no era la deificada por la revolución francesa. Jovellanos no fue deísta, naturalista o cosa tal, al contrario, escribió el “Tratado teórico-práctico de Enseñanza”, monumento insigne de católica pedagogía; insistió en que se conociera la historia nacional para conocer la “residencia de la soberanía”;  ¿no es una señal manifiesta de “anti-radicalismo”, de “tradicionalismo”?; el que no entendiera la nación como lidiar por la” inquisición”, ni por “soñadas” “preocupaciones”, ni por el “interés” de los grandes de España ¿es que acaso envuelve desafección a las ideas católicas y conservadoras?, se pregunta Laverde al tener que replicar a Franquet. Y ¿qué hay que decir al ver puesta en tela de juicio la inmaculada ortodoxia de un piadoso Jovino que es sustituido por el repugnante mohín de Voltaire o por el sombrío semblante de Rousseau; y de Montesquieu, más favorable que estos dos a las tradiciones, a quien Jovellanos prefería sobre los dos famosos ingenios que dieron nombre y dirección infausta a su siglo, ¿no iba a elegir el oro y dejar la escoria que en aquel autor y en aquella nación andaban mezclados?. El ilustrado español lo deja perfectamente claro cuando no pudiendo contenerse clama contra la secta feroz y tenebrosa, esas sectas corruptoras, que ya por medio de asociaciones tenebrosas, ya en fin, por medio de manejos, intrigas y seducciones, se ocupan continuamente en sostenerlos y propagarlos [Pág. 422 y 412. Citas, ambas, extraídas del Tratado teórico-práctico de Enseñanza]; a esa secta de hombres feroces y blasfemos, venid  vosotros ministros del Santuario a combatirlos, y la feroz Quimera,/ Que la bandera tricolor impía, caiga en el báratro lanzada [Pág. 398-9. Se cita la Oración inaugural del Instituto y la carta a Poncio.]. ¿Es que no queda claro el rechazo de Jovellanos hacia lo más esencial del enciclopedismo francés y de su revolución?, porque, para Laverde se trata indiferentemente de todo ello. Nosotros creemos que estas expresiones las utiliza Jovellanos referidas a los sucesos que van desde 1791-94, y después, a los brotes sangrientos revolucionarios que eran vistos desde fuera como indiscriminados y excesivos; es decir, que Jovellanos se está refiriendo al componente jacobino, y no a los Montesquieu, Voltaire y Rousseau, aunque concede que esos dos momentos se hallan unidos porque aquella revolución estaba preparada de antemano por una “secta de hombres malvados”, que abusando del respetable nombre de la Filosofía, siempre vano y funesto cuando no está justificado por la virtud, “corrompieron la razón” y las costumbres de su patria para turbarla y desunirla [Citado de la Consulta sobre la convocación de Cortes en la Pág. 400.], pero aunque une ambos momentos siempre se está refiriendo al modo cómo los jacobinos interpretan los anteriores ideales ilustrados. Los textos en los que Jovellanos denuncia lo que hoy se llamaría atropello de los derechos humanos, que tan profusamente son citados por los que tienen interés en mostrar al ilustrado conservador o tradicionalista y que en realidad son tres ex abruptos, uno en un poema, A Poncio, Vargas Ponce, amigo de Jovellanos que se dirige a luchar contra Francia como marino profesional después que España declarara la guerra a Francia en 1793; otro en el discurso inaugural del Instituto en el momento de promover el estudio de las ciencias entre los jóvenes asturianos, estudio que se asociaba comúnmente al abandono moderno de Dios en pos de la sabiduría mundana, sospecha de la que tiene que librarse cuando quiere dar estabilidad a su institución educativa en medio de acontecimientos como los de 1794; y utiliza, después, en el tratado que escribe como plan de educación para los jóvenes mallorquines a principios de siglo expresiones contra las sectas y las asociaciones tenebrosas en el momento en que defiende la enseñanza de la ética, como medio para que cada cual, bien educado, se defienda contra las intrigas, los manejos y las seducciones; es decir, que en un tiempo en que abundan los escritos que difunden consignas de grupos prosélitos Jovellanos propone la educación, especialmente dirigida a los niños pobres, como instrumento que les sirva para discriminar la verdad del error. Y esto lo decía en 1801-2, cuando escribe el Tratado teórico-práctico de enseñanza, dentro de un proyecto de generalizar la enseñanza en Mallorca, cuando estaba preso bajo sospecha de peligroso ideológicamente, y cuando las relaciones entre Francia y España eran también tensas. Finalmente vuelve a tocar esta idea en 1809, en la Consulta sobre la convocación de Cortes, bajo la invasión napoleónica, cuando la convocatoria de Cortes sonaba a una imitación francesa. No sólo Jovellanos, también Kant y la mayor parte de ilustrados se opondrán a la revolución jacobina, a los llamados años sangrientos.

[17] El enfoque de Julio Somoza se alinea, a la vez, con las tesis liberales tardonovechentistas de Gumersindo de Azcárate y Baumgarten, y trabaja en la dirección de sus colegas de La Quintana, siendo especialmente deudor de las aportaciones del archivo de Fuertes Acevedo. Se distancia claramente de las pretensiones ultraconservadoras de los que como Franquet y Miguel Sánchez querían ver a Jovellanos como un «revolucionario»; se distancia también de la parcialidad política de Nocedal-Laverde-Menéndez Pelayo pero para volver a partir de los años noventa (aproximadamente) a coincidir con éstos en el catolicismo y en la falaz identificación de Jovellanos lisa y llana con todos los rasgos de la ilustración europea –mucho más profana-. Por lo demás, su labor no se confunde con ninguna de ellas en concreto, ni resulta de un eclecticismo mecánico, sino que marca un nuevo clima de ideas que de forma directa o indirecta será seguido en lo sucesivo por muchos, y que será factor a tener en cuenta por todos los que ensayen profundizar en la obra del asturiano universal. Entre las ideas en las que insiste Somoza figura su énfasis en clasificar a Jovellanos entre los más grandes, como Cervantes, y la tarea pendiente de futuro que consiste en enmarcarlo más allá de regionalismos intelectuales, debiendo rescatar su aportación como filósofo en el conjunto de la historia de las ideas, señaladamente desde sus teorías políticas, históricas y de Derecho. Pero, por encima de todo, la singular aportación de Somoza consistió en haber dado a la personalidad ética de Jovellanos la función de eje de todas las demás facetas.

 

[18] Una vez sentado esto, una vez que a través de la pertinente perspectiva histórica queda rehabilitado el ilustrado progresista, una vez deshechos los entuertos de la vigente parcialidad política interesada, aquello en lo que va a profundizar más Somoza será en el despliegue de una «veneración jovellanista». Las amarguras van a constituirse en la primera clara muestra de esto que decimos, para venir a rematarse con la obra que le consagrará como el más grande de los jovellanistas –cuando menos, hasta el trabajo de toda una vida, como el de Somoza, desarrollado por José Miguel Caso-, el Inventario de un jovellanista. Esta obra que fue publicada en 1901 a expensas del Estado, al obtener el premio de la Biblioteca Nacional, pero era el fruto de toda la investigación acumulada de décadas; en 1892 fecha su nota preliminar y en ella se advierte que la distancia inicial que le separaba de la postura neocatólica se ha reducido; sin duda, la tormentosa amistad epistolar –al principio, sobre todo- mantenida con Menéndez Pelayo y la definitiva colaboración mutua en la que entran, con la mediación de Fray Miguélez y de Laverde, al lado del estudio del santanderino menos partidista y más científico hacia la figura de Jovellanos, en su obra estética, sirvieron para aproximar posiciones. Este acercamiento, que no era extraño cuando el factor fundamental que servía de eje comprensivo a Somoza sobre Jovellanos era su virtud, obra proporcionadamente en lo que va a ser un distanciamiento respecto de las tesis tradicionales liberales. Somoza denunciará también una falsa apropiación, en el río revuelto ideológico de los años 1812-1823, por parte de la primera tradición liberal. Para ello argumenta contra la pretendida afinidad entre Jovellanos y la caterva de mentes más avanzadas, picadas algunas de volterianas o siquiera de enciclopedismo. Algunos de los argumentos tienen resonancias menendezpelayistas; hasta ahí llegaba el influjo de la mente española más privilegiada del momento; no obstante, Somoza siempre mantuvo la distancia con los neocatólicos, sus seguidores, actuando ambas partes en flancos distintos, si bien, con partes secantes. En Somoza, el eticismo jovellanista incluía la sincera práctica católica, y en Menéndez Pelayo la ortodoxia católica arrojaba luz sobre toda la personalidad intelectual del ilustrado, a pesar de algunas sombras propias de los tiempos. El punto de encuentro era el tan traído y llevado catolicismo.

Para Somoza, Jovellanos no fue realmente amigo de Aranda, Olavide, Campomanes, Urquijo... de entre todo este grupo que algunos citan en globo, solamente cabe hablar de amistad con Cabarrús, y, en parte, con Tavira. Tampoco cabe elevar a amistad, en sentido preciso, su relación con Quintana. Sus verdaderos amigos sí fueron lord Holland; los literatos Cadalso, Vargas Ponce, Meléndez Valdés; los clérigos González de Posada, Delio, Mireo y Liseno (la tríada agustina); Díaz de Valdés, el obispo de Barcelona; los sacerdotes mallorquines Barberi, Muntaner, Bas y Bauza; y entre los de roce continuo familiar o de toda la vida Valdés-Llanos, Arias de Saavedra, Ceán Bermúdez, Domingo García Lafuente, su sirviente. También el ministro Valdés, Isidro de la Hoz, Maestre.

 

[19] Si los primeros artículos sobre Jovellanos aparecen a partir de 1878, si su primera obra de investigador bio-bibliógrafo jovellanista sale a la luz en 1883, podemos marcar los años 1884-89, con la publicación de Jovellanos- Nuevos datos para su biografía rematado por Las amarguras de Jovellanos, como el punto de inflexión a partir del cual un nuevo enfoque va a empezar a cobrar cuerpo y trascendencia.

En El Comercio, recién aparecido, publica un artículo en 1878; a pesar de que se constituyó en el experto jovellanista por antonomasia no se encuentran publicaciones menores excesivas, pero aparecen de vez en cuando como por ejemplo en La Ilustración Gallega y Asturiana en 1881; en El Carbayón en 1882, etc. En otros casos puede adivinarse detrás la mano de Somoza, pero bien por venir anónimo o con pseudónimo –utilizó el de “Don Diego de Noche”, y también parece J. S.- no se tiene constancia siempre segura de su autoría. Una buena obra recién aparecida sobre Somoza es la de Agustín Guzmán Sancho, Biografía de Don Julio Somoza y García-Sala (2001); en ella pueden  consultarse sus avatares como periodista, además de una recreación muy sazonada de los elementos configuradores del mayor de los jovellanistas –según se defiende en la página 110- Somoza escribió además en El Municipio Federal, en El Productor Asturiano, en La Opinión, en El Verano, periódicos de signo republicano que aparecieron en la década del setenta (vid. pág. 99 y ss. en Guzmán Sancho).

Atendiendo ahora a los méritos del trabajo de Somoza, hay que reconocer la labor ingente de búsqueda, ordenamiento y presentación crítica de lo que en ese momento empieza a ser la «galaxia jovellanista» (podríamos decir). Así, el ordenamiento según los criterios de Impresos dispersos y ediciones parciales, Manuscritos publicados e inéditos con indicación de los archivos y bibliotecas de referencia; los Biógrafos, comentadores, panegiristas, etc. (hasta un total de ciento cuarenta y cuatro referencias), las Publicaciones periódicas (treinta y siete), las Traducciones y publicaciones extranjeras, las Dedicatorias, y las secciones de pintura, grabado, escultura y de Epigrafía (lápidas e inscripciones); la Genealogía; y los glosarios finales de las Poesías, por orden alfabético, y de los Escritos, por orden alfabético y cronológico. Y de forma especial, la presentación y estudio que hace de las principales colecciones de las obras de Jovellanos: las ediciones de Cañedo (1830), Linares (1839), Mellado (1845), de Logroño (1846), Linares 2ª edición (1865), y aquellas otras selecciones como la Biblioteca de Autores escogidos (1880), la Biblioteca Universal (1880), la Biblioteca Amena Instructiva (1884) y la Biblioteca Clásica Española (1884). Al lado de este trabajo de recopilación exhaustiva de los elementos de la galaxia jovellanista, la aportación que hace a través del nuevo enfoque que trata de imprimir, y que deja reflejado en el Preliminar de la obra, que como el resto de sus análisis personales no es pródigo en páginas, desarrollos y análisis de detalle pero sí en sugerir ideas y en marcar líneas geodésicas del terreno que se pisa. En este contexto es interesante la revisión crítica que hace, a vuelapluma, sobre la recepción del jovellanismo en las décadas del XIX. De aquí resulta un paisaje claroscuro, de los que han contribuido de alguna manera al conocimiento de Jovellanos –siempre parcialmente hasta la fecha- y de los que sorprendentemente han dicho demasiado poco. Sempere y Guarinos (Reseña bio-bibliográfica, 1789), Ceán (Memorias, 1814-1820), Posada (Biografía, 1811), Antillón (Biografía, 1811), el presbítero Sampil (Relación), Gaillard (Apuntes periodísticos, 1819); la historia sobre Carlos IV de Andrés Muriel. José Canga Argüelles (Expediente de la visita al Instituto, 1837), Victoriano Sánchez (Exposiciones para la reforma del plan de  estudios del Instituto, 1845), José Caveda (Exposiciones para la reforma del plan de estudios del Instituto, 1855). Los estudios como crítico de arte de Baumgarten, Menéndez Pelayo, Selgas, Navarro y Mélida. Los estudios como literato de Ticknor (Historia de la Literatura Española), D. L. A. de Cueto, Amador de los Ríos, Alcalá Galiano y el P. Muñoz Capilla. Y entre los que han contribuido menos Moratín y Quintana, que le encomian pero que no le estudian. Antonio Gil de Zárate que en De la Instrucción pública en España apenas si nombra a Jovellanos, y Eugenio de Ochoa que en su Epistolario Español ni siquiera le menciona (Vid. el «Preliminar» del Inventario de un Jovellanista, páginas 15-28.).

 

[20] Dice Somoza, en Jovellanos, nuevos datos para su biografía (1885): «Considerar a Jovellanos por sus obras como hombre eminente en virtud y saber, y derivar de aquí el juicio de su vida, hubiera sido el más seguro sendero para el historiador imparcial. Jamás la duda alteró un momento sus creencias religiosas: católico fue hasta el último momento de su vida; mas sus ideas científicas y filosóficas llevábanle a aceptar todas aquellas conquistas que, así en la enseñanza como en la ciencia económica, en la jurisprudencia como en la política, traía a la vida el progreso humano con el eterno mote de “revolucionarias”. Y por no hacer esta distinción forzosa, que sin violencia alguna se desprende de la lectura de todos sus escritos, han preferido sus comentadores hacer de ellos bandera de las sectas políticas que en enconada lucha se destrozan, mistificando sus ideas, dando a otras alcance que nunca tuvieron, y ocultando mañosamente todas aquellas que pudieran volverse en contra de los mismos que le aclamaban con bélicos apóstrofes. ¿Qué mucho que así no fuera, si los más de ellos no leyeron sus obras?»  (Jovellanos, nuevos datos para su biografía, pág. XVI)

 

[21] Dice Somoza, en el «Preliminar» del Inventario de un jovellanista: «Pero al estudio de todas las producciones del personaje que nos ocupa, debe preceder siempre el de su carácter [...]  algunos espíritus más suspicaces que analíticos, que por no haber estudiado la materia con la amplitud y la atención debidas, han caído en el garrafal error de creer que este severísimo Magistrado era uno de tantos revolucionarios ávidos de ruido e innovaciones, como surgieron al calor de la exaltada Convención francesa. Ya los señores Nocedal y Menéndez Pelayo destruyeron esta falsa leyenda, aunque no detallaron con pormenores históricos de qué provenía tan equivocada apreciación.

A partir de aquella fecha [1812], los enemigos de las Cortes (compuestas, como todos saben, de ilustres personalidades, pero que legislaban mal y más violentamente de lo que las circunstancias requerían) cometieron la insigne torpeza de descargar a una sus iras sobre Jovellanos y los doceañistas, como si no mediara enorme distancia entre las ideas por uno y otro mantenidas: prueba clarísima y patente de que no habían sabido penetrar en el superior espíritu de las obras del primero» («Preliminar», Inventario de un jovellanista, págs. 23-24)

 

[22] Somoza advierte una de las grandes deficiencias en el conocimiento de la figura de Jovellanos, la falta de una verdadera publicación de la obra completa –que partiendo de todo lo que se haya extraviado no aspira sino a ser publicación de lo existente conocido- y, en ese sentido, tiene claro que la labor ha de ser de indagación y recuperación en los archivos completado con la publicación de los diarios que había quedado frenado en las  manos de Nocedal y que, Alejandrino Menéndez de Luarca (Franquet) tiene ahora vetado bajo sus condicionantes. En este sentido, se puede afirmar que el cronista cumplió ampliamente con su objetivo y que todo lo que no hizo se debió a los obstáculos insalvables que le superaron. El trabajo de don Julio se enmarca en la trayectoria de la labor pertinaz de Juan Junquera Huergo -Agustín Guzmán Sancho le llama el primer jovellanista de la historia (vid. O. c., pág 36)-, profesor del Instituto fundado por Jovellanos y en la de Alonso Fernández Vallín y su hija que estudiaron y copiaron los escritos que habían sido hallados en el Instituto Asturiano. Todos cooperaron con Nocedal facilitándole escritos, en una labor que quedaría truncada, a falta de lo que se consideraba entonces el elemento decisorio del verdadero pensamiento de Jovellanos: el Diario. Somoza cuenta cómo un día, sin decirnos por qué ni para qué, Junquera le entregó todos los escritos que había conseguido conservar y restaurar (Jovellanos: manuscritos inéditos, raros o dispersos... Nueva serie (1913) -vid. el análisis de Guzmán en o. c. pág. 40- antes de que éste muriera en 1880; se producía así el relevo que pasaba el testigo del intento de recuperación de los escritos de Jovellanos desde las manos de una labor callada hasta quien habría de dedicar su vida a esa tarea para reunir el mayor número de inéditos y también para elevar el inventario del conjunto de la obra de y sobre Jovellanos, en lo que muchos consideran la obra capital de la que hay que arrancar en toda investigación jovellanista: el Inventario de un jovellanista (1901). El trabajo recuperador y divulgador de Somoza no se produjo de forma aislada, a pesar de la fuerte propensión individualista y particular de su carácter. Nacía por aquellos años una especie de «Academia asturiana» que llamaron La Quintana de la mano de M. Fuertes Acevedo, Braulio Vigón –el republicano de Colunga con el que hizo buenas migas Somoza-, el catedrático y rector universitario Fermín Canella Secades, y el propio don Julio que iba de erudito sin formación académica pero que destacaba ya como el máximo jovellanista. A este núcleo se añadirían el experto en epigrafía Ciríaco Miguel Vigil, el catedrático y periodista Félix Aramburu, el mecenas Fortunato de Selgas, Rogelio Jove, Joaquín García Caveda y Bernardo Acevedo y Huelves. Desde este primer foco de irradiación del esfuerzo de aquilatar la cultura asturiana en los años de la Restauración, va a poder seguirse una línea de influencias que vendría a marcar el terreno del somozismo jovellanista, bien porque sean sus seguidores bien porque le sirvan de contraste bien porque recojan alguno de sus legados fundamentales, en torno a una caterva de nombres que configuran parte de la historia regional asturiana, y, entre ellos: Emilio Robles Muñiz (Pachín de Melás), Joaquín Alonso Bonet, Pedro Hurlé, Alejandro Alvargonzález, Fernández Vallín, Calixto Alvargonzález, Juan Menéndez Pidal, Cotarelo, los hermanos González Blanco –Edmundo tendrá un papel destacado como jovellanista-, Eduardo Llanos Álvarez –que localiza en Londres las cartas de Jovellanos a lord Holland-, Victoriano Sánchez Cifuentes –poseedor de las cartas del lord inglés al ilustrado español-, Miguel Adellac –director del Instituto y uno de los protagonistas en la historia de la publicación de los diarios-, Nicanor Piñole, Enrique García Rendueles –el presbítero gijonés ganador de uno de los premios sobre Jovellanos del concurso del centenario y distante de la línea de Somoza-, Vicente Serrano Puente, Paulino Vigón –alcalde de Gijón y presidente después del I.D.E.A. que editará los diarios de la edición de Somoza- y otros personajes que influyeron en un radio más alejado como Alejandro Pidal y Mon, o que redondearon posteriormente la faena somozista como Martínez Cachero. (Sobre todos estos nombres puede consultarse el estudio de Guzmán Sancho, desde las páginas 189 a la 276 de la obra que venimos citando).

 

[23] En 1889 continúa Somoza la recuperación de Jovellanos con Las amarguras, que quiere ser la biografía que corrija los errores pretéritos, porque «por más que abunden las biografías y los estudios críticos, cabe afirmar que aún no se conoce al «hombre», y que mal estudiado en lo moral, ha de resentirse precisamente por deficiente el juicio que de él se forme, ora se aprecie su conducta o se juzguen sus obras y palabras» (Las amarguras de Jovellanos, pág. 6)

La devoción hacia Jovellanos hubo de ser favorecida por el hecho de que la abuela de Somoza había sido la famosa pupila de Jovellanos, Doña Manuela Blanco y Cirieño de Inguanzo, además de estar emparentado con la hermana de quien fue uno de los amigos de toda la vida de Jovellanos, don Pedro Valdés Llanos. Somoza no sólo profundizaba y se extasiaba en la admiración hacia aquel gijonés tan completo sino que además recuperaba gran parte de su historia familiar, como la anécdota de aquel su ascendiente que había sido protagonista en la denuncia ante la invasión napoleónica.

[24] José Miguel Caso, gijonés, catedrático de literatura en la Universidad de Oviedo, de la que fue también Rector, senador en las primeras cortes postfranquistas, es el máximo experto en la obra de Jovellanos, de quien ha de partirse en cualquier estudio que pretenda ser serio. Caso nos lleva a comprender no sólo la imagen de la 5ª etapa sino que es uno de los principales responsables del cierre histórico al que se llega, en la 6ª etapa, filosófica o globalizadora de la imagen de Jovellanos.

[25] Para mayores profundizaciones consúltese nuestro Jovellanos y el jovellanismo, Pentalfa, Oviedo, 2004

[26]El repertorio de los escritos de Caso analizados por Rick, que reúne 28 referencias, es muy completo, con la salvedad de que a partir de 1974 no aparecen reseñas, a pesar de que en el título de la obra se anuncia 1901-1976. El conjunto de aportaciones, a día de hoy, ha crecido mucho y puede estimarse en alrededor de 102, de las que unas 44 son contribuciones que tienen que ver con publicaciones de las propias obras de Jovellanos (desde las reseñas bibliográficas de las obras de Jovellanos que otros autores presentan, hasta las obras en prosa, la obra poética, selección de cartas, la Memoria en defensa de la Junta Central… y sobre todo la dirección de los seis primeros tomos del proyecto de obras completas, que incluye la correspondencia y gran parte del diario, con sus correspondientes y valiosos estudios introductorios y notas críticas). Los escritos sobre Jovellanos, que se añaden a éstos, son del orden de 58, de ellos unos 16 artículos de periódicos o de divulgación, 27 artículos en revistas especializadas, y 15 libros o artículos de extensión considerable. Los temas que se suscitan en estos 58 estudios –uno reproduce una serie  de artículos anteriores (De Ilustración y de Ilustrados)- , cabe clasificarlos como: biográficos (11), de temática jovellanista general, o sobre sus obras y de bibliografía (15, además de los 44 señalados arriba), de temas literarios (12), y de temas sociales, ideológicos y culturales (20), entre los cuales algunos rondan temáticas propiamente filosóficas, que suscitan los problemas sin pretensión nunca de cerrarlos.

 

[27] Estos 35 escritos que juzgamos más importantes serían:

1) «Jovellanos y la Inquisición. Un intento inquisitorial de prohibir el Informe sobre la Ley Agraria en 1797» (Archivum, 1957). 2) «Rectificaciones y apostillas a mi artículo: ´Jovellanos y la Inquisición´» (Archivum, 1959). 3) «Introducción» de la edición crítica de Poesías de Gaspar Melchor de Jovellanos (IDEA, 1961-2). 4) «Notas sobre la prisión de Jovellanos en 1801» (Archivum, 1962). 5) «Las Humanidades en el pensamiento pedagógico de Jovellanos» (Conferencia de 1961, publicada en Gijón, 1963). 6) ´Notas´ a la edición que prepara sobre las Cartas inéditas de Jovellanos (Archivum, 1963). 7) «La Reforma del teatro en el pensamiento de Jovellanos» (Horizonte Astur, 1964). 8) «Prólogo» y ´Notas´ de la edición del manuscrito oficial del Reglamento para el Colegio de Calatrava (Editorial Stella, Gijón, 1964). 9) «Escolásticos e innovadores a finales del siglo XVIII. Sobre el catolicismo de Jovellanos» (Papeles de Son Armadans, 1965). 10) «Prólogo» y ´Notas´ de la edición crítica de las «Poesías» (En Studi di lengua e Letteratura Spagnola, 1965). 11) «Jovellanos y la nueva religiosidad» (La Estafeta Literaria, 1968). 12) «Introducción» y ´Notas´ de la edición que prepara sobre las Obras en prosa (Castalia, 1969). 13) «Prólogo» y ´Notas´ de la edición que prepara de Obras I: Epistolario de Gaspar Melchor de Jovellanos (Labor, 1970). 14) «Prólogo y texto» de una «Antología» (En Literatura de España, III. Neoclasicismo y Romanticismo, Editora Nacional, 1972). 15) «La Justicia, los jueces y la libertad humana según Jovellanos» (Ilustre Colegio de Abogados, Libro del Bicentenario, 1775-1975, Oviedo, 1975). 16) «El pensamiento pedagógico de Jovellanos y su Real Instituto Asturiano» (IDEA, 1980). 17) «Prólogo» y ´Notas´ de la edición que prepara de las Cartas del viaje de Asturias (Ayalga, 1981). 18) «Jovellanos y su plan de reforma asturiana» (La Voz de Asturias, 6 de marzo, 1983). 19) «Ilustración y Neoclasicismo» (En Historia y crítica de la Literatura española, 1983). 20) «La emigración asturiana en el pensamiento de Jovellanos» (Nueva Revista de Filología Hispánica, México, 1984). 21) «Los procesos de Jovellanos y Urquijo» (En Historia de la Inquisición en España y América, 1984). 22) «Jovellanos y el centro izquierda. (Contestación a don Jesús Evaristo Casariego)» (La Nueva España, 6 de septiembre, 1984). 23) «Introducción» y ´Notas´ de la edición crítica que prepara de las Obras Completas. Tomo I: Obras literarias. Tomos II-V: Correspondencia. Tomo VI: Diario (hasta 30 de agosto de 1794) (IFES. XVIII, 1984, 85, 86, 88, 90, 94). 24) «El cese de Jovellanos en el Ministerio de Gracia y Justicia» (Dieciocho, Oviedo, 1986). 25) «La Asturias que no pudo ser» (En La Ilustración y los orígenes de la industrialización en Asturias, 1987). 26) «Introducción» de la edición que prepara de los Escritos literarios (Espasa Calpe, 1987). 27) «De Ilustración y de Ilustrados» (IFES. XVIII, 1988) (Contiene nueve artículos ya publicados y el discurso de ingreso en el IDEA del 29 de noviembre de 1968: «Jovellanos y la reforma de la enseñanza»). 28) «Jovellanos, borrachín y hermafrodita. (Crítica a  Carmen Gómez Ojea)» (La Voz de Asturias, Suplemento cultural, 30 de noviembre, 1989). 29) «Jovellanos ante la Revolución francesa» (En Cultura Hispánica y Revolución Francesa, Roma, 1990). 30) «Jovellanos y su tiempo» (Bulletin of Hispanic Studes, Liverpool, 1991). 31) «Un ejemplo de secularización en la enseñanza: El Real Instituto Asturiano» (En La secularización de la cultura española en el Siglo de las Luces. Actas del Congreso de Wolfenbüttel, Wiesbaden, 1992). 32) «Estudio preliminar» y ´Notas´ de la edición de Memoria en defensa de la Junta Central. Vol. I: Memorias. Vol. II: Apéndices  (Junta General del Principado de Asturias, 1992). 33) «Introducción» y ´Notas´ de la edición que prepara de Diario. Antología (Planeta, 1992). 34) Vida y obra de Jovellanos, (dos tomos, Caja de Asturias y El Comercio, 1993). 35) Jovellanos, (Edición a cargo de María Teresa Caso Machicado, Ariel, 1998)

 

[28] Archivum, tomo III, enero-abril, 1953, vid. págs. 49 y 50.

[29] Archivum, tomo VII, núms. 1, 2 y 3, enero-diciembre, 1957. Abunda y profundiza en un análisis similar, en su artículo «Notas sobre la prisión de Jovellanos en 1801» (Archivum, «Miscelánea Asturiana Dedicada a D. Juan Uría Ríu», 1962, pags. 217-237.)

[30] «Ya entonces empezarán a verse en Jovellanos dos caras. Todo depende de los vientos que soplen sobre España. Y el hábito de considerarle o como tradicionalista o como liberal llegará a nuestros mismos días, en los que se sigue hablando de la contradicción íntima del pensamiento de Jovellanos. Pero esas dos caras, esa contradicción, ¿no será un espejismo de los críticos? Lo que yo veo en la obra de Jovellanos es, por el contrario, el más noble, el más honrado intento de síntesis, de conjunción de todas las actitudes conjugables. Su pensamiento tiene una perfecta unidad, que destrozan miserablemente los que ponen esto a la derecha, aquello a la izquierda». Obras en prosa, 1987 (4ª ed.), pág. 24. Como sabemos, el propio Caso no se verá libre de situar a Jovellanos en el centro izquierda, hechas todas las salvedades históricas, entrando por ello en polémica con Casariego, en 1984.

[31] «Este era el Jovellanos religioso. Su catolicismo no quiso ser comprendido por sus enemigos, los de entonces y los que después se han dedicado a calumniarle, atribuyéndole lo que no pasó jamás por su mente. Pasados los años, Jovellanos se nos aparece como precursor o como flecha lanzada al futuro, y por lo mismo muy nuestro. Innovador, pero con mesura. Luchador infatigable del bien y la verdad, pero sin perder de vista la justicia y la caridad. Anuncio de nuevos tiempos y de nuevas ideas, pero sin romper los lazos con la tradición»[31] («Jovellanos y la nueva religiosidad», en De Ilustración y de Ilustrados, pág. 354)

 

[32] En De ilustración y de Ilustrados, pág. 356.

[33] BAE, V, págs. 333-334.

[34] Vid. Gustavo Bueno, El mito de la izquierda. Las izquierdas y la derecha, Ed. B, Barcelona, 2003.

 

 

SSC

Gijón-Navia, 11 de julio de 2005

 

Inédito