Ambiente intelectual gijonés a finales del siglo XIX y principios del siglo XX

 

El entorno jovellanista

 

 

El presente trabajo recibió el Accésit

del Quinto Premio de Investigación

«Rosario de Acuña», 2003

 

 

ÍNDICE

1. Gijón como referencia de los problemas de España                                            

2. El ambiente creado por la vindicación neocatólica                                             

3. El ambiente creado por la contestación liberal y democrática                            

4. Ambiente intelectual gijonés en el entorno jovellanista: «La Quintana»            

5. Somoza, como eje                                                                                               

La época somozista                                                                                     

7. El revulsivo cultural en Gijón ante la celebración del primer centenario de la muerte de Jovellanos y el clima general nacional                                            

8. La confrontación ideológica en el seno del Ateneo Obrero de Gijón.

    Las conferencias de 1911                                                                                    

9. La aportación especial del vecino de Luanco, Edmundo González-Blanco       

10. Felipe Bareño: obra y aportación en Gijón                                                        

11. El sacerdote gijonés E. García Rendueles, en defensa del Jovellanos conservador

12. Contraste entre G. Rendueles y el resto de premiados del concurso de 1912

13. Conclusiones                         

 

 

                 

 

1. Gijón como referencia de los problemas de España

 

Entre 1880 y 1930 el ambiente intelectual español va a tener en Gijón uno de los focos importantes de irradiación de ideas. En el debate ideológico, político y cultural que afecta a España entera se está delineando el concepto de centro político, frente a las izquierdas y a la derecha[1]. Una de las figuras emblemáticas de la reciente historia española, Jovellanos -el señor de Cimadevilla- va a ser referencia fundamental de la disputa ideológica. A la búsqueda de fundadores de los idearios políticos que doten de fundamento y de pasado noble a las ideologías del tiempo, vamos a ver todo un proceso de vindicación de la figura de Jovellanos. Y en estas décadas de entresiglos, las líneas de fuerza más determinantes se organizarán desde el movimiento jovellanista que va a florecer en Gijón, en torno a la figura de Julio Somoza y García-Sala (1848-1940)[2] y de un número de jovellanistas próximos algunos, distantes otros de don Julio.

Anterior al reordenamiento de ideas jovellanistas que va a imprimir Somoza, los modelos imperantes habían venido dados por la proximidad de Jovellanos al primer liberalismo, en un principio, y, después, por la vindicación que introducirán los neocatólicos a partir de mediados del XIX. Somoza, él mismo dentro de las ideas liberales, asistirá a la pugna en torno a Jovellanos de los liberales y los neocatólicos, a los que se suman los tradicionalistas más reaccionarios, y terciando, en el fondo a favor del liberalismo, propondrá una nueva interpretación que tiene la capacidad de sintetizar elementos contrapuestos.

 

 

2. El ambiente creado por la vindicación neocatólica

 

Las tesis neocatólicas van a ir cobrando más y más fuerza, desde que Cándido Nocedal comenzara a partir de 1858 toda una línea histórica, a la que se sumarán los que se hallan próximos ideológicamente, Laverde y Menéndez Pelayo como figuras principales, atrincherados todos en la defensa común de la ortodoxia católica y en un modo peculiar de recuperación histórica que ve en la vindicación de Jovellanos un aliento para su causa y la captación de un personaje ejemplar.

Esta línea del catolicismo vindicativo no desaparece hasta nuestros días y rebrota con evidencia en algunos de los autores que en 1911 intervienen en un concurso que la Academia de Ciencias Morales propone sobre Jovellanos, para celebrar el primer centenario de su muerte –cuyos premios se publican en 1913-. Reaparece también en la presentación de las Memorias íntimas. Diarios que Miguel de Adellac y Alejandrino Menéndez de Luarca presentan en 1915, y en los análisis que harán J. Vázquez de Mella (1916), Joaquín A. Bonet (1935-1969), Jesús Evaristo Casariego (1943-1991) y Francisco Fernández de la Cigoña (1983), entre otros. Fernández de la Cigoña publica un siglo exacto después de los Heterodoxos ciento setenta y seis páginas de encendida defensa bien documentada, Jovellanos, ideología y actitudes religiosas, políticas y económicas[3], en la que pretende poner en evidencia la verdad de esta línea interpretativa a la que aludimos. El curso de esta tradición ha seguido distintos meandros, hasta el punto de producirse algunas bifurcaciones, pero el fondo del problema vindicado subsiste hasta don Francisco con toda su fuerza. Entre sus argumentos se esgrime la incomprensión y el desconocimiento que se tiene con relación al verdadero significado del «tradicionalismo», el cual es interpretado casi siempre como sinónimo de reaccionario, cuando al contrario ha de saberse, según Cigoña, que un buen tradicionalista defiende una ideología perfectamente conciliable con el progreso.

 

 

3. El ambiente creado por la contestación liberal y democrática

 

Será en el seno de la contestación liberal y democrática contra las posiciones neocatólicas donde se inscriba la labor de síntesis de don Julio Somoza, a lo largo de más de cuarenta años, a caballo entre el XIX y el XX. Pero, entretanto, los herederos de la primera generación liberal, afilan sus argumentos contra los neojovellanistas (neocatólicos), y en El Comercio de Gijón –de reciente aparición-, en la Ilustración Gallega y Asturiana, en la Revista de Asturias Científico-Literaria, en la Revista Contemporánea, que dirigía el filósofo don José del Perojo, se ven aparecer polémicos artículos en torno a la disputa sobre el Benemérito de la Patria.

Después de la edición de Nocedal (1858-1859) y de la reedición de Linares de 1865-6, van a verse en los años ochenta –tras la sequía de los revueltos años setenta- cuatro ediciones de obras de Jovellanos, lo que da una idea del renacimiento jovellanista, según la expresión de uno de los antijovellanistas, el presbítero don Miguel Sánchez[4]. Vemos aparecer la obras escogidas que presenta Juan Alonso del Real (1884), la de la Biblioteca Clásica Española de 1884-1891, la de la Biblioteca Clásicos Españoles de 1886 y la que prologa Fernando Soldevilla en la edición de París de 1887[5]. El tono en el que se movía la polémica nos lo resume muy bien este último, quien además de presentar a Jovellanos tiene como segundo objetivo impugnar las posiciones de Nocedal:

Sus trabajos en la Junta son bien conocidos; fue el primero que, con Calvo de Rozas, abordó la espinosa cuestión de convocación de Cortes, y lejos de ser, como dice intencionadamente y sin fundamento el señor Nocedal, el fundador del partido moderado, fue por el contrario, el que se opuso siempre a los planes del conde de Floridablanca, que por edad había sido nombrado presidente de la Junta, y que entonces era absolutista./ No;  ningún moderado de entonces ni de ahora se hubiera atrevido a pronunciar las hermosas y patrióticas palabras que Jovellanos dirigió a su amigo Cabarrús cuando éste le exhortaba a servir a la dinastía de los Bonapartes./ «Pero no, decía; España no lidia por los Borbones, lidia por sus propios derechos, derechos originales, sagrados, imprescriptibles, superiores, e «independientes de toda familia o dinastía» [...] Y cuando tema que la ambición o la flaqueza de un rey la exponga a males tamaños como los que ahora sufre, «¿no sabrá vivir sin rey y gobernarse por sí misma?» [/] Estas elocuentes frases nos parecen la refutación más clara de la insidiosa afirmación de Nocedal; pero si esto no bastara, aun tendríamos los mismos hechos de Jovellanos en la Junta que hablarían por él[6]

Las argumentaciones entre unos y otros no podían girar, tal como estaban planteadas, de manera articulada, progresando en el asunto, profundizando en las diferencias o en aspectos comunes, sino circularmente. Se trataba de aportar textos que fueran signo inequívoco del conservadurismo o del progresismo, aquél esgrimiendo el argumento de la ortodoxia católica y en consecuencia todo lo demás..., y éste mostrando los compromisos liberales de Jovellanos. El círculo vicioso de las réplicas y contrarréplicas no se deshacía mientras se creyera tener la razón aportando textos; sólo cuando estos textos corrían parejos con otros análisis históricos, de detalle, buscando el sentido donde se inscribían esos textos cabía esperar que los argumentos fueran siendo más concluyentes, pero el sentido general venía fijado aprióricamente por el esquema de la ortodoxia católica cuestión en la que los «progresistas» sólo entraban para discutir «la mayor», es decir, para negar que el catolicismo pudiera servir de argumento a favor del conservadurismo. Los liberales, en la práctica –salvados algunos casos-, no se sentían menos católicos  que los «católicos ortodoxos», aunque ideológicamente sufrieran las exclusiones de éstos, autotitulados más puros o verdaderos. Sin duda que en estos años finiseculares lo que preocupa en España es saber el porqué del atraso científico, filosófico, del saber en general, de la decadencia y descomposición del tejido moral español. Para unos era por la pérdida de la tradición católica y las arremetidas de la heterodoxia –verdadero mal patrio- y para los otros, justo todo lo contrario, por el exceso del poder eclesiástico en la vida política. Para José del Perojo, que se opone en el tema de la ciencia española a las ideas de Menéndez Pelayo, Laverde  y Pidal y Mon, alineándose con Salmerón, Revilla, Azcárate, Montoro y Giner, resumirá el  problema en dos pinceladas: no existe una escuela filosófica que propiamente pueda llamarse española y, por otra parte, fue la Inquisición la que paralizó todo el movimiento científico español[7]:

No existe una creación filosófica española que haya formado una verdadera escuela original de influencia en el pensamiento europeo, comparable con las producidas en otros países [...] Ya lo hemos dicho: en todas las ciencias está España antes de la Inquisición a la altura de las demás naciones, cuando no a la cabeza. El caso vale también para la filosofía[8].

En otro artículo dentro de la misma revista, don José Heredia y García va directamente al tema que dividía España, la religión:

¡El problema religioso! En él se encierran todos los problemas [...] La idea de Dios está destinada a cambiar y a renovarse, como cambia y se renueva todo el mundo [...] lo mismo que la hemos visto cambiar en las sociedades antiguas y por las mismas razones, cambiará en lo sucesivo [...] Libre el pensamiento, libre la conciencia, el hombre podrá al fin vivir dignamente, desarrollar sus facultades...[9].

En el número de mayo-junio de la misma revista, don Luis Vidart repasa la historia literaria de España y en ella menciona a Jovellanos como uno de los polígrafos más destacados, al lado de Cervantes, Quevedo y Quintana[10]. Clasifica a Jovellanos entre los escritores políticos al lado de Saavedra Fajardo, el P. Mariana, Quevedo, Fernández de Navarrete, Quintana y otros de menor nombradía; Y, en este contexto, echa de menos el señor Vidart otro tomo en la Biblioteca de Autores Españoles (B.A.E.):

...que podría tener un gran interés histórico, presentando esa lucha de las dos tendencias que se disputan el dominio de la política, desde el Renacimiento hasta nuestros días; la tendencia teocrática, que quiere subordinar el poder civil a la infalible autoridad de la Iglesia; y la tendencia laica, que ya con el nombre de regalismo, ya levantando la enseña de la libertad del poder civil, y aun quizá de la supremacía del poder real, han sido el trabajoso camino por el cual se ha llegado a las actuales teorías acerca de la libertad religiosa y de la autonomía del Estado, como único representante de la justicia y del derecho social[11].

Vemos claro, con estos enfoques, cuál es la línea editorial de la revista y de qué parte cae ideológicamente Jovellanos, a no dudarlo. Los artículos que interesan a esta revista en los años ochenta versan sobre Spinoza, Voltaire, la Institución Libre de Enseñanza, la decadencia española: su ciencia, su filosofía –temas que se debatían entre las dos posturas enfrentadas-, la defensa de una tradición española distinta de la que se quiere imponer como exclusiva –en nombre del catolicismo- y también la recuperación de las figuras del pasado desde la perspectiva propia.

El 18 de diciembre de 1880 La Ilustración Gallega y Asturiana dentro de su publicación dedica trece secciones a elogiar y analizar algunos aspectos de la figura y obra de Jovellanos, en un número de homenaje: «Facsímil de Jovellanos», «Jovellanos economista» (D. Manuel Pedregal y Cañedo), «Una carta de Jovellanos» (D. Alfredo Vicenti), «Jovellanos y la época de Carlos IV» (D. Antonio Balbín de Unquera), «Jovellanos juzgado por un alemán» (D. Gumersindo de Azcárate), «Extracto de la biografía de D. Gaspar de Jovellanos», «A Jovellanos, soneto» (por D. Gaspar Núñez de Arce), «A la memoria de D. Gaspar Melchor de Jovellanos, soneto» (por D. Ventura Ruiz Aguilera), «Jovellanos en la guerra de la Independencia» (D. Félix de Aramburu y Zuloaga), «Jovellanos: Recuerdos monumentales» (D. Fermín Canella Secades), «Jovellanos y su predilecto interés por la instrucción» (D. Genaro Junquera Plá), «Jovellanos: loa alegórica» (por D. Eusebio Asquerino), «Episodios de la vida de Jovellanos» (D. León Galindo y de Vera).

Destacan por su contenido el artículo de D. Manuel Pedregal al subrayar la originalidad del pensamiento económico jovellanista; el de D. Alfredo Vicenti porque llama la atención sobre el enfrentamiento que mantuvo Jovellanos con cierta parte del clero, en concreto con el obispo de Lugo; el de D. Antonio Balbín de Unquera que glosa la importancia de la figura de Jovellanos en el reinado de Carlos IV, parangonándola con la de Feijoo unas décadas atrás; lo que supuso Feijoo para la crítica histórica lo fue Jovellanos respecto de las ciencias morales y políticas y tal vez le aventajó en establecer verdades que guiasen a la nueva generación por nuevos y rectos caminos[12]; el de Félix de Aramburu porque señala las aportaciones de Jovellanos como estadista en el seno de la Junta Central; el de Fermín Canella Secades que pasa revista a gran parte de las muestras de reconocimiento público sobre la figura de Jovellanos, apuntando al final –parafraseando a Agustín Argüelles- que falta aún el verdadero, el legítimo monumento... [la recuperación de su pensamiento]  por... sus profundos conocimientos en las ciencias morales y políticas[13]. Canella se refiere a Nocedal como quien tuvo con Jovellanos a veces escaso acierto para el espíritu y tendencia del sabio asturiano[14]. Interesa también el artículo de Gumersindo de Azcárate que dedica a comentar el artículo aparecido en la misma revista en fechas anteriores del hispanista alemán Baumgarten; G. de Azcárate se suma a las ideas del historiador y reproduce alguno de sus textos más significativos: La civilización española de esta época [...] llega a su mayor grado de elevación en la persona de D. G. M de Jovellanos [quien supone la] reunión del talento teórico con el práctico [...] el método histórico, no menos que el filosófico, hallan una fórmula común en su mente, así como se ven en ella espontáneamente enlazados el erudito y el hombre de Estado[15]. Con la misma convicción que Azcárate se adhiere a Baumgarten rechazará Menéndez Pelayo la contribución de este alemán. Sacamos en conclusión de todas estas publicaciones habidas de los últimos años setenta y de los ochenta una evidente vuelta a Jovellanos desde las riberas liberales y progresistas, que se produce no sólo como continuidad con el primer liberalismo sino como reacción airada contra la vindicación conservadora que se está gestando en esas fechas. De esto, es una muestra directa la polémica que mantuvieron Gumersindo Laverde Ruiz y Máximo Fuertes Acevedo en la Revista de Asturias Científico-Literaria[16]. Ambos son asiduos colaboradores de la revista, conocedores de las letras hispanas y el segundo especialista en temas de literatura y filosofía asturiana[17]. Don Máximo denuncia el espíritu de partido de Nocedal y Laverde al tratar de hacerle suyo políticamente y propone sus propia visión: Jovellanos conecta sin duda con la línea del liberalismo más avanzado, sin embargo se entiende que se le pueda considerar en el día como conservador puesto que la traslación de sus ideas y tendencias al presente sí las haría coincidir, puesto que se esfuerza por unir las grandes tradiciones con el futuro a perfeccionar, pero le señalamos el puesto más avanzado entre los hombres del progreso de su época[18], porque no sólo iba a la cabeza de su civilización sino que enfatizaba en acelerar los adelantos y el perfeccionamiento. Por todo lo cual, la tesis de síntesis que propone es que está lejos de ser, como quiere Nocedal, un absolutista, y que el nombre de Jove-Llanos sólo pertenece, por dicha, al partido de la patria[19]. Laverde replica, en su artículo dos meses más tarde, que no se le ha atribuido a Jovellanos la pertenencia al absolutismo sino al conservadurismo en el modo de liberalismo a la inglesa, que todas las razones que avalan el reformismo de Jovellanos no se oponen a los ideales conservadores, que los primeros liberales moderados se llamaron jovellanistas y aduce, como ya lo había hecho contra Franquet, una serie de textos hilvanados, extraídos de la correspondencia con Carlos González de Posada, de la Oración inaugural del Instituto Asturiano, de la Oración pronunciada en

el Instituto Asturiano sobre la necesidad de unir, el estudio de la Literatura al de las ciencias, del Tratado teórico-práctico de enseñanza, de la Carta a D. Alonso Cañedo, de la Consulta sobre la convocación de Cortes y de la Memoria en defensa de la Junta Central. En ellos extracta únicamente las afirmaciones que pueden dar lugar a mostrar el gran afán católico religioso y su actitud antirrevolucionaria en política. Los argumentos se repiten y son ya conocidos, lo que demuestra que la postura «conservadora» ha localizado bien el núcleo de su lógica. Lo que se vuelve evidente es que los liberales progresistas insisten más en el décalage histórico y en tener en cuenta los contextos precisos y los neocatólicos prefieren buscar supuestos nexos esenciales que no habrían cambiado de un siglo para otro –sin que dejen de reconocer el cambio de la materia histórica-. Estos nexos, ya lo hemos dicho, serían el antirrevolucionarismo y el catolicismo a toda prueba. El primero queda demostrado por la denuncia  que hace de las sectas tenebrosas que pretenden destruir todos los principios de la moral natural, civil y religiosa y por el rechazo de la filosofía sofística que pretende sustraer al hombre de su estado social natural y convertirlo en un ser libre e independiente de la sociedad. Y el segundo, el religioso, queda corroborado en su confesión de fe religiosa y en su práctica efectiva, además de en el énfasis por recordar que la moral religiosa es la corona, el complemento, el adorno, el perfeccionamiento y la santificación de la moral natural y civil.

El 30 de abril de 1881 responde finalmente Fuertes a Laverde, le reprocha que entresaque párrafos, que hay otros párrafos de signo nítidamente liberales y que si se entiende por liberal lo que hay que entender no hay duda ninguna sobre que Jovellanos lo es en grado eminente, porque liberal en sentido político, social, económico y científico es bogar por la libertad de pensamiento, por la ruptura de trabas, odiar el monopolio, amar los adelantos de las ciencias, las artes y la industria y estar a favor de la justicia y las libertades a que los individuos y las colectividades tienen derecho. Finalmente, le reprocha que tome como argumento tanta acumulación de textos religiosos para afianzar sus supuestas ideas reaccionarias. Don Máximo se pregunta por qué no ha ido al fondo de la idea de su primer artículo donde insinuaba dos fases en Jovellanos, creemos que una primera más decidida y la posterior más atemperada –cuando aún los años no habían entibiado en él su entusiasmo por el progreso[20]-, como, por otra parte, muchos autores dicen observar.

 

4. Ambiente intelectual gijonés en el entorno del jovellanismo: «La Quintana»

 

La floración del clima intelectual gijonés a finales del siglo XIX y principios del XX tuvo mucho que ver con el desarrollo de los estudios jovellanistas y, especialmente, con la labor de Julio Somoza.

El trabajo de don Julio se enmarca en la trayectoria de la labor pertinaz de Juan Junquera Huergo[21], profesor del Instituto de Gijón fundado por Jovellanos y en la de Alonso Fernández Vallín y su hija que estudiaron y copiaron los escritos de don Gaspar que habían sido hallados en el Instituto Asturiano. Todos cooperaron con Nocedal facilitándole escritos, en una labor que quedaría truncada, a falta de lo que se consideraba entonces el elemento decisorio del verdadero pensamiento de Jovellanos: el Diario. Somoza cuenta cómo un día, sin decirnos por qué ni para qué, Junquera le entregó todos los escritos que había conseguido conservar y restaurar[22], antes de que éste muriera en 1880; se producía así el relevo que pasaba el testigo del intento de recuperación de los escritos de Jovellanos desde las manos de una labor callada hasta quien habría de dedicar su vida a esa tarea para reunir el mayor número de inéditos y también para elevar el inventario del conjunto de la obra de y sobre Jovellanos, en lo que muchos consideran la obra capital de la que hay que arrancar en toda investigación jovellanista: el Inventario de un jovellanista, de 1901.

 

El trabajo recuperador y divulgador de Somoza no se produjo de forma aislada, a pesar de la fuerte propensión individualista y particular de su carácter. Nacía en las últimas décadas del XIX, como hemos visto, una especie de «Academia asturiana» que llamaron La Quintana de la mano de M. Fuertes Acevedo, Braulio Vigón –el republicano de Colunga con el que hizo buenas migas Somoza-, el catedrático y rector universitario Fermín Canella Secades, y el propio don Julio, erudito sin formación académica pero que destacaba ya como el máximo jovellanista. A este núcleo se añadirían el experto en epigrafía Ciríaco Miguel Vigil, el catedrático y periodista Félix Aramburu, el mecenas Fortunato de Selgas, Rogelio Jove, Joaquín García Caveda y Bernardo Acevedo y Huelves.

Desde este primer foco de concentración e irradiación de la cultura asturiana en los años de la Restauración, una línea ininterrumpida que llega hasta nuestros días va a articularse en torno a los estudios jovellanistas, y una caterva de nombres configurarán, así, parte de la historia regional asturiana, con su centro neurálgico en Gijón y, entre ellos: Emilio Robles Muñiz (Pachín de Melás), Joaquín Alonso Bonet, Pedro Hurlé, Alejandro Alvargonzález, Fernández Vallín, Calixto Alvargonzález, Juan Menéndez Pidal, Cotarelo, Felipe Bareño –el primero en dedicar una tesis doctoral a Jovellanos- los hermanos González-Blanco -Edmundo tendrá un papel destacado como jovellanista- Eduardo Llanos Álvarez –que localiza en Londres las cartas de Jovellanos a lord Holland-, Victoriano Sánchez Cifuentes –poseedor de las cartas del lord inglés al ilustrado español-, Miguel Adellac –director del Instituto y uno de los protagonistas en la historia de la publicación de los diarios-, Nicanor Piñole, Enrique García Rendueles –el presbítero gijonés ganador de uno de los premios sobre Jovellanos del concurso del centenario y distante de la línea de Somoza-, Vicente Serrano Puente, Paulino Vigón –alcalde de Gijón y presidente después del I.D.E.A. que editará los diarios de la edición de Somoza- y otros personajes que influyeron en un radio más alejado como Alejandro Pidal y Mon, o que redondearon posteriormente la faena somozista como Martínez Cachero[23], hasta llegar a la culminación de la máxima erudición jovellanista en la persona de José Miguel Caso, y a las dedicaciones que el Instituto Feijoo de Estudios del siglo XVIII, desde la universidad, y la Fundación del Foro Jovellanos del Principado de Asturias, con sede en Gijón, como representantes del más vivo jovellanismo de nuestros días.

 

En 1887 el señor Fermín Canella Secades hace un balance del estado de la polémica indicando que entre todos los estudiosos quien tiene mayores conocimientos y dedicación al tema y quien ha acertado con la perspectiva correcta es don Julio Somoza[24]. Para ese entonces se ha constituido la Sociedad «La Quintana», para el estudio de las ciencias y las letras de Asturias, que la componen D. Ciriaco M. Vigil, D. José Arias de Miranda, D. José M. Cos, D. Máximo Fuertes Acebedo, D. Braulio Vigón, D. Julio Somoza, D. Gumersindo Laverde, D. Alejandrino M. de Luarca, D. Manuel Pedregal, D. Fortunato Selgas y el propio D. Fermín Canella Secades. Composición de personalidades que ofrece una rara mixtura puesto que Fuertes y Laverde se hallan en perspectivas ideológicas enfrentadas, éste y Alejandrino también, por otras razones, y Somoza se presenta como el impugnador tanto de la línea Nocedal-Laverde-Menéndez Pelayo como de la que representa Menéndez de Luarca y el padre Miguel Sánchez. Las tres corrientes interpretativas de la etapa tercera –la neocatólica, la ultramontana y la liberal progresista- van a recibir un nuevo punto de inflexión representado por Somoza, que se va a dar la tarea de impugnar tanto a los conservadores como a los reaccionarios desde las posturas de un liberalismo finisecular, pero añadiendo algo nuevo. Los neocatólicos pretendían volver a Jovellanos conservador basados en su catolicismo y su actitud antirrevolucionaria, mientras, los ultramontanos denuncian su heterodoxia católica, y los liberales como Azcárate distanciándose del argumento religioso como extraño o impropio no ven tan molesta la postura ultra, dotada de alguna lógica, como la conservadora, contra cuyo intento de apropiación reaccionan, porque es en definitiva una apropiación política.

 

Somoza, marcando su propia línea, ve la salida de esta polémica aniquilando sin ambages el ultramontanismo de Miguel Sánchez y rechazando de los conservadores el intento de apropiación política pero también intensificando la postura liberal con un argumento clave: tan importante es la valía del Jovellanos político, escritor, literato, ilustrado, reformador... como la del hombre de carne y hueso, porque Jovellanos integró como nadie la sabiduría y la virtud. Autores como Fuertes Acevedo, Fermín Canella y Fortunato de Selgas Albuerne[25], se sienten más próximos a los jovellanistas de tradición ética como Ceán Bermúdez, Alonso Cañedo y Carlos González de Posada, que constituyen el núcleo de jovellanistas asturianos, antiguos y modernos, que van a coincidir fundamentalmente con el proyecto que será la vida entera de Somoza: la idea de que Jovellanos siguió el partido de la patria, lo que supone una especie de síntesis «trascendental» que quiere trasladar la polémica conservadurismo/progresismo hacia la idea del «gran hombre», en el contexto de un fin de siglo dado a la construcción nacionalista, a los homenajes de los grandes hombres capaces  de congregar las diferencias, trascendiéndolas, y al intento de regeneración del país basado en una línea de síntesis capaz de mediar entre el centro izquierda y el centro derecha, dejando los incómodos extremismos. Se trata, en efecto, de la implantación profunda de un modelo político de centro en España, que escora en lo social (libertades) hacia la izquierda y en lo religioso y moral (catolicismo aggiornato) hacia la derecha, y que tiene en el plano económico el fundamento de su crisis y decadencia –imparable, desde que los Jovellanos trataron de reconducirla-.

 

En definitiva, durante esta etapa estamos viendo cómo el punto de inflexión nocedaliano cambiaba el panorama de la recepción jovellanista. Nocedal había tenido un hilo de seguidores, primero Fernández Guerra, Cañete, Catalina, y sobre todo Laverde y M. Pelayo, y, por lo tanto, toda la tradición menendezpelayista. También los impugnadores del santanderino colaboran a su difusión, al centrar su atención en él, en el momento que su obra pasa a ser el referente más citado, asegurando así la influencia. Entre los contrarios a las tesis jovellanistas de Nocedal están los ultraconservadores y reaccionarios –Franquet y Miguel Sánchez, especialmente- y los liberales y progresistas, entre ellos algunos krausistas, Amador de los Ríos, Gumersindo de Azcárate,  Fuertes Acebedo, Alejandro Pidal, y el alemán Baumgarten. Pero, como una rama saliente de este liberalismo finisecular, se empieza a esbozar lo que va a ser el impacto de Julio Somoza, quien con un grupo de asturianistas -y, por ende, jovellanistas- trabajan por el renacimiento de la patria chica. En este grupo se hallan con Somoza, Ciriaco Vigil, Arias de Miranda, Cos, Fuertes, Vigón, Pedregal, Selgas, Canella y, además, quienes en teoría no militaban en su bando político pero sí en el de la admiración por Jovellanos: Laverde, por una parte, y Menéndez de Luarca (Franquet) por otra[26]. En este contexto de nacionalismo chico, paralelo al nacionalismo con mayúsculas, don Julio abre una nueva lectura de Jovellanos, que no es absolutamente novedosa en sus partes, pero sí en su entramado; además inaugura el primer esfuerzo de investigación serio y continuado, aunque un tanto aislado pero no sin dar fecundos frutos. Este grupo de jovellanistas vertebrados por la actividad bio-bibliográfica del cronista de Gijón –Somoza-, de «La Quintana», del Instituto Jovellanos o de las efemérides y homenajes va a tener una vida bastante activa desde los setenta hasta el centenario de 1911, y desde ahí algunos años más, pero la trascendencia histórica posterior no hubiera sido comparable sin la labor indagadora, recopiladora, ordenadora y esclarecedora de don Julio.

 

A partir de Somoza, en la etapa siguiente, la recuperación conservadora de Jovellanos que se había impuesto no va a proyectarse con los mismos moldes. La apelación al catolicismo como razón suficiente va a ceder a favor de la estrategia somozista, esgrimiendo ahora en primer plano el equilibrio ético, mesurado, comedido, cauto, ponderado, pero para los conservadores, por ello mismo, también, moderado y «conservador», que formaría parte del talante de Jovellanos, y por tanto de su teoría política y, por consiguiente de su ideología. Si el tema del mayor o menor predominio de la religión en la política fue durante la etapa somozista el elemento decisorio que servía para dividir a conservadores y progresistas, a partir de ahora, las distinciones van a estar más enmarañadas, puesto que el tema se traslada del teatro político-religioso al ético-moral. Este nuevo anclaje fundamental va a permitir que las vertientes ideológicas y políticas dispares sigan existiendo, pero, ahora, debiendo pasar por un tramo de consenso general que se refiere a la «santidad laica» del gijonés universal. Pero esta deriva de los fenómenos históricos no va a ser inocente, porque va a beneficiar el apuntalamiento de un Jovellanos de centro.

 

Si la etapa nocedalista se caracteriza por la pugna en torno a la filiación política de Jovellanos, y por darse en un radio de interés nacional –siempre con una clara intensificación asturiana-, la etapa somozista va a constituirse como la reivindicación de un Jovellanos ligado a la tradición liberal pero cuyo relieve y valor está más allá de las disputas partidistas, precisamente porque no se trata de un político más sino de un «hombre excepcional», que, como tal, representa lo mejor de la cultura española de su tiempo. Esta tarea va a correr pareja a una recuperación de nuevos textos y, sobre todo, al intento de biografía definitiva al margen de distorsiones o visiones parciales, paralelo al intento de publicación fallida una y otra vez de sus diarios. Esta empresa recuperadora tan definida no podía hacerse al margen de un centro neurálgico y energético, que no es otro que el grupo de jovellanistas que cuaja en Asturias y muy concretamente en Gijón, en torno a los documentos que se hallan en el Instituto, entre diversos propietarios privados y en torno a la labor continuada incansable y devota de Julio Somoza. El hilo conductor que une la etapa precedente con esta viene dado por una serie de esfuerzos de rehabilitación y exaltación patriótica y humana de la figura de Jovellanos, como la elevación, en 1891, de una estatua en la Plaza del Seis de Agosto de Gijón –nombre que también recuerda el día del glorioso recibimiento del pueblo gijonés durante la guerra de la Independencia, en 1811-, y la asiduidad de conmemoraciones, homenajes y artículos de prensa que van a aparecer habitualmente, incrementándose desde las últimas décadas hasta las primeras del siglo siguiente. En 1880 recordaba Fermín Canella todos los actos y muestras de reconocimiento que había recibido Jovellanos desde su muerte, mencionando al final que en la legislatura de 1865 los Diputados Sres. Posada Herrera, Capua, José Hevia, Nocedal y otros presentaron una proposición titulada Monumento a tan ínclito varón[27]. De aquí surgió que en la ley de 6 de julio de 1865, sancionada por Isabel II, se aprobaran una serie de proyectos a cargo del Ministerio de Fomento: levantar una estatua semicolosal de bronce, que el Instituto de Gijón se denomine de Jovellanos, que se instauren en él los estudios que correspondan mejor a la realización del pensamiento del autor. Quince años más tarde nada se había hecho salvo el cambio de nombre del Instituto pero el municipio acaba de abrir una suscripción nacional para levantar la merecida estatua a Jovellanos. Es en la corriente de estos últimos fenómenos, promovidos desde el grupo de jovellanistas asturianos, donde se va a ir abriendo paso el encumbramiento de la figura personal, humana, ética e histórica del de Cimadevilla. En esta línea de eventos, el periódico de la villa El Comercio va  a jugar un papel promotor y alentador de las iniciativas projovellanistas. El 6 de enero de 1893, por ejemplo, dedica este periódico varias páginas de homenaje en el día del natalicio, en donde se reproduce su efigie, su partida de bautismo, la reproducción de un texto de Blanco White de reconocimiento a Jovellanos en su fallecimiento, un artículo de Canella Secades sobre Jovellanos y la Universidad de Oviedo, otros más, entre los cuales uno de Calixto de Rato y Roces de carácter biográfico en que se dice: Jovellanos, pues, admitiendo las contingencias propias de las circunstancias propuso la organización de un Gobierno representativo sin temor ni vacilaciones, pues deseaba que en todo y por todo se desenvolviese desembarazadamente sin que pudiera cohibirle el pueril temor del desacato a las Instituciones Monárquicas[28]. La mención de un texto de un «maldito» como White, y esta orientación histórica que hace el señor Rato habla bien a las claras de que, en su patria chica, el grupo jovellanista más activo afiliaba a Jovellanos dentro de una línea liberal progresista y en una perspectiva totalmente crítica, nada gazmoña ni conservadora en lo político. Por tanto, la etapa somozista se inicia partiendo de la corriente liberal anterior, enfrentada a los neocatólicos y a los reaccionarios, pero que por proyectar a Jovellanos «más allá del bien y del mal», más allá de las estrecheces partidistas de la política da cabida a que en este contexto puedan integrarse también otras posturas no liberales. Y, en todo caso, desde esta perspectiva por rescatar el «hombre virtuoso» se abrirá una zona de intersección en la que los bandos políticos enfrentados van a hablar un lenguaje similar: el de la santificación laica. Desde, aproximadamente, 1880 hasta 1935 –fecha en la que aparece el estudio de presentación de Ángel del Río a las obras escogidas de Jovellanos- y que va a suponer una inflexión en la evolución del jovellanismo y el fin de la etapa somozista, no sin recoger de ella sus frutos, Gijón actúa como una capital española de la cultura, que influye de forma fundamental en las autoconcepciones políticas y, en concreto, en la delimitación de lo que ha de entenderse como izquierda, derecha y centro. Si la izquierda pone el énfasis en las reformas políticas, la derecha en la preservación de la religión, el centro favorecerá el terreno de los «valores éticos» como signo de identidad propia.

 

Estamos ahora en los años en que el menendezpelayismo y el krausismo conviven, en que coexisten Menéndez Pelayo, Benito Pérez Galdós, Joaquín Costa, Vázquez de Mella, Gumersindo de Azcárate, Fray Zeferino, Clarín, Azorín y Somoza. Ahora, son los tiempos del krausismo –de los cuales el más significativo jovellanista fue Gumersindo de Azcárate- y de la Institución Libre de Enseñanza, cuyo representante a escala nacional es Joaquín Costa, un  hoscense que viene a representar en el contexto de España lo que Somoza significará en el ámbito asturiano, aunque en la contribución al jovellanismo el efecto fuerte lo ocupe Somoza y el más moderado Costa. Hallamos también a Vázque de Mella, como representante de la corriente tradicionalista, preocupado por la vindicación del jovellanismo. Y a un Pérez Galdós que representa en su recuerdo novelado la imagen prototípica sobre Jovellanos del primer liberalismo. Y a Azorín, admirador de Jovellanos, cuando se halla en su etapa creadora proclive al progresismo. Leopoldo Alas y Fray Zeferino, se cruzan con el jovellanismo también, aunque en el primer caso no es casi conocida y en el segundo es una influencia menor. En el caso de Clarín, que reúne el ser asturiano y el vivir en la época del renacimiento jovellanista en el Principado, además de haberse formado en la jurisprudencia, próximo a los krausistas y estando interesado en su primera juventud en un tema muy jovellanista -como fue su tesis doctoral sobre las relaciones entre el derecho y la moralidad- ¿por qué no son más conocidas sus ideas sobre Jovellanos, dada la relevancia que ambos adquieren en la posteridad?[29]. Augusto Barcia Trelles[30] nos recordará en 1945, con ocasión del homenaje a Jovellanos de Buenos Aires, que descubrió al gijonés a través de un artículo de Merimée, de 1894, y que, después tuvo la ocasión de asistir a una conferencia de Leopoldo Alas en la «Extensión Universitaria de Oviedo» quien despertó en nosotros el afán de conocer al gran astur[31].

 

 

5. Somoza, como eje

 

Julio Somoza y García-Sala[32] (1848-1940). Hace un siglo, en 1903, mientras que algunos jóvenes empiezan a abrirse carrera en el mundo de las letras en el Gijón de aquellos años y en sus alrededores, como Felipe Bareño y Edmundo González Blanco (de Luanco), y otros como Enrique García Rendueles se ordenarán pronto sacerdotes (1905), don Julio cuenta ya 55 años.

 

Los primeros artículos de Somoza sobre Jovellanos habían aparecido a partir de 1878. En El Comercio, recién aparecido, publica un artículo en 1878; a pesar de que se constituyó en el experto jovellanista por antonomasia no se encuentran publicaciones menores excesivas, pero aparecen de vez en cuando como por ejemplo en La Ilustración Gallega y Asturiana en 1881; en El Carbayón en 1882. En otros casos puede adivinarse detrás la mano de Somoza, pero bien por venir anónimo o con pseudónimo –utiliza el de «Don Diego de Noche», y también parece J. S.- no se tiene constancia siempre segura de su autoría[33]. Su primera obra de investigador bio-bibliógrafo[34] jovellanista sale a la luz en 1883, que con la publicación de Jovellanos- Nuevos datos para su biografía (1885) y Las amarguras de Jovellanos (1889), anuncian ya un punto de inflexión importante en los enfoques jovellanistas con capacidad de reorganizar todo el legado anterior. El Inventario de un jovellanista (1901) es la obra cumbre de la investigación bio-bibliográfica sobre el ilustrado gijonés, que se redondea con los Documentos para escribir la biografía de Jovellanos (1911).

 

La labor de investigación seria sobre la figura de Jovellanos había sido escasa hasta estas últimas décadas del siglo XIX. Artículos, análisis parciales, referencias, vindicaciones, publicaciones de sus obras sí había habido con cierta abundancia, pero no una labor de investigación que se hubiera coronado con el éxito de un estudio publicado, especializado o sistemático, de su obra y de su pensamiento. Hasta Somoza sí había habido unas decenas de biografías que servían de introducción a la publicación de las obras de Jovellanos; de ellas, la más notoria, la de Nocedal (1858-59), que había sido el detonante de la vindicación conservadora de Jovellanos, con la que Somoza no convendrá. Al margen del forcejeo ideológico entre el conservadurismo neocatólico y el liberalismo, y fuera de los intereses editoriales, no hay estudios publicados sobre Jovellanos relevantes en todo el siglo XIX hasta que aparece la figura de don Julio. La década de los setenta es de baja producción jovellanista, sea en ediciones sea en referencias, pero en los ochenta, noventa, y posteriormente en el siglo XX, las investigaciones y estudios jovellanistas se van a prodigar con bastante continuidad y, sin duda, bajo el signo de un crecimiento geométrico. El peso principal de este proceso recae sobre los hombros de Somoza, detonante de este proceso de difusión, al hacer del jovellanismo una tarea continuada, pertinaz, investigadora, clarificadora y con vocación de rescatar del polvo, el desorden y la manipulación ideológica los escritos de Jovellanos. A  partir del clima creado por Somoza comenzarán a aparecer los primeros estudios especializados jovellanistas. Entre ellos, de los más significativos, los de Felipe Bareñó y Edmundo González-Blanco, quienes manifiestan directamente el reconocimiento hacia don Julio.

 

Felipe y Edmundo son jóvenes que se encuentran con un ambiente absolutamente dispar en el seno del jovellanismo. Cuando tengan que situarse deberán elegir entre las tres líneas discordantes que hay trazadas, pero con la novedad del influjo de Somoza, que tiene personalidad propia.

 

Primero fueron los liberales quienes acompañaron la proyección de la figura de Jovellanos en la primera mitad del XIX, después, en la etapa siguiente, la tradición liberal recibe el embate del neocatolicismo reclamando el conservadurismo del gijonés universal. Pero éstos no avanzarán en sus propósitos sin mediar escollos, porque al lado del enfrentamiento con sus oponentes liberales han de librar una batalla interna con el ala más reaccionaria, quienes se apresuran a denunciar la distancia que media entre las ideas de Jovellanos y las posturas de la «buena y verdadera ortodoxia católica». En este ambiente emerge el republicano gijonés, don Julio, que, dentro de la línea liberal, introduce una óptica nueva al conceder una importancia central a los temas de la personalidad jovinista y, dentro de ella, a la espiritualidad religiosa, viniendo de esta manera a crear una franja de coincidencia con el conservadurismo neocatólico, que ponía el énfasis de su vindicación en la trascendencia de la ejemplar religiosidad de Jovellanos. Somoza ejerce la función de una síntesis superadora histórica pero no queda, por ello, libre de propiciar nuevas desviaciones en relación a la «verdad histórica». La síntesis se hace posible porque puentea la tradición de rivalidad entre liberales y apostólicos yéndose más allá, a elementos más primigenios, a la visión jovellanista que nos llega desde los que trataron al Jovellanos más «humano» y próximo, Ceán Bermúdez y González de Posada. Somoza tiene preferencia por estos dos referentes contemporáneos de Jovino, no tanto porque los seleccione en una criba crítica sino porque encajan más con el modelo que pretende reclamar. De lo que se trata es de, por encima del Jovellanos político, escindido por las ideologías prevalentes, rescatar al «verdadero», es decir al de carne y hueso, a la persona, al sujeto ético antes que al sujeto moral o político. Este es el esquema que dirige la concepción somozista en su marco general, que condicionará por completo la proyección que defienda. Junto a este enfoque, que es también ideológico en otro escala, la labor más objetiva y aséptica de don Julio es su empeño de rescate arqueológico del conjunto de los textos y noticias jovellanistas.

 

Somoza se opone rotundamente a la interpretación reaccionaria representada por Franquet y el presbítero Miguel Sánchez. También es manifiesta la oposición a las tesis de los neocatólicos pero, a la vez, admite el núcleo de su argumentación, es decir, la relevancia en la interpretación final del jovellanismo de su catolicismo «puro»[35]. La línea liberal es la que teóricamente viene a proseguir, pero se produce de una forma peculiar al primar el Jovellanos persona sobre el Jovellanos personaje público; así, podríamos decir que la inflexión se va a operar por el traslado del énfasis moral, más social, hacia el ético, más personal. Se trata de conocer el pensamiento de Jovellanos aprendiendo a pensar como él pensaba y sentía, rastreando todas las vertientes subjetivas posibles y entendiendo que en ellas está todo contenido o casi. El error de Nocedal según el cronista de la villa gijonesa consistió en velar algunos de los rasgos de la personalidad de Jovellanos y en un trabajo deficiente en el tratamiento de los textos, denunciando incluso manipulaciones partidistas. El error de Laverde y Menéndez Pelayo está en seguir estas pistas falsas. Pero también es verdad que éstos contribuirían a poner de manifiesto un elemento que habría sido relegado por los liberales, y que era signo inequívoco de la personalidad del ilustrado español, y, por tanto, de sus ideas: el «verdadero» catolicismo del de Cimadevilla. La religiosidad pasa a jugar un papel importante en el conjunto de la personalidad, y como de lo que se trata es de llegar a las ideas mediante el conocimiento de la persona, cuanto más íntima mejor, la lectura de Somoza, a pesar de nacer enfrentada a la neocatólica viene a coincidir con ella en un aspecto esencial y de esta manera a consagrar uno de los ejes que seguirán funcionando posteriormente. Por lo demás, Somoza se opondrá a la versión política que los neocatólicos hacen, señalando todos aquellos rasgos y textos que indicaban un claro progresismo en el magistrado asturiano. Pero, obviamente, Somoza también tiene que reconocer que las ideas de Jovellanos no coinciden en todos sus puntos con las de la deriva liberal posterior; para empezar, Jovellanos había dado claras muestras de preferencia por la monarquía, entendiendo la república como un modelo inferior, y muchos de los que se preciaban de liberales en las últimas décadas del XIX, con la Restauración, eran afectos a la república, como el mismo don Julio.

 

Don Julio advierte una de las grandes deficiencias en el conocimiento de la figura de Jovellanos, la falta de una verdadera publicación de la obra completa –que partiendo de todo lo que se haya extraviado no aspira sino a ser publicación de lo existente conocido- y, en ese sentido, tiene claro que la labor ha de ser de indagación y recuperación en los archivos completado con la publicación de los diarios que había quedado frenado en las  manos de Nocedal y que, Alejandrino Menéndez de Luarca (Franquet) tiene ahora vetado bajo sus condicionantes. En este sentido, se puede afirmar que Somoza cumplió ampliamente con su objetivo y que todo lo que no hizo se debió a los obstáculos insalvables que le superaron.

 

En suma, la aportación de quien fuera cronista oficial de la villa de Gijón (más tarde lo será también de Asturias), Somoza, se desarrolla bajo el signo de 1º) la continuidad con la línea de los próximos al Jovellanos vivo, como fueron Sampil, Ceán Bermúdez y González de Posada; 2º) la continuidad también con el enfoque liberal pero ahora con una inflexión importante, en lo que, por otra parte, era un devenir ideológico en continuo cambio todo a lo largo del XIX; inflexión consistente en la preeminencia dada al Jovellanos existencial sobre el político; 3º) la distancia total respecto de la postura ultraconservadora y el enfrentamiento matizado con la postura conservadora; 4º) la unión de una serie de esfuerzos en la clarificación y publicación de la obra y vida de Jovellanos que conjuntó a los conservadores –Menéndez Pelayo, Laverde, Fray Miguélez- con los liberales –muchos de los miembros de La Quintana-, distantes todos ellos de la línea encarnada por Franquet; 5º) la fertilización de un nuevo terreno de investigaciones jovellanistas, fruto de todos estos trabajos y carambolas, en los que el enfrentamiento político queda supeditado al afán por recuperar esa imagen que se va constituyendo en patrimonio común a base de insistir en los componentes más personales, o en los aspectos de mayor consenso como el patriotismo o la genialidad.

 

El somozismo supuso una ingente recuperación del Jovellanos desconocido, una rectificación de algunos abusos interpretativos claramente denunciados, una universalización de la figura de Jovellanos alejándolo de las interpretaciones más extremas y una santificación laica, de la que fue principal responsable la devoción jovellanista que practicó siempre don Julio Somoza. La devoción hacia Jovellanos hubo de ser favorecida por el hecho de que la abuela de Somoza había sido la famosa pupila de Jovellanos, Doña Manuela Blanco y Cirieño de Inguanzo, además de estar emparentado con la hermana de quien fue uno de los amigos de toda la vida de Jovellanos, don Pedro Valdés Llanos. Somoza no sólo profundizaba y se extasiaba en la admiración hacia aquel gijonés tan completo sino que además recuperaba gran parte de su historia familiar, como la anécdota de aquel su ascendiente que había sido protagonista en la denuncia ante la invasión napoleónica.

 

El proceso de inflexión en la recepción del jovellanismo, cuyo centro de operaciones se hallaba en Gijón en aquellas décadas de entresiglos, siguió el ritmo de las investigaciones de don Julio. Después de los años iniciales que Somoza dedicó a la indagación en los papeles del Instituto y de todas cuantas noticias pudo obtener en el ambiente de La Quintana y de las pesquisas seguidas con Menéndez Pelayo, Fray Miguélez y otros, empezando por el legado que le había dejado Juan Junquera Huergo, que tuvieron sus primeras manifestaciones en los artículos periodísticos y en su primer libro Catálogo de manuscritos e impresos notables del Instituto de Gijón (1883), el voluntarioso jovellanista publica en 1885 Jovellanos, nuevos datos para su biografía, la primera de sus producciones donde se introduce directa y claramente su enfoque particular sobre el contencioso jovellanista relativo a su filiación política «real». Somoza adopta una postura crítica, de denuncia y de distancia respecto de los enfoques partidistas. Empieza recriminando a Nocedal no haberse despojado de la pasión política[36] en lo que hubiera debido ser una labor de historiador neutral:

 

Considerar a Jovellanos por sus obras como hombre eminente en virtud y saber, y derivar de aquí el juicio de su vida, hubiera sido el más seguro sendero para el historiador imparcial. Jamás la duda alteró un momento sus creencias religiosas: católico fue hasta el último momento de su vida; mas sus ideas científicas y filosóficas llevábanle a aceptar todas aquellas conquistas que, así en la enseñanza como en la ciencia económica, en la jurisprudencia como en la política, traía a la vida el progreso humano con el eterno mote de “revolucionarias”. Y por no hacer esta distinción forzosa, que sin violencia alguna se desprende de la lectura de todos sus escritos, han preferido sus comentadores hacer de ellos bandera de las sectas políticas que en enconada lucha se destrozan, mistificando sus ideas, dando a otras alcance que nunca tuvieron, y ocultando mañosamente todas aquellas que pudieran volverse en contra de los mismos que le aclamaban con bélicos apóstrofes. ¿Qué mucho que así no fuera, si los más de ellos no leyeron sus obras?[37]

 

Somoza está arremetiendo aquí, de forma expresa, contra Nocedal y sus seguidores, Fernández-Guerra, Cañete y Catalina. Y siguiendo la línea de filiaciones también se atreve con quien empezaba a aparecer como uno de los genios de la erudición, Menéndez Pelayo. Pone en ridículo al santanderino que da crédito a la historia de los amores de la reina María Luisa como motivo del destierro de Jovellanos, y se alinea con la tesis de Llorente que atribuye la persecución a los manejos de la Inquisición:

 

Vano intento el del Sr. Menéndez en buscar un detalle semi novelesco de la vida de palacio para explicar aquella gloriosa caída. Pero dolíale, sin duda, a este escritor, confesar que hombre de virtud tan austera y tan perfecto católico había sido perseguido por las mismas potestades del catolicismo, por los que se decían sus más puros y genuinos representantes, sus más acérrimos defensores[38].

 

La interpretación de Menéndez Pelayo se alineaba con la de Nocedal y además, Somoza cree que sigue el veredicto de la Historia de la Filosofía (1879) del P. Zeferino González. Aprovecha el gijonés para recriminar a éste la poca atención prestada al pensamiento de Jovellanos que despacha clasificándole como sensualista en la línea moderada de Locke lejos de la exagerada de Condillac. Se lamenta, en general, que todavía no se disponga de ningún estudio serio sobre la obra de Jovellanos porque sólo un artículo del señor Azcárate, publicado en 1877, hace mérito de él como jurisconsulto; pero su misma brevedad hace más sensible la falta de un buen estudio[39].

El dictamen de Somoza es claro: 1º) la línea de interpretación que va de Nocedal a Menéndez Pelayo es partidista políticamente y distorsiona al verdadero Jovellanos; 2º) conectado con lo anterior se ha hecho un uso falaz del catolicismo de Jovellanos; los que a fines del XIX apelan al catolicismo no quieren ver que el enfoque religioso de Jovellanos y el suyo propio no es el mismo, por más que pueda hablarse de ortodoxia jovellanista; 3º) no hay todavía un estudio serio de su vida y obra.

 

Precisamente es sobre el último de los puntos señalados sobre los que está Somoza comprometido ahora de lleno, a la vez que manifiesta que no ha llegado el día de formar cabal juicio de Jovellanos y «su obra», con la cual se inaugura una de las crisis más interesantes de nuestra historia[40].

 

En 1889 continúa Somoza la recuperación de Jovellanos con Las amarguras, que quiere ser la biografía que corrija los errores pretéritos, porque por más que abunden las biografías y los estudios críticos, cabe afirmar que aún no se conoce al «hombre», y que mal estudiado en lo moral, ha de resentirse precisamente por deficiente el juicio que de él se forme, ora se aprecie su conducta o se juzguen sus obras y palabras[41].

 

Pero si dos son los fenómenos que se desencadenan con Somoza: corregir la línea oscurantista que se había empezado a imponer desde el neocatolicismo y encarar la recuperación del «verdadero» Jovellanos; la verdad es que esta recuperación, de muchísimo mérito en el desempolvamiento de inéditos, en la catalogación de escritos y en un mejor ordenamiento de su biografía, debió de quedarse especializada en una proyección del Jovellanos ético, es decir, en una elucidación de cómo era «realmente» la persona, de su grandeza individual, de sus méritos, esfuerzos, capacidades, en una palabra, llevar a su grado máximo una línea que había empezado a articularse desde la mitificación en vida de la figura de Jovellanos: la deificación laica. Somoza fue consciente de que se enfrentaba a esta dimensión de los hechos, porque él mismo analiza toda la crítica anterior como el abuso de un manido elogio a Jovellanos, bastante vacuo. Sin embargo, hay que deshacer el malentendido político-religioso creado, hay que superar el falso parcialismo y hay que trazar una línea que vaya de un hecho incontestable: la virtud de Jovellanos, a otro hecho no menos incontestable: sus ideas políticas avanzadas. ¿No puede un hombre ser religioso en su conducta moral, y revolucionario en su vida política?, interroga airado contra Nocedal, Laverde y Menéndez Pelayo[42]. Y en esta empresa de rehabilitación del «verdadero» Jovellanos lo que cumplió hacer a Somoza fue no trazar con líneas más firmes las ideas de Jovellanos, menos aún su sistema de pensamiento –aunque Somoza lo anuncia como quien va a disponerse a relatarlo-, sino reivindicar que la virtud jovellanista no estuvo reñida con su radicalidad político-social, y que sólo las interpretaciones aviesas hacen a una y otra irreconciliables. Pero una vez sentado esto, una vez que a través de la pertinente perspectiva histórica queda rehabilitado el ilustrado progresista, una vez deshechos los entuertos de la vigente parcialidad política interesada, aquello en lo que va a profundizar más Somoza será en el despliegue de una «veneración jovellanista». Las amarguras van a constituirse en la primera clara muestra de esto que decimos, para venir a rematarse con la obra que le consagrará como el más grande de los jovellanistas –cuando menos, hasta el trabajo de toda una vida, como el de Somoza, desarrollado por José Miguel Caso-, el Inventario de un jovellanista. Esta obra que fue publicada en 1901 a expensas del Estado, al obtener el premio de la Biblioteca Nacional, era el fruto de toda la investigación acumulada durante décadas; en 1892 fecha su nota preliminar y en ella se advierte que la distancia inicial que le separaba de la postura neocatólica se ha reducido; sin duda, la tormentosa amistad epistolar –al principio, sobre todo- mantenida con Menéndez Pelayo y la definitiva colaboración mutua en la que entran, con la mediación de Fray Miguélez y de Laverde, al lado del estudio del santanderino menos partidista y más científico hacia la figura de Jovellanos, en su obra estética, sirvieron para aproximar posiciones. Este acercamiento, que no era extraño cuando el factor fundamental que servía de eje comprensivo a Somoza sobre Jovellanos era su virtud, obra proporcionadamente en lo que va a ser un distanciamiento respecto de las tesis tradicionales liberales. Don Julio denunciará también una falsa apropiación, en el río revuelto ideológico de los años 1812-1823, por parte de la primera tradición liberal. Para ello argumenta contra la pretendida afinidad entre Jovellanos y la caterva de mentes más avanzadas, picadas algunas de volterianas o siquiera de enciclopedismo. Algunos de los argumentos tienen resonancias menendezpelayistas; hasta ahí llegaba el influjo de la mente española más privilegiada del momento; no obstante, Somoza siempre mantuvo la distancia con los neocatólicos, sus seguidores, actuando ambas partes en flancos distintos, si bien, con partes secantes. En Somoza, el eticismo jovellanista incluía la sincera práctica católica, y en Menéndez Pelayo la ortodoxia católica arrojaba luz sobre toda la personalidad intelectual del ilustrado, a pesar de algunas sombras propias de los tiempos. El punto de encuentro era el tan traído y llevado catolicismo.

 

Para el cronista de la villa, Jovellanos no fue realmente amigo de Aranda, Olavide, Campomanes, Urquijo... de entre todo este grupo que algunos citan en globo, solamente cabe hablar de amistad con Cabarrús, y, en parte, con Tavira. Tampoco cabe elevar a amistad, en sentido preciso, su relación con Quintana. Sus verdaderos amigos sí fueron lord Holland; los literatos Cadalso, Vargas Ponce, Meléndez Valdés; los clérigos González de Posada, Delio, Mireo y Liseno (la tríada agustina); Díaz de Valdés, el obispo de Barcelona; los sacerdotes mallorquines Barberi, Muntaner, Bas y Bauza; y entre los de roce continuo familiar o de toda la vida Valdés-Llanos, Arias de Saavedra, Ceán Bermúdez, Domingo García Lafuente, su sirviente. También el ministro Valdés, Isidro de la Hoz, Maestre.

 

Lo que demuestra aquí Somoza es que ha profundizado en las relaciones reales mantenidas por Jovellanos en el acontecer de su vida, a pesar de que quepa hacer precisiones a la selección que hace; pero, más allá de deshacer el argumento contrario, cuando lo haya, en el que efectivamente no se puede obrar en el todo revuelto de los amigos, conocidos, coetáneos para desde aquí derivar conclusiones directas sobre paralelismos ideológicos, políticos o religiosos; más allá de deshacer un falso argumento, este apelar a la «verdadera» amistad como criterio no lleva muy lejos. ¿Es que va a confundirse el reino de las ideas con las relaciones afectivas personales? Porque por muchos elementos mixtos que se crucen entre ambos planos, ninguna de las dos codetermina a la otra. ¿Es que no está más próximo Jovellanos de Aranda, el «masón» –a quien apenas trató- que del canónigo González de Posada –con quien compartió recuerdos del terruño, intereses poéticos y de cultura asturiana- en la idea del deslindamiento entre los poderes civil y eclesiástico? A pesar de que Somoza coopera en el esclarecimiento de muchos perfiles jovellanistas confusos, también soporta y difunde una visión muy de la época, demasiado personalista, que establece la falacia de concluir la estructura de ideas racionales desde premisas cuya estructura está compuesta con afectos y sentimientos. Y no es que ambas esferas estén desconectadas, pero sí que responden a órdenes lógicos diferentes, sujetos a necesidades y finalidades distintas, por más que se constituyan nódulos de mutua alimentación. Y, en todo momento, en una personalidad moral como la de Jovellanos, en caso de contradicción flagrante entre ambas esferas, racional y sentimental, siempre gobierna la parte racional, como se puso de manifiesto claramente en la ruptura con sus amistades -Cabarrús, y los demás «afrancesados»- en la guerra de la Independencia.

 

Atendiendo ahora a los méritos del trabajo de Somoza, hay que reconocer la labor ingente de búsqueda, ordenamiento y presentación crítica de lo que en ese momento empieza a ser la «galaxia jovellanista». Así, el ordenamiento según los criterios de Impresos dispersos y ediciones parciales, Manuscritos publicados e inéditos con indicación de los archivos y bibliotecas de referencia; los Biógrafos, comentadores, panegiristas, etc. (hasta un total de ciento cuarenta y cuatro referencias), las Publicaciones periódicas (treinta y siete), las Traducciones y publicaciones extranjeras, las Dedicatorias, y las secciones de pintura, grabado, escultura y de Epigrafía (lápidas e inscripciones); la Genealogía; y los glosarios finales de las Poesías, por orden alfabético, y de los Escritos, por orden alfabético y cronológico. Y de forma especial, la presentación y estudio que hace de las principales colecciones de las obras de Jovellanos: las ediciones de Cañedo (1830), Linares (1839), Mellado (1845), de Logroño (1846), Linares 2ª edición (1865), y aquellas otras selecciones como la Biblioteca de Autores escogidos (1880), la Biblioteca Universal (1880), la Biblioteca Amena Instructiva (1884) y la Biblioteca Clásica Española (1884). Al lado de este trabajo de recopilación exhaustiva de los elementos de la «galaxia jovellanista», la aportación que hace a través del nuevo enfoque que trata de imprimir, y que deja reflejado en el Preliminar de la obra, que como el resto de sus análisis personales no es pródigo en páginas, desarrollos y análisis de detalle pero sí en sugerir ideas y en marcar líneas geodésicas del terreno que se pisa. En este contexto es interesante la revisión crítica que hace, a vuelapluma, sobre la recepción del jovellanismo en las décadas del XIX. De aquí resulta un paisaje claroscuro, de los que han contribuido de alguna manera al conocimiento de Jovellanos –siempre parcialmente hasta la fecha- y de los que sorprendentemente han dicho demasiado poco. Sempere y Guarinos (Reseña bio-bibliográfica, 1789), Ceán (Memorias, 1814-1820), Posada (Biografía, 1811), Antillón (Biografía, 1811), el presbítero Sampil (Relación), Gaillard (Apuntes periodísticos, 1819); la historia sobre Carlos IV de Andrés Muriel. José Canga Argüelles (Expediente de la visita al Instituto, 1837), Victoriano Sánchez (Exposiciones para la reforma del plan de  estudios del Instituto, 1845), José Caveda (Exposiciones para la reforma del plan de estudios del Instituto, 1855). Los estudios como crítico de arte de Baumgarten, Menéndez Pelayo, Selgas, Navarro y Mélida. Los estudios como literato de Ticknor (Historia de la Literatura Española), D. L. A. de Cueto, Amador de los Ríos, Alcalá Galiano y el P. Muñoz Capilla. Y entre los que han contribuido menos Moratín y Quintana, que le encomian pero que no le estudian. Antonio Gil de Zárate que en De la Instrucción pública en España apenas si nombra a Jovellanos, y Eugenio de Ochoa que en su Epistolario Español ni siquiera le menciona[43].

 

Junto a esta labor de jovellanista elevada a primera categoría, que quedará reflejada además en su producción posterior[44], nos interesa resaltar aquellas ideas que Somoza empieza a dar por sentadas, fruto de su profundo conocimiento del personaje de carne y hueso. Por una parte, las dimensiones históricas en las que hay que situar a Jovellanos, y por otra, los rasgos definitorios de su verdadero talante intelectual y humano.

 

Pregónanse a son de clarín por todos los ámbitos de Europa las excelencias y merecimientos de Pestalozzi y de Froebel, y nadie sabe, ni quiere, volviendo los ojos a la patria, apreciar el esfuerzo gigante de este hombre, único en su época que imprimió, con soberano y certero impulso, nuevo rumbo a los primeros pasos de la cultura intelectual[45].

No es lo mismo hablar de Jovellanos que de Riego, Goya o Espronceda, símbolos parlantes de los exaltados por la libertad, el arte o la poesía. Por el contrario, para ocuparse a fondo en nuestro autor es preciso saber, y saber mucho [...] Expertos conocedores del Derecho existen en nuestra patria; con sabios y concienzudos historiadores cuenta; hablistas puros y correctos ilustran su lengua...; pero es necesario subir más alto, elevarse a las serenas regiones de la filosofía de la Historia y del Derecho y asignar el puesto que allí le corresponde a tan docto maestro[46].

A este monumento «escrito» nos complacemos en llevar una piedra solamente. Busquen otros en alta inspiración el conjunto armónico, la unidad grandiosa donde se compendie y aquilate toda la alteza de este carácter[47].

 

Somoza transitó de la enemistad inicial con Menéndez Pelayo hacia la honda deferencia y la concesión de lo que para los «neocatólicos» era punto esencial, la verdadera piedad del ilustrado. ¿Cuánto de esta aproximación del erudito regional hacia el erudito genial tuvo que ver con coincidencias sustantivas y cuánto con un escenario de conveniencias en su mejor sentido? No nos atrevemos al diagnóstico, pero sí a considerandos de interés. La obra que presentará al concurso nacional en 1901 el gijonés y que finalmente será premiada, había de pasar por las manos y la opinión de Menéndez Pelayo. Si Somoza fue capaz de calcular concesiones a la galería con tal de salvar lo más inmediato -la publicación y difusión de su laborioso trabajo jovellanista- es cosa que resulta comprometida de decidir. No obstante, siempre cabe considerar que estas concesiones habrían sido matizadas y nunca referidas a las cuestiones esenciales. Somoza reconoce que Jovellanos no fue revolucionario a la francesa y sabe que esta postura viene a halagar los oídos del santanderino, pero lo que importa de esto es que don Julio se atenía a los hechos históricos, aunque a la vez supiera que esta opinión podía ser utilizada no en su concreción sino como apropiación ideológica con implicaciones excesivas. El gijonés podía estar haciendo una reverencia a Menéndez Pelayo dentro de la estrategia de alcanzar los favores de quien era ya tan influyente en la nación, pero nada nos muestra que fuera renunciando a lo esencial. También es posible entender la aproximación de Somoza hacia el autor de los Heterodoxos por lo que los dos tenían de jovellanistas; la coincidencia en las pasiones somozistas se  superpondría sobre las ideas, relativizándolas. Al santanderino le bastaba con que se le mostrara la deferencia debida. Fuera como fuera la cuestión del cortejo intelectual, en 1908 recibirá justa correspondencia por toda una vida de trabajo, siendo nombrado académico correspondiente de la Academia de la Historia, cuando contaba sesenta años, por la mediación muy probable de Menéndez Pelayo.

 

Al margen de los influjos psicológicos que pudieran haberse dado, lo que importa resaltar es  el proceso de ideas que efectivamente conformaron la trama del somozismo.  A la altura de 1892, después de las primeras desavenencias, el terreno que hará posible la coincidencia se presenta así:

 

Pero al estudio de todas las producciones del personaje que nos ocupa, debe preceder siempre el de su carácter [...]  algunos espíritus más suspicaces que analíticos, que por no haber estudiado la materia con la amplitud y la atención debidas, han caído en el garrafal error de creer que este severísimo Magistrado era uno de tantos revolucionarios ávidos de ruido e innovaciones, como surgieron al calor de la exaltada Convención francesa. Ya los señores Nocedal y Menéndez Pelayo destruyeron esta falsa leyenda, aunque no detallaron con pormenores históricos de qué provenía tan equivocada apreciación.

A partir de aquella fecha [1812], los enemigos de las Cortes (compuestas, como todos saben, de ilustres personalidades, pero que legislaban mal y más violentamente de lo que las circunstancias requerían) cometieron la insigne torpeza de descargar a una sus iras sobre Jovellanos y los doceañistas, como si no mediara enorme distancia entre las ideas por uno y otro mantenidas: prueba clarísima y patente de que no habían sabido penetrar en el superior espíritu de las obras del primero[48].

 

En suma, el enfoque de Julio Somoza se distancia claramente de las pretensiones ultraconservadoras de los que como Franquet y Miguel Sánchez querían ver a Jovellanos como un «revolucionario»; se distancia también de la parcialidad política de Nocedal-Laverde-Menéndez Pelayo pero para volver a coincidir con éstos en el catolicismo y en la falaz identificación de Jovellanos lisa y llana con todos los rasgos de la ilustración europea –mucho más profana-. Se alinea, a la vez, con las tesis liberales tardonovechentistas de Gumersindo de Azcárate y Baumgarten[49], y trabaja en la dirección de sus colegas de La Quintana, siendo especialmente deudor de las aportaciones del archivo de Fuertes Acevedo. Por lo demás, su labor no se confunde con ninguna de ellas en concreto, ni resulta de un eclecticismo mecánico, sino que marca un nuevo clima de ideas que de forma directa o indirecta será seguido en lo sucesivo por muchos, y que será factor a tener en cuenta por todos los que ensayen profundizar en la obra del gijonés universal. Entre las ideas en las que insiste don Julio figura su énfasis en clasificar a Jovellanos entre los más grandes, como Cervantes, y la tarea pendiente de futuro que consiste en enmarcarlo más allá de regionalismos intelectuales, debiendo rescatar su aportación como filósofo en el conjunto de la historia de las ideas, señaladamente desde sus teorías políticas, históricas y de Derecho. Pero, por encima de todo, la singular aportación de Somoza consistió en haber dado a la personalidad ética de Jovellanos la función de eje de todas las demás facetas.

 

La aportación del cronista de Gijón puede compendiarse como la de un nuevo enfoque liberal en la época de la Restauración de corte mixto, en la que la visión política y laica se mantiene cerca de la tradición liberal; pero en la que las conclusiones de la religiosidad de Jovellanos están extraídas desde una lectura más conservadora, que era la que en la época se imponía como moral hegemónica. Expresado con la dialéctica hegeliana, la tesis liberal primodecimonónica y la antítesis neocatólica mediosecular son envueltas por las síntesis de Somoza, que es la expresión de lo que ideológicamente estaba sucediendo en la España de entresiglos: la lucha –mitad drama y mitad síntesis- de las fuerzas que propendían al laicismo moderno y, por otra parte, del imperativo católico español que muy pocos no juzgaban consustancial.

 

Del entorno jovellanista, vamos a centrarnos especialmente en los personajes que harán oír sus voces en el terruño gijonés, entre los cuales, además de Somoza, Adellac, Oliver, Edmundo González-Blanco, Gumersindo de Azcárate, Felipe Bareño, y Enrique García Rendueles, fundamentalmente. El eje de esta actividad vendrá dada por el jovellanismo,  y el principal valedor y responsable del clima creado será Julio Somoza. Afines a las ideas del cronista gijonés correrían Felipe, Edmundo, Gumersindo y en contra se situarían el que fue director del Real Instituto Jovellanos, don Miguel de Adellac, El barcelonés Miguel S. Oliver y el sacerdote jovellanista don Enrique García Rendueles.

 

3. La época somozista

 

Entre 1888 y 1935 –fecha en la que Somoza es un anciano de ochenta y siete años- periodo en el que situamos la época somozista, perviven contribuciones y enfoques que entroncan con el Jovellanos liberal, se siguen difundiendo los supuestos de los neocatólicos, mientras se va entronizando la síntesis del señor García-Sala. El pensamiento católico más conservador seguirá, sin duda, el rastro de los segundos; los que apelan a visiones más laicas esgrimirán argumentos del sabor de los primeros; pero todos, en general, se abrirán a las tesis de Somoza y le rendirán pleitesía. A partir de este momento la insistencia en la virtud humana jovellanista ocupará un lugar estratégico en el entramado interpretativo. Nos hallamos en la época en la que fuera de Asturias Antonio García Maceira escribe las Ideas filosóficas y políticas de Jovellanos (1892), Joaquín Costa publica su Colectivismo agrario en España (1898) y Fray Miguélez, Jansenismo y regalismo en España (1895) y Fisonomía moral de Jovellanos (1911); Fray Miguélez conoce y se cartea con Somoza, a quien hace llegar su estudio sobre el jansenismo español, que el gijonés lee con atención escribiendo alguna anotación en el margen de las páginas[50]. Y dentro de Asturias Felipe Bareño se ocupa en las Ideas pedagógicas de Jovellanos (1910); Edmundo González Blanco, Jovellanos, su vida y su obra (1911), Jovellanos, su vida y sus obras (1914), «Glorias asturianas: Jovellanos y la ideología de su época» (1930); y Miguel Adellac y González de Agüero, director del Real Instituto Asturiano, publica la Oración Inaugural a la apertura del Real Instituto Asturiano que leyó su promotor en 7 de enero de 1794 (1911), al que añadió un prólogo y breves notas, las Obras de D. Gaspar Melchor de Jovellanos. Diarios. (Memorias íntimas). 1790/1801 en 1915,  los Manuscritos inéditos de Jovellanos. Plan de educación de la nobleza. Trabajado de Orden del Rey en 1798, con un estudio preliminar, también en 1915. Interviene asimismo con una conferencia, «Jovellanos y la cuestión social de su tiempo» en el homenaje del centenario, recogido en El Ateneo de Gijón en el primer Centenario de Jovellanos (1911), junto a Gumersindo de Azcárate («Jovellanos y su tiempo») y a Edmundo González Blanco («El patriotismo de Jovellanos»).

 

7. El revulsivo cultural en Gijón ante la celebración del primer centenario de la muerte de Jovellanos y el clima general nacional

 

El primer centenario de la muerte de Jovellanos va a impulsar diversos estudios y homenajes en todo el ámbito nacional y muy especialmente en el entorno gijonés. En el marco de la promoción llevada a cabo por las instituciones encontramos que la Academia de la Historia se encarga de la publicación de los escritos referentes a la actividad de Jovellanos académico de la Historia, para lo que en 1911 dedica un número extraordinario donde aparece el Jovellanos en la Real Academia de la Historia, con Prólogo de Miguel Fita. También en el Boletín de la Real Academia de la Historia se llevan a cabo múltiples publicaciones durante los años 1912-13 de documentación varia referida a Jovellanos, a cargo de José Gómez Centurión. En 1913, con ocasión del concurso del centenario de la muerte, promovido por la Academia de Ciencias Morales y Políticas, se publican los cinco[51] premios destacados, de entre las cuales alguna aportación gijonesa hay, que tenían como tema las doctrinas morales y políticas jovellanistas, : de Hilario Yabén Yabén, el Juicio crítico de las doctrinas de Jovellanos en lo referente a las Ciencias Morales y Políticas (obtuvo un accésit; 414 páginas), de Enrique García Rendueles –sacerdote de Gijón- el Jovellanos y las Ciencias Morales y Políticas. Estudio crítico (obtuvo un accésit; 82 páginas), de Julián Juderías, D. Melchor Gaspar de Jovellanos. Su vida, su tiempo, sus obras, su influencia social (obra premiada), de Ángel María Camacho y Perea, el Estudio crítico de las doctrinas de Jovellanos en lo referente a las Ciencias Morales y Políticas (obra premiada; 296 páginas), y de Gervasio de Artiñano y de Galdácano, el Jovellanos y su España (obra premiada; 186 páginas).

En torno al centenario de 1911 se organizaron, también, diversos actos y publicaciones: Centenario de Jovellanos, en el que intervienen Julio Somoza, León Galindo de la Vera, Rafael María de Labra, Miguel de Unamuno[52], José Manuel Pedregal, Azorín, Armando Palacio Valdés, Fr. Jesús Delgado, Baldomero de Rato, y Jenaro Junquera. Aparece igualmente un número especial del «Semanario escolar del Instituto» dedicado a Jovellanos, con la colaboración de Pidal y Mon. El Comercio del 6 de agosto de 1911 dedica un número especial en el que se contienen artículos sobre Jovellanos de Julio Somoza, Gumersindo de Azcárate, Miguel de Unamuno, Antonio Maura, Faustino Rodríguez San Pedro, Augusto González Besada, Alejandro Pidal y Mon, Fermín Canella y Secades, Carlos Cienfuegos-Jovellanos y Bernaldo de Quirós, y de Francisco Roncales. El homenaje que alcanza mayor peso intelectual en el centenario de 1911 es el organizado por El Ateneo de Gijón, en donde intervienen Gumersindo de Azcárate, Edmundo González Blanco y Miguel Adellac y González de Agüero; y en un plano secundario Alfredo Alonso Castro, Cristóbal de Castro, Bernardo Acevedo y Huelves, Fermín Canella y el Obispo de Plasencia.

Es curioso que no intervenga aquí el máximo jovellanista, Somoza; habrá que pensar en algún contratiempo de su esquivo carácter o, quizás, en el hecho de que uno de los adalides fuera Adellac, con quien estaba enfrentado precisamente en el tema de la publicación de los Diarios. Adellac fue primero Presidente del Ateneo y después Director del Instituto Jovellanos. Se empeñó, hasta conseguirlo en 1915, en la publicación de los diarios de Jovellanos, dentro de una edición distinta de la anhelada por Somoza -que no verá la luz más que póstumamente en 1853-55, con el estudio preliminar y prólogo de A. del Río y la aportación de los Índices de José María Martínez Cachero-. Era obvio que Adellac y Somoza militaban en bandos distintos y que, como jovellanistas, no alcanzaron el consenso mínimo que les permitiera trabajar de consuno; también porque los manuscritos que manejaba el Director del Instituto estaban hipotecados bajo los condicionantes post mortem de Franquet.

La fiebre de Somoza por la dedicación a las cosas jovellanistas empieza a difundirse y a arraigarse como hábitos de trabajo en otros publicistas, como Pachín de Melás, que entre 1928 y 1936 publica quince artículos de prensa que pretenden relanzar y dar a conocer al gran público la figura de Jovellanos a través del apunte de ideas, del recuerdo de efemérides, o de la gran devoción de Jovellanos por Asturias; y que pasará a la generación y la etapa siguiente a través de personas como Joaquín A. Bonet, que publica entre 1935 y 1969 veintiún escritos, en su mayor parte artículos de periódico de carácter biográfico o curioso, y Constantino Cabal, que deja reflejada en 1951 una pequeña contribución jovellanista en el Diccionario Folclórico de Asturias.

De entre los miembros de la generación del 98 el que parece haberse acercado más a Jovellanos es Azorín, que publica diez artículos, en periódicos, revistas o como capítulos de libros en torno a aspectos biográficos, literarios, ideológicos y de crítica poética, desde 1913 hasta 1960. El más extenso es el que aparece en Clásicos y Modernos, «Un poeta» (1913; páginas 19 a 24)[53], donde centrándose en la Epístola del Paular destaca el prerromanticismo y las ideas sociales avanzadas de Jovellanos. En un artículo publicado en Ahora (II-VII-35) Azorín entiende que la interpretación de Miguel Sánchez, en el Examen teológico-crítico..., sirve para conocer el verdadero pensamiento de Jovellanos, aun cuando la intención del presbítero sea delatar y condenar a Jovellanos[54]. En La voluntad (1902), que siendo una novela tiene mucho de ensayo, llama a Jovellanos la más alta autoridad literaria de España[55]. Es pues, Azorín, uno de los ejemplos representativos de una recepción de Jovellanos alejado de la línea neocatólica y que no demoniza la opinión ultraconservadora precisamente porque conviene en su dictamen, es decir, porque tanto los ultras como los liberales progresistas realizan un diagnóstico similar, huyendo de las mixtificaciones de las síntesis que buscan el «justo medio», aunque de aquí derive en los liberales el abrazo a Jovellanos y en los ultramontanos la execración. Azorín es un heredero de aquellos liberales doceañistas, pero a la altura de su tiempo, con algo de anarquismo político nuevo pero con el mismo talante crítico reformador de entonces hacia los temas sociales. Por su parte, Armando Palacio Valdés se siente orgulloso de ser paisano de la más noble figura que ha aparecido en la política española de doscientos años a esta parte[56]. En Jovellanos el talento y el corazón se corresponden y por ello lo que más destaca el autor de Peñas arriba en él es la ejemplaridad de su virtud, es decir, el lugar común en que se ha convertido. Para Unamuno, Jovellanos es varón de consejo, de prudencia, de los que serenan el ánimo y de las lecturas más recomendables en España[57]. Para Rafael M. de Labra es uno de esos «hombres representativos» de los que habla Carlyle, figura de la política contemporánea y un ejemplo[58]. Y para completar la imagen que empezaba a generalizarse entre la intelectualidad del país, citemos lo que, conectando con este reconocimiento, había expresado años antes Juan Valera:

si colocamos y apartamos en mucho más alto lugar al Manco de Lepanto y si prescindimos de algunos eminentes autores de obras místicas, devotas y ascéticas y de tres o cuatro historiadores de los siglos XVI y XVII, bien puede afirmarse que fue Jovellanos quien hasta entonces tuvo más brillante y firme estilo y escribió mejor la prosa castellana[59].

 

Del conjunto de nombres aquí citados, los que resultan más representativos de la recomposición de la obra y el pensamiento de Jovellanos son los premiados por la Academia de Ciencias Morales y Políticas, por ser ensayos que pretenden entrar en el fondo de la cuestión. También las aportaciones de Joaquín Costa y las de Edmundo González Blanco. No debe olvidarse a Fray Miguélez y a G. Maceira, aunque el intento de este último parece bastante fallido, a pesar de que se anuncia una novedad en el análisis: las ideas filosóficas de Jovellanos. Tampoco debe olvidarse que las obras de Menéndez Pelayo están sufriendo continuas reediciones, con lo que su imagen jovellanista sigue viva y en difusión. Importante será la primera tesis doctoral sobre Jovellanos (1907), de Felipe Bareño y Arroyo,  Ideas pedagógicas de Jovellanos (publicada en 1910; 86 páginas)[60]. Finalmente, la obra de Luis Santullano (seguramente de 1936), que incluye ya a Ángel del Río, sirve muy bien de puente entre la etapa somozista y la siguiente, puesto que recoge la tradición liberal mantenida desde el principio, no se olvida de las principales aportaciones de los neocatólicos y utiliza con bastante exhaustividad las influencias del somozismo. En un modo similar al de Santullano, Juan Morán Bayo[61] recoge, en 1931, una línea que no queda prisionera en la interpretación pelayista, que no se especializa en el eticismo somozista y que más bien trata de trazar una línea histórica que permita conocer las ideas de Jovellanos a través de uno de los problemas que le significan, el tema de la revolución agraria, en una línea temática con Fermín Caballero y con Costa, es decir, entroncando con la pervivencia de la tradición liberal y abordando, a la vez, un tema de moda .

 

8. La confrontación ideológica en el seno del Ateneo Obrero de Gijón. Las conferencias de 1911

 

Con motivo del centenario de la muerte de Jovellanos se organizaron en 1911 una serie de conferencias, lecturas y adhesiones de diversas personalidades y destacados jovellanistas. En la publicación[1] que se hace de los eventos se incluye también, en el apéndice, el artículo de Miguel S. Oliver publicado en La Vanguardia de Barcelona. El conjunto de las intervenciones es una muestra de la pluralidad de enfoques que en este momento se mantenían, pero dentro de un consenso de algunas cuestiones que empezaban a ser compartidas por los que décadas atrás estaban en bandas rivales irreconciliables. Los argumentos de la línea conservadora y los de la liberal se perfilan perfectamente, pero se dan conjuntamente en una publicación y en unos actos, donde todos conocen sus posturas entre sí y han transigido objetivamente –más que subjetivamente- en unos elementos de encuentro indispensables para poder congregarse. El tema de la religiosidad como argumento eje cede a favor del planteamiento de perspectiva ética. Miguel de Adellac y Miguel S. Oliver defenderán un Jovellanos conservador; Gumersindo de Azcárate y Edmundo González-Blanco al liberal. Todo ello bajo la plural mirada y abrigo del Sr. Jarrín (Obispo de Plasencia), Fermín Canella (Rector de la Universidad de Oviedo, cronista de Asturias y destacado jovellanista), Faustino Rodríguez San Pedro (Ex ministro de Instrucción Pública), Rafael Altamira (Director General de Primera Enseñanza), Rafael María de Labra (Senador del Reino) y Valentín Escolar (Director de la Escuela Superior de Comercio Jovellanos).           

Las tesis de Adellac y Oliver, representantes del conservadurismo, se enfrentarán a las de Azcárate y González-Blanco, que se alinean con las del liberalismo democrático. En las paredes del Ateneo Obrero van a resonar los discursos encontrados de uno y otro signo.

Adellac apela a la opinión de Joaquín Costa para ensalzar a Jovellanos, que había dicho que en lo que se refiere a conocer España pocos le igualaron y nadie le superó[2]. Mantiene también la tesis de Costa de un Jovellanos individualista en economía contra la corriente principal de la escuela económica española desde Luis Vives, Campomanes, Olavide, Floridablanca, Sáenz y Sisternes, Flórez Estrada hasta el propio Costa, que serían colectivistas. Comparte con Oliver el enfoque según el cual se hace de Jovellanos el precursor, o más aún, el apóstol definidor de la política conservadora[3]. Éste es, precisamente, el tema en que se centra el ponente barcelonés, comparando a Jovellanos, en su labor en la Junta Central, con Lally-Tollendal y su influencia en los comienzos de la Constituyente de Francia. Oliver afina mucho el argumento del conservadurismo de Jovellanos:

 

He dicho que de Jovellanos procede en España la escuela conservadora, mejor todavía que el partido conservador. Y esta descendencia se ha distinguido y se distingue profundamente del moderantismo doctrinario a la francesa, que prevaleció algún tiempo y no fue más que obra de imitación pasajera, tanto como pudo serlo el liberalismo doceañista. Ahora bien: ¿dónde y en qué radica el fundamento de tal escuela, según vino a crearla e informarla el ilustre asturiano? En primer lugar fue una tendencia de reforma, no simplemente estática o defensiva, ni mucho menos reaccionaria. Hay que decirlo y proclamarlo categóricamente: el partido conservador no nació en España como una reacción contrapuesta a otros impulsos progresivos, ni para detenerlos o conseguir que abortasen. Nació, simultánea y consubstancialmente, con la reforma política de nuestro país, cuya necesidad afirmó Jovellanos antes de que nadie lo hiciera y con más valentía y conocimiento de causa que otro alguno. ¿No se da el caso ahora mismo, como se dio durante muchísimos años, de que a sus obras y a sus textos tengan que acudir cuantos autores de la izquierda más extremada quieren dar idea de aquel tiempo y de la urgencia de una transformación?

Históricamente hablando, los conservadores fueron en España los primeros reformistas. Y puede decirse que el proceso de la división de partidos siguió aquí un camino inverso del que suelen indicar los teóricos de esta materia, es decir, que por reacción contra los evolutivos nacieron de un lado los radicales y del otro los tradicionalistas intransigentes, y no al revés. [...]

Esta es la convicción honrada y patriótica que, desde los días de Jovellanos, constituyó la derecha española, como tendencia a la vez impulsora y reguladora del progreso político de la nación[4].

 

La argumentación es sagaz, fina, demoledora en sus conclusiones. Sólo le falta el apoyo de los datos históricos. El escritor barcelonés, que había cedido su conferencia para ser leída en Gijón, afirma no tanto que Jovellanos sea conservador sino que el conservadurismo es jovellanista. Jovellanos se da primero y de él surge el conservadurismo, o, si se quiere, no infiere desde el contraste de las ideas de Jovellanos con los postulados conservadores, el conserdarurismo de Jovellanos, sino que parte de la evidencia de que la actitud jovellanista es la misma esencia del conservadurismo a simultaneo de su nacimiento histórico y de aquí concluye que primero fueron las ideas «evolutivas» de Jovellanos y después, por reacción, los tradicionalistas reaccionarios frente a los radicales se distanciarían de este camino recto, medio y equilibrado. Se trata de una página importante de la historia de España, del momento en que el centro político conservador tiene de sí una conciencia clara y pretende presentarse históricamente como el movimiento genuino y más original del devenir ideológico, entendiendo que nace de un punto de equilibrio o de un término medio entre extremos, los cuales se desarrollarán con posterioridad como degeneraciones políticas.

El articulista establece afirmaciones rotundas, llamativas, curiosas, sutiles, pero de una sutileza exclusivamente lingüística, puesto que, salvo la comparación a gran escala del escenario español con el francés, no da datos ni análisis histórico de detalle que muestre quiénes eran, además de Jovellanos, esos reformistas conservadores que se tomaron el trabajo antes que nadie de abrir las puertas del progreso. Lo que representa Jovellanos de progreso sosegado, ecuánime, prudente, y hasta transigente es justo el ideal político de los conservadores.

 

Contra la línea de los dos anteriores se van a manifestar G. de Azcárate y E. González-Blanco. Éste parece, a tenor de las citas, costista como Adellac. Pero este costismo no evidencia más que en la España del inicio del siglo XX las teorías de reforma agraria que planteaban una alternativa tanto al capitalismo imperante como al reparto comunista revolucionario estaban de moda. Para un uso o para otro podían ser traídas a colación. Don Edmundo recuerda el patriotismo de Jovellanos –que ha pasado a ser un lugar común y un consenso general- y desde ahí introduce el dato histórico de que veinticuatro hombres eminentes en el campo de la política, del arte y de la ciencia, amigos todos o compañeros de Jovellanos, se hicieron «afrancesados»[5]. Jovellanos destacó por ser patriota y hombre práctico, pero ello no debe entenderse en un sentido fácil o tópico, porque fue un destacado impugnador de la fiesta de los toros, alegando razones como que apenas la centésima parte de españoles habrían visto una corrida. Y retomando una de las ideas de fondo, bajo los objetivos de Dios, libertad y patria, y a pesar de su mensura, Jovellanos fue un radical. Y Costa, en la actualidad, a pesar de distanciarse del individualismo económico de Jovellanos, en todo lo demás es el continuador de Jovellanos:

¡Cómo se hubiera reconocido Jovellanos en Costa al oírle predicar su política de calzón y alpargata, frase en que el «Informe de la ley agraria» se resume! ¡Con qué gusto le hubiera apoyado en lo de hacer o promover una revolución en el presupuesto de gastos que permita gastar en muy breve plazo 150.000.000 en edificar escuelas y otros 150.000.000 en formar maestros...![6].

 

Por su parte, G. de Azcárate se esforzará en distinguir lo que hay en la obra de Jovellanos propio suyo y lo que hay que atribuir como propio de la época. En línea con esto, no se debe hablar de liberal y conservador, sino de si estaba a favor del Antiguo Régimen –como bien patentemente demostró que no- o a favor del nuevo, como se pone de manifiesto en sus actuaciones. Jovellanos se alineó con el pensamiento moderno de su época –con Locke y Condillac- y no queda satisfecho encerrando a la historia en una historia política porque ve la necesidad de una historia civil. Crítico con su tiempo, Jovellanos había defendido que la moral era casi desconocida y estaba olvidada, de donde se desprende que no estimaba suficiente la predicada por la Iglesia[7]. La razón de la inclusión en el Índice en 1826, después de 32 años, de La Ley Agraria, no se debe al hecho de que afectara a la religión sino a los bienes de la Iglesia. En síntesis, para Azcárate, Jovellanos es uno de los más ilustres cooperadores de la obra que realizó la revolución en su primer periodo, en la cual hay algo que perdura y algo que pasó. Jovellanos como Costa –coincidencia también, en el argumento ad verecundiam, con G.-Blanco y Adellac- sintetizó su programa en los vocablos «escuela y despensa», es decir, en instrucción, ciencia y desarrollo económico para todos[8].

 

Se ponen de manifiesto las diversas tendencias interpretativas enfrentadas sobre Jovellanos que se arrastraban en el curso de su historia, que se dan aquí fundidas en un mismo acto conmemorativo y bajo una misma publicación. Este entreveramiento se hace posible porque al lado de los enfoques enfrentados hay toda una literatura común, un consenso, referido a la personalidad ética de Jovellanos, la cual se proyecta política e ideológicamente de una y otra manera después. Estamos en la época somozista no porque todos sigan sus dicterios sino porque el modelo eticista por el que tanto luchó don Julio se ha asentado como el común denominador de la interpretación jovellanista de principios de siglo. Todo el mundo se va poniendo de acuerdo sobre quién es la persona de Jovellanos, pero la filosofía de la historia con la que unos y otros le interpretan suscita que los conservadores puedan pulir en él los conceptos con los que se autoconciben y que los liberales vean en la esencia de lo que él defendió la misma esencia de las reformas políticas del momento. Pero no debemos engañarnos, la guerra ideológica no se ha reducido. Eso sí, parece desaparecer el antijovellanismo del cardenal Inguanzo, el P. Alvarado, el P. Vélez,  Franquet y el presbítero Miguel Sánchez, porque quienes van a representar ahora los esfuerzos político-religiosos ultramontanos, como Vázquez de Mella, verán en el «Padre de la Patria» un compendio de virtudes que corresponden a las esencias más tradicionales de la virtud intemporal. Jovellanos ha sido recuperado para todos.



[1] El Ateneo de Gijón en el Centenario de Jovellanos. Conferencias y Lecturas 1911, Tip. La Industrial, Gijón, 1912.

[2] Conferencias y Lecturas, Pág. 46.

[3] Ibíd., «Jovellanos y la cuestión social de su tiempo», vid. págs. 47 y 56-60.

[4] Ibíd., «Otro Centenario», págs. 119-120 y 123.

[5] Ibíd., «El patriotismo de Jovellanos», pág. 38.

[6] Ibíd., Pág. 41. Vid. también págs. 32, 33 y 38.

[7] Ibíd., «Jovellanos y su tiempo», pág. 23. Vid. también págs. 14, 16, 17 y 19.

[8] Ibíd., vid. págs. 16, 21 y 23 (cita).

 

 

9. La aportación especial del vecino de Luanco, Edmundo González-Blanco

 

A finales del siglo XIX, una familia de Luanco iba a dar al mundo a tres asturianos célebres: los hermanos González-Blanco[1], Edmundo (1877-1938), Pedro (1879-1961) y Andrés (1886-1924), que destacarían el primero como filósofo, escritor y jovellanista, y los segundos como literatos. Edmundo queda retratado en la Gran Enciclopedia Asturiana (tomo VII, pág. 283) como un lector impenitente, interesado por toda manifestación intelectual, poseedor de vastísima cultura, trabajador constante y silencioso [y de quien Rafael Cansinos Assèns dice que] desde su voluntario retiro envía graves estudios filosóficos.

 

Edmundo González-Blanco es de los cuatro autores ponentes en el Ateneo gijonés el que ha dedicado estudios más detallados a las ideas de Jovellanos. Además del libro Cincuenta Españoles Ilustres[2], donde dedica a Jovellanos tres densas páginas, escribe un estudio extenso, de 154 páginas, Jovellanos, su vida y su obra[3], donde repasa a Jovellanos como hombre, pedagogo, economista, gramático, literato, historiador, pensador, moralista, jurista, político, patriota y creyente. La semblanza que le hace como «español ilustre» es un ejemplo de la síntesis de las virtudes jovellanistas combinadas con la interpretación de un republicano del momento, entre cuyos párrafos leemos:

Las censuras eclesiásticas y las persecuciones políticas de que fue objeto Jovellanos por su liberalismo y por su severidad... [...] consiguió la abolición de la cruel prueba del tormento en las tramitaciones judiciales. Parece que aquel ilustre escritor y fecundo hombre de acción esparcía en su derredor la luz de la verdad y de la moralidad, con sólo la influencia de su saber y la autoridad que le daba su virtud[4].

 

Según E. González-Blanco, que se declara antinocedalista[5] y respetuoso de la labor de Somoza, republicano como éste, Jovellanos era un nominalista al reducir a uno el arte de hablar y de pensar, y, por ello, también, un tradicionalista en el sentido filosófico-lingüístico apuntado por Laverde y Menéndez Pelayo; era un antiescolástico, un defensor de Erasmo como buen comentador para la lectura del Nuevo Testamento y, en definitiva, alguien que preparó la secularización de la enseñanza. Jovellanos fue como político el abogado de la clase obrera, y un titán revolucionario en el campo económico, cuyo martillo ha roto en mil pedazos la losa pesada e imbécil de los prejuicios de la reacción[6]. Como gramático se nos aparece el más clásico y el menos afrancesado de la época, y como literato comparte con Argüello, en sus Lecciones de literatura española, que Jovellanos fue pobre artista pero gran escritor. Como historiador introdujo una metodología nueva al unir en sus investigaciones el criterio sociológico junto al lingüístico. Como jurista fue revolucionario aunque no a la moda «thermidoriana», mostrando un talante radicalmente progresista con su defensa de las «ciencias útiles», con su proyecto de reforma agraria, cuando es episcopalista frente a Roma, cuando aboga por la abolición del tormento, cuando difunde el gusto por las bellas artes y trata de elevar la condición social de la mujer, cuando promueve una política industrial novedosa. Menéndez Pelayo no profundizó lo suficiente cuando se afana por poner en evidencia su animadversión hacia los procedimientos revolucionarios. Edmundo González-Blanco, desvela más que nunca sus armas al tratar del Jovellanos político, porque aquí no oculta que aborrece el clericalismo que es odioso, conservador, retrógrado, escéptico, aborrecible, carlista, integrista, servil, el clericalismo maurista; porque Jovellanos, aunque religioso, fue anticlerical como político; y no fue político en el sentido de hombre de partido, parcial, dispuesto a sacrificar a la comunidad por su partido, sino que entendió la política como una labor de reconstrucción cuyo objetivo es la nación entera. El que fue ejemplo de patriota íntegro lo fue también de verdadera religiosidad: respetuoso con el misterio impenetrable, con el universo ordenado trascendente, bajo unas leyes universales divinas. Contra ésta la religión que combatió, la superficial, la extravagante ritualista, la indiferente, la fanática –la de los carlistas posteriores-. Dejamos para el final su estudio como pensador, que a la altura de los tiempos que corren es una faceta inédita, si se exceptúan las líneas esbozadas por Fray Ceferino, y los apuntes del mismo tenor de Laverde y Menéndez Pelayo. El pensamiento filosófico de Jovellanos tiene un carácter fragmentario o poco sistemático; hay que dar la razón al P. Ceferino cuando dice que Jovellanos fue sensualista lockeano, pero sólo en lógica y gramática general porque en metafísica fue escéptico; sobrado de sentido común da la impresión de faltarle ingenio filosófico; en las materias de estricta filosofía se insinúa siempre el empirismo; leía mucho a Locke, Condillac, Gibbon y Payne; defensor de la distinción entre el alma y el cuerpo, invoca a favor de la existencia de Dios el argumento sacado de la belleza y armonía del universo, el argumento de la universalidad y perennidad de las leyes morales y el argumento de la absurdidad de una serie infinita de seres. Los antiguos abandonaron el camino de la verdadera investigación cuando para el conocimiento del universo en lugar de consultar los hechos inventaron hipótesis, y Aristóteles ideó un método en el que se ponían antes las leyes generales que los fenómenos naturales que se pretendían explicar; este método se convirtió en un sistema ingenioso para convencer del error pero inútil para descubrir la verdad. Bacon fue quien empezó a despejar toda esta confusión. Sensualista y tradicionalista lingüístico, contra la escolástica degenerada, Jovellanos no reunía las condiciones para darse a las puras especulaciones ontológicas, porque desconfiaba, además, de las fuerzas de la razón para las tareas metafísicas. De esta manera, en sentido filosófico convencional puede tacharse la especulación de Jovellanos de pobre, pero

… sus opiniones sobre jurisprudencia, instrucción pública, moral, política y economía, acusan la poderosa influencia que sobre él había ejercido la filosofía reinante.

Discreto e ingenioso, lo es Jovellanos en todos sus aspectos, si se exceptúa el de filósofo; y aun en éste, si no hay la misma fuerza, hay la misma claridad, la misma templanza, correcta y vigorosa en cierto modo, es decir, producida por íntimo convencimiento. En el desarrollo de una tesis filosófica, hiere antes la mesura lógica, el acierto del juicio, que la profundidad del pensamiento. Porque Jovellanos no es, al fin, pensador original en esa materia, sino disertador consciente y habilísimo. Pero es un ideólogo en la más alta acepción del vocablo, o al menos, en la acepción que el vocablo tenía en el siglo XVIII[7].

 

En resumen González-Blanco considera que Jovellanos no fue un gran filósofo en el sentido convencional de su uso, pero sí lo fue en el del modo como se ejercitó la filosofía ilustrada en su tiempo: como ideología.



[1] Los apellidos se utilizan sin unir por muchos comentaristas, pero en las portadas de algunas de sus publicaciones aparecen unidos

[2] Edición de «El Magisterio nacional», s. f.

[3] Imprenta Artística Española, Madrid, 1911. Edmundo González-Blanco es autor también de una Historia general de la literatura.

[4] Cincuenta Españoles Ilustres, págs. 127-8.

[5] Tilda a Nocedal de reaccionario y antipático, vid. págs. 26 y 76.

[6] Jovellanos, su vida y su obra, Pág. 40. Vid. también págs. 26, 30 y 33.

[7] Ibíd., págs. 93-94. Vid. también las págs. 85-92, y  40, 63, 66, 68-73, 83-4, 92-3, 108, 111, 119, 124, 135-154.

 

 

10. Felipe Bareño: obra y aportación en Gijón

 

No tenemos datos fidedignos de que Felipe Bareño y Arroyo fuera natural de Gijón, aunque todo indica que así era. Sabemos que el 12 de noviembre de 1910 entrega la publicación de su tesis doctoral a la Biblioteca Popular del Ateneo Casino Obrero de Gijón, ejemplar que se registra con el número 1112, y que lleva la dedicatoria autógrafa del autor indicando que es una contribución modesta al 2º millar de libros de esa Biblioteca[77]. La publicación, una pequeña obra de 87 páginas, de la Imp. «La Fé» de Gijón, correspondía a ese mismo año de 1910. El 28 de junio de 1907 había presentado su tesis doctoral ante el tribunal que le concedió la calificación de «Sobresaliente», formado por el Dr. D. Enrique Soms y Castelín (Presidente), el Dr. D. José Alemany y Bolufer, el Dr. D. Miguel Asín Palacios, el Dr. D. Manuel Bartolomé Cossio y el Dr. D. Alejo García Moreno (Secretario).

Además de su estudio jovellanista, otras contribuciones son el trabajo publicado en los Elementos de Historia de España, de la página 157 a la 319, editado en 1808 en Gijón, Tip. «La Fé», y reeditado en 1810. Así mismo, se conserva de 1917 un Programa de inglés: primer curso, que lleva su nombre.

En su tesis doctoral, reconoce directamente la ayuda de Somoza y de Alejandro Alvargonzález; de este último por facilitarle cartas y escritos inéditos de Jovellanos que obraban en su poder. Además de ser la primera tesis doctoral que se escribe sobre Jovellanos, el tema mismo –sobre pedagogía- es novedoso. Recientemente se había creado la primera cátedra consagrada a la Pedagogía, en la Universidad Central. La tesis consigue mostrar la importancia que tenían para Jovellanos las ideas pedagógicas, no sólo reconocibles en sus iniciativas prácticas, con la creación y promoción del Real Instituto Asturiano de Marina y Mineralogía, sino también por sus elaboraciones teóricas que pueden verse fundamentalmente en el Tratado teórico-práctico de enseñanza, en las Bases para la formación de un Plan general de Instrucción pública y las Reflexiones sobre la instrucción pública, inédito por entonces y que Bareño pudo consultar en la biblioteca del señor Alvargonzález. Con los recursos bibliográficos suministrados por don Alejandro y don Julio, y con el estudio, fundamentalmente, de los dos tomos de obras de la BAE editados por Nocedal, Felipe Bareño alcanzó a formular lo que él entiende como el eje del pensamiento del ilustrado español, las ideas sobre educación, adelantándose así a toda una tradición de investigadores que después verá también en las ideas pedagógicas el núcleo más importante del jovinismo. El doctorando remite, como fuentes donde pueden verse mejor las ideas pedagógicas del jovellanismo, a las Bases para la formación de un Plan general de Instrucción pública:

 

...en el cual se condensa, a nuestro juicio, el pensamiento total del reformador mejor que en ninguna otra de sus obras, pues viéndose libre de las trabas que bajo otros gobiernos le impedían expresarse con toda la libertad deseada, propone en ellas, como individuo de la Junta Central, un plan completo de Instrucción pública encaminada a moldear, con arreglo a las necesidades de aquella nación, que ansiaba surgir a la vida moderna, las futuras generaciones de ciudadanos libres y conscientes[78].

 

En las Bases, por ejemplo, defiende rotundamente la educación física, lo que no se había atrevido más que a señalar en el Tratado, apunta Bareño[79].

Queda claro que el Jovellanos que don Felipe quiere rescatar es un Jovino reformador, progresista, y, sobre todo, que pretendía, si se mira bien, ir más allá de lo que podía dar a entender, lo que a juzgar del doctorando fue un fallo de Jovellanos, por excesiva prudencia, timidez y comedimiento en los métodos:

 

... pero él [al contrario que Aranda, Campomanes, etc.], llevado de su natural idiosincrasia, procedía indirectamente, y quizás, como en otras ocasiones ya hemos repetido, fue esto la causa principal del fracaso de sus tentativas. Si el deseo de evitarse luchas enconadas fue lo que informó estos actos, hay que reconocer que se equivocó grandemente[80].

 

Para Felipe Bareño, Jovellanos debe ocupar un lugar preeminente en la historia de nuestra pedagogía nacional, las líneas generales que caracterizan su labor educativa son las de un pensador avanzado, defendió la vulgarización y gratuidad de la enseñanza, y la mayor generalización posible de toda la cultura; unió a sus ideas teóricas sus afanes prácticos, que quedaban compendiados en la defensa de un nuevo modelo de enseñanza concentrado en el Instituto, dotado de un espíritu contrario al ya caduco de la Universidad y escuelas de entonces, y donde se unía a los estudios primarios, la enseñanza secundaria y la superior de carácter práctico directamente unidas al desempeño de determinadas profesiones. Entiende que es obligación inherente a los ciudadanos el instruirse y un deber del Estado el proporcionarlo, para resaltar la misma tesis que Jovellanos defiende como central, que la instrucción es la fuente primordial y única de la prosperidad de los estados, primera etapa dentro de la carrera total del progreso que busca como objetivo la fraternidad de todos los pueblos de la tierra[81].

Estas aseveraciones que parecerán comunes, triviales y de «sentido común» para la ideología moral difusa de la segunda mitad del XX, suponen a principios de siglo un enfrentamiento con el modelo moral hegemónico, que ve las cosas de otra manera, no desde un afán laicizante sino desde el imperio de la catolicidad como moral exclusiva. Felipe Bareño no duda en atribuir al ilustrado asturiano la clara apuesta por un futuro precisamente más laico. Al hablar sobre la enseñanza de las primeras letras que propone Jovellanos encargar a los eclesiásticos, en La Ley Agraria, comenta el doctorando:

 

Donde se ve que, cohibido por las circunstancias de la época en que escribía, trata de asociar al clero en sus intenciones, para que sus propósitos de favorecer y extender la instrucción primaria no parecieran tan peligrosos a los espíritus timoratos, que entonces en mayor número que ahora, temían dar a los desheredados de la suerte la menor arma con que pudieran en lo porvenir oponerse al orden de cosas existente, en el que ese mismo pueblo tenía por único patrimonio los deberes que correspondieran al tranquilo disfrute de los derechos que una minoría afortunada se había otorgado a sí misma[82].

 

No nos consta la influencia que pudo haber ejercido Somoza sobre las conclusiones y la idea de fondo. De haber habido esa influencia, habría que conceder que la radicalidad de las ideas se escandían en Somoza en función del receptor, y que era muy distinto cuando tenía que comedirse con Menéndez Pelayo que cuando podía dar rienda suelta a los detalles y consecuencias de sus ideas. Que algo de esto hubo nos parece muy probable, hasta qué punto, no nos atrevemos a aseverarlo. En todo caso, si no Somoza, sí un discípulo suyo –en el amplio sentido de la palabra- proponía este Jovellanos «revolucionario» en el fondo, aunque no en los métodos, ante el tribunal de la Universidad cuyo rector era D. Rafael Conde y Luque y el decano de la facultad D. Mariano Viscasillas y Urriza.

La aportación de Bareño al conocimiento de la obra de Jovellanos y el enfoque progresista desde el que realiza el análisis nos da una idea de hasta dónde estaba floreciendo en Gijón la síntesis de las posturas tardoliberales y el somozismo.

 

El ambiente de aperturismo moral relativo a la defensa de ideas enfrentadas a la moral hegemónica queda patente igualmente con la fundación el 12 de noviembre de 1912, en Gijón, de la «Logia Jovellanos», que en diciembre de 1915 se atreverá a aparecer públicamente[83]. Este hecho levantará ampollas entre algunos jovellanistas posteriores, que sin duda están fundadas si con ello se pretende denunciar la impostura de poder suponer que Jovellanos habría sido él mismo masón. Pero puede verse bajo una óptica más amplia y consignar el nacimiento de un nuevo grupo moral, que contaba entre sus miembros a Melquíades Álvarez, Rosario Acuña, Eleuterio Quintanilla..., asociación y sociedad iniciática comprometida en la dimensión pública de lo político, que defiende una moral de nuevo cuño, más laica, cósmica y con una visión de la religiosidad distinta de la tradicional y eclesiástica, de forma que este grupo de personas vieron en Jovellanos un símbolo de sus mismos anhelos. No se trataría tanto de un problema de inconsecuencia al apadrinarse con alguien que en su época estuvo distante de esta asociación, cuanto de preguntarse por qué se vuelve motivo de escándalo que una sociedad con fines humanitarios –compartibles o no- encuentre una coincidencia esencial entre sus propósitos y los afanes de Jovino. Creemos que es motivo de escándalo porque a la moral hegemónica no le gusta que le invadan su terreno, como es lógico.

 

 

11. El sacerdote gijonés E. García Rendueles, en defensa del Jovellanos conservador

 

Enrique García Rendueles y Lamuño obtiene uno de los premios del concurso de la Academia de Ciencias Morales y Políticas de 1912 con la obra Jovellanos y las Ciencias Morales y Políticas. Estudio crítico. El estudio de don Enrique, sacerdote y profesor de Religión en el Instituto Nacional de Enseñanza Media de Gijón –es decir, en el Instituto de Jovellanos- se sitúa claramente en la línea nocedalista y menendezpelayista. Su análisis es un exponente de la recepción en la perspectiva católica de Jovellanos. El escrito que desarrolla entre la primavera y el otoño para el concurso ordinario de 1912, de la R. A. de Ciencias Morales y Políticas, de 82 páginas, pretende ser una exposición de las doctrinas de Jovellanos sobre derecho, economía, política, educación pública, costumbres, además de un análisis como patriota, historiador y crítico de artes, y religioso. Lo que efectivamente hace es atravesar estas temáticas citando textos significativos de Jovellanos, dentro del sentir neocatólico que se venía construyendo desde hacía medio siglo. Para García Rendueles, sólo Nocedal, Menéndez Pelayo y Costa han estudiado a conciencia a Jovellanos. ¿Cómo este gijonés se olvida de Felipe Bareño, González-Blanco y, sobre todo, de Somoza, al que sin duda conocía personalmente? Nocedal fue editor y reescribió la biografía sobre la de Ceán, añadiendo sus opiniones, después abandonó, estando en la posesión de inéditos, los estudios jovellanistas. Menéndez Pelayo reconoce que Somoza es el mayor jovellanista. Y Costa hace un uso de Jovellanos aplicado a su teoría económica agraria. A un nivel similar a la de estos tres, respecto del conocimiento de Jovellanos, podemos situar a otros, como Azcárate y Baumgarten, que Rendueles no cita. Pero, sobre todo, no reconocer que era Somoza el máximo exponente del jovellanismo, suponía estar decantándose de forma partidista, en la línea que estamos llamando neocatólica[1], con el añadido de un Costa –que había adquirido en la época gran predicamento en todas las facciones ideológicas-, que indirecta o directamente hace de Jovellanos un «antisocialista»[2].

 

García Rendueles menciona el estudio del jesuita P. Ramón Ruiz Amado, Historia de la Educación y de la Pedagogía, en los que analiza la aportación jovellanista, coincidiendo ambos clérigos en que el gran patricio fue reformista, pero añadiendo don Enrique que no tanto y, desde luego, no reformista en el sentido moderno, porque condenó la revolución y abominó de sus secuaces[3]. El apartado más significativo donde puede verse esta línea de recepción de Jovellanos es el que Rendueles dedica al «Jovellanos religioso» (capítulo VIII y último). Su tesis puede resumirse en estas palabras:

 

Uno y otro [Feijoo y Jovellanos] dentro de su tumba sentirían penosa impresión si algún curioso viajero o quizá un admirador de ellos, enamorado de la civilización anticristiana y del laicismo, se atreviera a decir ni aun tímidamente ante aquellos venerandos despojos: «Esta gloria de las letras españolas ´era de los míos´»[4]

 

Para el sacerdote gijonés, quien acudía quincenalmente a la Sagrada Mesa y llamaba a Kempis su antiguo amigo no era ni enciclopedista, revolucionario ni liberal al día[5]. Era importante destacar que no se podía ser católico al tiempo que enciclopedista, revolucionario y liberal. Sin embargo, no pierde de vista la trascendencia histórica de Jovellanos aunque no entra a analizarla con el detalle requerido:

Mucho de lo nuevo que nos han traído en cuestiones de métodos los importadores de novedades pedagógicas años ha que es viejo en los libros del insigne repúblico. En sus obras buscó inspiración y consejo la Junta nombrada en Febrero de 1824 para confeccionar el reglamento que dio el plan de estudios definitivo que comenzó a regir en las Universidades en 1825[6].

Esta fue la aportación del sacerdote gijonés al acervo jovellanista, pero no fue la única actividad intelectual que desarrolló. En sus 75 años de vida (nació en Gijón en 1880 y murió en la misma villa en 1955, dedicó su especial atención al estudio de la literatura en bable, motivo del que publicó Los nuevos bablistas. Las mejores poesías del dialecto asturiano del siglo XIX (1925), y artículos sobre el bable en la revista carlista de Oviedo Las libertades, y un trabajo sobre la liturgia popular asturiana (1950) con motivo de su ingreso en el Instituto de Estudios Asturianos.

 

Junto a García Rendueles, que obtuvo un accésit, participaron en el mismo concurso ordinario de 1912 y fueron igualmente ganadores don Hilario Yabén (accésit), canónigo lectoral de la catedral de Sigüenza; don Gervasio de Artiñano, Catedrático de la Escuela Central de Ingenieros Industriales; don Julián Juderías y don Ángel Mª Camacho y Perea, que obtienen los tres igualmente el premio de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.



[1] La línea ideológica procede de mediados del XIX de Cándido Nocedal, uno de los fundadores del neocatolicismo como partido político.

[2] Enrique García Rendueles, Jovellanos y las Ciencias Morales y Políticas. Estudio crítico (1913), vid. págs. 7 y 36.

[3] Ibíd., pág 53.

[4] Ibíd., pág. 81. Este texto es, a su vez, una cita que Don Enrique extrae, integrándolo en su discurso, de Don Justo A. Amandi, El Comercio de Gijón, 6 de agosto de 1911.

[5] Ibíd., vid. pág. 80.

[6] Ibíd., págs. 52-53.

 

12. Contraste entre G. Rendueles y el resto de premiados del concurso de 1912

 

La de Yabén fue la contribución más extensa, 415 páginas, el Juicio crítico de las doctrinas de Jovellanos en lo referente a las Ciencias Morales y Políticas[90]. Se trata de un análisis que tiene un anclaje filosófico superior al del resto de los premiados y encontramos abundantes citas y contrastes con otros autores o corrientes filosóficas, como por ejemplo Suárez y Kant. Rendueles había partido del planteamiento neocatólico; Juderías de una construcción ideológica ecléctica propia, que llega a apuntar un jovellanismo filosófico; por su parte Artiñano veremos que se esfuerza por contextuar a Jovellanos dentro de un panorama histórico, económico y social, destacándole como gran economista y más aun como gran pedagogo; a su vez, Camacho, desarrolla su ensayo analizando el jovellanismo desde categorías primordialmente histórico-jurídicas y de derecho, tratando de situarlo más allá de los partidismos ideológicos –como empezó a ser exigido desde Somoza-. Menéndez Pelayo es el erudito respetado por casi todos, aun cuando no se compartieran sus ideas; Somoza empieza a imponerse como la máxima autoridad jovellanista, hasta que nuevas contribuciones, de Ángel del Río, de Miguel Artola y, sobre todo, de José Miguel Caso lo superen conservándolo. Pero en la cuestión de la reforma social, quien ha concentrado la mayor parte de los reconocimientos en las primeras décadas que corren del siglo XX es Joaquín Costa.

Con carácter general puede verse en todos los premiados del concurso de 1912 el influjo del espíritu costista; A Costa se le respeta y cita a menudo, cuando no se le defiende frontalmente. Un reflejo del costismo sistemático en que se mueven estas décadas de entresiglos, puede encontrarse en José Martínez Ruiz (Azorín), en La voluntad (1902), cuando habla de Don Antonio Honrado, que según E. Inman Fox y José Mª Valverde sería Joaquín Costa. Se expresaba Azorín de esta guisa: Y Pedro, Pablo y Juan redactaron una protesta. “Independientemente de toda cuestión política –decían- manifestamos nuestra adhesión a la campaña que D. Antonio Honrado ha emprendido contra la inmoralidad administrativa, y expresamos nuestro deseo de que campañas de tal índole se promuevan en toda Nirvania” (pág. 146 de la Edición de Cátedra, a cargo de María Martínez del Portal, Madrid, 1997). Como es sabido, esta obra al lado de las de Unamuno, Amor y pedagogía, Pío Baroja, Camino de perfección, y Ramón del Valle-Inclán, Sonata de otoño, que aparecieron todas el mismo año, marcó un antes y un después en la estilística y en  la forma de entender la literatura española –también en su sentido social-. De la misma manera que con eventos de este tenor se constatan puntos de inflexión en el devenir de los sentimientos e ideas colectivos, podemos afirmar que en la historia de la recepción del jovellanismo, asistimos estos años a una remodelación de su imagen visible, que tiene algo de eclecticismo pero también de disputas sobre los temas político-sociales que comienzan a romper la esclerosis de los bandos aprióricos.

El capítulo XVII de la primera parte de la novela mencionada de Azorín es un texto de clara irreligiosidad, que hubiera sido impensable unas décadas atrás. Pone en ridículo, con una ironía fina, la dogmática sexual católica, a los Padres de la Iglesia, a la misma institución y a la mística. Justina, un personaje, se debate entre los votos de monja o el tremendo pecado de la carne y después de pasar por las etapas de la euforia y de la «sequedad» de corazón, el demonio le pone ante los ojos la figura gallarda de un hombre fuerte que la abraza... y he aquí que Justina, vencida, anonadada bajo la caricia enervadora, solloza, rompe en un largo gemido, se abandona en voluptuosidad incomparable, mientras el demonio –que habremos de confesar que es una buena persona, puesto que tales cosas logra- mientras que el demonio la mira con sus ojos fulgurantes y sonríe irónico... (pág. 209, vid. también 207-209)

 

Yabén rinde pleitesía a Menéndez Pelayo y Nocedal, aunque se distancia de ellos en aspectos fundamentales; pretende no sólo una descripción crítica y aséptica sino que está imbuido de un claro afán de aleccionamiento moral católico, entreverando en su exposición las teorías de Jovellanos con las propias, destacando un pronunciado antirroussonianismo; de la doctrina de Rousseau se va derechamente al anarquismo[91]. Yabén ve muy claro que la teoría social que compromete el orden moral al apoyarse directamente en la naturaleza humana es la anarquista;  escolástico declarado seguidor de Suárez, Balmes y Gil Robles; en la teoría económica seguidor de Gide. Organiza su estudio en tres grandes capítulos –doctrinas morales, políticas y económicas- y se resuelve en la visión de un Jovellanos socialista católico. No por ello hemos de pensar que Don Hilario tuviera inclinaciones socialistas, pues sabidas son las tendencias antipatrióticas de los socialistas y de todos los elementos que componen el sindicalismo revolucionario[92].Debe tratarse, en el lenguaje de Yabén de un socialismo cristiano que enlazaría, creemos, con el que así se hace llamar en la encíclica Rerum novarum de León XIII, que a su vez, enlazaría con la filosofía de Balmes:

 

...No hay que decir que el socialismo de Jovellanos respeta en absoluto la moral católica, en cuyo cumplimiento encuentra la base de toda prosperidad y que condena en absoluto el amor libre y todos los excesos del socialismo ateo de Marx y Bebel [...]

La propiedad sirve como instrumento de opresión cuando está separada del trabajo, o mejor dicho, la propiedad puede servir en tales casos como instrumento de opresión, aunque muchas veces no sirva. Pero la propiedad unida con el trabajo no puede servir como instrumento de opresión. [...]  Lo que a Jovellanos parece durísimo es que uno cultive la tierra para otro, o que por un salario recorra los mares o trabaje en una fábrica en beneficio de otro[93].

 

Don Hilario dedica parte de sus esfuerzos a afianzar la tesis neocatólica de la indudable religiosidad de Jovellanos, y su importancia, en la más perfecta coincidencia con las tesis de Menéndez Pelayo, con quien coincide, por ejemplo, en casos de detalle como el rechazo hacia la figura ilustrada cristiana del obispo Tavira. Según Yabén hay una diferencia palpable entre un Quintana y un Jovellanos, en cuanto de éste brotan los pensamientos religiosos con toda naturalidad en sus escritos mientras que en aquél hay una sistemática omisión. Además, según el canónigo de Sigüenza, Jovellanos reprobó enérgicamente en alguna de sus censuras las novelas eróticas, que fomentan los sentimientos carnales y tienden a excusar y aun a justificar todos los extravíos[94].

El principal defecto doctrinal de Jovellanos está en su empirismo filosófico y en su regalismo jurídico y teológico. No está en ello interesada su ortodoxia, pero estos defectos hacen su doctrina poco segura y nada recomendable desde el punto de vista teológico en alguna de sus partes[95].

 

Y en esta línea de lunares o defectos se refiere el canónigo a que Jovellanos no cita ni una sola vez en toda su obra el nombre de Suárez, debido a su odio al escolasticismo, y a pesar de que el asturiano es un entusiasta de las glorias de su patria. Su más feo pecado fue el informe sobre la Inquisición que presentó a Carlos IV, donde queriendo dar salida a un cisma inevitable en los días que van de Pío VI a Pío VII, se propone otro cisma más peligroso. Coincidiendo con Laverde, Zeferino González y Menéndez Pelayo, ve en Jovellanos una inclinación al tradicionalismo filosófico, que ve en el lenguaje como institución divina que acoge y transmite el pensamiento[96] la posibilidad de trasmisión del conocimiento,y, en consecuencia, en la revelación o lenguaje transmitido por dios, la fuente del verdadero conocimiento.

No se sustrajo Jovellanos a las corrientes filosóficas del XVIII, que, a excepción de Kant, fueron pobres y mezquinas. Sin embargo, fue partidario de una moral teológica naturalista porque encuentra los fundamentos de la Moral en el deseo innato de la felicidad que hay en el fondo del corazón humano. Mientras que Kant funda la moral en la autonomía de la voluntad, Jovellanos encuentra que la ley moral es el principium cognoscendi de la existencia de Dios, pero que Dios es el principium essendi de la ley moral. En este terreno, entroncaría más con Balmes que con los supuestos kantianos. El ilustrado español no sólo profesa una moral teológica sino que puede hablarse incluso de una moral mística, por cuanto tiende a reducir todas las obligaciones al amor de Dios, incluyendo la obligación del amor propio que ve como bueno. En este sentido, está lejos de la rigidez moral y proclive a la virtud amable[97]. Pero la visión general que sobre él sostiene es que en ningún ramo de los conocimientos humanos se manifestó Jovellanos tan pobre y raquítico como en la Filosofía[98].

 

Las ideas políticas de Jovellanos, entre las que son de destacar las de la soberanía –en la línea escolástica- y las de la «supremacía», que desarrolla en la Memoria en defensa de la Junta Central –que Hilario considera la mejor obra de Jovellanos-  responden a una defensa del constitucionalismo, entendido en un sentido de raigambre histórica y legitimista, al que se suma un liberalismo abstracto. La soberanía queda representada como radical y remota, precisamente residiendo en esa supremacía jovellanista.

 

Jovellanos era sin duda hombre que, amando por igual la libertad y la constitución histórica de su patria, estaba en condiciones de hacer una reforma constitucional. Pero se equivocaba al creer que habías otros como él. El fue el único que vio con claridad. Los Argüelles, los Muñoz Torrero, los Calatrava, los Toreno y demás eminencias de las Cortes de Cádiz no hicieron más obra que la traducción servil de los principios del nuevo régimen político[99].

 

Sin embargo, Yabén deja bien claro que no está de acuerdo con Jovellanos en algunos puntos: el derecho de testar no se mantiene sobre el derecho positivo, como quiere el asturiano, sino sobre el derecho natural como distinguen los tratadistas católicos; tampoco está de acuerdo con la desaparición de los gremios por medio de la prohibición de las leyes, ni con que la desamortización sea un bien, porque quitó la superioridad social de los mejores por la de los peores, si bien ésta no se llevó a cabo como deseaba el economista ilustrado. En otros puntos sí confiesa coincidir con el autor de La ley agraria, como al defender el impuesto progresivo aplicable a toda la población o el principio ideal de que la tierra sea para el que la trabaja. Yabén es un representante de la ideología político-económica que defiende el cooperativismo como alternativa entre el capitalismo y el sindicalismo, y cree que Jovellanos bien podría situarse en una posición similar si viviera en el siglo XX.[100].

 

El Jovellanos «socialista católico» encierra para Yabén no sólo la defensa de las tesis católicas en toda su integridad (aun cuando puedan señalarse una serie de puntos que se distancien de la línea más ortodoxa) sino la apertura de espíritu hacia los problemas políticos y sociales, entre ellos el de la libertad religiosa:

 

Por desgracia [...en] nuestros días la impiedad ha ganado [...] La moderación habitual de su juicio [...] permiten sospechar que si Jovellanos viviese hoy, sería del número de los católicos que creen que las circunstancias presentes hacen necesaria la aceptación sincera de la tolerancia constitucional[101].

 

Creemos, en resumen, que Hilario Yabén aporta un análisis muy superior al de García Rendueles, aun cuando ambos vengan a coincidir en el objetivo central de intentar demostrar la pertenencia de Jovellanos al catolicismo, si bien en el gijonés desde una postura más reaccionaria y en el de Sigüenza bajo una visión más tolerante y abierta.

Si en don Enrique difícilmente se extraen análisis que vayan más allá del ensartado de las citas, en don Hilario vemos algunas conclusiones, discutibles, pero enjundiosas: 1) Jovellanos prefiere el método histórico al exegético o al deductivo (pág. 72); 2) contrasta en repetidas ocasiones la visión de la teoría moral de Jovellanos con la de Kant (aun cuando el español no conociera al alemán) y señala alguna idea curiosa como que Jovellanos no condenaba como Kant la doctrina aristotélica de que las virtudes morales consisten en un término medio. Al contrario, repitió muchas veces este pensamiento, si bien con respecto a un vicio particular, el juego, afirmó que es el único que ha sabido hacer el monstruoso maridaje de la avaricia y de la prodigalidad (pág. 137); 3) Jovellanos había establecido que el hombre tiene derechos y obligaciones independientes de la sociedad civil a la cual pertenece. Y se lamenta de que los éticos antiguos traten sólo de las obligaciones civiles, sin distinguirlas de las naturales (pág. 145); 4) también indica que mientras que Rousseau restringe la soberanía al poder legislativo, y el ejecutivo y judicial son emanaciones de él, Jovellanos refiere la soberanía explícita y concretamente al poder ejecutivo. Recuerda la muy aludida cita de que Rousseau, Mably, Locke, Milton no han hecho más que delirar en política  (pág. 169); 5) Suárez, Balmes, Costa-Rossetti mantienen la doctrina escolástica de la soberanía: el consentimiento inicia y el consentimiento completa la formación de una sociedad civil, pero esto no quiere decir que en ese consentimiento no hayan influido mil causas naturales e históricas, por razón de las cuales ese consentimiento ha sido más o menos necesario. Tapparelli, Meyer, Cathrein, Gil Robles y otros muchos no creen que el único medio de concreción de la sociedad civil sea el consentimiento expreso o tácito... porque como origen inmediato de la sociedad civil, deben señalarse las causas que motivan el consentimiento y de ninguna manera el consentimiento mismo. En este mismo sentido irían las ideas de Jovellanos (págs. 148-150); 6) en la teoría del origen de la sociedad y en la de la soberanía nacional Jovellanos está de acuerdo con Suárez (pág. 154); 7) Señala respecto de la teoría de la división de poderes que Aristóteles no defendió la división absoluta; que Locke distingue el poder legislativo del ejecutivo, y que la soberanía corresponde al legislativo (pueblo); que Montesquieu fue quien defendió la división absoluta de poderes, y que Jovellanos mantuvo en estos puntos una postura propia (págs. 238-246).

 

El análisis de Gervasio de Artiñano y de Galdácano destaca porque dedica cerca de cien páginas a estudiar la época de Jovellanos: Europa, primero, y después España, su política, reformas económicas, instrucción pública y las deficiencias de la época. Se trata de un buen resumen nutrido de datos sociales y económicos, que resulta ser una introducción general a Jovellanos de mayor valor que el que le dedica a él, con argumentos bastante comunes. Cita, como todos sus contemporáneos a Costa. Es muy crítico con el caciquismo como mal social y económico; de ideas conservadoras y abierto a la Ilustración progresista así como a las ideas sociales de su tiempo, se manifiesta contrario a los movimientos sociales radicales, la anarquía, el sindicalismo y el antimilitarismo[102]. Su estudio se provee de pocos argumentos con connotaciones religiosas, pero adopta una retórica panegírica y declamatoria sobre las excelencias jovellanistas –ideal de caballerosidad, modelo de rectitud y de moralidad, unido a una profunda ilustración[103]-. Para Artiñano, Jovellanos es una figura egregia de primer orden, destacando como personaje histórico, en el sentido político y social, despuntando como economista y todavía más como gran pedagogo, materia en la que fue innovador y precursor de teorías pedagógicas[104]. Jovellanos habría hecho especial hincapié, si oímos su ley agraria, en que las obras públicas y la instrucción son dos aspectos de la vida social que habrían de desarrollarse sin estar supeditados a los vaivenes políticos; Artiñano ve, pensando en su siglo XX, que por encima de las contingencias de la política, los cambios de ministerio cada tres meses, la falta de competencia en los que desempeñan cargos públicos, lo que Jovellanos enseña todavía es que habría de ponerse a salvo de estas contingencias la instrucción de las personas y el fomento de los bienes del país; por su parte la política es mejorable si se aniquila el caciquismo y el favoritismo y si se delegan las responsabilidades a los competentes y activos. Eso nos dice Jovellanos. Esa es la moraleja de su ley Agraria[105].

Don Gervasio señala, en su estudio histórico contextual, que ya Ensenada había propuesto escuelas elementales públicas gratuitas, y que en 1781 el General de los Carmelitas Descalzos recomienda en una circular a sus religiosos, las obras de los grandes filósofos y físicos de tendencias empiristas, como Vives, Bacon, Newton, Leibnitz, y hasta llega a proponer a Descartes, Locke y Kant[106]. Sobre este marco de ideas tan progresistas de la época, procede en su estudio a establecer cuál fue la «acción social» de Jovellanos y, para ello, se vale de sus ideas políticas y morales, después de las económicas y finalmente, como remate, de las de instrucción, llevadas a través del método que nosotros llamamos somozista:

 

...  y terminaré diciendo que como la más alta gloria de Jovellanos, lo en él intachable es su conducta, su corazón y su nobleza, es su personalidad, sus cualidades morales, en nada y por nada puede afectarle ni hacerle desmerecer, el que algunas de sus ideas, no ciertamente las fundamentales, tengan que sufrir el escalpelo de la crítica[107].

 

Se está acordando de Menéndez Pelayo, muy probablemente, a quien citó páginas atrás y va a citar a continuación, cuando se refiere a que haya que someter algunas de sus ideas al escalpelo de la crítica. Jovellanos defiende las tradiciones pero consciente de que las antiguas instituciones habían degenerado no vacila en defender reformas sin dejarse arrastrar por los vientos que soplan allende los Pirineos. Reformador, pero moderado, a favor de la intervención del pueblo en el poder legislativo pero sin que se le atribuya la soberanía nacional, propone una Cámara alta como la inglesa, defiende la libertad regulada y limitada, no completa ni omnímoda, que en su tiempo era postura avanzada aunque ahora pueda tomarse como conservadora o incluso retrógrada, según Artiñano. Contrario a la Inquisición por su abuso de poder, pero también al derecho de rebelión, defiende Jovellanos la vía de las reformas fundadas en la opinión general; partidario de la desamortización a la vez que encarga al propio clero la enajenación de sus propiedades. Partidario de recuperar los derechos olvidados del pueblo, porque donde no hay pueblo no hay tampoco nobleza ni soberanía, como recuerda en su discurso de recepción en la Academia de la Historia, o, en la Memoria sobre espectáculos, cuando protesta porque no se deje gritar libremente en la plaza ni entonar un romance a su novia, indicando que no basta que los pueblos estén quietos, es preciso que estén contentos; además, en el Informe sobre el libre ejercicio de las artes, recuerda la importancia del derecho al trabajo del pueblo y de que debe vivir de los productos de su trabajo[108].

El análisis de Artiñano resulta de un enfoque conservador moderado, que podría situarse en los tiempos que corren como posición de centro derecha, lugar desde donde realiza su propia síntesis de las corrientes ideológicas jovellanistas anteriores preponderantes:

 

Iniciada por W. Franquet, medio siglo después de muerto Jovellanos, replicada detalladamente por Laverde, la cuestión de la ortodoxia y heterodoxia de las ideas morales de nuestro autor, ha sido fallada por Somoza y por Menéndez Pelayo, quienes, confirmando el juicio de Nocedal, rechazan cuanto en este particular pueda afectar a la pureza de doctrina y sobre todo recta intención de Jovellanos[109].

 

Completa estas ideas que hemos entresacado con otras sobre la nobleza, sobre las reformas económicas y resaltando especialmente las que Jovellanos impulsó sobre la instrucción pública como que el profesorado estuviera bien dotado y elegido entre los eminentes, la descentralización de los centros docentes, la defensa de las ciencias matemáticas, físicas y naturales, la de las escuelas técnicas superiores –que él ideó-, la propuesta de una organización, de planes de estudio, bibliotecas, laboratorios y medios complementarios, libros de texto adecuados, la defensa de lo que hoy sería «extensión universitaria», la generalización a todo el pueblo de la instrucción, la defensa de la educación física y la de la moral como sobrepuesta a todas las demás, la subalternación del estudio del latín –coincidiendo en esto con el reciente premio Nobel de química, el alemán Ostwald-, el recuerdo que hace sobre que la adoración de la antigüedad es una rancia preocupación cuando olvidamos que lo importante es crear como ellos crearon y no atenernos a imitarlos, la defensa de la formación de la personalidad del alumno, el empeño por conseguir una enseñanza que fuera práctica y útil, el descrédito de la sola memoria y el apoyo a la comprensión como verdadero aprendizaje.

Artiñano finaliza el capítulo más importante y, con él, todo su ensayo eligiendo el siguiente texto de Jovellanos, extraído de la B.A.E., L, pág. 32:

 

Cuando el estudio de la moral, casi desconocido y olvidado entre nosotros, sea, por decirlo así, el estudio del ciudadano; cuando la educación, mejorada en todos los órdenes del Estado, fije y difunda en ellos sus saludables máximas... entonces se conocerá que no puede existir la felicidad sin la virtud.

 

En suma, Gervasio de Artiñano, dentro de una tendencia conservadora, pero sometida ya al eclecticismo del eticismo somozista, no expresa una idea de conjunto que pueda estimarse original, pero sí ayuda a neutralizar los excesos de una interpretación neocatólica, desde una sensibilidad mucha más laica –aunque obediente al credo hegemónico-, conectando con los postulados de un Somoza que es tomado desde su ladera más próxima a los conservadores. En este contexto, Artiñano contribuye a destacar algunos rasgos ya conocidos de Jovellanos y apuntala, sobre todo, una idea que se va imponiendo como favorita para algunos, la de que la aportación medular de todo el pensamiento y quehacer jovellanista fue la pedagógica, añadiéndose a la tesis de Felipe Bareño, y marcando una senda con todos aquellos estudios que destacan el Jovellanos pedagogo, que le seguirán, y que proporcionalmente con otras temáticas serán bastante numerosos. Artiñano representa la postura que está a medio camino entre la de García Rendueles y E. González-Blanco, o entre la Yabén y Bareño.

 

El estudio que le dedica Julián Juderías[110], puede contarse entre los que empiezan a aportar ideas nuevas y visiones generales capaces de ir más allá de las consabidas biografías alineadas bajo un signo u otro. Es una obra de su tiempo, en el sentido de un cierto eclecticismo de las distintas corrientes ideológicas, integradas de una forma personal. No se enfrenta con la línea de Nocedal, pero está más próximo de la de Somoza, reconociendo también las conexiones evidentes liberales. Supone un intento de salvar a Jovellanos llevándole más allá de las disputas partidistas, en la línea del esfuerzo realizado por Somoza, pero aportando una propuesta de interpretación integral, hasta el punto de poderse empezar a hablar de un Jovellanos filósofo; éste es, en todo caso, el mérito mayor de sus análisis. Ahora bien, la fuente de donde mana las virtudes del pensamiento jovellanistas se hacen residir directamente en facultades de su persona y de forma más subsidiaria en la fuerza lógica de sus planteamientos. Esto quiere decir que estamos ante una visión afectada por el eticismo o preponderancia que se le da a los factores personales sobre las ideas políticas y sociales, tan preponderante del modelo somozista, lo que indica que la línea de separación entre el análisis crítico y el panegírico puede desdibujar el asunto.

En línea con las tesis liberales Juderías reconoce que ...era aquella una época de singulares reformas, de reformas que pueden concretarse diciendo que tendían a la unidad administrativa, a la supremacía del poder civil y al fomento de la prosperidad nacional en todos los órdenes. En ellas iba a tomar parte muy activa el nuevo Alcalde de Casa y Corte[111].

 

Juderías denuncia la falta de inteligencia de los perseguidores de Jovellanos, coincidiendo con el análisis de Somoza en los Documentos para escribir la biografía de Jovellanos, cuando recuerda que los motivos de la censura de una de las obras francesas que el ilustrado quería poseer estando en prisión, era porque en ella había ideas adversas a Santa Teresa, cuando lo que pasaba era que el libro venía forrado con páginas referidas a la Santa[112]. Por otra parte, coincide también con Somoza en el veredicto que éste hace sobre el credo democrático del de Cimadevilla, cuando indica que no reunía todos los requisitos literales que hoy se exigirían para ser considerado demócrata: soberanía, libertad de cultos, etc.[113]. Pero al lado de esta línea de ideas que recoge Don Julián de lo que era la impronta más relevante de la época, su mérito reside en el esfuerzo que hace por representar una visión general y articulada de los diversos aspectos del pensamiento jovellanista. El amor a la naturaleza, a la libertad –distinta de la visión de Rousseau-, a la prosperidad pública -a cuya base está la cultura- y al hombre, su inclinación hacia lo bello y lo bueno y su pasión por el bien y la justicia son los rasgos que estructuran todo el pensamiento y la personalidad del asturiano[114]. Así:

 

Las doctrinas de Jovellanos están caracterizadas por su admirable sencillez y claridad. Su concepto del hombre, de la sociedad, del Estado, de la ley, de la propiedad, de la cultura y de sus beneficios, de la moral social, de los deberes y derechos del Soberano se destacan con nitidez sorprendente en sus múltiples escritos. Basta con recorrerlos para reconstituir su sistema político y social[115].

 

Para Juderías hay un Jovellanos filósofo, en el sentido de un pensamiento integrado en un todo. Todas sus obras están enlazadas y todos los motivos que trata conectados expresamente: el Derecho con la Historia, ésta con la geografía, y a su vez con las ciencias naturales, ésta con la economía, que estudia la prosperidad, la cual está relacionada con la ética, y ésta con los sentimientos religiosos. La unidad dimana además de la propia personalidad, capaz de la perfecta comprensión de los asuntos de su tiempo, de su serenidad de juicio, de su bondad de corazón. Los objetivos prácticos, que también dieron unidad a su obra, estuvieron movidos por la solución de los problemas de la enseñanza y del fomento de la riqueza pública[116]. Jovellanos no es ni lo que pretenden sus admiradores ni sus detractores, porque no se limitó a representar una opción más entre otras muchas. Fue la concreción del pensamiento español de su época. Y fue, por cierto, más radical que los filósofos extranjeros de su tiempo, bien entendido que sin ser un descreído o un ateo, porque, al contrario, tuvo un carácter eminentemente religioso[117].

Aunque este estudio no llega a establecer analítica y con toda claridad los puntos que defiende, sí deja apuntado una forma de concebir el pensamiento de Jovellanos de forma integrada, aunque de manera deudora en exceso aún de su personalidad. Las ideas sobre las que se apoya para defender el sistema de Jovellanos son, en su mayoría, asumibles y pueden servir para, desde sus enfoques, proseguir el perfil y definición de lo que sería el jovinismo como sistema de pensamiento.

 

De esta manera, vemos que en el panorama de las ideas jovellanistas que se imponen en España, el foco somozista que dimana de Gijón va ganando más y más terreno, creciendo la nueva perspectiva que trata de desbordar a la neocatólica. Vemos en esta línea de ideas a  E. González-Blanco, Bareño, y ahora a Juderías, junto con Artiñano algo más distante, y Yabén más alejado pero reteniendo parte del espíritu «socialista» del ilustrado. Oliver, el barcelonés, y Adellac y García Rendueles, precisamente gijoneses como Somoza, mantienen una actitud que se va alejando más y más del modelo que estará llamado a imponerse con el tiempo –y a ser superado-, y en el caso del sacerdote gijonés puede reconocerse hasta una postura ultramontana, como la del presbítero Miguel Sánchez, pero ahora no para renegar de Jovellanos sino para adoptarle como hijo selecto de la Iglesia.

 

Ángel María Camacho y Perea escribe la segunda obra más voluminosa -cerca de trescientas páginas- después de la de Yabén, y es, nos parece, la que reúne mayores méritos, si tenemos en cuenta la cantidad analítica y la ponderación conseguida en su interpretación: Estudio crítico de las doctrinas de Jovellanos en lo referente a las Ciencias Morales y Políticas[118]. Comienza distanciándose críticamente por igual tanto de los que reclaman un Jovellanos «ortodoxo» como «liberal y demócrata», apuntando que estas apropiaciones son signo de la relevancia del personaje. Coincide Camacho con sus colegas de concurso, y con su época, en apelar a las doctrinas de Costa. Y en línea con éste y con una interpretación que se viene imponiendo cataloga a Jovellanos de individualista en su teoría económica, frente a otras posturas como el socialismo, comunismo y Marx. Tiene en cuenta algunas de las teorías modernas del XIX como las de Huxley, Darwin, Spencer. Como autoridad jovellanista no deja de apelar a Nocedal, pero también a Azcárate y Somoza. Sigue una metodología muy estructurada: primero estudia las teorías del tema a tratar de la época, luego las de Jovellanos, después la evolución posterior a él, y finalmente elabora un estudio crítico. Trata de moverse dentro de un radio histórico muy amplio, de alcance largo retrotrayéndose a la edad media y de alcance medio y corto, deteniéndose en el XVIII y XIX. Estructura su contenido siguiendo tres temas ejes: la economía, el derecho y la instrucción pública, desarrollando con profusión las dos primeras.

 

Presenta un Jovellanos más bien radical y progresista en materias económicas y sociales. Las posturas de Jovellanos no están desprovistas, según Camacho, de atisbos muy radicales en algunos temas, como en el de la Mesta, lo que queda patente cuando reproduce textos como el de la página 81: Desaparezca para siempre de la vista de nuestros labradores este Concejo de señores y monjes... y restitúyase de una vez su subsistencia al ganado estante, su libertad al cultivo, sus derechos a la propiedad  y sus fueros a la razón y a la justicia.

 

Reformista y más comedido en materia política, trató de compensar los excesos revolucionarios de su época. Camacho reconoce que la teoría de la supremacía de Jovellanos viene a coincidir con el mismo propósito de lo que las Cortes de Cádiz recogerán con el término consagrado de «soberanía» (cfr. pág. 178).  Por otra parte, Camacho es consciente que la Constitución vigente en 1912, es decir la de 1876, omite toda declaración sobre el punto de la soberanía popular y se limita a decir en el artículo 18 que la potestad de hacer las leyes reside en las Cortes con el rey (cfr. pág. 183). La historia política española, después de un siglo, no había superado las ideas jovellanistas.

Sobre el Jovellanos filósofo, conviene con González-Blanco que a fuer de claridad y sentido común puede parecer superficial y falto de ingenio, y que en realidad en materias propiamente filosóficas no fue pensador original sino disertador consciente y habilísimo[119]. Buena parte del éxito de las doctrinas jovellanistas vino dado por la trascendencia que sobre el siglo XIX tendrían sus análisis económicos sobre la amortización. Camacho defiende a Jovellanos de las imputaciones que se le hacen con relación a su defensa más o menos soterrada de la nobleza, como explicación de por qué no pasó de la teoría a las propuestas prácticas, limitándose con los mayorazgos a evitar que en lo sucesivo se extendieran más, y lo defiende al estimar que ello fue fruto de un cálculo lúcido de lo que las circunstancias permitían en aquel momento, a la espera de que posteriormente se desencadenaran los hechos como los había propugnado teóricamente:

 

Quizás Jovellanos, previendo, como antes dijimos, el peligro que corrían sus doctrinas si intentaba desarrollarlas en toda su extensión, y convencido de que fracasaría necesariamente todo proyecto radical, quiso más bien obtener concesiones parciales y dejar sembrada la semilla que, arraigando por su propia virtualidad en la opinión pública, diese más tarde sus frutos, destruyendo en definitiva las instituciones, que había comenzado por debilitar[120].

 

Para apuntalar esta opinión, además de hacer consideraciones y citas de analistas sobre lo muy periclitado en que se hallaba  el estamento nobiliario[121] – a pesar de su poder-, nos recuerda Camacho que era una estrategia habitual en Jovellanos el medir las condiciones de posibilidad de las reformas, como dejó dicho en carta a su hermano: cuando las preocupaciones son generales, es perdido cualquiera que no se conforme con ellas[122]. Camacho y Perea sale así al paso, aquí, de uno de los argumentos que más se van a repetir posteriormente cuando concediéndosele el progresismo en las ideas sociales y económicas se le retire en las políticas, al estar éstas mediatizadas por su conservadurismo nobiliario.

Jovellanos destacó, según don Ángel Mª, por su obra en general –tanto por sus ideas como por sus propuestas prácticas-, si bien no formó doctrina alguna en sentido estricto en ninguna de las materias que tocó: ni en derecho, ni en política, ni en pedagogía, ni en economía. Con todo, ha de concluirse que

 

No fue Jovellanos un filósofo, ni fundó escuela, ni aun siquiera dejó una obra puramente doctrinal que pudiera acreditarlo por su originalidad; y, sin embargo, bien puede decirse que no es fácil encontrar otro escritor que haya sido más citado, conservando su autoridad y su prestigio durante un siglo entero, en el que no hubo jurisconsulto, economista o pedagogo que dejara de invocar sus palabras como argumento decisivo en las distintas materias que trató. Y esto obedece principalmente a que Jovellanos recogió, por su cultura, todos los conocimientos científicos anteriores a su época, y se adelantó, por su clarividencia, al juicio de sus contemporáneos, vislumbrando verdades que aún la ciencia no había llegado a asentar sobre principios fijos, y exponiendo doctrinas que en su tiempo pudieron parecer extrañas, pero que más tarde fueron aceptadas y corroboradas, para influir poderosamente sobre las generaciones que le sucedieron[123].

 

Las tesis de Camacho y Perea son un ejemplo modélico del estado de síntesis de la recepción jovellanista[124] en las primeras décadas del XX, en el reinado de Menéndez Pelayo – que muere en 1912, pero su impacto le sobrevive-, de Costa, del descubrimiento de la importancia de la Sociología, y del liderato jovellanista de Somoza. García Rendueles representó más bien la pervivencia de la línea neocatólica con pocas concesiones a los tiempos; Yabén, el remozamiento de esta misma postura con todas las concesiones posibles pero preservando lo esencial con todas las cautelas –el catolicismo integral-; Artiñano, un paso más en la trama que une los extremos, partiendo de la preservación de la ortodoxia se interesa en realidad más por una interpretación laica del jovellanismo; Juderías, también pone a buen recaudo la religiosidad del ilustrado, pero a la vez presenta un Jovellanos abiertamente progresista y definitivamente laico; Camacho y Perea, acierta a reconstruir en una síntesis equilibrada la mayor parte de los temas jovellanistas que venían siendo objeto de debate en el último siglo, concluyendo que la ortodoxia del asturiano es cosa ya demostrada, que sus ideas políticas fueron avanzadas a la vez que rehuyeron el extremismo revolucionario, si bien en algunos temas Jovellanos no fue más allá porque las circunstancias no se lo permitieron, como en sus ideas sobre el lugar social de la nobleza, que sus esfuerzos en el campo de la pedagogía fueron de primera importancia en el panorama de aquella España, y que, sobre todo, trascendió su labor como economista en las principales reformas del XIX[125], y bien puede decirse que ésta fue la que llegó a darle mayor reputación, elevando su nombre entre los contemporáneos, y sosteniendo la autoridad de sus doctrinas, la popularidad de sus ideas y la influencia de sus consejos hasta nuestros mismos días[126]. Camacho acierta bien a hacer un balance que muy a gusto puede considerarse el de su época: en el tema religioso debe darse la razón a las tesis menendezpelayistas, en el tema de la grandeza humana deben seguirse las directrices señaladas por Somoza, en los aspectos sociales, políticos y económicos ha de concederse la proximidad con la posterior corriente liberal –aun cuando hayan de señalarse diferencias en razón de las distintas épocas-. Se avanza un paso sintético, superando las distancias polémicas de la etapa anterior, pero se deja abierta la posibilidad de que esas mismas corrientes pervivan separadas, puesto que el arreglo ecléctico del consenso de la época va a permitir que se estructure el conjunto de la comprensión del jovellanismo sobre una u otra faceta, y según qué establezcamos como eje podremos encontrarnos con un Jovellanos lo mismo conservador que progresista, religioso sobre todo o laico de raíz. Si el nexo ecléctico –que Somoza propugnó- reside en considerar que el pensamiento, la obra, las realizaciones prácticas de Jovellanos han de ser entendidas a la luz de su personalidad, entonces, de ahí, puede derivar cualquier cosa que coincida con el hecho de ser «buena persona». Al hablar de eclecticismo en el jovellanismo de la época, no nos referimos tanto a que se mezclen con profusión las distintas corrientes anteriores en un complejo de ideas común y revuelto, porque más bien se trata de la posibilidad de recorrer una misma zona doctrinal común en la que se cruzan, con sentidos distintos, las diferentes tendencias ideológicas e interpretativas, de tal manera que, en virtud de esa zona común, van a aparecer multitud de nódulos sueltos, dispares, en los que operará un tráfago de influencias mutuas. Así que no es que las antiguas tensiones fenezcan sino que rebrotan en un medio más complejo donde una zona doctrinal compartida hace posible que se dé el eclecticismo del que hablamos, el cual si se quiere puede llamarse más bien sincretismo, por cuanto se expresa con ello el conjunto de dinámicas objetivas –más que asumidas en las ideologías subjetivas- donde opera una confluencia. Se está en esa confluencia o reino común cuando se hacer residir la importancia de Jovino en sus virtudes personales, como muy bien Somoza supo llevar al límite. Además, ha de tenerse en cuenta que la época vive la fiebre sociologista, como la novedad de los tiempos, pero está atrapada en la importancia concedida a los héroes, los grandes hombres, el individualismo y los personalismos, como preconizó Carlyle en el XIX, conmovido por el fenómeno napoleónico. La sociología todavía no ha penetrado bien en los esquemas de pensamiento y en las metodologías, y lo básico de Jovellanos se traduce, en definitiva, en función de su valía personal; es más decisiva la vertiente ético-personal que la político-moral, porque esta última –con todo el valor que se le concede- se intenta interpretar en términos de la primera.

 

Al deseo de Somoza de que tras de sus estudios bio-bibliográficos venga alguien capaz de sintetizar y sistematizar el jovellanismo, se va a dar respuesta entre 1907 y 1913 –en una primera marea-. El resultado es que estamos ante un gran hombre, un español de primera línea, digno de ser tenido en cuenta como literato, jurisperito, pedagogo, político, economista y publicista consumado y completo; pero no estamos ante un pensador con una doctrina y sistema particular. El jovellanismo más que una doctrina es un talante, una forma de ser, una personalidad, un modelo, ejemplo a seguir. No hay una filosofía jovinista. Sin embargo, cabe estudiar sus aportaciones –importantes- en las distintas disciplinas, como Bareño y Artiñano que destacan la pedagogía, Artiñano y Camacho la economía, González-Blanco la política, e incluso Azorín, que le ensalza como literato. Sólo Yabén y Juderías esbozan un intento de recrear lo que sería un Jovellanos filósofo. Yabén, de forma indirecta, parece pretender rescatar una línea de pensamiento histórico cristiano que en Jovellanos cabría formular como socialismo cristiano. Juderías, al poner de relieve la tremenda trabazón del conjunto de sus ideas y de su obra pone las bases para que si no una doctrina positiva desarrollada, sí se encuentre todo un complejo de ideas sujetas a sistema, sujeta a una metodología y manera de pensar que muy bien puede entenderse como filosófica. Pero en el mejor de los casos tenemos una doctrina muy difusa porque lo que insta todavía es despegarse de las falsas adherencias ideológicas y esto mismo es lo que imposibilita un estudio más profundo y sistemático de sus ideas.

 

Al lado de todos los análisis que harán avanzar los estudios jovellanistas, a la vez que servirán como ejercicio de autoconcepción ideológica, el común de los gijoneses que habitara la villa en 1911, lo que hubo de sentir resonar con todo bombo y platillo fueron las celebraciones que rodearon la visita de los Infantes a Gijón con motivo de la celebración del centenario de Jovellanos. Los periódicos locales de la época nos dejaron cumplida cuenta:  El Principado, Gijón, domingo 6 de agosto de 1911; en El Comercio, Gijón 6 de agosto de 1911; en Blanco y Negro, 27 de noviembre de 1911. También pudieron ser conocedores los gijoneses de a pie de los cuadernillos divulgadores que se publicaron para el centenario: Centenario de Jovellanos, Gijón 1911 (en el que participa Somoza) y una edición especial, publicada por El Noroeste (Gijón, 1911), de la Oración inaugural que Jovellanos leyó el 7 de enero de 1794 en la apertura del Real Instituto Asturiano y que ahora prologa y presenta Miguel Adellac y González de Agüero (Catedrático y Director del Instituto de Jovellanos de Gijón).

 

 

13. Conclusiones

 

1) En las últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX puede seguirse todo un lento fraguar de ideas en España, que tienen que ver con el enfrentamiento ideológico y con el reordenamiento de los lineamientos políticos, que tuvieron en Gijón uno de los escenarios más significados, a través de la importancia emblemática que fue adquiriendo la figura de Jovellanos, cuya obra y personalidad encontró en Asturias, y muy concretamente en su villa natal, un nutrido grupo de seguidores y estudiosos que consiguieron crear una continuidad histórica y dotar de un nuevo significado la proyección jovellanista, merced a la constancia de quien ejerció de eje efectivo en todo este proceso: Julio Somoza. Junto a él otros asturianos y gijoneses consiguieron orquestar un ambiente que habría de tener eco a escala nacional e internacional. Entre ellos, en la escena gijonesa, y si no asturiana, vemos transitar a Miguel Adellac, Felipe Bareño, Edmundo González-Blanco, Gumersindo de Azcárate, Enrique García Rendueles, Miguel S. Oliver, y sobre todo la labor más bien callada de Julio Somoza, y, a su lado, desde «La Quintana» a M. Fuertes Acevedo, Braulio Vigón, Fermín Canella y Secades, Ciríaco Miguel Vigil, Félix Aramburu, Fortunato de Selgas, Rogelio Jove, Joaquín García Caveda y Bernardo Acevedo y Huelves.

También, y en algunos casos ya a escala nacional, a Gumersindo Laverde, Fray Zeferino, Clarín, Azorín, Menéndez Pelayo, Costa, Pérez Galdós y otros muchos.

A un escala quizás menos comprometida, en Gijón y Asturias, también vemos a D. Manuel Pedregal y Cañedo, D. Alfredo Vicenti, D. Antonio Balbín de Unquera, D. Gaspar Núñez de Arce, D. Ventura Ruiz Aguilera, D. Genaro Junquera Plá, D. Eusebio Asquerino, D. León Galindo y de Vera.

No debemos olvidarnos de la contribución aportada por el Ateneo Obrero de Gijón, por el mismo Ayuntamiento y por las publicaciones periódicas de la época como El Comercio, El Principado, La Ilustración Gallega y Asturiana, la Revista de Asturias Científico-Literaria, el Productor Asturiano, la Revista Contemporánea, el Boletín Científico y Literario de “La Unión”, Blanco y Negro, &

 

2) La configuración del concepto y del sentimiento de centro político fue madurando en estas décadas, merced al uso sintético que habría de hacerse de las encontradas apropiaciones ideológicas sobre la figura de Jovellanos. A este objetivo colaboró también de forma fundamental don Julio Somoza, a pesar de que se hallara ideológicamente ubicado en el bando de la izquierda y sin que lo pretendiera directamente, pero sí como fruto del nuevo enfoque que va  a defender, basado fundamentalmente en dar primacía por encima de los planteamientos políticos a la más importante contribución de Jovellanos: su personalidad.

 

3) El clima jovellanista que se gestó en el entorno gijonés durante las décadas de entresiglos propició un despegue definitivo de los temas y planteamientos sobre Jovellanos, sobre cuya base se hará posible un vuelo ya más alto en la segunda mitad del siglo XX. Entre las principales aportaciones de estudios de cierto calado sobre Jovellanos, que pueden considerarse «hijos de Gijón», tenemos las de Felipe Bareño –que indagó en la importancia del tema pedagógico-, de Edmundo González-Blanco –que describió con bastante acierto la complejidad y riqueza del pensamiento de Jovellanos- y de Enrique García Rendueles, como ejemplo de un trabajo excesivamente influido por una de las corrientes ideológicas en disputa –la neocatólica-, con total olvido de las contrarias.

 

4) La fundamental contribución de la etapa somozista, que hizo de Gijón una ciudad cultural en España de relieve, consistió en el desplazamiento de los temas políticos y religiosos –en cuanto ideológicos- hacia un asentamiento más primigenio, más simple, menos conflictivo: la importancia de la personalidad ética del modelo a interpretar, en este caso, de Jovellanos. Es el desplazamiento desde los temas políticos y morales hacia los éticos, lo que muy bien puede llamarse eticismo. Justamente esta estrategia es la que va a seguir en gran medida una fuerza social creciente española que, frente a la derecha reaccionaria decimonónica y al liberalismo radical –a veces revolucionario-, va a ir tomando terreno: el centro político. Este centro político sabrá utilizar la figura de Jovellanos como talismán de sus propias ideas. Aunque la idea del centrismo jovellanista date de la vindicación que la derecha neocatólica hace desde mediados del XIX no se generaliza casi como un axioma histórico hasta la segunda mitad del XX. Pero las condiciones que hicieron posible esto vinieron dadas por una neutralización general de posturas enfrentadas que prosperó sobre todo cuando se elevó a categoría de necesidad que había que dejar de discutir de la ideología de Jovellanos y proceder a valorar su personalidad y su genio. Esta fue la labor, bastante soterrada, del somozismo.

ABRIL 2003, Para el IES «Rosario de Acuña», de Gijón



[1] En las últimas semanas ha aparecido un libro que trata con profundidad el tema de la diferencia y devenir de la derecha y las izquierdas, de Gustavo Bueno, El mito de la izquierda. Las izquierdas y la derecha, Ediciones B, Barcelona, 2003.

[2] Contamos con una reciente excelente biografía sobre Somoza, de Agustín Guzmán Sancho, Biografía de Don Julio Somoza y García-Sala, Ed. Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, Gijón, noviembre de 2001. En ella pueden  consultarse sus avatares como periodista, además de una recreación muy sazonada de los elementos configuradores del mayor de los jovellanistas –según se defiende en la página 110-

[3] Editado por el Instituto de Estudios Asturianos, Oviedo, 1983.

[4] Vid. Examen teológico-crítico de la obra del Excmo. Sr. D. Cándido Nocedal titulada «Vida de Jovellanos», pág. 7.

[5] Las publicaciones de los años ochenta que compendiaban la obra jovellanista son: 1) Jovellanos. Colección de obras escogidas de tan esclarecido autor precedida de unos apuntes biográficos por J. A. R.. [Juan Alonso del Real] e ilustrada con grabados de don Tomás Sala, Lit.-Tip. De J. Aleu, Barcelona, 1884. Se trata de un solo tomo con dos partes –poesía y prosa. Las doce poesías que selecciona responden en su mayoría a temas sociales. En la prosa, se incluye desde El delincuente honrado, pasando por discursos de reales academias y del Instituto asturiano, la Ley Agraria, y la carta a Vargas Ponce contra la fiesta de los toros. La selección es de lo más representativo del perfil social y político crítico de Jovellanos. Se incluye, incluso Pan y toros, a pesar de aclarar que se conoce que no es de Jovellanos, atribuyéndosela a su amigo Vargas Ponce; pero lo que resulta curioso es la explicación que da para incluirla entre sus obras: ... hemos creído que, tanto porque desde su origen se ha venido atribuyendo al insigne autor de “La ley Agraria” como por las ideas que contiene, debíamos incluirlo en la presente colección (Pág. 401). Queda claro de parte de qué bando está.  2) Obras escogidas de D. Gaspar Melchor de Jovellanos con una advertencia preliminar, tomos I-III, Biblioteca Clásica Española, Barcelona, 1884-86. Se presenta como edición barata; sigue la clasificación por apartados formales –discursos y oraciones, documentos históricos, memorias, informes, opúsculos de literatura y arte, poesías, comedia-; la presentación está hecha desde una exigencia puramente editorial, que no entra en polémicas, limitándose a la labor laudatoria. 3) Obras escogidas de Jovellanos con un Prólogo de F. Soldevilla, Librería de Garnier Hermanos, París, 1887. El señor Fernando Soldevilla en el Prólogo fechado en Madrid, febrero de 1886, mantiene una abierta y argumentada actitud antinocedaliana. Se editan nueve de las obras consideradas seguramente más importantes y dos escritos más, aunque bajo el perfil claro del Jovellanos esteta o crítico de arte, puesto que incluye Elogio de la Bellas Artes, Elogio de D. Ventura Rodríguez, Memorias histórico-artísticas de arquitectura, Memoria del Castillo de Bellver y Apéndices, y la Carta al redactor de un diario de Madrid con motivo de las funciones hechas en los desposorios del señor don Fernando VII y doña Carlota, que supone aproximadamente el cincuenta por ciento de lo que se incluye. Como las otras dos ediciones también se habían ocupado de algunas de estas obras estéticas, aunque no con tanta completud, hay que suponer razones editoriales o temas de moda, una vez asegurado que en todas se incluyera la afamada Ley agraria.

[6] «Jovellanos. Sus obras y su tiempo», Prólogo de F. Soldevilla, en Obras escogidas de Jovellanos, París, 1887, Pág. XX-XXI

[7] Artículo «La ciencia española bajo la Inquisición», Revista Contemporánea, dirigida por D. José del Perojo, año II-III, tomo VIII, marzo-abril, 1877, Pág 326.

[8] O. c. págs. 335-6.

[9] O.c., págs. 63, y 286-287. Se trata de dos artículos, continuación uno del otro e incluidos en la misma revista.

[10] «La Biblioteca de Autores Españoles y la historia literaria de España», en Revista Contemporánea, año II-III, tomo IX, mayo-junio, 1877. La revista se edita en Madrid, París, Buenos Aires, La Habana y Venezuela.

[11] O.c., págs. 346-7.

[12] Antonio Balbín de Unquera, «Jovellanos y la época de Carlos IV», en La Ilustración Gallega y Asturiana, tomo II, 35, Madrid 18 de diciembre de 1880, Pág. 436.

[13] Fermín Canella Secades, «Jovellanos. Recuerdos monumentales», en La Ilustración Gallega y Asturiana, tomo II, 35, Madrid 18 de diciembre de 1880 Pág. 442.

[14] O. C. Pág. 442.

[15] O. C. Pág. 437. Azcárate escribe el nombre del alemán como Beaumgarten. El artículo de Azcárate es una reposición de otro aparecido en el Productor Asturiano, el 6 de enero de 1878; justo un año antes había publicado otro artículo sobre el gijonés el mismo día de la efemérides jovellanista. En 1911, con motivo del primer centenario de la muerte del patricio gijonés G. de Azcárate colaborará con El Comercio (6 de agosto de 1911) y con una conferencia («Jovellanos y su tiempo») publicada dentro de El Ateneo de Gijón en el primer Centenario de Jovellanos (1911).

[16] Revista Científica-Literaria, Director Félix de Aramburu y Zuloaga; Redactores-Fundadores: el director y F. Canella y Secades, A. Palacio Valdés y otros; colaboradores habituales: Leopoldo Alas, Adolfo Posada, Fuertes Acevedo, Gumersindo Laverde, entre otros. Tomo Cuarto, Oviedo, Imprenta y Litografía de Vicente Brid, 1881. Edición facsimilar de 1995, Gran Enciclopedia Asturiana. La revista incluye dos artículos sobre Jovellanos: «Jovellanos considerado como político», Año V, Núm. I Oviedo 15 de enero de 1881, págs. 5-7; y «Jove-Llanos como político», Año V, Núm. 8, Oviedo 30 de abril de 1881págs. 118-120, que es la contestación al de Laverde Ruiz que había entrado en polémica con el primer artículo, el cual aparece en las páginas 65-69 como «Ideas políticas de Jovellanos», Año V, Núm. 5, Oviedo 15 de marzo de 1881.

[17] En la misma revista que acabamos de reseñar aparecen cuatro artículos con título genérico, todos ellos, de «Breve bosquejo sobre el estado que alcanzó en todas las épocas la literatura en Asturias», en el siglo XVII, págs. 20-25; siglo XVIII, págs, 69-73; Siglo XIX, págs. 85-8; y época actual, págs. 185-191. En el del s. XVIII dice: Distinguíase entre todos, por lo vasto de sus conocimientos y el vivísimo interés con que miraba a la provincia, el ilustre Jove-Llanos, incansable en promover por todos los medios el desarrollo de las ciencias y la literatura en Asturias (págs. 72-3). El año de 1881, al cumplirse el setenta aniversario de la muerte de nuestro autor, y, sin duda, también por motivos sociales y políticos, fue una fecha de visible dedicación a la figura del patricio gijonés, y, el 28 de noviembre –coincidiendo con la efemérides- D. José de Luanco rememora aquellas fechas con el artículo «Jovellanos: postrimerías y recuerdos», donde suministra datos de primera mano recogidos in situ sobre los últimos días del ilustrado, como los que le proporciona D. Pedro Santa María que había conversado con D. Gaspar en el atrio de la iglesia el domingo 17 de noviembre de 1811 después de la misa mayor, quien le pasó periódicos y hojas sueltas recibidas de aquellos días sobre la guerra (La Ilustración Gallega y Asturiana, Tomo III, Núm. 33, Madrid, 28 de noviembre de 1881).

[18] O.c. Pág. 7.

[19] O.c. Pág. 5.

[20] O.c. pág. 119.

[21] Agustín Guzmán Sancho le llama el primer jovellanista de la historia , vid. o. c., pág 36.

[22] Jovellanos: manuscritos inéditos, raros o dispersos... Nueva serie (1913). Vid. el análisis de Guzmán en o. c. Pág. 40.

[23] Sobre todos estos nombres puede consultarse el estudio de Guzmán Sancho, Biografía de Julio Somoza, desde las páginas 189 a la 276.

[24] «Dos estudios sobre la vida de Jovellanos», págs. 3-56 dentro de un grupo de artículos genéricos intitulados «Discursos leídos en las academias científicas y literarias de España y del extranjero», que forma el tomo I del Boletín Científico y Literario de”La Unión”, Madrid, 1887.

[25] Vid. Fortunato de Selgas Albuerne, «Jovellanos considerado como crítico de Bellas Artes», en Revista de España, 364, t. XCI, Madrid, 1883.

[26] Vid. «Jovellanos, estudios sobre este célebre asturiano, por D. Julio Somoza, y nuevos datos para su biografía», en Boletín Científico y Literario de “La Unión”, Pág. 5.

[27] La Ilustración Gallega y Asturiana, 18 de diciembre de 1880, Pág. 443.

[28] «Estudio de Jovellanos como hombre de Estado», El Comercio, 6 de enero de 1893.

[29] En 1878 se publica la tesis doctoral de Leopoldo Alas, El Derecho y la Moralidad. Determinación del concepto del Derecho, y sus relaciones con el de la Moralidad. Madrid, Casa Editorial de Medina; 162 páginas. A juzgar por esta tesis las primeras inclinaciones de Clarín tenían una vertiente más filosófica que literaria. Entre los españoles, don Leopoldo sigue a Giner de los Ríos, y también a Gumersindo de Azcárate, y, en sintonía con éstos, entre los extranjeros se guía por el Cours de droit naturel de Ahrens, discípulo de Krause; y, también, sigue los pasos del alemán Röder. Vid. las páginas 138, 146, 150 y 152.

[30] Augusto Barcia Trelles (1881-1961), escritor y político, nació en Vegadeo, estudió Derecho en Oviedo y se doctoró en Madrid. Estuvo relacionado con Costa, con Azaña, y llegó a ser diputado a Cortes, embajador y ministro; después de la Guerra Civil emigró a Argentina. Vid, Gran Enciclopedia Asturiana, tomo II, págs. 278-279.

[31] Augusto Barcia Trelles, «Jovellanos político», en Jovellanos, su vida y su obra, Buenos Aires, 1945, pág. 59.

[32] Además del apellido García-Sala es sabido que también utilizó el de  J. S. de Montsoriú.

[33] Somoza escribió además en El Municipio Federal, en El Productor Asturiano, en La Opinión, en El Verano, periódicos de signo republicano que aparecieron en la década del setenta, vid. pág. 99 y ss. en Guzmán Sancho, o. c.

[34] Jovellanos ha sido muy bien estudiado en el aspecto bibliográfico después de la primera labor sin parangón de Somoza. Resulta de gran utilidad consultar la reciente Bibliografía Jovellanista (1998), de Orlando Moratinos y Vicente Cueto, editada por el Foro Jovellanos.

[35] Agustín Guzmán Sancho, en la obra ya citada, comenta que Somoza era calificado por su antiguo compañero de estudios, el abad de Señero Suero González de Carabeado, de adorador idolátrico de la naturaleza, panteísta puro [...] y que oí de sus labios la confesión del escepticismo más negro que puede albergar el espíritu humano, y reflexiona don Agustín a este propósito: ¿Este escepticismo se refiere también a sus ideas religiosas? Fama de hombre irreligioso, asociada a la de mal genio, ha llegado hasta nosotros. Sin embargo no creemos que cierta idea de religión estuviera ausente en su pensamiento y en su vida (Pág. 187).

[36] Vid. Jovellanos, nuevos datos para su biografía, p. XII.

[37] Ibíd., Pág. XVI.

[38] Ibíd., Pág. XXVII.

[39] Ibíd., Págs. XXIX y XXX.

[40] Ibíd., Pág. XXXII.

[41] Las amarguras de Jovellanos, Pág. 6.

[42] Jovellanos, nuevos datos, pág. XXV.

[43] Vid. el «Preliminar» del Inventario de un Jovellanista, páginas 15-28.

[44] «Prólogo» a las Cartas de Jovellanos y lord Vassall Holland sobre la guerra de la Independencia (1911); Documentos para escribir la biografía de Jovellanos (1911); Jovellanos, manuscritos inéditos, raros o dispersos (1913); «Prólogo» de Miscelánea de trabajos inéditos varios y dispersos de D. G. M. De Jovellanos (dispuestos por Huici Miranda, 1931). Sin olvidar las obras previas al Inventario, Cosiquines de la mio Quintana (1884) y Jovellanos. Nuevos datos para su biografía (1885), al lado del Catálogo y Las Amarguras ya citadas por nosotros más arriba.

[45] «Preliminar», pág. 17.

[46] Ibíd., pág. 19.

[47] Ibíd., pág. 28.

[48] Ibíd., págs. 23-24.

[49] Además del interés por Jovellanos en Alemania, de H. Baumgarten, a finales del XIX también comienza a despertarse nuevo interés en Francia, de la mano de Alfred Morel-Fatio, La satire de Jovellanos contre la mauvaise éducation de la noblesse (1899), en la línea de una recuperación de las ideas críticas y avanzadas socialmente del ilustrado español.

[50] En la Biblioteca Pública Jovellanos de Gijón existe un ejemplar de Jansenismo y regalismo en España, dedicado a Somoza por su autor y que se halla anotado al margen con curiosas observaciones, según nos parece de letra del mismo Somoza.

[51] Hubieran podido presentarse a este premio también Felipe Bareño, que cuatro años antes había preparado su tesis doctoral sobre las ideas pedagógicas de Jovellanos, Edmundo González-Blanco, que en 1911 publicaba un estudio detallado sobre su vida y obra; y, por supuesto, Julio Somoza, seguramente alentador del trabajo de estos dos.

[52] La contribución de Unamuno es muy pobre. En ella reconoce haber leído algo de Jovellanos tiempo ha, y confiesa la conveniencia de volver a leerlo con más profundidad.

[53] Citamos por la 5ª edición de la Editorial Losada, 1959. La edición de 1913 apareció en Madrid, en la Casa Editorial Renacimiento.

[54] Cit. en la página 41, nota 1, en Luis Santullano, Jovellanos. Siglo XVIII. M. Aguilar, Editor, Madrid, s. f. (probablemente de 1936; aparece citada en la bibliografía la obra de Ángel del Río, de 1935).

[55] Pág. 163, de la edición de Cátedra, Madrid, 1997.

[56] Centenario de Jovellanos (Cuadernillo conmemorativo editado en Gijón, 1911, donde colaboraron Rafael M de Labra, Miguel de Unamuno, José Manuel Pedregal, Azorín, A. Palacio Valdés), Pág. 9.

[57] Ibíd., pág. 8.

[58] Ibíd., pág. 8.

[59] Cit. por Julián Juderías, en D. Gaspar Menchor de Jovellanos. Su vida, su tiempo, su influencia social, págs. 126-7.

[60] En 1909 se publicaba en León una obra de idéntico título, de Francisco del Río Alonso, en un folleto de 23 páginas. A partir de aquí, pero no necesariamente por su causa, veremos aparecer el tema pedagógico como uno de los más destacados que polaricen la atención de los investigadores y analistas. Varias tesis doctorales han proseguido esta vertiente además de múltiples artículos. José Miguel Caso ha venido a defender que es una de las columnas importantes del jovellanismo y que parece que fuera la inclinación o vocación pedagógica la más trascendental en el prócer gijonés.

[61] Hacia la revolución agraria española. Tres agraristas españoles. Jovellanos. Fermín Caballero. Costa, Imp. La Unión, Córdoba, 1931. Juan Morán Bayo es Catedrático de Agricultura, y escribe en Badajoz (vid. pág. 43), y Luis Santullano es Vicesecretario de la Junta para Ampliación de Estudios; ambos se mueven fuera del radio centrípeto del somozismo, muy asturiano, muy gijonés, que a fuerza de serlo y como consecuencia indeseada, forma un cantón cultural jovellanista, que no siempre entra en la dialéctica más adecuada con el conjunto del devenir cultural español; esta misma circunstancia, permite, a la vez, una cierta mayor independencia.

[62] El Ateneo de Gijón en el Centenario de Jovellanos. Conferencias y Lecturas 1911, Tip. La Industrial, Gijón, 1912.

[63] Conferencias y Lecturas, Pág. 46.

[64] Ibíd., «Jovellanos y la cuestión social de su tiempo», vid. págs. 47 y 56-60.

[65] Ibíd., «Otro Centenario», págs. 119-120 y 123.

[66] Ibíd., «El patriotismo de Jovellanos», pág. 38.

[67] Ibíd., Pág. 41. Vid. también págs. 32, 33 y 38.

[68] Ibíd., «Jovellanos y su tiempo», pág. 23. Vid. también págs. 14, 16, 17 y 19.

[69] Ibíd., vid. págs. 16, 21 y 23 (cita).

[70] Los apellidos se utilizan sin unir por muchos comentaristas, pero en las portadas de algunas de sus publicaciones aparecen unidos

[71] Edición de «El Magisterio nacional», s. f.

[72] Imprenta Artística Española, Madrid, 1911. Edmundo González-Blanco es autor también de una Historia general de la literatura.

[73] Cincuenta Españoles Ilustres, págs. 127-8.

[74] Tilda a Nocedal de reaccionario y antipático, vid. págs. 26 y 76.

[75] Jovellanos, su vida y su obra, Pág. 40. Vid. también págs. 26, 30 y 33.

[76] Ibíd., págs. 93-94. Vid. también las págs. 85-92, y  40, 63, 66, 68-73, 83-4, 92-3, 108, 111, 119, 124, 135-154.

[77] Vid. vol. de la Biblioteca Jovellanos de Gijón con la signatura:  E G Gi 96 40/29

[78] Felipe Bareño, Ideas pedagógicas de Jovellanos (1910), págs. 31 y 32.

[79] Ibíd., vid. págs. 35 y 36.

[80] Ibíd., Pág. 49.

[81] Ibíd., vid. págs. 77-79.

[82] Ibíd., Pág. 48.

[83] Hemos extraído estos datos de las notas tomadas en la conferencia pronunciada por Don Aquilino González, en el Ateneo Jovellanos de Gijón, el 18 de mayo de 2001, con el título La masonería en Gijón de 1911 a 1937.

[84] La línea ideológica procede de mediados del XIX de Cándido Nocedal, uno de los fundadores del neocatolicismo como partido político.

[85] Enrique García Rendueles, Jovellanos y las Ciencias Morales y Políticas. Estudio crítico (1913), vid. págs. 7 y 36.

[86] Ibíd., pág 53.

[87] Ibíd., pág. 81. Este texto es, a su vez, una cita que Don Enrique extrae, integrándolo en su discurso, de Don Justo A. Amandi, El Comercio de Gijón, 6 de agosto de 1911.

[88] Ibíd., vid. pág. 80.

[89] Ibíd., págs. 52-53.

[90] Establecimiento Tipográfico de Jaime Ratés, Madrid, 1913.

[91] Ibíd., pág. 143.

[92] Juicio crítico de las doctrinas de Jovellanos en lo referente a las Ciencias Morales y Políticas, pág. 107.

[93] Ibid., págs. 406-7.

[94] Ibíd., pág. 66. Vid. también la 53.

[95] Ibíd., pág. 70.

[96] Ibíd., vid. pág. 71, 74 y 79.

[97] Ibíd., vid. págs. 84, 89, 90, 94, 95.

[98] Ibíd., pág. 73.

[99] Ibíd., pág. 261; vid. también págs. 224 e intermedias. Los doceañistas, señala Yabén, seguirían el famoso razonamiento de Sièyes que defendía una Cámara única representante de la voluntad del pueblo, que es también única (pág. 264).

[100] Ibíd., vid. págs. 338 y 371, e intermedias.

[101] Ibíd., págs. 292-3.

[102] Jovellanos y su España, Establecimiento tipográfico de Jaime Ratés, Madrid, 1913, vid. pág. 120.

[103] Ibíd., vid. pág. 117

[104] Ibíd., vid. págs. 169-186.

[105] Ibíd., pág. 155, vid. también la 154 y anteriores.

[106] Ibíd., vid. págs. 88, 89 y 92.

[107] Ibíd., pág. 100.

[108] Ibíd., pág. 116 y anteriores.

[109] Ibíd., pág. 118.

[110] D. Gaspar Melchor de Jovellanos. Su vida, su tiempo, su influencia social, Establecimiento Tipográfico de Jaime Ratés Martín, Madrid, 1913.

[111] Ibíd., pág. 29. En la misma dirección, en la página siguiente, asiente  con las palabras de la Historia de Carlos III, de Ferrer del Río, quien escribe que por medio de la profusión de revistas literarias y periódicos, al lado del desarrollo de las sociedades económicas y de la difusión de la cultura, se propagaron ideas y conocimientos útiles y se desarrolló la afición a la lectura, refiriendo curiosidades y batallando contra los errores comunes.

[112] Ibíd., vid. pág. 56.

[113] Ibíd., pág. 121.

[114] Ibíd., vid. págs. 70-71.

[115] Ibíd., pág. 72.

[116] Ibíd., vid. pág. 132 y anteriores.

[117] Ibíd., vid. págs. 130-1.

[118] Establecimiento Tipográfico de Jaime Ratés, Madrid, 1913.

[119] Ibíd., vid. pág. 272. El estudio de Camacho incluye una reconstrucción de las principales corrientes filosóficas en la medida que sirven de parangón con los temas centrales del jovellanismo. Desde Spinoza, Hobbes, Locke, Montesquieu, Kant, Fichte, Schelling, Hegel, Bentham, Schopenhauer, Krause, Spencer, Gumplowicz, Azcárate hasta Costa.

[120] Ibíd., pág. 97.

[121] Camacho cita a Escriche (Diccionario razonado de legislación y jurisprudencia, artículo «Mayorazgo»), Aparisi y Guijarro (Diccionario de la administración española), Fermín Caballero (Fomento de la población rural, 1862), y Gumersindo de Azcárate (Historia del derecho de propiedad), Ibíd., págs. 98-99.

[122] Ibíd., cit. en página 96, remitiendo a Obras de Jovellanos, edición citada, t. I, pág. 1ª.

[123] Ibíd., pág. 285.

[124] Dice en la página 164: Jovellanos fue liberal en sus ideas, reformador en sus tendencias, sincero creyente en su fe católica, opuesto al predominio del clero en sus relaciones con el poder civil, amante de la justicia y enemigo, por tanto, de todo privilegio, defensor de nuestras tradiciones, pero deseoso de obtener el progreso, prudente en sus consejos y opuesto a peligrosas innovaciones; y al hombre que así piensa y así obra no puede afiliársele en los partidos extremos de la política, aunque lo pretendan con empeño los que quieren incluirlo entre sus correligionarios. Por vía de este diagnóstico, que es analíticamente correcto, se obtiene una síntesis que puede ser falaz. Una cosa es mostrar que el talante filosófico de Jovellanos era muy centrado, equilibrado y profundo, y otra cosa, aparentemente cercana pero distinta, es inferir de aquí una postura ideológica o política de centro, porque pudiera ser que por puro arrivismo histórico todo lo que es equilibrado idealmente se convierta en ideológicamente de centro, al margen de que aquel equilibrio pudiera perseguir fines sociales muy radicales etic, y observados en la perspectiva emic de sus contemporáneos ser tenidos por el centro y la derecha de entonces –mutatis mutandis- como rupturistas y amenazantes del status quo. Por otra parte, Camacho no nos aclara su concepto de centro, porque ser liberal a la inglesa y cercano a Montesquieu, pero no al modo enciclopedista de Rousseau y Voltaire, veredicto en que coincide con Nocedal, no aclara el problema sino que los desvía a otro análisis que queda por hacer, pero que se da por zanjado en el sobreentendido de ideas mitificadas que son moneda de curso corriente (cfr. pág. 170).

[125] Demuestra Camacho una posición equilibrada también en el análisis económico cuando, siguiendo el diagnóstico de la época, lo clasifica de individualista, pero añadiendo que no puro sino muy afectado por intervenciones estatales, leyes y el enfoque de cada contexto para cada caso, con lo que al lado del «individualismo» –la adjetivación de lo que hoy se diría «liberalismo económico»- se perciben también claras ideas intervencionistas desde una visión no economicista sino socio-estatal (cfr. págs. 129 y 131).

[126] Ibíd., pág. 291; vid. también las anteriores.

                                                                                                        

                                                                                                                                      

SSC

Abril de 2003

 

Inédito