Batallas libradas por Jovellanos

 

 

Conferencia pronunciada ante los alumnos de la

Escuela Taller «Gaspar Melchor de Jovellanos»,

de Santiafgo de Cuba, el 25 de noviembre de 2011.

Con la mediación de la Embajada de España en Cuba.

 

 

Buenas tardes, señor director, amigos, queridos alumnos.

 

Quiero dar las gracias al Director de la Escuela Taller y a todo su profesorado por haber organizado este acto, a la Embajada de España en Cuba por haberlo alentado y hecho posible, y a cuantos estáis ahí ahora dando sentido, en este país tan cálido y tan querido para cualquier español con la sensibilidad no atrofiada y tan preferido por mí.

 

Empecemos con una primera aproximación a nuestro tema de hoy. ¿Quién es Jovellanos?

 

Jovellanos es un asturiano que nació a mediados del siglo XVIII y que murió a principios del XIX. Fue el intelectual más completo y profundo que tuvo España durante ese tiempo; un ilustrado español que estuvo a la altura de los ilustrados más representativos que podemos encontrar en Francia, Reino Unido, Alemania e Italia, asimilable a Rousseau, Voltaire, Hume o Kant, cada uno con sus respectivos méritos y contribuciones. Le debemos una gran teoría sobre la reforma agraria que tendría una gran trascendencia en los siglos XIX y XX. Le debemos una teoría política sobre el modelo de Estado, que fue determinante en la Constitución de Cádiz de 1812. Le debemos una teoría bien elaborada sobre la función social de la educación. Le debemos múltiples refinadas ideas sobre el gobierno y la justicia, pero también sobre literatura, arte, historia, ciencia y costumbres. Le debemos el haber sabido unir los diferentes campos del saber en una teoría unitaria. Sin ejercer directamente de filósofo, fue, sin embargo, el filósofo más potente que tuvo España, en la generación posterior a Feijoo.

 

Pero además de ser un gran teórico, fue también un hombre de empresas prácticas: fue uno de los grandes reformadores en la España de Carlos III, también, más tarde, el fundador del Real Instituto Asturiano y el promotor del puerto de El Musel, que llegó a ministro de Gracia y Justicia en 1797-1798 y que demostrará ser el principal político e ideólogo de la Junta Central, que gobernó España durante la guerra de la Independencia, entre 1808 y principios de 1810.

 

Hagamos ahora un rápido esquema de su biografía.

 

Dedica sus 23 primeros años a formarse en Gijón, Oviedo, Ávila y Alcalá de Henares. Después, comienza su vida como personaje público ejerciendo de juez en Sevilla, durante una década,  desde sus 24 a sus 34 años. Aquí empieza a despuntar. Más tarde, al ser ascendido, pasará doce años más en Madrid, donde se le irá reconociendo como una  de las mentes mejor preparadas, durante el reinado de Carlos III. En la siguiente etapa, los monarcas, Carlos IV y María Luisa de Parma, le envían a Asturias, para que estudie y promueva las explotaciones de las minas de carbón, entonces nacientes, aunque lo hacen también para alejar al peligroso reformador de la corte. En Asturias vivirá entre 1790 y 1801, con un paréntesis, entre 1797 y 1798, al ser nombrado ministro de Gracia y Justicia. Perseguido por un gobierno que se vuelve contra los reformadores, Jovellanos es encarcelado en Mallorca, entre 1801 y 1808. Liberado por Fernando VII, pasará sus tres últimos años de vida tratando de proponer un nuevo modelo de Estado para España, desde su puesto en la Junta Central, durante la guerra de la Independencia.

Mirado desde la distancia que dan dos siglos, pudiera parecernos que Jovellanos tuvo una vida fácil y exitosa, a pesar de haber sufrido algunas persecuciones. Sin embargo, si miramos con detalle, su vida se desarrolló a contracorriente y en muchos casos soportando luchas dolorosas.

 

Primer escenario. ¿Cómo creció y maduró? Lo hizo lejos del calor del hogar familiar:

 

Entre los trece y los veintitrés años su vida transcurrió entre estudios, alejado del calor de la casa paterna, en Oviedo, Avila y Alcalá. Fueron contadas las visitas que pudo realizar a la casa de sus padres y hermanos; pasaban intervalos de varios años para que se le viera volver de vacaciones. Asturias estaba entonces muy mal comunicada con la meseta, sin apenas caminos transitables.

 

Segundo escenario: ¿cómo estudió? Sufrió estudios caducos:

 

Por confesiones que nos hace en sus escritos más tarde, sabemos que no le gustaban los planes de estudio de entonces, con contenidos muy desfasados y poco útiles. Entrenaban sobre todo, según su propia expresión, en una «esgrima de palabras». Veremos que dedicará después su vida, entre otros objetivos, a la reforma de la enseñanza.

 

Tercer escenario. Enamoramientos y desengaños. Ha de renunciar a los anhelos del

corazón.

 

En Sevilla le vamos a ver profundamente enamorado: Clori, Enarda, Belisa, Marina y Galatea son los nombres poéticos que va a dar a su enamorada (no sabemos muy bien si siempre era la misma o si se trata de más de una). Sus intentos de afianzar su vida amorosa los llevará hasta parte de su etapa madrileña, pero hacia los cuarenta años parece que renuncia definitivamente al amor.

 

Cuarto escenario. Luchar contra el ejercicio abusivo del poder:

 

En Sevilla mejora el latín, aprende el francés y el inglés y maneja el italiano y el portugués; se pone al día no sólo en la materia de su profesión, las leyes, sino que se aplica en profundidad a asimilar una nueva ciencia que entonces nacía, la economía; pero también estudia la historia, la filosofía y la literatura, tanto la antigua, medieval y renacentista, como la de su tiempo, lo mismo lo producido en España que en Europa. El trabajo es continuo, hace lo que le gusta, está enamorado y es feliz. Pero sería falso suponer que en aquella etapa como juez de audiencia todo era armonía, porque allí hubo de soportar las críticas por su rechazo a usar la peluca de los magistrados, por entender (con el conde de Aranda) que era un convencionalismo ya caduco; también tuvo un enfrentamiento con sus colegas cuando renunció a cobrar el estipendio que abonaban los encausados. Tampoco le resultó fácil defender, contra la costumbre generalizada, que se prohibiera la práctica del tormento.

 

Quinto escenario. Bregar con muchas tareas, también con las desagradables:

 

Llega su ascenso y debe ir a Madrid. Debería alegrarse, pero se entristece: ha de dejar atrás la tierra donde se ha rodeado de amigos, en la tertulia de Olavide, y donde ha escrito sus primeras obras literarias. Además, aunque al pasar a Madrid asciende a un puesto superior, tiene que volver a faenas que no le gustan; no sólo juzgar y redactar dictámenes sino patrullar a pie y a caballo indagando directamente en los mismos lugares del crimen: una especie de profesión de juez y a la vez de inspector de policía. Había que tener vocación para ambas funciones y a Jovellanos le desagradaba esta última. Después de año y medio y de demostrar muchos méritos, consigue ascender otro poco y librarse de estas funciones de alcalde de casa y corte, que era como se llamaban. Es nombrado consejero de órdenes. Su función ahora será estudiar los casos sobre litigios que llegan al consejo de Castilla, y viajar a menudo por el país para recabar datos y elevar informes al gobierno. Esto le da sobrado trabajo, pero como está convencido de que hay que introducir muchas reformas en el país, entra en muchas batallas más allá de sus estrictas obligaciones profesionales: elabora estudios para la academia de la historia, de la lengua y de bellas artes y trabaja muy comprometido también para la Sociedad Económica Matritense, de la que ejerce como director en 1784. Además, no ha dejado nunca de estar muy atento al desarrollo económico de Asturias, que era una zona de las más atrasadas de España.

Entre sus amistades, Campomanes, la condesa de Montijo, Goya, Cabarrús... Con este último trabaja codo con codo en  las reformas económicas. Sin embargo, en 1786, Jovellanos no duda en enfrentarse dialécticamente a Cabarrús, su amigo, porque contra él cree que las mujeres sí deben ser miembros con iguales derechos de la Sociedad Económica de Madrid.

 

Sexto escenario. Sacrificar su carrera en la Corte

 

Las batallas que ha estado librando hasta la fecha son las de una vida dura, como la de tantos, una vida esforzada, como la de los que tienen ambiciones y proyectos, una vida sacrificada, como la de los que pugnan por mejorar las instituciones y costumbres de su tiempo, pero una vida en definitiva coincidente con lo que él quiere y busca. Por eso, como para poner a prueba su verdadera fortaleza personal, en 1790 tendrá que demostrar hasta dónde era capaz de llevar su lucha. Su amigo Cabarrús es acusado de malversación de fondos; Jovellanos, que se encuentra en Salamanca en uno de sus informes sobre reforma de los estudios de la Universidad, y cree que su amigo es absolutamente inocente, regresa precipitadamente a Madrid para mediar en su ayuda. Campomanes y otros le avisan de que no se entrometa en este asunto, «pues viene de muy alto». Jovellanos sabe que pone en riesgo su carrera y su estabilidad, aun así resuelve que no hay ninguna razón que pueda hacer que deje de defender a un amigo al que cree inocente. De un día para otro recibe la orden conminante del rey de que abandone la corte y se dirija a Asturias para desempeñar allí lo que se le ordene sobre minas y caminos. Está en realidad exiliado y apartado de su vida habitual.

 

Séptimo escenario. Fundar, mantener y potenciar el Real Instituto Asturiano

 

Comienzan ahora nuevas batallas desde el exilio asturiano. Además de desempeñar las nuevas tareas que le son encomendadas, emprende unas intensas negociaciones, recabando apoyos y ayudas económicas para crear en Gijón un nuevo centro de estudios, inédito hasta la época, donde los oficiales de marina mercante y los técnicos e ingenieros de minas pudieran formarse. La empresa no es nada fácil: no hay recursos en la Hacienda pública, la Universidad de Oviedo recela de ese nuevo centro de enseñanza que no va a controlar… pero tras duras negociaciones que duran años convence al gobierno de que este centro es beneficioso para la economía del país, pues cooperaba al buen desarrollo de la minería naciente y al comercio marítimo que sería preciso para el transporte y la venta del mineral. El edificio inicial del instituto lo pone la familia Jovellanos, la mitad del sueldo de don Gaspar se emplea para sufragar gastos y la biblioteca inicial es del propio ilustrado gijonés. El nuevo centro querido y apoyado por muchos gijoneses y asturianos no deja de tener enemigos: algunos no ven bien que se dé cabida a todas las clases sociales y además las enseñanzas incluyen autores heréticos. La Inquisición de hecho inspecciona los libros de la biblioteca. Jovellanos prohíbe la entrada al informante inquisidor sin su permiso.

 

Octavo escenario. Gobernar en el ministerio a contracorriente

 

Como la estabilidad económica del país está quedando maltrecha por las continuas guerras en las que España se implica, tanto contra Francia como contra Gran Bretaña, se recurre a un gobierno de salvación en 1797, y se nombra a personalidades sabias, entre ellos Jovellanos, autor del Informe sobre la ley agraria. En la política de Palacio se dan dos facciones, la más poderosa y absolutista enfrentada a los que defienden algunas reformas. La facción absolutista toma medidas y parece que decidiría quitar de en medio físicamente al ministro asturiano. Las sales de plomo con las que probablemente se le envenena, echan al traste su salud y ha de retirarse del ministerio a los ocho meses. En ese tiempo el genial Goya le retrata, apoyada la cara en su mano izquierda, y con un gesto y una mirada donde creo yo que se conjugan paradójicamente a la vez, en el ensimismamiento, la determinación de reformas y la impotencia por no poder llevarlas a cabo.

 

Noveno escenario. Jovellanos combatido como filósofo peligroso

 

Abandona sus empresas de gobierno y vuelve a Asturias donde, para remate de sus desdichas, acaba de morir su querido hermano Francisco de Paula, con cincuenta y cinco años. Esto supone que va a tener una nueva obligación, porque ahora es él el encargado de gestionar el patrimonio familiar y de hacerse cargo del mayorazgo. Se consuela porque vuelve a lo que más le gusta: su pasión pedagógica en el instituto. Continúa recabando fondos para la construcción del edificio definitivo del centro de enseñanza, y algunos se niegan a colaborar mientras que le recuerdan que más bien habría que «combatir a los filósofos de nuestros días». En su entorno, sus enemigos afilan las armas y en una delación secreta que se envía a los «Reyes Nuestros Señores» se dice que «está entregado con tesón a la varia lectura de los libros de nueva mala doctrina, y de esta pésima filosofía del día» y que su sistema  de ideas echa por tierra los tronos, los cetros y las coronas.

 

Décimo escenario. Perseguido por sus ideas y hecho prisionero

 

Pronto entra el siglo XIX. El día 1 de enero de 1801, Jovellanos escribe en su diario: «Abrimos el siglo XIX ¿Con bueno o mal agüero? […] La desgracia parece conjurada contra el Instituto… […] Dicen que algunos malos paisanos de Madrid tratan de desacreditar el Instituto, y que nueva y sorda persecución le amenaza. Si la guerra fuese noble y abierta, no la temería… […] pero ¿quién podrá parar los golpes que la calumnia y la envidia dan en la oscuridad? […]». Después, hace un balance de la situación internacional: « Entre tanto, rayan las esperanzas de paz; los franceses, triunfantes, van a forzar a ella al emperador. La Rusia, y aun Prusia, amenazan a la Inglaterra, y esta potencia orgullosa abandonará sus proyectos de ambición y codicia, por algún tiempo a lo menos; ¡quiéralo el cielo, para que respire la Humanidad! ».

Tiene ahora 57 años; él no lo sabe, le quedan diez de vida. Metido en sus proyectos pedagógicos, el 13 de marzo de 1801 es hecho prisionero y conducido a Mallorca. Allí estará siete años. Muchos de sus amigos de su radio de influencia también serán desterrados o encarcelados: Meléndez, Arias, Ceán, Vargas Ponce… Jovellanos solicitó por dos veces a Carlos IV en abril y octubre de 1801 que se le imputaran cargos, para poder defenderse, y que se le juzgara; pero la respuesta fue trasladarle del monasterio de los cartujos a la prisión del castillo de Bellver.

 

Undécimo escenario. Cómo sobrevivir dignamente en prisión

 

De noviembre de 1801 a febrero de 1806 su diario enmudece del todo. En 1802 y 1803 casi vemos desaparecer todo escrito. Poco a poco puede ir escribiendo a escondidas cada vez más a partir de 1804, sobre todo cartas, y para ello utiliza múltiples pseudónimos: Xuanón, Antón de Poao, Pachín de Baldornón, Toribio de Serín o El de la cai de les Cruces, que era la calle trasera de su casa natal… Va enfermando, perdiendo la vista, la destreza para escribir y llenándose de achaques y dolores reumáticos, pero no pierde el aliento. Dirige a distancia, en cuanto puede, los asuntos del instituto y de su casa, entre ellos el cuidado de una pupila huérfana que se le había encomendado (Manuela Blanco Inguanzo), y sigue investigando en los archivos mallorquines, ayudado por amigos que le alientan, y escribiendo sobre arte y educación, e incluso cuando se relaja algo la vigilancia que el ministro Caballero ejercía desde el gobierno, puede disfrutar de una tertulia de intelectuales de la isla que asiste a visitarle en el castillo. El 28 de octubre de 1807 escribe a su cuñada María Gertrudis del Busto, en respuesta a otra suya, se alegra de que le siga apreciando, porque «son tantos, según me dicen, los que se me han vuelto de espaldas, que me es de la mayor satisfacción cualquiera testimonio de amor y buena correspondencia», y firma Parín.

El 5 de abril de 1808, después del motín de Aranjuez, Jovellanos es liberado por orden de Fernando VII. La ciudad de Mallorca explota de júbilo popular y los cuerpos militares de la isla le presentan honores. Lo que sabemos de esa misma fecha es que lo que más sigue importándole es no sólo verse libre sino que se le declare oficialmente inocente.

 

Duodécimo escenario. La guerra de la independencia, frente a Napoleón, el remate de su vida

 

Cuando, después de un mes de despedidas en la isla, se dispone a volver a su querido retiro asturiano, se encuentra de bruces con la guerra de la independencia. A su paso por Zaragoza y por Tarazona es reconocido y aclamado, y pretenden retenerle, pero se dirige a Jadraque (en Guadalajara) a reponer su salud en casa de su gran amigo Juan Arias de Saavedra. Allí recibe órdenes de Napoleón y de su hermano José I Bonaparte, ahora nuevo rey de España, de que debe unirse a las tropas francesas y se le nombra ministro del interior. Sin duda, lo que más desearía ahora Jovellanos es no ser tan conocido. Pero, aunque muchos de sus amigos están quedando en el bando afrancesado, el famoso ex ministro y filósofo no puede minusvalorar el hecho de que se trata de una invasión y, sin duda, de una dependencia de la Francia imperial, por muy moderno y liberal monarca que se quiera presentar a José I, y por todo ello no acepta esos honores. El bando insurrecto, por su parte, le nombra representante por Asturias en la Junta Central, nuevo gobierno enfrentado a los franceses que pretende crearse en España, a falta de un monarca legítimo. El 10 de septiembre Jovellanos acepta; muchos esperan que entre a liderar uno de los bandos del gobierno de la central, el otro liderado por el anciano Floridablanca, pero Jovellanos no lleva afanes de poder sino el firme propósito de ayudar a encauzar bien el proceso legislativo que tiene que abrirse ahora. Durante año y medio de guerra trabaja incansablemente para la Junta Central, que ha de ir batiéndose en retirada desde Aranjuez a Sevilla y finalmente a la inexpugnable Cádiz. En varias ocasiones desde que salió de Mallorca pierde su equipaje y su querida biblioteca y ha alcanzado tal reconocimiento en España y en el extranjero que viene a visitarle su amigo inglés lord Holland durante unos meses con el propósito de discutir con el ilustrado español el diseño de la nueva constitución liberal que el país necesitará. En febrero de 1810 la Junta Central pasa el poder a una Regencia, encargada de la convocatoria de Cortes, todo según el plan trazado por Jovellanos, que ha ido siendo apoyado tras discusiones y votaciones en las juntas. Jovellanos, después de nueve años ausente de su casa, finalmente podrá volver a descansar un poco, se dirige por mar desde Cádiz a Galicia y allí sufre una nueva persecución que le tiene retenido más de un año. Ante este nuevo agravio, escribe en su defensa y en el de toda la Junta Central una memoria de los hechos acaecidos, y allí podemos leer que, después de dejar su cargo y de habérsele concedido licencia para retirarse a Asturias, «al examinar el estado de mi pobre fortuna, hallé que toda ella se reducía a siete mil novecientas ochenta y cinco reales vellón…», además de los restos de sus últimas pertenencias, ropas, libros, papeles…, y recuerda que al ser nombrado para la Junta Central rehusó el honorario fijado, porque ya tenía un sueldo decoroso para su subsistencia y que, para ponerse en camino hacia Asturias, hubo de recibir un préstamo de los ahorros de su secretario, Domingo García de la Fuente, de doce mil reales, que le devolvió vendiéndole una de las fincas familiares.

En su último gran escrito, la Memoria en defensa de la Junta Central, que dirigió a sus amados compatriotas para que sometieran a la balanza imparcial de su justicia la narración de los hechos acaecidos y de las medidas adoptadas durante el gobierno de la Junta Central, para poder aspirar a la honra y a la tranquilidad de su conciencia, la de, en palabras suyas,  «un anciano magistrado, a quien no bastaron ni los largos servicios que hizo, ni las crueles persecuciones que sufrió, ni las últimas ilustres vigilias que consagró al bien y defensa de su nación, para salvarle de la persecución y el furor…».

 

Un año después, cuando ya ha conseguido llegar a su casa de Gijón, deberá volver a huir  huyendo del ejército napoleónico, y morirá en Puerto de Vega delirante en la fiebre de su neumonía, quejándose de la invasión francesa y deseando sobre todo que España pudiera definitivamente estar bien gobernada y tener una buena constitución. Su delirio fue a lo largo de su vida su país, y, en medio de aquella guerra, sus últimas palabras fueron: ¡Desdichado de mí!, el grito de alguien que muere sin alcanzar aquello por lo que había luchado. Pero sólo aparentemente será así.

A nosotros nos toca no perder las aportaciones que nos dejó. Y nos corresponde también, no tanto reverenciarle, sino más bien actuar con parecida energía a la suya y defender proyectos igual de nobles que los de su tiempo.

Muchas gracias


SSC

Santiago de Cuba, 25 de noviembre de 2011