La hora de elegir. La libertad

 

Un ejemplo histórico: Jovellanos

 

 

 

 

Última lección del curso 2004-2005,

en el acto de graduación de 2º de bachillerato

y del Ciclo formativo, IES Emilio Alarcos, Gijón

 

 

 

Queridos alumnos y alumnas:

 

Lo primero, felicitaros por haber llegado al final de este duro trecho en el que habéis tenido que asimilar múltiples destrezas, hábitos y aprendizajes y en el que habéis debido lidiar con una instrucción al cuidado de faltas de ortografía, análisis morfológicos y sintácticos, ecuaciones y conocimientos históricos, perspectivas evolutivas y nociones geográficas, físicas, geométricas, geológicas, químicas, éticas, filológicas, biológicas, musicales, artísticas, estéticas, deportivas, políticas, religiosas, tecnológicas y filosóficas.

 

 

Estamos al final de un camino, y toca elegir. Os toca, dicho algo altisonantemente, ser libres, empezar a moveros desde vuestra libertad. ¡Menos mal!, ¡ya era hora! porque ¿a quién puede molestar que le den la libertad? La libertad nunca molesta cuando significa seguir la primera inclinación, abandonarse a las inercias o prescindir de obstáculos molestos en nuestro camino. Pero la libertad sí puede empezar a ser un problema cuando va unida a la responsabilidad. Una parte de lo que elijamos hacer traerá sin duda siempre consecuencias; entonces es cuando puede uno echar de menos la infancia y aquellos años recién idos en los que nos movíamos bajo una mano protectora. ¡Qué bien!, se dirán algunos, al pensar que la libertad deba ser ir por fin a la deriva o hacer lo que nos venga en gana; pero no, la vida nos va a venir con sus exigencias y nos va a recordar que quien no fija un rumbo vive irresponsablemente y tarde o temprano se encontrará perdido y pidiendo ayuda, sin saber gobernarse, sin control… por tanto, sin libertad. Porque, sabedlo, no hay proyectos importantes hechos con libertad que no estén compuestos de mil renuncias y de mil obligaciones que deberemos autoimponernos. No os quiero engañar, la vida es dura y como dejó dicho plásticamente Jean-Paul Sartre «estamos condenados a ser libres», es decir, que la libertad aunque sea en el sentido amable una liberación, también pesará sobre nosotros como una carga, la de nuestras responsabilidades, de las que no podremos desembarazarnos al progresar en el proyecto de nuestra vida. Pudiera parecer libre una embarcación que saliera del puerto a la deriva, a merced de los vientos; sin embargo la libertad estará más bien en la capacidad de salir de un puerto habiendo elegido llegar a otro y obligándose a hacer todo lo preciso para el buen éxito de la empresa. Libertad es así, sabedlo, autodeterminarse a hacer en cada momento aquello que mejor encaja en el plan racional de nuestra vida. Sed libres, pues, y cargad con eso peso.

 

Llegar a ser libre es algo que sólo puede tejerse desde una perspectiva global racionalizada de la vida. Seré tanto más libre cuanto más conozca el conjunto de mis condicionantes personales y sociales, cuanto más conozca las líneas de fuerza a través de las cuales, quiéralo o no, estoy ya determinado a proceder. Seré tanto más libre cuanto más sea consciente de hallarme en una red de relaciones desde las cuales existo y en las que tengo que resituarme sin cesar. No hay libertad sin racionalidad, aunque la libertad sea, por supuesto, un ejercicio, algo que somos capaces de hacer. Lo que hacemos, no tanto en la perspectiva de actos aislados cuanto dentro de una línea de conducta general, que afecta a toda la vida, y de la que pueda decirse que es nuestra línea de conducta, como la que traza una nave entre un puerto y otro puerto, no a la sola merced del oleaje, los vientos y las corrientes, pero conociendo bien las corrientes, los vientos y el oleaje para poder en medio de todo trazar un rumbo. Lo que quiero decir es que la libertad no es ir a la deriva o hacer lo que nos venga simplemente en gana, la libertad supone fijarse un rumbo y los rumbos sólo se fijan racionalmente.

 

 

Pero mejor que enredarnos, ahora, en aclarar todo esto de tener que elegir, mediante una argumentación abstracta, pongamos algún ejemplo de lo que significa elegir y saber ser libre. Os hablaré de cómo lo hizo Jovellanos.

 

 

 

Gijón es conocida como la villa de Jovellanos, no sólo porque este ilustrado haya nacido en la Cimadevilla de mediados del siglo XVIII, sino por todo lo que hizo por Gijón, sin dejar de hacer también por Asturias por España y por los valores humanos civilizatorios en general. Voy a fijarme en dos momentos de la biografía de Gaspar Melchor en la que tuvo que elegir arrostrando en la elección un viraje fundamental en la trayectoria de su vida.

 

 

En 1790, un año después de la Revolución francesa, había ascendido ya mucho en el escalafón de la carrera político-administrativa cuando contaba con 46 años. En agosto de 1790 regresaba desde Salamanca a Madrid, a donde había ido comisionado por el Gobierno para hacerse cargo de una reforma en el plan de estudios universitarios. Su gran amigo economista Cabarrús, había caído recientemente en desgracia acosado por sus adversarios políticos, en el comienzo del reinado de Carlos IV, porque se había abierto un proceso contra él a propósito de unas oscuras y confusas acusaciones de malversación de fondos del Banco de San Carlos que él dirigía; era ésta la institución bancaria de entonces del gobierno; Cabarrús había sido encarcelado en junio. Jovellanos pertenecía a la junta del Banco, colaborador de Cabarrús y gran amigo suyo, y, por tanto, le conocía bien, por lo que decide intervenir en su socorro. Al llegar a Madrid se pone en contacto rápidamente con el círculo de amistades en donde ambos se movían y acude a ver a la condesa de Montijo, representante de la nobleza más progresista del país; envía también una carta a Campomanes, quien tenía un gran poder como gobernador del Consejo de Castilla, cuando el gijonés ya conocía de oídas la versión de que Campomanes no quería mezclarse en el asunto por prevención contra la nueva camarilla que rodeaba a Carlos IV y a la reina Maria Luisa. La carta que le escribe dice:

 

 

 

«A mi arribo aquí he sabido que usted, repugnando como otros mi venida, había dicho que si se verificase no me admitiría en su casa. Fácil es de comprender si esta noticia me sorprendería; la dudé, indagué su origen y acabo de averiguar su certeza [...]

 

Sin embargo, como me precio de ingenuo, no debo ocultar a usted que en caso de vernos será tan imposible que yo deje de hablar por un amigo [Cabarrús], cuya suerte está en manos de otro [Campomanes], como que exija de éste cosa que sea contraria a su honor y a la justicia. La inocencia del uno, expuesta a la prueba más ruda, y la reputación del otro, que el público decidirá tal vez por la conducta de un negocio sobre que tiene abiertos los ojos, han sido, son y serán mis únicos impulsos. A esto sólo he venido aquí; por esto sólo he oído la voz de mi corazón antes que la de muchos respetables dictámenes. Valgo poco, pero nada dejaré de hacer por salvar de ruina a un amigo inocente [a Cabarrús] y de mancilla al más sabio magistrado de la nación [a Campomanes], de quien soy el primer amigo [...]» (CAES, II, carta 285, pág. 413)

 

 

 

En síntesis, Jovellanos sabe que Campomanes quiere lavarse las manos en este asunto, pero no quiere dejar de intentar convencerle valiéndose de la amistad que les une, teniendo como objetivo principal acudir en ayuda de Cabarrús por el trato injusto en que ha caído y, a la vez, contrarrestar el deshonor en el que incurriría Campomanes, también amigo suyo, si no llegaba a afrontar con entereza y responsabilidad este problema.

 

 

Después de entregar la carta mencionada aquí arriba, vuelve Ceán, secretario de Jovellanos, a por la respuesta al día siguiente a quien habría dicho de palabra que «el señor Jovellanos quería ser heroico y que Su Excelencia no podía serlo» (ibíd., pág. 414)

 

 

 

Como consecuencia de la actividad que Jovellanos desarrolla en favor de Cabarrús, el 25 de agosto recibirá una conminante orden de Palacio para que abandone la Corte, acabe la comisión de Salamanca e inicie otra comisión en Asturias. Durante siete años Jovellanos será desterrado en el Principado, alejado de los asuntos centrales del gobierno como castigo  por haber osado resistir la decisión tomada contra Cabarrús y por haber intentado que se le hiciera un juicio justo. Rehabilitado al fin Cabarrús a las tareas de gobierno, Jovellanos es elevado a ministro de Gracia y Justicia entre 1797-1798, responsabilidades políticas en las que ni él ni su amigo duran porque la camarilla de Palacio contraria a los reformadores progresistas de entonces llegan incluso a envenenar al gijonés, situación en la que ha debe renunciar a su cargo y retirarse de nuevo a Asturias, donde cinco años más tarde, en 1803, será hecho prisionero sin cargos y sin juicio y llevado a Mallorca donde es encerrado durante siete años.

 

 

Es decir, que en aquellas palabras que había dicho: «A esto sólo he venido aquí; por esto sólo he oído la voz de mi corazón antes que la de muchos respetables dictámenes. Valgo poco, pero nada dejaré de hacer por salvar de ruina a un amigo inocente [a Cabarrús]», en estas valerosas palabras estaba comprometiendo nada más y nada menos que toda su brillante carrera. ¿Se arrepentiría de haberse involucrado tanto Jovellanos? Son muchas las cartas que se conservan y donde se refiere a estos hechos y en ninguna vemos que se lamente de haber hecho lo que creía y sabía que debía hacer. Su libertad le costó cara, aunque a la vez eso fue y otras acciones similares las que le dieron un nombre respetable en el conjunto de aquella nación española que se configuraba entonces saliendo del Antiguo Régimen para intentar constituirse como un Estado moderno. Jovellanos no se arrepiente porque no podía arrepentirse de haber sido libre en aquella ocasión, es decir no se arrepiente de haber hecho lo que sabía que debía hacer. Pero qué era lo que sabía y qué queremos decir cuando afirmamos que obró libremente.

 

 

Sabía que está por encima de la conveniencia la virtud, que el premio de la virtud está en ser virtuoso; sabía que la amistad, la verdad y la justicia son grandes virtudes y que no podía, en consecuencia, dejar tirado a un amigo de quien conocía su inocencia.

 

 

La lección que queremos sacar es que porque obró así, cambiando dramática y hasta trágicamente el rumbo de su vida, fue libre. ¿No hubiera sido igualmente libre si se hubiera replegado a la vista de lo amenazante de los acontecimientos? Tenía que haber renunciado, entonces, a no ir de Salamanca a Madrid, a no invertir aquí aquellos días en gestiones a favor de su amigo; ¿pero a qué más hubiera debido renunciar antes, también para curarse en salud? Por esa línea hubiera debido renunciar a la valentía y a la amistad, al honor y a la lucha por la justicia... pero ¿cabe ser libre renunciando a todo esto? Jovellanos no sabía que los reyes iban a desterrarle, porque nadie conoce el futuro; si lo hubiese sabido se hubiera movido en el mismo sentido pero con otra estrategia, puesto que la valentía no puede confundirse con la temeridad. Pero como no lo sabía hizo lo que creyó que tenía que hacer en el contexto de las líneas de fuerza que dirigían su vida, que se resumen en la honestidad de sentimientos y acciones y en el cumplimiento de los deberes sociales.

 

 

Todo esto es lo que yo os deseo a vosotros un día como éste, en el que estaréis ya eligiendo alguna ruta a seguir. Pero, profe ¿no es esto pedirnos demasiado, qué tiene que ver nuestra rutinaria y sencilla vida con estas gestas heroicas que se nos cuentan? Tiene que ver que de una u otra manera, en situaciones límites importantes o en la rutina de lo cotidiano, tenemos que elegir y no hay mejor manera que hacerlo conforme a los mejores patrones de conducta que hayamos sido capaces de forjar. Os deseo, por tanto, que seáis fuertes, valientes, cautos y que no dejéis de comeros el mundo, cada cual a su manera.

 

 

Y no olvidéis unas buenas dosis de sentido del humor, siempre.

 

SSC

3 de junio de 2005