Jovellanos: personaje histórico o pensamiento vivo

 

 

Artículo publicado en El Culturalde El Mundo,

25 de noviembre de 2011, p. 20-21.

Posteriormente, el Boletín Jovellanista,

núms 12-13, 2013, p. 203-206, lo reedita

 

 

Parecíamos estar de acuerdo los tres. Hablábamos de Jovellanos. ¡La historia, esa vieja profunda!, ¿quién duda de su interés?

 

Observé, sin embargo, que una duda emergía y enfrentaba a mis dos amigos: ¿hasta dónde ha de darse importancia al bicentenario de Jovellanos?: ¿tiene vigencia o es historia respetable?

 

Enseguida vi que él se inclinaba por la honorable historia. Ella, disconforme, mantuvo una tensa escucha. —Jean Sarrailh acertó cuando habló del «siglo de Jovellanos», ―sentenció él―. Y sintetizó de una galopada los méritos de Jovino: Líder intelectual de su generación, al lado de sus famosas reformas de la ley agraria, de los espectáculos públicos y de la Universidad. El pedagogo e innovador, nuevo Pestalozzi español, a quien se le encarga oficialmente la naciente minería y nuevas carreteras. El hombre de Estado,  ministro de Gracia y Justicia, en aquel gobierno de salvación que España necesita.

 

—Es verdad, ―interpeló ella―, la trascendencia histórica, pero…

 

 

Él supo que debía concluir, que su argumento no era aún redondo: —Además, no podemos olvidar su bella personalidad, su consistencia, su ejemplo. Íntegro en su conducta y firme en sus ideas, acaba resultando molesto en la corte y debe dejar el cargo de ministro para curarse del envenenamiento que sufre. Considerado uno de los «jansenistas», es encarcelado en Mallorca entre 1801 y 1808. Liberado al fin, es el principal promotor de las Cortes de Cádiz, después de haber rechazado el ministerio del interior que le ofrece Napoleón. Morirá perseguido en noviembre de 1811.

 

—Estoy de acuerdo contigo, pero…

 

 

Sin embargo, él se había hecho dueño del discurso y quiso acabar: —Las Cortes de Cádiz conocieron directamente todo lo que le debían y le mostraron su agradecimiento en 1812, al nombrarle «benemérito de la patria». Todos los jóvenes liberales le admiraban y le tenían como maestro.

 

 

—No todos estuvieron siempre de acuerdo con Jovellanos en el siglo XIX ―pudo oírse tenuemente.

 

—Sí, sus ideas fueron perseguidas por las facciones ideológicas absolutistas; no olvido que su «Informe sobre la Ley agraria» pasó a figurar en el Índice de libros prohibidos. Pero, finalmente, casi todos los extremos ideológicos le admirarán profundamente, desde el radical liberal Blanco White, que dirá que «es imposible hablar sin respeto de Jovellanos», hasta el tradicionalista Menéndez Pelayo, que concluirá que «quizá es el alma más hermosa que España tiene en la modernidad». Y los elogios hacia su persona fueron a más. Merecido lo tiene, por su tesón, su integridad, sus obras y su valía.  Los dos más grandes jovellanistas, Julio Somoza y José Miguel Caso, ya sé que con matices, están de acuerdo en esto.

 

—Pero en el presente…

 

 

—Sí, los republicanos en el exilio le engrandecen, Fraga le admira, Cascos lo cita siempre como el mejor de los ejemplos, Cebrián le dedica su discurso de ingreso en la Real Academia Española y Llamazares escribirá: «Jovellanos, mi héroe». Tiene la virtualidad de unir todas las ideologías. Hay pocos tan integradores como Jovellanos. Un ejemplo de equilibrio entre los extremos.

 

—Sí, es verdad ―prorrumpió con decisión ella―, pero con eso no hay que suponer, como hacen muchos, que sus ideas se enclavan en el centro ideológico. Porque no es en la ideología donde se sitúan. Su pensamiento es filosófico, no ideológico.

 

—¿Qué quieres decir?, ¿es que se puede pensar sin ideología?

 

—No se puede pensar sin ideología, pero sí se puede pensar más allá de la ideología, y eso es lo que hizo Jovellanos.

 

—Te estás poniendo mística, ¿cómo más allá?

 

—Más allá significa también más acá: sin parcialismos, sin miradas miopes, sin intereses caducos y con conocimientos fundados. Pudo unir todas las ideologías, pasado cierto tiempo, no por situarse en una equidistancia de ideas, sino porque ha construido su pensamiento desde la potencia, consistencia y articulación de ideas bien elaboradas y con profundidad histórica.

 

 

—No le veo mucho en los manuales de filosofía, sí en los de historia y de literatura de la Ilustración española.

 

—Eso es un problema, es verdad, pero puede explicarse. Se le cita por  sus ideas económicas, jurídicas y políticas; se le reconoce su vertiente reformadora y práctica. Tocó casi todos los temas de su tiempo, fue un gran pensador, pero no dejó tan aparentemente delimitada una filosofía como Rousseau, Voltaire, Hume o Kant.

 

—Eso es lo que yo digo.

 

—Sin embargo, somos nosotros los que no hemos sabido recuperar el sistema de ideas que tenía articulado, que se mantiene muy vigente.

 

―¿Qué articulación, qué sistema?

 

―Llega el tren y ahora no puedo demostrártelo. Mañana, si quieres. Existe una filosofía en Jovellanos que sirve aún hoy para seguir pensando los problemas del presente. Pueden verse con mucha claridad sus ideas políticas. Diferencia entre la «soberanía» y la «supremacía», matizando al liberalismo doceañista, para discriminar bien entre quien detenta el poder (el gobierno: soberano) y quien posee la última legitimidad (el pueblo: supremo). ¿Ahora no somos falsamente soberanos y, a causa de ello, perdemos casi siempre la supremacía? Y qué pasa con la Constitución: Jovellanos distingue entre las leyes sujetas a las necesidades del presente y la constitución histórica a preservar, esto es, los derechos ya conquistados, pero no los particulares sino los de carácter generalizador. Además, como eres un devoto economicista, te recordaré que Jovino pensaba que la economía era la ciencia de la política, pero matizando a Adam Smith muestra la necesidad de la intervención del Estado junto a la libertad de mercado. Lo sé, el funcionamiento de las leyes es muy importante. Nadie ha de estar por encima de la ley. Pero las leyes piden ser ajustadas, por eso, influido por Beccaria, interpreta la delincuencia más como síntomas sociales que como maldad personal. De ahí, la necesidad de insistir más en reformar que en castigar. Pero ninguna reforma es duradera sin la instrucción; teniendo en cuenta que las buenas luces han de ir acompañadas de buenos auxilios y de buenas leyes. Y, nuevamente, las ideas engarzan en un sistema arquitectónico.

 

Entonces, yo, por no quedar enmudecido del todo, dije:

 

―No habéis destacado el pragmatismo filosófico de Jovellanos. ¡El tren, lo perderás!

 

 

Mientras veíamos cómo ella se alejaba supe que iría pensando en lo que le gustaría estar diciendo: que había también una antropología, con una libertad e igualdad que matizaban el delirio rousseauniano del «buen salvaje», y que frente al jacobinismo había una teoría de la revolución no violenta basada en el gradualismo reformista constante; y había también una interesante teoría estética…además de compartir en su conjunto el ideario de los ilustrados: el progreso, la felicidad pública, la paz internacional. Y otras muchas teorías que le he oído más veces exponer calurosamente. ¿Por qué dos siglos transcurridos y aún recuperándole?, y me quedé meditativo.

 

SSC

25 de noviembre de 2011