Mitos y realidades de la Ilustración gijonesa

 

Filosofía y  jovellanismo aquí y ahora

 

 

Charal impartida en el Centro de Cultura El Llano,

coordinada por José Ignacio Fernández del Castro,

el 25 de enero de 2003

 

 

Se ha debatido (sobre todo en el siglo XIX) si ha habido o no ilustración en España. Hoy ya no hay dudas: el movimiento se vio más constreñido que en otros países, pero hubo  un buen millar de hombres dispuestos a cambiar las cosas. Partiendo de esta comprobación debemos estar seguros que Asturias y Gijón contaron con el representante más destacado entre 1780 y 1811.

 

Pero tratar de indagar sobre la figura y la obra de Jovellanos presenta un problema de partida: ¿sobre qué Jovellanos vamos a hablar?, porque hay más de uno, tres por lo menos (y no me refiero a sus hermanos). Tres opciones ideológicas, la tradicionalista, la conservadora y la liberal nos lo representan bajo trazos poco coincidentes; además, incide en esta disparidad la inclinación religiosa que se le quiera dar: si jansenista, católico con lunares o católico ejemplar.

 

Dentro de esta disparidad sí hay, sin embargo, un consenso grande en una vertiente, que llamo la del “Jovellanos ético”: casi todos conceden en Jovellanos los perfiles de un santo laico, héroe de la patria, del hombre íntegro, equilibrado, polígrafo que entendió en todos los campos del saber, hombre perfecto y sabio integral. Menéndez Pelayo y Blanco White están de acuerdo –es decir, el tradicinalista y representante de la España perenne y católica por esencia, y el liberal exiliado y revolucionario-, ambos dicen que fue “el mejor hombre que tuvo España” y “el alma más bella del siglo XVIII”.

 

El consenso puede extenderse también a algunos datos positivos, como que nació en Gijón en 1744, el 5 de enero y que murió en noviembre de 1811 (no está claro si el 27 o el 28), es decir, que vivió casi 68 años.

 

Si hubiera que resumir su vida podrían verse seis claras etapas, según los lugares donde residió durante temporadas largas: la etapa de formación (en Asturias, Ávila y Alcalá de Henares), la etapa sevillana (1768-78), la de Madrid,  la del exilio en Asturias, el corto periodo como ministro de Gracia y Justicia y la etapa de la Junta Central durante la invasión napoleónica). Fue de profesión magistrado, que en su caso elevó a la categoría de “filósofo de Estado”. Acopió todos o casi todos los conocimientos de su tiempo y un bagaje histórico universal impresionante. Se apasionó por los temas literarios, filosóficos, científicos, artísticos, prácticos, técnicos… Se situó a la altura de los especialistas de su época en diversos conocimientos: con Campomanes en los conocimientos históricos y económicos, con Cabarrús en los temas político-económicos, con Martínez Marina en los temas jurídicos y con Flórez Estrada en teoría política; e, incluso, literariamente, actividad que siempre mantuvo secretamente, como afición, escribió piezas igualables a las Moratín o Meléndez Valdés; fue admirado por Goya quien posiblemente al pintar a Jovellanos consiguió uno de los retratos con mayor sensibilidad.

 

Escribió unos 270 escritos (y obras), 60 importantes, conservados. La obra que le dio fama fue el Informe sobre la ley agraria pero además hay otras muchas de temáticas muy diversas: Memoria los sobre espectáculos públicos, Tratado teórico-práctico de enseñanza, Memoria en defensa de la Junta Central el Diario y las Cartas, entre las que cabe destacar.

Un rápido recorrido por su carrera profesional e intelectual nos suministra dos ideas: primero, que desarrolló un cursus honorum muy acelerado hasta la treintena, que después se truncó por la persecución a que se vio sometido: a los 23 años (1767) se le nombra juez de la Real Audiencia de Sevilla (Alcalde del Crimen), a los 30 asciende a juez Oidor, a los 34 (1778) pasa a ser Alcalde de Corte en Madrid, y a los 36 (1780) es nombrado Consejero de Estado (a través de la Orden Militar de Alcántara); además se le asigna un puesto, a los 39 años, (como experto economista), en la Real Junta de Comercio, Moneda y Minas (1783). Es decir, que cuando no ha llegado a la cuarentena sólo le falta ascender a miembro del Consejo de Castilla o a ministro del gobierno.

 

Entre tanto, su carrera intelectual (al lado de la profesional) ha seguido una evolución imparable: en la etapa sevillana, de juventud, (entre los 24 y 34 años) se convierte en el “director” o maestro (como referente cultural) del gupo poético de Salamanca (donde están Meléndez Valdés, Fray Fernández de Rojas…) y del grupo sevillano (Fray Miguel de Miras); además entablan con él contacto, la generación de poetas, literatos e intelectuales del momento (Moratín, Vargas Ponce, Ponz…). En la etapa de Madrid continúa ejerciendo este magisterio cultural (fundamentalmente mantenido a través de la correspondencia), y va a ir siendo nombrado sucesivamente miembro de todas las academias e instituciones culturales de relieve: de la Sociedad Económica Matritense (a los 34 años, en el momento de trasladarse a Madrid, al ser nombrado Alcalde de Casa y Corte), de la de Asturias dos años después; además las sociedades económicas de Sevilla, León, Galicia y Mallorca le nombran miembro honorario. En el primer año de su estancia en Madrid es recibido en la Academia de la Historia (dirigida por Campomanes) (a los 35 años, en 1779), y al año siguiente, en la Academia de Bellas Artes de San Fernando (1780), en 1781 en la de la Lengua, y en 1782 en la de Cánones, completando el abanico posible a los 41 años con su entrada en la Academia de Derecho (carrera a la que pertenecía). En todas estas academias contribuyó con importantes discursos y con informes técnicos que le fueron solicitados, pero destacó sobre todo su labor en la Sociedad Económica Matritense y en la Academia de Historia.

Su vida profesional se ve truncada en 1790 (cuando cuenta 46 años) porque se le aleja de la actividad que desarrollaba en la Corte y se le envía a Asturias (en un exilio no oficial pero sí encubierto; empezaba a ser un personaje molesto para el régimen del reinado de Carlos IV, incipiente entonces). Profesionalmente se disimula este “exilio” nombrándole Encargado de la Comisión de Minas en Asturias, Subdelegado de Caminos de Asturias y Promotor del Real Instituto Asturiano (en 1793). Estas comisiones, se las tomó Jovellanos muy en serio, y gracias a ello pudo verse avanzar la carretera Gijón-León, la política mínera y ver hecho realidad uno de los primeros institutos técnicos y de enseñanza media (públicos) de España en Gijón.

 

 

El alejamiento de los asuntos directos de la Corte tiene un paréntesis entre 1797 (octubre-noviembre) y 1798 (agosto) al ser nombrado ministro de Gracia y Justicia, cuando cuenta con 53 años. Tras su caída no volverá a ostentar un cargo de relieve hasta que es nombrado (once años después, a los 64) representante por Asturias en la Junta Central (junto con el joven militar marqués de Camposagrado).

 

Pero mientras que en 1790, cuando se le envía castigado a Asturias, se trunca su carrera profesional, su carrera intelectual seguirá en plena expansión, alzándose ahora como una figura nacional e internacional. Entre 1794-5 se da a conocer su Informe sobre la ley agraria, que viene a representar una síntesis muy bien trabada que reunía todos los esfuerzos anteriores por superar los problemas de la concentración de tierras en las manos muertas del clero y la nobleza. Los discursos que da en el Insituto Asturiano ante sus alumnos aparecen como pequeñas obras filosóficas donde se concentran verdaderas cosmovisiones de la realidad y de la función de las ciencias y la educación en el progreso social. En la prisión de Mallorca escribe dos tratados, uno sobre educación y otro sobre arquitectura y arte medieval, que son dos piezas maestras en su género. Finalmente en el remate de sus últimos meses de vida la Memoria en defensa de la Junta Central expresa muy bien su idea de España y de Estado, y su teoría política.

 

En síntesis, si hubiera que extraer una consecuencia de toda su labor, Jovellanos se nos presenta como un gran reformador en una época histórica de cambio, con un programa político basado en una progresiva evolución articulada a través del derecho al trabajo y de la instrucción universal, pensada (contra el jacobinismo) a través de medios pacíficos, pero con una carga moral claramente revolucionaria.

 

Además de los philosophes euopeos, Voltaire, Rousseau, Diderot, D´Alembert, Beccaria, Wolff, Hume, Adam Smith, Ferguson o Buffon… en España, Jovellanos adquiere las dimensiones de estos autores y sirve de catalizador del movimiento ilustrado y también de los comienzos del liberalismo de las Cortes de Cádiz.

 

¿Qué había detrás de esta figura de tal potencia intelectual, al que el régimen de Carlos IV y la reina María Luisa de Parma (y la Inquisición) (y Godoy), había convertido en alguien sospechoso y finalmente peligroso, y sobre el que se había establecido una rígida prisión, además de una firme represión política sobre su círculo ideológico? ¿Qué había detrás, cuál era la figura humana y qué aportaciones tenía la capacidad de legarnos?

Había un hombre ingenuo, inocente, cumplidor con sus preceptos religiosos pero crítico con los abusos históricos de la Curia romana, un hombre pacífico pero también un carácter moral que no se acobardaba en la defensa de las ideas. Detrás del perfil más humano de su vida hallamos una juventud sevillana (y, en parte, madrileña) con intensos amoríos y la convicción final, después de algún desengaño que debió sentir profundo, de renunciar al matrimonio. En contrapartida, llenó su vida de amigos. La dedicación a la amistad es una nota que caracteriza a don Gaspar; dice, José Miguel Caso, el más experto jovellanista, que muy probablemente fuera el hombre que más cartas escribiera en España en su siglo. Tuvo amigos entrañables en Meléndez Valdés, Cabarrús, González de Posada, Ceán Bermúdez y muchos otros –entre ellos también Goya y Capomanes-. Una amistad que le lleva arriesgar su carrera por su amigo Cabarrús; acude a Campomanes para presionar más y defenderlo de las imputaciones falsas que se le hacían sobre el Banco de San Carlos (hoy Banco de España) y que le llevan a prisión; se enemista con Campomanes cuando se lava las manos al escribirle que “si él (Jovellanos) quiere ser heroico, que sepa que es peligroso” (y se niega a recibirle). ¿Cómo iba a suponer Jovellanos que dieciocho añós después habría de enemistarse también con Cabarrús, cuando en la Guerra de la Independencia éste se pone de parte del bando afrancesado; Jovellanos podía compartir los ideales de la revolución francesa pero no estaba dispuesto a aceptarlos mediante la invasión napoleónica y con pérdida de la independencia española. En este contexto le dirá a Cabarrús: “no puedo seguir en la amistad de quien ha dejado de ser amigo de mi patria”.

 

Pero, más allá de estos avatares, que nos presentan una fuerte personalidad y unas  convicciones muy asentadas, ¿cuáles son las aportaciones con las que hoy podemos contar de Jovellanos?

 

-El ilustrado liberal español se halla en el origen de la construcción del nuevo concepto de “nación” popular y de Estado de derecho frente a los despotismos que se habían hecho costumbre en los últimos siglos. Como buen jurista e historiador él cree que estos conceptos han empezado a construirse hace tiempo, a través de todas las leyes que han ido aposentando los derechos civiles y de representación, pero a partir de la invasión napoleónica (en la Junta Central) ve la necesidad imperiosa de proceder a la convocatoria de unas Cortes que aseguren y desarrollen este legado histórico.

 

-Recoge el concepto de soberanía popular de la época y lo perfila bajo una teoría propia, diferenciando entre soberanía o poder ejecutivo y supremacía o poder popular. El poder supremo es el del pueblo, pero quien ejerce ordinariamente el poder es el gobierno. Hay pues una diferencia entre el plano puramente político y el político-moral, diferencia que no matizan autores como Rousseau.

 

-Coopera en la contrucción del nuevo concepto de Estado al distinguir claramente entre la Constitución de una nación y la legislación. La Constitución son las leyes supragubernamentales y es el depósito de los derechos históricos ya alcanzados, mientras que las leyes son las fórmulas que se han de plegarse a las circunstancias.

-Frente a un concepto de democracia política que cree un concepto mal definido o inviable en los grandes estados, defiende un modelo de monarquía constitucional (que se ve que podría cambiarse hoy por una república constitucional), en el que quien gobierne sea la ley.

-La idea sobre la religión la traduce en dos planos: el interior, místico-estético, único lugar válido de la práctica religiosa, y el plano institucional, donde las iglesias quedan subordinadas al Estado (regalismo).

 

-En el ideario de reforma educativa defiende una instrucción general, práctica, igualitaria, gratuita, laica como responsabilidad del estado y laico-religiosa en su desempeño.

-En teoría político-económica defiende el naciente liberalismo pero dando peso también a la intervención del Estado (matizando aquí las teorías de Smith).

 

-Teorías sociales progresistas: sobre la mujer, contra los maridos que pegan a sus mujeres, sobre los toros (costumbre bárbara), sobre el derecho al trabajo, sobre la opinión favorable hacia el pueblo (la clase trabajadora de la que los demás dependen), sobre la nobleza (rancia e inútil; a la que sólo encuentra justificación dentro de una funcionalidad institucional política). Promotor de obras públicas a escala nacional (regadíos, navegabilidad, puertos, leyes económicas liberalizadoras, agricultura, industria, comercio interior y exterior, dinamización económica y liberalización de diversiones), a escala regional (minería, caminos, cultura asturiana), a escala local (urbanización de Gijón: Arco de triunfo de Puerta la Villa, calles, arboledas, sauce llorón (“saude de Jovellanos”), mejora del muelle, muro para el arenal de Gijón, desecación del humedal del Fomento actual, carretera Gijón-Oviedo, proyecto de puerto del Musel. Y el Instituto de Naútica y mineralogía, y la Escuela de primeras letras pública –Abad de Santa Doradía-

 

-La idea de la concatenación de la realidad (Leibniz, Wolff, Buffon e Ilustración) en Jovellanos une el mundo natural científico-racional con el mundo metafísico religioso, haciendo que el conjunto total de la realidad sea inteligible: holismo racio-metafísico.

 

-Su filosofía estaría basada en la defensa de los valores individuales como derechos de todos los hombres –a la libertad, a la igualdad ante la ley, y al trabajo- Pero esta defensa no recae en el individualismo, puesto que parte siempre de un hombre inmerso en una sociedad, sin la cual pierde el sentido. El hombre ha de tener un «espíritu público» y «patriótico». Sin embargo, el Estado también ha de ser trascendido con una política internacional antibelicista, dentro de una confederación de Estados de toda la tierra. El fin de la política, que empieza en los respetos de los derechos del hombre, finaliza en la defensa de los derechos de toda la humanidad confraternizada. Pero Jovellanos sabe que esto son ideales, que tienen que discurrir a través de las aplicaciones del ejecutivo, de las leyes, las costumbres, las constituciones de cada país. Si en los principios y en el fin último la óptica es idealista, en los métodos, estrategias y programas el jovinismo no puede ser más realista y más pragmático: los procesos políticos han de ser de continuo avance, pero sin saltos voluntaristas o alucinaciones teóricas; es la defensa de la evolución frente a la “revolución sangrienta”, la defensa de los fines de los jacobinos (Estado fuerte y centralizado y “soberanía popular”) pero sin el jacobinismo violento. Para asegurar este proceso hacen falta buenas leyes (Cortes representativas), buenos auxilios (inversiones públicas, implicación del Gobierno en la felicidad del país) y buenas luces. La instrucción y educación generalizada es la clave del éxito de todo este proceso: las buenas luces asegura tarde o temprano las buenas leyes y, por tanto, los buenos fondos. Un pueblo instruido es la mayor riqueza moral de un país, y, además, la fuente de su riqueza material. El desarrollo histórico debe estar regido por el criterio de la utilidad: lo que sea útil es verdadero y lo que es verdadero es útil. Se trata de una utilidad ético-moral, que implica necesariamente también felicidad material.

 

 

Sin embargo, todo este caudal de doctrinas y de ideas permanecería demasiado desconocido, sin estudiar, sin proyectar, a pesar de que Jovellanos es uno de los personajes sobre los que más se ha escrito y que ha tenido más admiradores. Por la época en que murió, por las circunstancias reaccionarias después del reinado de Fernando VII, y por la historia posterior de una España excesivamente dividida, entre una defensa extrema de la catolicidad y un deseo, de otra parte, del laicismo, Jovellanos pasó a ser un término de una disputa ideológico-política e ideológico-religiosa. Su obra, su pensamiento, su filosofía,  apenas si ha empezado a ser posible hace unas décadas.

 

¿Cuál ha sido la deriva histórica que hubo de sufrir el legado de sus ideas?

1.La recepción y la proyección histórica de la figura de Jovellanos ha sido muy problemática: primero se pusieron problemas a su calidad de ilustrado y después se le ha concedido el título de gran ilustrado pero no se le concede el de liberal, es decir, el de defensor de un modelo de Estado basado en la supremacía popular y en la profundización de las libertades y derechos individuales. ¿Ilustrado pero no liberal? Jovellanos participó, además del movimiento ilustrado europeo y español, del liberalismo naciente –filosófico, económico y político-, pero hay una gran división entre los especialistas a la hora de concederle la efectiva pertenencia a estos dos ámbitos culturales. Muchos, entre ellos algunos especialistas destacados, se inclinan a verle como un ilustrado completo pero no como un liberal. Nosotros creemos que el análisis hay que hacerlo teniendo una visión del conjunto de la aportación de Jovellanos y del sentido global de su reformismo, superando las posturas que van a la búsqueda de textos donde se muestra restrictivo, porque estos siempre se interpretan bien a la luz de su pragmatismo político, de su afán por huir de los movimientos en falso que acaban siendo involutivos.

 

2.Consenso de los jovellanistas:

 

Éticamente ejemplar: personaje modelo, un gran hombre de su tiempo, que llevó una vida entre el drama y la tragedia personal; gran polígrafo; gran patriota.

 

El disenso: ideológicamente hay tres Jovellanos políticos, al menos: 1) el liberal y la línea posterior democrática, republicana, socialdemócrata -Quintana, Toreno, White, (Somoza), republicanos en el exilio, (Caso)- ; 2) el neocatólico, antienciclopedista y futuro conservador (Nocedal, Laverde, Menéndez Pelayo) (recuperación por el ala del centro-derecha); 3) el tradicionalista y antirrevolucionario (Vázquez de Mella, Cigoña) (recuperación por la derecha  más radical) (Las posturas 2 y 3 son falsas)

 

Ideológicamente hay tres Jovellanos religiosos: 1) el «jansenista español» (Franquet y Miguel Sánchez, Saugnieux); 2) el perfecto católico o católico puro romano (con lunares); 3) el católico progresista (Vaticano Segundo) (la postura segunda está manipulada y la tercera está descentrada en el tiempo)

 

Son apropiaciones indebidas: -el neocatólico y romano (católico puro), -el tradicionalista y romano; -el católico progresista del siglo XX

La postura fehaciente es la de un Jovellanos ilustrado (no neocatólico o tradicionalista), liberal (no conservador) y «jansenista» (por tanto católico crítico, reformador de las relaciones Estado-Curia romana).

 

Una aproximación neutral que recorra la totalidad de sus escritos y que conozca suficientemente los condicionantes y la realidad socio-histórica, que rastree las razones y estrategias de la recepción de estos dos siglos, que someta a falsación todas las hipótesis que se ciernen sobre el jovellanismo y que consiga dar una explicación de conjunto es la única plausible.

 

3.El valor de su obra ha nacido también bajo condicionamientos materiales e históricos.

    

La mayor parte de lo que escribió estuvo condicionado por imperativos prácticos; en estos escritos quedan dispersas sus ideas y, sobre todo, aparecen fundamentalmente en su forma aplicada más que como exposición teórica sistematizada. Ahora bien, algunos de sus escritos surgieron más directamente motivados por propia iniciativa, aunque nunca totalmente incondicionados: Comenzó algunos borradores que dejó incompletos, como son las reflexiones sobre ética, sobre la opinión pública, sobre economía política (deuda pública y prosperidad pública) y sobre democracia. Las obras que compuso en el castillo de Bellver –fundamentalmente el Tratado teórico-práctico y las Memorias histórico-artísticas de arquitectura- pueden entenderse como las que se aproximan a una producción más planeada personalmente que impuesta por la necesidad, sin embargo, estuvieron condicionadas por la prohibición de escribir que pesaba sobre él y por los temas que  le eran accesibles. El Diario y la Correspondencia son escritos que se considerarán, en principio, no constreñidos, pero la gran mayoría de las cartas obedecían a la necesidad que se imponía sobre él, como personaje público y como magistrado del reino, y las anotaciones de los diarios parecen obedecer en buena medida a una recogida de datos que pensaría utilizar posteriormente y que no llegó a materializarse. Sólo se manifestó “libre” en sus composiciones literarias –poesía, drama, artículos periodísticos-, pero, justamente, esta faceta suya la llevaba en secreto y de manera vergonzante.

 

Otro condicionamiento viene de considerarle dentro de un pensamiento exclusivamente ecléctico.

 

Parte de la respuesta puede venir dada por la dispersión de sus escritos, porque la pluralidad, riqueza y complejidad de su obra exigía estudios variados y sistemáticos (sólo realizados en parte después de dos siglos). Pero también por el “eticismo” al que ha sido reducido, porque  se ha impuesto la figura ética de Jovellanos patriótico-heroica sobre la político-moral y filosófica.    Además el retraso del laicismo en España postergó el estudio de su pensamiento; mientras tanto el objetivo fundamental fue reivindicarlo para cada bando ideológico. Influyeron también las circunstancias críticas bélicas, la reacción fernandina (F. VII), la escisión entre una España laica  y otra carlista (fusión del deseo retrógrado político y del ultramontanismo religioso), el declive progresivo de la importancia de España en el concierto internacional ocasionó una «crisis espiritual» que influyó directamente en un deficiente tejido cultural capaz de hacerse cargo de la recuperación y fecundación de su pasado; sólo se manifestaron individualidades y un proyecto grupal (el krausista) que resultaron insuficientes; de las individualidades la que resaltaría hegemónicamente e impondría su fuerza sería Menéndez Pelayo (contrario al laicismo). España, obsesionada (en una de sus mitades) por la recuperación de su tradición en la forma de un pasado idealizado (idealcatolicismo) se asfixió culturalmente en una dinámica estéril alejada del nuevo laicismo (soberanía popular+libertad religiosa y de conciencia+democracia y progresismo) y cuando en las primeras décadas del XX anunciaba una recuperación, quedó de nuevo sepultada en el franquismo (neofernandismo) expulsando o amordazando a media España y retardando el lento resurgir del laicismo en el tejido moral e intelectual nacional.

 

Para acabar, podemos acercarnos a alguno de sus textos con el  fin de ejemplificar alguna de las ideas que se han sugerido hasta aquí:

 

& Algunos textos significativos:

 

Carta número 4 (De Jovellanos a Pedro Rodríguez Campomanes):

Sevilla, 23 de julio de 1768.

 

Muy señor mío y mi venerado favorecedor: Después que participé a V.S. mi arribo a esta ciudad y mis primeros establecimientos en el destino que debo principalmente al favor de V.S., no he querido repetir carta alguna por no usurpar a V.S. el tiempo que tan dignamente destina al desempeño de sus gravísimas ocupaciones. Pero habiéndome avisado Argandona que S.M. había señalado a V.S. y a las señoritas tres pensiones, he resuelto significar a V.S. la singular complacencia que me ha causado esta noticia, que aunque se deba suponer en el agradecimiento en que me constituyen los favores con que V.S. me ha distinguido, no excuso el hacerlo presente, porque no se confunda la verdadera fineza con que miro las proporciones de esa casa en el olvido de este necesario silencio.

Tengo carta del tío Sumiller los más correos. En el favor de V.S., el patrocinio de este poderoso y el esmero con que  dedico mi corto talento al desempeño de las obligaciones de juez criminal confío que algún día podré salir de la miseria del medio sueldo. La renta es poca, el pueblo lucido, las casas y los alimentos carísimos, la decencia de un juez indispensable, de suerte que ni aun a costa de andar a pie puedo lograr el estar bien sustentado.

V.S. me ha dado facultad para que le representase humildemente lo que creyese digno de su noticia. En este supuesto, no puedo dejar de acordarle que nuestro Regente, el señor Cárdenas, es un buen letrado, un juez íntegro, un sujeto que ha servido a S. M. con mucho celo y honor, y finalmente digno de que no se quede Regente perpetuo y de que se le proporcione algún ascenso.

Carta 7 (De Jovellanos a Pedro Rodríguez Campomanes) (1774):

 

En el tema de las oposiciones a la canonjía lectoral de la catedral de Sevilla, por tanto, de la ocupación de cargos públicos, Jovellanos da su opinión sobre los mecanismos que se imponen: el apoyo a favor de los amigos y la rivalidad entre bandos opuestos. Lo que importa resaltar aquí, en este tema que es eminentemente de anclaje moral, es que Jovellanos expone de una forma verdaderamente admirable, por sintética clara y sugerente, su idea de lo que serían las relaciones ético-morales; a la cuestión que implícitamente se hace sobre qué es lo que decide en última instancia en el reconocimiento de los méritos, responde: <<Por lo común en estos casos, ni el Espíritu Santo influye, ni la razón alumbra, ni la justicia decide. Cada particular se determina por razones privadas, y la voluntad general de una comunidad es siempre el resultado de las inclinaciones particulares>>. (Se alude al concepto de voluntad general –Rousseau-; la obra había aparecido en francés en 1762. Vemos lo que sería la voluntad general para Jovellanos: debe ser algo que supere las puras inclinaciones particulares, las puras razones privadas, para situarse “sub specie aeternitatis” allí donde el Espíritu Santo influye, la razón alumbra y la justicia decide. Que traducido podría significar que la voluntad general no debe ir contra la religión en sentido espiritual (“Espíritu Santo”), sin necesidad de incluir aquí a los poderes fácticos religiosos, no tendría que funcionar al margen de criterios racionales y no debería proceder sino de unos principios que fueran justos. La modernidad en cuanto que incluye los procesos reivindicativos sociales en un plano propio y desde una perspectiva emancipada de los enfoques oscurantistas (dogmatismo político-religioso, apelación a criterios de privilegios tradicionalistas, etc.), es la corriente histórica con la que Jovellanos está ahora conectando. El mero hecho de separarse rotundamente de las posturas que defienden la “sublimación” de los problemas sociales a través de la apelación a las  conciencias particulares hechas de buenas voluntades (pero no necesariamente “racionales”), es buena prueba de la opción jovellanista. En el enfrentamiento entre el psicologismo y el sociologismo, el autor de El delincuente honrado (1773) toma partido por el último. En los conflictos entre ética y moral, tomará siempre partido por el plano moral, dejando a salvo los valores éticos, pero no recayendo en su mistificación oscurantista. Aquí tenemos una prueba patente, muy temprana. (Como dato curioso cabe resaltar que en 1774 Jovellanos se encontraba en el grupo de los que junto con Campomanes defendía la candidatura de Felipe Peláez Caunedo –que llegará a ser el obispo de Lugo enemigo de Jovellanos- frente a la de Valcarce.   

 

Sobre la rigurosidad en las costumbres tenemos una muestra definitiva de la postura de Jovellanos en el poema (idilio duodécimo) que dedica a Enarda [no posterior a 1779]:

Idilio duodécimo, A Enarda: … y con pincel maestro/ pintar su frente hermosa,/ sus traviesos ojuelos,/ el carmín de sus labios,/ la nieve de su cuello;/ y váyanse a la…al rollo/ los catonianos ceños,/ las frentes arrugadas/ y adustos sobrecejos;/ que Enarda será siempre/ celebrada en mis versos.

 

Clarifica la postura favorable a un hedonismo ético, dentro del estoicismo moral, el poema siguiente (Idilio noveno, A un solitario (de 1778-79 como fecha probable):

Goza de los placeres/ que ofrece el tiempo, Anfriso;/ no huyas de los hombres, ni te hagas su enemigo./ Mientras el monte mides/ cuidoso y discursivo,/ mira con cuánta priesa/ el cielo en raudos giros/ midiendo va las horas/ de tus años floridos./ Goza, pues, de las dichas/ que ofrece el tiempo, amigo;/ que para el día horrendo,/ de todos tan temido,/ asaz de llanto y penas/ te guardará el destino.

 

Sin embargo, se impone sobre el epicureísmo el estoicismo, como se ve en la Carta 77 (De Jovellanos a su hermano Gregorio, Madrid, 29 de abril de 1779):

Huye, pues, amado Gregorio mío, huye por Dios de toda distracción. Diviértete en la comedia, en el paseo, en las conversaciones de los buenos amigos y en cualquiera honesta recreación, pues como lo sea, ninguna desdice de tus años, de tu nacimiento ni de tu profesión. Pero nunca faltes a tu deber por divertirte, pues sobre ser difícil que lo logres con ánimo tranquilo, la experiencia te habrá enseñado que las inquietudes que acarrean las faltas del servicio importan mucho más que el vano gusto de divertirse algunos momentos. Sobre todo, escríbeme a menudo y con la confianza de hermano, y cuenta con que te quiere con la mayor ternura de corazón quien lo es tuyo y muy amante. Gaspar Melchor.

 

Su actitud religiosa queda patente en el siguiente fragmento cuando declara que se extinga la costumbre en la tradicional fiesta en la vigilia de la Natividad, durante la misa del Gallo, consistente en una ofrenda de vaca, trigo y vino en el nombre de la familia Jovellanos…para que en dicho acto no se pueda fundar prescripción ni costumbre, y prohibiendo, como expresamente prohibo en cuanto puedo, que en este caso supriman la referida ofrenda, la cual, llevada con ostentación por los criados de la casa, y en hora en que la iglesia suele estar llena… ha sido ocasión de muchas distracciones y aun de escándalos impropios del recogimiento y devoción que requiere la santidad del culto (Testamento por Comisario, 2-7-1807, BAE, V, 279) …y líneas más abajo añade que con ello se sirve  de distracción en los actos religiosos, donde los fieles, unidos por la comunión de su fe, deben asistir con un mismo espíritu de igualdad y humildad. (Similar crítica hace hablando de las costumbres que debían guardar los vaqueiros de alzada en las iglesias, que debían permanecer atrás sin mezclarse con el resto de fieles, defendiendo la igualdad. Véase las Cartas a Ponz). Es evidente que Jovellanos ha sentido bochorno por la mezcla de estos dos planos, el profano y el piadoso, y que ahora que está en su mano quiere deslindarlos del todo, extinguiendo lo que era un abuso de su familia –admirable, por la capacidad de autocrítica que requiere-, sin olvidarse de apelar a una de las causas profundas que están a la base de esta decisión y de sus ideas: que los seres humanos en cuanto ético-religiosos, sujetos de piedad y afectados por la trascendencia, deben ser humildes porque son iguales.  Igualmente rotundo se muestra en el párrafo en el que insiste en una de las ideas con las que había estado batallando en escritos oficiales, la del tratamiento que debía darse a los cadáveres y, ahora, al suyo cuando proceda: Y pues que debe esperarse a que mis carnes sean consumidas [en caso de necesidad de traslado de sus restos a Gijón], para que quede allí el polvo de ellas, no sólo prohibo que se trate de embalsamar mi cuerpo, sino que deseo se use de cal viva u otro cualquier medio que señalen los físicos para abreviar el plazo de esta traslación (…) y de que allí los entierren en el referido cementerio sin pompa ni distinción alguna (Testamento por Comisario, BAE V, pág. 276 a.

 

La intrucción pública fue el eje en torno al cual fió el método más firme de cambio social:

Entiendo por instrucción pública la suma de los conocimientos que posee una nación, o lo que es lo mismo, la suma de las porciones de instrucción particular que reside en sus individuos tomados colectivamente (Reflexiones sobre la instrucción pública, 1796).

 

La actitud ante la revolución y los métodos revolucionarios:

 

La postura política de Jovellanos puede definirse por las correlaciones, paralelismos y contrastes con los políticos de su tiempo. Sobre el tema de la revolución no se alinea con Robespierre por la condición antiviolencia que propone (jacobinismo frente a “jovinismo”). El rechazo de Mably se sitúa en el mismo orden que el de Robespierre, éste como práctico de la revolución y de los años del Terror, y aquél como teórico justificador, y se refiere concretamente a la defensa que hace de la guerra civil: ni tampoco [apruebo] las [ideas] que defiende Mably, cuya opinión, en cuanto a guerra civil, detesto; que jamás creeré que se debe procurar a una nación más bien del que puede recibir; llevar más adelante las reformas será ir hacia atrás (Diario, 25 de junio de 1794, CAES, VI, 597). En el tema de la propiedad común se deslindará tanto de William Godwin como de su partidario Jardine por lo que sus teorías representan de utópico, en la forma de concebir la abolición de la propiedad. Jovellanos concede aquí la parte estética de la idea, lo que tiene de belleza (Deberá ser valorada como teoría piensa Jovellanos, y proyectarse sobre el futuro, pero no aplicarla al presente dada su imposibilidad), de polo atractor, de ideal a perseguir, pero no se concilia con la metodología de aplicación inmediata que entiende que es inviable de hecho y contraproducente, es decir, involutiva. Sobre este preciso problema tenemos en el pensador español un claro diagnóstico del carácter utópico de los primeros socialismos que apuntaban en ciernes en el fin del Antiguo Régimen. En el diario de 25 de agosto de 1794 refiriéndose a las ideas de Jardine sobre la propiedad las califica de sueños, y el 23 de febrero de 1796 de sueños filosóficos (En CAES, VI, págs. 477 y 479, en el diario del lunes 11 de noviembre de 1793, refiriéndose a un libro inédito que regala Jardine a Jovellanos, Caso comenta en la nota 4: «Jardine era partidario de las ideas utópicas de William Godwin. Probablemente la obra “de un amigo suyo” sea la de GODWIN, An Enquiry concerning Political Justice and its Influence on General Virtue and Happiness, Londres, 1793. 2 vols.)». La línea fronteriza que separaba a Jovellanos de Jardine, y lo que éste representaba, era precisamente el carácter utópico de la teoría de la propiedad común, que si nada tenía que oponer Jovellanos como idea ética, sí denunciaba su imposibilidad política en el momento.

 

La correspondencia de Jovellanos con su amigo lord Holland, el primer hispanista que apreció a España como su segunda patria, ofrece muchas muestras sobre la posición política del asturiano: moderna, democrática en lo moral, y muy pragmática en el programa a seguir. En la Carta 1888, de 1809, vemos:

 

Mucho siento que usted me crea tan distante de sus ideas, cuando las hallo tan exactas y sólidas que acaso me siento más propenso a deferir a ellas de lo que las circunstancias me permiten. Responder a cada uno de los artículos que la carta indica, fuera cosa larga, y no es necesaria. Veamos si nos convenimos, reservándome el derecho de decir algo sobre algunos puntos. El plan y “Reflexiones” de nuestro Mr. Allen démosle por aprobado, pues que en general, y en el fondo, yo le apruebo. ¿Es este plan el que debe seguirse en la composición de las primeras Cortes? He aquí en lo que no consentiré. Novedad tan grande no la debería hacer un soberano rodeado del poder y de la ilusión de su dignidad. ¿Harála una Junta cuya autoridad no tiene apoyo en la ley ni en una voluntad nacional expresada conforme a ella, ni conforme a la antigua inveterada costumbre? ¿Una Junta que, lejos de tener el apoyo de la opinión, ve el espíritu de censura levantado y puesto de puntillas contra ella, sin hallar en torno de sí ninguna fuerza que la sostenga, ninguna ilusión que la apoye?

Pero el plan es bueno, es excelente: lo confieso; para propuesto, sí; para establecido sin previa aprobación, no. Las alteraciones hechas para perfeccionar la representación nacional son bastante graves para que se hagan sin su apoyo, y aprobación de la nación interesada en ellas.

Luego ¿nunca se harán? No es éste mi dictamen. Las primeras Cortes de nada tratarán primero que de arreglar la representación para las sucesivas. Nada es más fácil que lograr que sea propuesto ese plan, o otro mejor si lo hubiere.

Y si no se propone, ¿se abandonará un bien tan grande a la casualidad? No por cierto. Yo bien querría que la iniciativa viniese de la nación. ¡Qué placer tan grande, verla pedir lo mismo que se la quisiera mandar! Mas si ella no tomare la iniciativa, la tomará el gobierno, y propondrá a su aprobación el plan de representación que más le conviene. ¿Se duda que lo apruebe? No por cierto. Mandado a la nación, tal vez se hallaría tentada a desecharle; consultada sobre él, le abrazará a dos manos.

Réstame ahora hablar de la representación en esta primera Junta. ¿Se  arreglará en todo a la forma antigua? No, ni es posible. Éstas serán propriamente las primeras Cortes generales del Reino. Los reinos y provincias de Cortes, los gobernados por Juntas o diputaciones municipales, tienen que venir a ellas; deben venir bajo una regla común, y esta regla se puede tomar de una combinación de sus varios antiguos reglamentos. Esto cabe en la suprema autoridad. Usted sabe que en Castilla alguna vez se llamó a Cortes generales, en que se extendió la representación a ciudades y villas que no tenían voto en las Cortes comunes. Voy recogiendo ejemplos: baste el de las Cortes de 1390. Otro tanto se puede hacer con el apoyo de este ejemplo, y aún algo más con respecto a las circunstancias del día.

Y bien, ¿no nos hemos acercado ya? Al fin nos besaremos. Quédense la nobleza y la magistratura para otro almuerzo, porque mil otras cosas me llaman

 

Confirmación del talante progresista de Jovellanos por Blanco White, que es considerado por muchos como la expresión más clara del radical liberal y revolucionario español de aquel tiempo le decía en 1812 a Southey que Jovellanos era el modelo perfecto de la virtud tanto privada como pública [...] y el mejor de los españoles.

 

Confirmación del liberal Quintana que ha trabajado codo con codo con Jovellanos y que en febrero de 1810 le escribe: No dude usted que cuando yo pueda desagraviar a mis amigos y favorecedores de las absurdas imputaciones que en esta triste época les han hecho la ignorancia y la malicia, lo haré con el mayor gusto, porque esto lo debo a mi corazón, a mis principios y aun al interés público. Mas me parece que en Inglaterra una nota puesta en los papeles públicos y firmada de Jovellanos hará más efecto que la apología más elocuente; la opinión y crédito que allí tiene usted no puede recibir mancha de las groserías que se dicen por aquí, y por consiguiente sus asertos tendrán el valor que deben.

 

- En Introducción a un discurso sobre el estudio de la Economía civil (1796), podemos ver la idea de hombre y de humanidad de Jovellanos:

 

Es verdad, entre los principios adoptados por la política, ya sea para la guerra, ya para el comercio, hay algunos que son positivamente contrarios a las leyes de la naturaleza, pero estos principios no pertenecen a la esencia de la institución social y aun son contrarios a ella. La ambición y la fuerza los han adoptado, y la razón y la experiencia acreditan cada día que lejos de producir la prosperidad social que parecen proponerse, producen miseria; y si la ignorancia o el desprecio de esta verdad los han defendido hasta ahora, de creer es que en el progreso de la perfección del espíritu humano, que llegará, y aun que no tardará, el día en que la política del mundo, reconociendo y respetando los derechos de la naturaleza, destierre todos los principios que no se conforman con la justicia y la humanidad

 

- Y en la misma obra de 1796:

 

De que la sociedad se haya considerado como un cuerpo moral, de que en este concepto haya reconocido máximas y principios dirigidos a aumentar su prosperidad, prescindiendo de la prosperidad de sus individuos o a expensas de ella, han nacido todos los errores y extravíos que la ambición introdujo en la política para fundar el bien de pocos sobre la miseria de muchos. Yo, por el contrario, no reconoceré prosperidad pública que no se derive de la prosperidad individual y se apoye en ella; y todo cuanto se dice de poder, riqueza, gloria, felicidad de las naciones será para mí vano y funesto siempre que no represente porciones individuales de los bienes que entendemos por estos nombres

-A propósito del espíritu humanitario que Jovellanos defendía, que culminaba la tarea a desarrollar en cada Estado en una humanidad confraternizada, cuando se dirige a sus alumnos del Instituto de Gijón, el 1 de abril de 1799 (Oración sobre el estudio de las Ciencias Naturales, Caso, 241), les dice:

¡Venturosos si ilustrado vuestro espíritu con el conocimiento de las verdades que encierra, y perfeccionado vuestro corazón con la posesión de las virtudes a que conduce, alcanzareis la verdadera sabiduría para asegurar vuestra felicidad, mejorar vuestro ser y acelerar la perfección de la especie humana! Entonces podréis convencer con la razón y con el ejemplo a aquellos hombres tímidos y espantadizos, que deslumbrados por una supersticiosa ingnorancia, condenan el estudio de la naturaleza…

 

Y en el Discurso sobre el estudio de la Geografía histórica, el 16 de febrero de 1800 (Caso, 246-7):

No os negaré yo que los hombres, abusando de la geografía, han prostituido sus luces a la dirección de tantas sangrientas guerras, tantas feroces conquistas, tantos horrendos planes de destrucción exterior y de opresión interna como han afligido al género humano; pero ¿quién se atreverá a imputar a esta ciencia inocente y provechosa las locuras y atrocidades de la ambición?¿No será más justo atribuir a sus luces estos pasos tan lentos, pero tan seguros, con que el género humano camina hacia la época que debe reunir todos sus individuos en paz y amistad santa?¿No será más glorioso esperar que la política, desprendida de la ambición e ilustrada por la moral, se dará priesa a estrechar estos vínculos de amor y fraternidad universal, que ninguna razón ilustrada desconoce, que todo corazón puro respeta, y en los cuales está cifrada la gloria de la especie humana?

 

SSC

Gijón, 25, enero, 2003