«Entre todos los derechos íntimos que tenemos que conquistar, no tanto de las leyes cuanto de las costumbres, no es el  menos precioso el inalienable derecho a contradecirme, a ser cada día nuevo, sin dejar por ello de ser el mismo siempre; a afirmar mis distintos aspectos trabajando para que mi vida los integre. Suelo encontrar más compactos,  más iguales y más coherentes en su complejidad a los escritores paradójicos y contradictorios que a los que pasan la vida haciendo de inconcebibles apóstoles de una sola doctrina,  esclavos de una idea (Unamuno, Miguel: La ideocracia, en OC, I, pag. 956).