La búsqueda de la felicidad

 

 

[Publicado en El Catoblepas • número 41 • julio 2005:

¿Es esencial buscar la felicidad?]

http://www.nodulo.org/ec/2005/n041p24.htm

 

 

Gustavo Bueno, El mito de la felicidad,
Ediciones B, Barcelona 2005

 

El filósofo Gustavo Bueno denuncia en su último libro el mito en torno a la atosigante aspiración a la felicidad, propuesto por los muy abundantes libros de autoayuda, situándolos en su justa escala, y por las múltiples estrategias culturales de este moderno mundo obsesionado por la vida feliz. La crítica se establece desde la reconstrucción de la Idea de Felicidad, que queda recuperada a través de la red conceptual de los distintos usos de este polívoco término, rastreable en las distintas doctrinas y teorías felicitarias de la Historia de la Filosofía.

 

1. Tesis general

 

El mito de la felicidad es un libro pensado contra otros libros, contra los que utilizan la palabra «Felicidad» de manera oscura y confusa. ¿Articula el libro finalmente –tras la crítica– una teoría «positiva» sobre la felicidad? No, y no porque la capacidad de la reflexión filosófica permanezca impotente ante un objetivo excesivamente desmesurado para la pobre razón humana, sino porque se encuentra con «cáscaras vacías», que sólo podrían llenarse con contenidos metafísicos. Pero más allá de ser un escrito de denuncia pretende establecer una tesis filosófica. Fuera de los contextos religiosos, teológicos, mitológicos o metafísicos no se hace posible sostener una teoría o doctrina que mantenga el «Principio de la felicidad». Este pretendido principio universal depositaría el sentido global de la vida en el objetivo de la Felicidad. Sin embargo, esto es sólo posible mediante engaño o autoengaño, según el materialismo filosófico.

El título y el subtítulo, El mito de la felicidad. Autoayuda para desengaño de quienes buscan ser felices, avisan ya al lector de que no espere encontrar en él una respuesta para ser más feliz a base de conocer los entresijos de lo que sea «La Felicidad». La felicidad es un mito. La mejor autoayuda es el desengaño racional, sin con ello pretender despreciar todos los humanos empeños por alcanzar mejor salud, mayor estabilidad emocional... pero situando todo ello en la escala que le pertenece.

 

2. Libro extenso y polifacético

 

¿Por qué 394 páginas para un desmentido tan decepcionante?

Porque ha habido que desmontar el fenómeno psicológico de la «evidencia» que estaría a la base del asentado «Principio de la felicidad», que pone la razón última de la vida en la búsqueda de la felicidad.

Porque ha habido que rastrear en el conjunto de teorías y doctrinas actuales y del pasado sobre la felicidad cuáles eran sus principales respuestas.

Y porque si pretendía ser un análisis filosófico no podía prescindir de la fundamentación lógica, gnoseológica y ontológica que se le exige. De ahí, que en este libro no sólo veremos que se habla de «felicidad» porque podremos constatar análisis lógicos en acción, estrategias clasificatorias potentes y exploraciones de fenómenos muy variados que van surgiendo al compás del estudio para apoyar o clarificar lo que se investiga, como el significado de las leyes de la mecánica de Newton o de tantos ejemplos tomados de la geometría, la filología, la música, los mitos, la biología, la psicología, la etología o la cosmología...

 

La filosofía necesita para avanzar de materiales previos sobre los que apoyarse. Muchos argumentos habrían podido ahorrarse si la intención hubiera sido ideológica, pero ha debido pagarse el tributo a la razón y a los hechos.

 

3. Cinco estratos: Fenómenos, conceptos, ideas, teorías y doctrinas

 

Gustavo Bueno distingue cinco estratos dentro del campo de la felicidad:

 

1º. El de los fenómenos psicológicos (de la conducta humana) y etológicos (de la conducta animal, incluida la humana) que tienen que ver con lo que se llama felicidad.

2º. El de los conceptos que dan cuentan de toda la constelación de los fenómenos anteriores.

3º. El de las ideas de felicidad que tratan de englobar los conceptos de los diferentes dominios del campo felicitario y de campos externos.

4º. El de las teorías o sistemas de concatenaciones de conceptos de felicidad.

5º. Y el de las doctrinas o concatenaciones de ideas.

Hecha esta disociación, no cabe ninguna duda de que dentro del campo de la felicidad hay fenómenos psicológicos y etológicos –en el estrato 1– relacionados con lo que se llama felicidad, es decir, que hay relajación, tranquilidad, sosiego, goce, disfrute, placer, drogas estimulantes, experiencias euforizantes, conmemoraciones sociales alegres...

 

La cosa empieza a complicarse a la altura de los conceptos –estrato 2–, no precisamente por defecto sino por exceso de contenidos conceptuales, de tal manera que se nos impone la tarea difícil de entender lo que tienen de común denominador conceptos tales como placer, beatitud... o el propio de felicidad, en cuanto todos parecen elegir históricamente este último como referente atractor. Se complica más la cuestión cuando reparamos en el conjunto de conceptos de otros idiomas (happiness, blessed, congratulations... en inglés; Seligkeit, Glückseligkeit, Fröhlichkeit... en alemán; eudaimonía, hedoné, makariotes...en griego; felicitas, laetitia, beatitudo, en latín, etc.) y constatamos que las mismas traslaciones de los diccionarios no expresan de manera exacta los contenidos atesorados en las experiencias de cada lengua concreta.

 

Al llegar a las ideas sobre la felicidad –estrato 3– que se recomponen desde distintos conceptos felicitarios se hace inevitable confesar que desaparece la claridad y distinción que acostumbramos a buscar en las palabras y, en su lugar, nos las habemos con ideas oscuras y confusas. El término felicidad puede mantenerse inteligible, no obstante, si se interpreta como «ánimo subjetivo de satisfacción» que funcione en calidad de primer analogado (o referente fuerte) de una analogía de atribución. O dicho con palabras más comunes: el término felicidad no mantendría un significado único claro y distinto, pero tampoco uno totalmente equívoco, sino un significado que está puesto más intencionalmente que dado de forma real. El significado del que se dota la felicidad lo consigue haciendo trampa, es decir, dándole al ánimo de satisfacción o disfrute un poder que no tiene: el de hacer feliz. La misma trampa en que se incurriría si para paliar un dolor de cabeza se ofreciera un analgésico que diera «la felicidad».

¿Qué pasa con las teorías y las doctrinas de la felicidad? –estratos 4 y 5–

 

4. Concepciones de la felicidad

 

Las teorías y las doctrinas se entrelazan con mucha facilidad y, en ese sentido, Gustavo Bueno las ensambla dentro de lo que llama concepciones de la felicidad. Distingue las doctrinas espiritualistas (asertivas y radicales) de las materialistas (monistas y pluralistas); y las teorías descendentes de las ascendentes y de las neutras (ni hacen descender la felicidad, ni suben hacia ella). Como consecuencia de cruzar estos criterios resultan doce modelos donde cabría enclavar con mayor o menor precisión el conjunto de teorías y doctrinas existentes. Recordemos, como apunte aquí, la tabla clasificatoria que en el libro desarrolla en detalle:

 

 

 

Doctrinas
Teorías

Espiritualismo simple (asertivo)

Espiritualismo radical (exclusivo)

Materialismo unitario o monista

Materialismo pluralista

Descendentes

Modelo I
–Versión aristotélica
–Versión tomista

Modelo IV
–Versión neoplatónica
–Versión idealista material

Modelo VII
–Versión degeneracionista

Modelo X
–Versión pesimista

Ascendentes

Modelo II
–Versión sabeliana

Modelo V
–Versión idealista absoluta
–Versión idealista objetiva

Modelo VIII
–Versión positivista
–Versión monista

Modelo XI
–Versión emergentista

Neutras

Modelo III
–Versión dualista (psicologista, fisiologista)

Modelo VI
–Versión gnóstica

Modelo IX
–Versión eudemonista
–Versión ilustrada pansexualista

Modelo XII
–Versión estoica
–Versión spinozista

 

 

(Digamos entre paréntesis, para los que no conozcan la filosofía de Bueno, que uno de sus méritos incontestables, al margen de estar de acuerdo o no con sus tesis, es la gran capacidad sintética y organizadora que consigue a través de potentísimas clasificaciones llamadas a reconstruir el conjunto del campo de ideas de que se trata, metodología que no sólo pone a prueba su propia capacidad explicadora desde su coherencia interna sino que se obliga a buscar una consistencia general al entrar en contraste y polémica con todas las demás.)

 

(Por supuesto, la clasificación, a pesar de imponerse dentro de un modelo estático –aparentemente–, no impide que puedan establecerse nexos dialécticos entre las distintas cuadrículas, que pongan de manifiesto determinadas proximidades que se darían entre algunas versiones, a la manera de matizaciones ulteriores que relativizaran lo que las cuadrículas tienen de distanciador. Este sería el caso, según nuestras propias percepciones, entre, por ejemplo, la versión aristotélica y la spinozista, de modo que el espiritualismo asertivo descendente –global– de Aristóteles podría aproximarse al materialismo pluralista neutro de Spinoza en cuanto que por catástasis detendríamos el proceso que «lleva» la Felicidad del motor inmóvil al mundo humano sublunar de los sujetos éticos; proceso que queda detenido ya en el regressus, es decir, en la misma concepción de la felicidad aplicada a cada uno de los dos extremos de la cosmología aristotélica: la forma pura supralunar que se piensa a sí misma y el animal racional y político sublunar; proceso que no convendría al caso de Santo Tomás ya que no habría necesidad de detener la relación que identificaría la «Felicidad divina» con la bienaventuranza a que aspiran los hombres, realidades que podrían ser conectadas, por su parte, según la figura de la metábasis, es decir , considerando que los hombres alcanzarían a ser felices solamente en Dios, por acabamiento de un proceso, pero sin que la identidad llegue a ser convergente (es decir, como si los hombres pudieran llegar a ser igual de felices que Dios) sino divergente, o sea, que la identidad del proceso es posible en el límite, pero donde la consecución de la felicidad humana sería el resultado de un progressus efectivo en Dios que mantendría, no obstante, distanciados o divergentes la felicidad del ser infinito y la de los bienaventurados del reino de los cielos).

 

Pero volvamos, tras esta línea de fuga, de nuevo al libro.

 

El repaso de los doce modelos entraña una reconstrucción de la historia de la filosofía desde la felicidad; comentarlos todos nos llevaría muy lejos para lo que es el caso; por ello, en el presente artículo nos referiremos a algunos ejemplos que sean suficientemente representativos.

 

Tras del modelo de Aristóteles que atribuía la felicidad plena al motor inmóvil, dejándola así inalcanzable para los hombres, la doctrina de Santo Tomás de Aquino (espiritualista asertivo, descendente), que sigue sus pasos, deriva el «camino de la felicidad» de modo coherente desde la perspectiva de la trascendencia divina. La felicidad es en el aquinate un atributo de la esencia de Dios como la eternidad, la ubicuidad o la omnipotencia. Dios dio la felicidad, en primer lugar, a los ángeles, pero algunos de éstos se rebelaron contra su creador al conocer que la segunda persona de la Trinidad se encarnaría en el hombre; éstos fueron los primeros infelices, condenados al infierno; y son los que promueven la infelicidad de los hombres, primero, sacándole del paraíso feliz donde fue puesto y, después, llevándole al pecado que es, en definitiva, la señal de la máxima infelicidad o perdición. El problema de esta teoría es que es falsa, que está basada en una doctrina espiritualista que desde supuestos materialistas no se pueden asumir como tampoco se pueden asumir como verdaderos los relatos mitológicos.

 

Las ideas de Freud (El malestar de la cultura...), del ilustrado La Mettrie (El arte de gozar y El hombre máquina) y de Epicuro (Carta a Meneceo), dentro del materialismo monista y neutro, cabe analizarlas conjuntamente: por una parte se hallan en las antípodas de los espiritualismos pero a la vez no consiguen sino cambiar el «sentimiento oceánico-místico» propio del espiritualismo teológico por el «sentimiento oceánico-cósmico» en el que se encuadran preferentemente las teorías de la felicidad materialistas monistas. Es decir, que estos materialistas, que se deshacen de la mitología espiritualista, siguen defendiendo el «sentimiento oceánico», como justificación de la unión entre el hombre y el cosmos y como razón profunda del constitutivo de la felicidad.

 

En el mismo apartado y muy próximos a estos tres insignes materialistas puede encontrarse el modelo más denostado por Gustavo Bueno, el que llama la «felicidad canalla» («canalla» de «canis», perro), incluida dentro del modelo IX, que corresponde al monismo materialista neutro. La felicidad canalla, una vez que se queda sin la felicidad eterna que prometía el espiritualismo de Santo Tomás o sin el destino metafísico asignado a los hombres que proponían Aristóteles, Plotino o Spinoza, reacciona afirmando que lo único razonable es procurar el mayor gozo posible; ¿dónde encuentra el sustitutivo a aquello que ha desaparecido?, ¿en alguna perspectiva concreta de la existencia, ya sea el conocimiento el trabajo o cualquier otra alternativa similar?: no, lo encuentra en los despojos que restan de las ideas metafísicas, en lo que queda en la idea de disfrute personal, subjetivo, egoísta y puramente psicológico, que recupera los añicos de la felicidad metafísica. Es canalla porque vive de los restos y despojos, como las hienas. En la Grecia antigua fueron los cirenaicos sus representantes más destacados, en tanto defensores del hedonismo vulgar; aunque esta concepción cristalizaría durante la Ilustración en la «religión de la felicidad» propia del siglo XVIII, que debe entenderse como un sucedáneo canalla de la teología cristiana de la felicidad. La concepción ilustrada es elevada por Kant desde su nivel grosero a un estatuto más académico, sin dejar de ser canalla, precisamente porque al separar y enfrentar la virtud a la felicidad degrada el concepto tradicional de felicidad refiriéndolo exclusivamente a las inclinaciones más subjetivas y egoístas. Paradójicamente, diríamos nosotros, a pesar de la depuración formal de la ética kantiana que deberá desarrollarse alejada de la felicidad, el prejuicio con el que Kant cuenta para distinguir entre el mundo del deber y el de las inclinaciones-intereses se sustentaría en una concepción canalla de estos últimos. Concepción canalla vergonzante, podría decirse, al contrario de las líneas autocomplacientes del hedonismo vulgar y seguidores.

 

5. Una conclusión

 

Gustavo Bueno trabaja con la tesis de que una doctrina sobre la felicidad que pretenda alcanzar el rango de verdadera doctrina (ya que no de doctrina verdadera) no puede quedar reducida al estuche epidérmico de los sujetos individuales sino que debe referirse al destino del hombre y a su puesto en la jerarquía del cosmos. Sin embargo, la idea de la felicidad no tiene potencia para ello. Las doctrinas espiritualistas y las materialistas reduccionistas son rechazadas. Se acercan a una propuesta razonable los estoicos y, sobre todo, Spinoza, para quien la felicidad es un estado que contiene el placer subjetivo de la titillatio, pero que lo desborda con la alegría (laetitia), expresión ética de nuestra potencia de obrar dirigida por el entendimiento que se consuma como «amor intelectual» a lo que el mundo tiene de esencial e intemporal. Además, la titillatio, la laetitia y el «amor intelectual» espinosianos encuadran al sujeto individual indefectiblemente dentro de su ser social, pues (recordemos aquí el esquema en el que se mueve el hispano-holandés) el orden ético carece de autonomía porque dependería del orden político-moral y, además, el orden social expresa mayor potencia o realidad que los ordenamientos particulares de cada individuo.

 

Pero esta felicidad de la que hablaría Spinoza, que se identifica en definitiva con la virtud ética y política, no coincide ya con lo que hoy triunfa: la felicidad canalla.

 

SSC

26 de mayo de 2005 y julio de 2005

 

(El presente artículo reproduce muy fielmente el titulado «De qué hablamos cuando hablamos de felicidad. La crítica de la felicidad canalla», publicado en La Nueva España, suplemento «Cultura, nº 688», págs. I y II, jueves, 26 de mayo de 2005. Hemos añadido algún dato y precisión nueva, pero nos hemos inclinado, como en aquel cuaderno cultural divulgativo semanal, por el artículo medio o medio-corto, condensado, glosador y sintético a modo de resumen de algunas ideas principales con el propósito de que sirva de puerta de entrada en la lectura del libro completo y, si ello no fuera posible, de brevísima quintaesencia.)