Por qué 729 veces

 

Explicación sobre la expresión:

729 veces es más feliz el hombre justo que el tirano

 

Utilizo esta expresión, Setecientas veintinueve veces es más feliz el hombre justo que el tirano, de modo urgente, principalmente (aunque solo fuera), para ponerme del lado del justo y contra el tirano. También, consecuentemente, porque estimo que la felicidad del justo es consistente y duradera, mientras que los placeres del tirano son inconsistentes, desordenados, inestables y pasajeros. Y políticamente, porque creo que un gobierno justo depara felicidad pública mientras que un gobierno tiránico genera desdicha y sufrimientos innecesarios.

 

Rescato también, pero solo incidentalmente, el esfuerzo de Platón por «pitagorizar» matemáticamente la ética y la política. Resultaría absurdo en el presente interpretar literalmente el guarismo "729", pero aun así, en una mirada que tiene más de  veinticuatro siglos, hacemos un guiño pitagórico-platónico a ese esfuerzo por conocer racionalmente.

 

729 se obtiene de [(3)²]³. El gobierno del tirano está tres veces doblemente separado del gobierno justo del filósofo (3)². Y, además, este contraste inicial ha de elevarse al cubo ―[(3)²]³― en cuanto sus almas respectivas se ubican en lugares separados por tres niveles de verdad (1º, placer legítimo y necesario del filósofo, 2º, placer bastardo y, 3º, placer puramente servil) o, también, por los tres tipos de personas (filósofo, ambicioso y avaro).

 

Con la debida prevención elucubramos e indicamos que es curioso que [(3)²]³ también podría interpretarse como 3ʰ (donde h = 6), porque si retomáramos otros párrafos de La República, donde Platón establece que hay tres tipos de almas (3): racional, irascible y concupiscible que se coordinan con seis tipos de gobiernos ―filósofo, timócrata, oligarca, demagogo, tirano simple y tirano extremo (el que gobierna sometido a los más abyectos valores), obtendríamos  3ʰ (donde h = 6), que indicaría igualmente una separación de 729 distancias entre el justo y el tirano.

 

 

La expresión aparece en el libro IX de La República.

 

Previamente, en el libro VIII, Platón había establecido que había cinco tipos de gobierno escalonados:

 

1) La aristocracia o monarquía: gobierno de los mejores, de los sabios filósofos, que dirigen la ciudad guiados por la armonía general sin que intervenga en grado alguno el interés personal.

 

2) La timocracia o timarquía, o gobierno de los que poseen el poder de las armas, cuyos valores guía son la fuerza, la valentía y el honor del alma irascible; en cuanto alejado del gobierno racional, presenta una primera degeneración en el ejercicio del poder.

 

3) La oligarquía o gobierno de los que poseen riquezas, cuyos valores guía han dejado de asentarse tanto en el alma racional como en la irascible para pasar a alojarse en el tercer nivel del alma: el  apetitivo o concupiscible; el modo de gobierno ha degenerado un grado más.

 

4) La democracia, que Platón interpreta en términos de demagogia, donde las bajas pasiones populares llevan a una deriva aún más degenerada la vida pública.

 

5) Finalmente, la tiranía, el peor y más abyecto de los gobiernos posibles.

 

Una vez que Platón ha descrito estas cinco formas de gobierno, se pregunta (en el libro IX) cuánto más feliz es el hombre justo (el que encontramos en el gobierno de los filósofos) que el tirano. Tras establecer que el hombre oligárquico se halla a tres distancias del hombre justo (filósofo-timócrata-oligarca; y tras establecer, además, que el tirano se encuentra a tres distancias del hombre oligarca (oligarca-demagogo-tirano), concluye que si se multiplica 3x3 obtenemos la distancia que separa al hombre justo del tirano: 9 distancias «en cuanto a su largura en un número plano». Ahora bien, Platón considera que la distancia no es solo en el plano, ¿por qué? Las 9 distancias, que son fruto de un doble momento de separación (3x3 =9), han de elevarse al cubo (9³) porque son tres las distancias que hay entre la verdad de la felicidad del placer del justo y la apariencia de verdad del placer del tirano, por lo que en una filigrana pitagórica de matematización de la ética y la política, establece que son 729 veces más feliz el hombre justo que el tirano (9³): por cuanto son tres los tipos de placeres ―legítimos (del filósofo), bastardos (del timócrata, del oligarca y del demócrata o demagogo) y puramente serviles (del tirano)― correspondientes a los caracteres principales de los hombres: el filosófico, el ambicioso y el avaro, el filosófico dependiente de la verdad y el ambicioso y el avaro sometidos a apariencias.

 

Setecientas veintinueve veces es más feliz solo teniendo en cuenta el modo de felicidad más elemental, el placer. Por ello Platón concluirá yendo aún más allá: si al placer se le añaden el resto de bienes que procuran felicidad (como el decoro, la belleza, la virtud) resultará inconcebible la distancia entre estos dos tipos de hombres extremos. Esta es su última tesis: la distancia entre el hombre justo y el tirano es desmedida y parece que pierde sentido matematizarla.

 

 

 

Seleccionamos a continuación textos significativos a este respecto, tomados de los libros VIII, IX y X de La República (PLATÓN: Obras Completas, Aguilar, 1981):

 

 

 

Platón: República, Libro VIII:

 

¿Y no sabes que existen por fuerza tantos caracteres de hombres como regímenes políticos? [...] Por consiguiente, si son cinco los regímenes que pueden adoptar las ciudades, también serán cinco las disposiciones propias del alma humana. [...] ...el régimen aristocrático es bueno y justo [...] Creo que, después de esto, debemos ocuparnos de los caracteres inferiores. [...] Timocracia o timarquía, oligarquía, democracia y tiranía.

 

[...]

 

En seguida están a la orden del día las denuncias, los procesos y las disputas entre unos y otros. [...] ...de ahí que el pueblo acostumbre ante todo elegir un protector, a quien procura alimentar y hacer poderoso. [...]  ...se muestra claramente que cuando surge un tirano, brota de esa raíz de protectores y no de ninguna otra. [...] ...este sujeto es el que acostumbra levantarse contra las gentes acaudaladas... [...] ...y si se le destierra y luego regresa a la patria a pesar de sus enemigos, vuelve convertido en un verdadero tirano... [...] y al principio hace promesas múltiples, libera de deudas y reparte tierras al pueblo y a los que se encuentran a su alrededor... [...] ...y empieza por promover guerras, a fin de que el pueblo tenga necesidad de un jefe... [...] ...un tirano tendrá siempre necesidad de promover guerras... [...] ...y prescindirá de todas las personas de provecho, ya sean amigos o enemigos... [...] ...y se volverá enemigo de todos ellos y les tenderá asechanzas hasta dejar limpia la ciudad... [...] Dilapidará los tesoros sagrados que se encuentran en los templos, y en tanto duren los productos de su venta serán menores las contribuciones que imponga al pueblo.

 

 

 

Platón: República, Libro IX:

 

Algunos de los placeres y deseos no necesarios son contrarios a las leyes y se dan, no obstante, en todos los hombres. Con todo, en una parte de estos se ven refrenados por las leyes y por los deseos mejores, gracias a la razón. [...] Nuestro propósito era simplemente este: probar que hay en cada uno de nosotros, aun en los de pasiones más moderadas, deseos verdaderamente temibles, salvajes y contra toda ley. Y eso se evidencia claramente en los sueños. [...]

 

El hombre tiránico está dominado por los deseos y placeres eróticos.

 

[A los cinco tipos humanos: real (aristocrático), timocrático, oligárquico, democrático y tiránico, se añade una sexta tipología, la del hombre tiránico metido en política:]...aquel hombre que, siendo tirano, no pasa la vida como un simple particular, sino que tiene la desdicha, por un triste azar, de convertirse en tirano de la ciudad. [...] ...comparable a un hombre enfermo y carente de fuerzas que, en vez de pensar en sí mismo, se dedicase durante toda su vida a luchar con los demás. [...]

 

El hombre tiránico no es otra cosa que un esclavo, sometido a las mayores lisonjas y bajezas, adulador de los hombres más viciosos, insaciables en sus deseos, carente de casi todas las cosas y ciertamente pobre si nos decidimos a mirar a la totalidad de su alma. Hombre, además, dominado por el temor durante toda su vida, lleno de sobresaltos y de dolores, si su vida se parece de verdad al régimen de la ciudad que él gobierna. Porque ¿no dudarás que se parece? [...] ...necesariamente tendrá que ser y aún volverse más envidioso, más desleal, más injusto, más hostil, más impío, más propicio a acoger y alimentar toda maldad, con lo cual terminará por hacerse el hombre más desgraciado. Y con él, se harán también así los que están a su alrededor. [...]

 

 

 

Las tres almas: Hay una parte, decíamos, en la que el hombre conoce; otra, con la que se encoleriza, y una tercera a la que, por su variedad, no fue posible encontrar un nombre adecuado; esta última, en atención a lo más importante y a lo más fuerte que había en ella, la denominamos la parte concupiscible. Ese nombre respondía a la violencia de sus deseos, tanto al entregarse a la comida y a la bebida como a los placeres eróticos y a todos los demás que de estos se siguen; y la considerábamos amante de las riquezas, por satisfacerse con ella esos deseos, de manera más especial. [...] ...al igual que las bestias, inclinan su mirada y su cuerpo hacia tierra y hacia sus mesas, porque no desean otra cosa que cebarse y aparearse, y en vista de esto se cocean y cornean entre sí, empleando sus cascos y sus cuerpos de hierro, olvidando el llenarse su ser de las cosas reales que le convienen. [...] La parte irascible arrastra siempre y enteramente a la dominación, a la violencia y al deseo de gloria... ...y es amiga de disputas y honores... en cuanto a la parte que conoce, resulta claro para todos que tiende siempre y por completo a conocer la verdad, dondequiera que se encuentre, y que nada le importa menos que las riquezas o la reputación... y es amante de la ciencia y del saber. [...] De ahí que los caracteres principales de los hombres son tres: el filosófico, el ambicioso y el avaro. [...] El filósofo solo siente deseos de conocer la verdad y de llegar siempre a su completa posesión... ...los placeres los concebirá como necesidades inevitables, pero de las que podría prescindir, si su misma necesidad no las prescribiese. [...] Las condiciones del buen juicio son la experiencia, la inteligencia y la razón. [...] El placer, a excepción del que disfruta el filósofo, no es completo ni puro; antes al contrario, parece como envuelto en sombras, según he oído decir a alguno de los sabios. He aquí la mayor y fundamental desgracia del hombre injusto. [...] el hambre, la sed y las demás necesidades de este tipo son algo así como una especie de vacíos en la disposición del cuerpo... y la ignorancia y la insensatez son otra clase de vacíos en la disposición del alma... el vacío del cuerpo se colmará con el alimento y el del alma con la razón. [...] Así, pues, cuando el alma toda marche dirigida por la razón y no se manifieste en ella deseo alguno de sedición, cada una de sus partes realizará lo que le es debido y mantendrá su amor a la justicia; así mismo, disfrutará de los placeres que más le convengan y, en lo posible, de los más verdaderos. [...]

 

¿No sabes acaso, cuánto más odiosamente vive el tirano que el rey? [...] ¿No está tres veces más alejada de la verdad la apariencia de placer de que goza el hombre tiránico? [...] Estará tres veces más alejada de la verdad el hombre tiránico que el demócrata y que el oligárquico. [...] Empezando por el hombre oligárquico, el tirano es el que ocupa el tercer puesto. Y en medio de ambos debe colocarse al hombre demócrata... y... entonces, ¿no está tres veces más alejada de la verdad la apariencia de placer de que goza ese hombre?... y, si consideramos como uno solo al hombre aristocrático y al real, el oligárquico ocupará sin duda, el tercer lugar... y, por consiguiente, el tirano se halla alejado del verdadero placer en un número triple del triplo... y, en tal sentido, la apariencia del poder tiránico podría representarse, en cuanto a su largura, por un número plano... y está claro que, una vez elevado este número a la segunda y a la tercera potencia, manifestaría la distancia a que se halla el tirano de la verdad... y, si tuviésemos que averiguar, inversamente, qué distancia hay del rey al tirano en el disfrute del verdadero placer, encontraríamos que el rey es setecientas veintinueve veces más feliz que el tirano, y, al mismo tiempo, que el tirano guarda esa misma proporción en su infelicidad. Ese número refleja la sorprendente diferencia entre los dos hombres, el justo y el injusto, respecto al placer y al dolor. [...] En consecuencia, si el hombre bueno y justo aventaja tanto al malo y al injusto en cuanto al disfrute del placer, ¿puede sorprender a alguien la gran diferencia que demuestra no solo en el decoro de su vida, sino también en la belleza y la virtud de que se adorna?... la diferencia resulta inconcebible. [...]

 

Al hombre verdaderamente injusto le conviene cometer injusticias, siempre que guarde la apariencia de hombre justo. [...] Habrá que formular mentalmente una imagen del alma, para que quien eso diga compruebe claramente lo que dice... Hablo, claro está, de esos seres que, como la Quimera, Escila, el Cerbero y otros, fueron en otro tiempo, y en el pensamiento mitológico, la unidad de muchas figuras de distinta naturaleza... Modela, si acaso, un monstruo variado y policéfalo, rodeado de cabezas de animales, unos domésticos y otros feroces, que saca de sí mismo, y cambia a su antojo esas mismas cosas...Demos por hecho ese monstruo, puesto que el pensamiento es más dúctil que la cera y que cualesquiera otros materiales.

 

[...] ¿Qué otras razones piensas que ha habido desde la antigüedad para censurar el desenfreno, sino porque procura la más amplia libertad a esa grande y variada bestia de que hablamos? [...]

 

¿No se censuran la presunción y el malhumor cuando aumenta y se extiende inarmónicamente la parte leonina y colérica? [...]

 

Lo cual ocurre también con la molicie y la blandura cuando, por la relajación y disolución del natural humano, origina en él la cobardía. [...]

 

¿Y qué decir de la adulación y de la bajeza cuando se las coloca por bajo de la parte turbulenta, de modo que, llevada entonces la parte irascible de la sed de riquezas y de su deseo insaciable, se ve humillada desde la juventud y convertida de león en mono? [...]

 

[...] a todo hombre conviene le dirija un principio divino y racional, ya porque se dé en sí mismo, ya porque le regula desde fuera, a fin de que, gobernados por una misma razón, seamos todos, en la medida de lo posible, semejantes y amigos. [...]

 

Hablas sin duda de la ciudad que tratábamos de fundar y que solo existe en nuestra imaginación; porque no creo que tenga asiento en lugar alguno de la tierra. [...]

 

 

 

Platón: República, Libro décimo:

 

[...] sobre cada cosa se dan tres clases de arte: la de su uso, la de su fabricación y la de su imitación. [...] Pero ¿no es verdad que la virtud, la belleza y la perfección de todo objeto, de todo ser vivo o de toda actividad, guardan relación únicamente con el uso para el que fueron hechos o les dispuso la Naturaleza?

 

[...] Si, por tanto, existen en el hombre dos tendencias contrarias respecto a un mismo objeto y en la misma ocasión, diremos que hay en él necesariamente dos partes opuestas.

 

[...] lo malo destruye y corrompe, en tanto que lo bueno conserva y aprovecha. [...] ¿Pues qué? ¿Te parece que cada cosa tiene su bien y su mal? ¿Podríamos poner como ejemplo, a la oftalmía para los ojos, a la enfermedad para el cuerpo todo, al tizón para el trigo, a la podredumbre para la madera, a la herrumbre para el bronce y el hierro y, como digo, un mal y una enfermedad connaturales a casi todos los seres? [...] Cuando alguno de estos males ataca a un ser, ¿no hace que este se vuelva malo y no termina también por disolverlo y destruirlo enteramente?

 

[...] ―¿Pues qué? ―dije yo―. ¿No hay algo que hace al alma mala?

 

―Sí que lo hay ―contestó―. Todo lo que hace poco mencionábamos: la injusticia, la intemperancia, la cobardía y la ignorancia.

 

[...] Habrá que elegir siempre una vida intermedia entre las extremas, huyendo en lo posible, tanto en esta vida como en la otra, de los excesos en uno u otro sentido. Por este camino puede llegar el hombre, en efecto a alcanzar la mayor felicidad.