Gaspar Melchor de Jovellanos

 

Una semblanza

 

Gaspar Melchor de Jovellanos nace en Gijón el 5 enero de 1744 y muere a los 67 años, entre el 27 y el 28 de noviembre de 1811, en Puerto de Vega, Navia.

 

Si Feijoo había ocupado el lugar preferente del siglo de las Luces español en la primera mitad del siglo XVIII, Jovellanos pasará a ocupar esta misma función en la segunda mitad del siglo y principios del XIX.

 

La vida del ilustre asturiano discurre a través de siete etapas:

 

1. Infancia y años de formación (1744-1767): Gijón, Oviedo, Ávila y Alcalá de Henares.

 

2. Etapa sevillana (1768-78): juez.

 

3. Etapa madrileña (1778-90): consejero de órdenes.

 

4. Exilio asturiano, escindido en dos partes (1790 a noviembre de 1797, y octubre de 1798 a 1801): encargado de las minas de carbón y de la carretera con la meseta.

 

5. Encumbramiento ministerial fugaz en Gracia y Justicia (noviembre de 1797-agosto de 1798).

 

6. Encarcelamiento en Mallorca (1801-1808).

 

7. Renacimiento en la Junta Central y últimos días (1808-1811): impulsor principal de la convocatoria de las Cortes de Cádiz.

 

I. En su juventud universitaria conoce y admira a Cadalso, al tiempo que está a punto de culminar su etapa de formación, de la que no guardará buenos recuerdos, por tratarse de una instrucción escolástica caduca, alejada de toda utilidad real y entregada al objetivo de una retórica fatua, que don Gaspar retratará como «esgrima de palabras».

 

II. En Sevilla, en su cargo de juez, comienza sus primeros pasos literarios en el ambiente de la tertulia de Olavide. Pronto pasa a liderar un grupo de poetas entonces nacientes, el llamado «Grupo de Salamanca». En su primera actividad literaria se nos muestra poeta y dramaturgo, bajo el nombre de Jovino. Enseguida se vuelve además un preceptista y gran número de jóvenes literatos adopta a Jovellanos como ideólogo y maestro, entre ellos Meléndez Valdés (Batilo), L. F. de Moratín (Inarco) o Vargas Ponce (Poncio). Su principal aportación literaria en esta etapa es El delincuente honrado, drama de 1773. Maneja además del castellano y el latín, el francés y el inglés, lenguas de las que se hace traductor (Milton, Racine…).

Oficialmente desde 1768 es Alcalde de la Cuadra de la Real Audiencia de Sevilla y Oidor de la Real Audiencia de Sevilla, a partir de 1774. En esta época, además de literato y de crítico literario; destaca ya en los informes oficiales que ha de redactar por su estilo lúcido, lleno de rigor y profundidad, donde aborda asuntos jurídicos, políticos y económicos. Se revela, así pues, desde su juventud, como un gran ensayista y un magnífico conocedor de la lengua castellana.

 

III. En la etapa madrileña, entre sus 34 y 46 años, es alcalde de Casa y Corte en 1778 y consejero del Consejo de las Órdenes Militares en 1780. A partir de este momento, su carrera intelectual es vertiginosa: además de los cargos oficiales, ingresa en la Real Academia de la Historia (1779-80), la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (1780), la Real Academia Española (1781), la Real Academia de Cánones (1782), y como componente de la Real Junta de Comercio, Moneda y Minas (1783), y de la Real Academia de Derecho (1785).  Además, es miembro muy destacado de distintas sociedades económicas de amigos del país (Sevilla, Madrid y Asturias). 

 

A sus análisis de los problemas jurídicos, económicos y políticos, añade el dominio de temas históricos; culturales, pedagógicos y de teoría de la educación. Entre sus escritos de esta época madrileña, podemos destacar: Discurso sobre los medios de promover la felicidad de Asturias (1781), Dictamen sobre el proyecto de un banco nacional (1782),  Cartas a Ponz (1782-1792), Informe sobre el fomento de la marina mercante (1784), Informe sobre la libertad de las artes (1785), Elogio de Carlos III (1788) y Reglamento para el Colegio de Calatrava (1790).

 

IV. La etapa asturiana, fruto de un exilio encubierto del gobierno de Carlos IV y de María Luisa de Parma, cuando han decidido recrudecer el control sobre los ilustrados y políticos más reformadores, acaba siendo, sin embargo, una de las más fructíferas, pues además de su ocupación oficial como encargado de la Comisión de Minas en Asturias (1790) y Subdelegado de Caminos de Asturias (1792), lleva a cabo una de sus obras  prácticas más trascendentes y señeras: la creación del Real Instituto Asturiano (1794), para la formación científica de marinos y de ingenieros de minas. Además, acaba la redacción de dos de sus obras fundamentales, que se le habían encargado en Madrid: la Memoria para el arreglo de la policía de los espectáculos y diversiones públicas, y sobre su origen en España (1790) y el Informe en el expediente de la Ley Agraria (1794). Sobresale en esta etapa su labor y su pensamiento pedagógico, que queda reflejado en obras como la Oración sobre la necesidad de unir el estudio de la literatura al de las ciencias (1797) y el Discurso sobre el estudio de la Geografía histórica (1800).

 

V. En su etapa como Ministro de Gracia y Justicia (noviembre 1797-agosto 1798), intenta infructuosamente la reforma de la Universidad y del Tribunal de la Inquisición. Abandona el cargo con síntomas de envenenamiento y después de reponerse unos meses en las aguas de Trillo, vuelve a Asturias. Con él caen también su amigo el ministro de Hacienda, Saavedra, y Godoy, aunque éste más aparente que realmente, pues pasada la crisis será nuevamente rehabilitado.

 

VI. En marzo de 1801 es hecho prisionero, sin que medie acusación formal alguna, y es enviado primero a la cartuja de Valldemossa (1801-1802) en la isla de Mallorca, desde donde envía a Carlos IV dos representaciones pidiendo ser juzgado. En respuesta a esta actitud se le envía al castillo de Bellver, y allí entre 1802 y 1804 sufre una reclusión muy dura; a partir de 1805, a causa de diversas dolencias y enfermedades que contrae, se le aplica un encarcelamiento menos riguroso y hasta llega a permitírsele mantener una tertulia en el calabozo con los intelectuales mallorquines. De esta época mallorquina son dos de sus obras principales, la Memoria sobre la educación pública (1801-1802) y las Memorias histórico-artísticas de arquitectura (1804-1808).

 

VII. Liberado el 5 de abril de 1808, después de la abdicación de Carlos IV y del consecutivo entronamiento de Fernando VII, rechaza el cargo de ministro del interior que le propone el gobierno napoleónico, al comienzo de la Guerra de la Independencia, y pasa a formar parte de la Junta Central, en representación de Asturias. Allí destaca su labor en la promoción y preparación de la convocatoria de cortes. Fruto de esta etapa será una de sus obras más significativas, la Memoria en defensa de la Junta Central (1811), en la que comprobamos que su pensamiento político, próximo a los jóvenes liberales (Argüelles, Toreno, Quintana…), tiene características propias, y supone, en definitiva, un modelo de Estado mucho más equilibrado.

 

VIII. Aspectos relevantes de su contribución y de sus ideas:

 

En su obra hay que destacar, sin duda, sus Cartas (1767-1811) y su Diario (1790-1811), por la fuerza argumentativa que emplea en sus análisis, en las cartas, y, en el diario, por la pintura impresionista y poderosa que nos deja de la cultura, las costumbres y la situación político-económica de la España de entre siglos.

 

Del conjunto de su pensamiento puede concluirse que fue un reconocido literato, un brillante jurisconsulto, un magnífico economista, un gran reformador político, y, en suma, un filósofo, que además de conectar con el pensamiento ilustrado europeo, especialmente con los economistas liberales (A. Smith, y fisiócratas), con la Iluminación europea (Rousseau, Voltaire…), con la idea de progreso (Condorcet), con la epistemología empirista y sensista (Locke, Hume y Condillac), con el análisis social y cultural (Montesquieu), con la filosofía moral (Hutcheson, Ferguson), con la filosofía política (especialmente con la tradición inglesa: lord Holland), con el historicismo (Burke, Ferguson), con la crítica del tormento (Beccaria) y con la ontología racionalista (Wolff), desarrolla un pensamiento propio que hunde sus raíces en la tradición española del Siglo de Oro (admira a Fray Luis de León, a Mariana, a Cervantes…) y en el mundo grecolatino, con particular reconocimiento hacia Cicerón, Horacio, Ovidio y Platón, entre otros.

 

Entre sus grandes y célebres amistades contamos a la condesa de Montijo («la mejor mujer que tuvo España»), al conde de Campomanes, a Cabarrús, a Goya, a Saavedra, al matemático Pedrayes y a Ceán Bermúdez, que fue su secretario. De Campomanes se distanciará después de que éste se lave las manos en la persecución que se inicia en 1790 contra Cabarrús, amigo de ambos. Jovellanos «no puede dejar de ayudar a un amigo inocente que le necesita» y se implica ante la corte en su defensa. Éste será el punto de inflexión en el que su carrera tuerza el destino, hasta el momento bajo la protección de la política reformista e ilustrada que había acometido Carlos III, muerto en 1788, y en adelante, desterrado en Asturias y perseguido por sus ideas reformadoras (económicas, agrarias, educativas, institucionales, religiosas…) habrá de vivir su vida a contracorriente. En la polémica religiosa soterrada que vive el país mantendrá las llamadas posturas «jansenistas», solidarias de una mayor separación entre el poder religioso y el civil del Estado. En la guerra de la independencia, una vez que ha tomado el partido nacional contra «el invasor Napoleón» se verá enfrentado a buen número de sus amigos que por unas u otras razones se hallan en el bando afrancesado: Meléndez y Cabarrús, singularmente.

 

¿Quién es, en definitiva, Jovellanos? Es a un tiempo un hombre de acción, impulsor de múltiples empresas, como el instituto asturiano, y de múltiples reformas, como la ley agraria, y también una mente muy lúcida y muy preparada (leyes, economía, literatura, lenguas, historia, filosofía…). Es justo reconocerle como el intelectual más completo y profundo que tuvo España en su tiempo. Un ilustrado español que estuvo a la altura de los ilustrados más representativos que podemos encontrar en Francia, Alemania, Italia o el Reino Unido, comparable a Rousseau, Voltaire, Beccaria o Hume.

 

Debemos a Jovellanos:

 

  •  Una gran teoría sobre la reforma agraria que tendría una gran trascendencia en los siglos XIX y XX, muy estudiada en las universidades europeas y que serviría como motor de emancipación en el proceso descolonizador americano.
  • Una teoría política sobre el modelo de Estado que fue determinante en la Constitución de Cádiz de 1812.
  • Una teoría sobre la función de la educación en el desarrollo social y económico.
  • Múltiples ideas sobre temas gubernamentales, de justicia, literarios, estéticos, históricos, científicos y de costumbres (la igualdad de la mujer, la nobleza improductiva, los toros…).
  • Múltiples escritos, poéticos, satíricos y ensayísticos, algunos de los cuales han de figurar en la antología de lo mejor de los clásicos españoles.
  • Sin ejercer directamente de filósofo, pues no obtuvo cátedra alguna ni escribió tratados especializados en ontología o en teoría del conocimiento, aunque sí escribió sobre estos temas y mantuvo posturas propias, sin ser un filósofo estricto académico fue, sin embargo, el filósofo más potente que tuvo España en su tiempo.

 

Silverio Sánchez Corredera,

Doctor en Filosofía. Jovellanista

 

Semblanza enviada para la celebración de

«Jovellanos en Chile»,

a solicitud de la Embajada de España en Chile